Mis manos se deslizan lentamente por su piel, sintiendo cada pulso, cada latido, mientras me acerco aún más a ella. La habitación está bañada en esa luz suave que parece estar diseñada para resaltar cada detalle de su cuerpo. Su respiración es un poco más pesada ahora, y puedo ver el leve temblor en sus labios, la forma en que se muerde el inferior, como si estuviera conteniendo un deseo que amenaza con desbordarse.
Me detengo justo frente a ella, nuestros cuerpos apenas separados por unos pocos centímetros, y dejo que mi mano descienda lentamente, acariciando la línea de su mandíbula, su cuello, hasta detenerme justo en la base de su garganta. Siento el latido rápido de su corazón bajo mis dedos, y la tensión en el aire es casi tangible.
"Natalia," susurro, con mi voz baja, casi un ronroneo, "¿cómo te sientes esta noche?"
Ella me mira a los ojos, sus pupilas dilatadas por la excitación. Hay una chispa en su mirada, una mezcla de desafío y rendición, como si estuviera lista para entregarse por completo, pero también ansiosa por mantener algo de control.
—"Lilith," responde ella, con su voz suave pero firme, "llevo tres días… con la regla".
Mis dedos trazan un círculo suave sobre la piel de su cuello, y puedo sentir cómo su cuerpo responde, cómo sus pezones se endurecen bajo la fina tela de su lencería.
—"Tres días", repito, permitiendo que mis palabras se filtren en el aire cargado, "eso significa que estás en tu punto más sensible, ¿no es así?"
Ella asiente, su respiración se acelera, y puedo ver cómo el rubor se extiende desde sus mejillas hasta su pecho. Hay algo crudo y real en la conversación, una franqueza que solo nos hace más conscientes de la intensidad de nuestro deseo.
—"Sí", murmura, casi sin aliento, "es como si cada roce, cada caricia… se sintiera más profundo, más intenso".
Me acerco aún más, hasta que nuestros labios están casi tocándose, y dejo que mis palabras sean un susurro en su boca.
"Entonces, vamos a hacer que esta noche sea inolvidable."
Había algo profundamente erótico en su confesión, en la vulnerabilidad que implica hablar de su ciclo y su menstruación. Es un recordatorio de lo que significa ser mujer, de la capacidad de crear vida, pero también del poder que tiene el cuerpo femenino para experimentar el placer en su forma más pura.
Mis manos se mueven con determinación, deslizándose por sus tetas que me enloquecen, trazando el contorno de sus pechos antes de encontrar los bordes de su sostén. Lo desabrocho con un movimiento lento, deliberado, dejando que la tela caiga, revelando sus pezones endurecidos. Mis labios encuentran uno de ellos, y mientras lo succiono suavemente, me inclino hacia su oído, permitiendo que mi aliento caliente roce su piel.
—¿Sientes cómo tu cuerpo responde a cada toque, a cada beso? "¿Cómo cada sensación se amplifica con la regla?" Pregunto, y mi voz un susurro lleno de promesas.
—"Sí, mi cielo” jadea ella, y sus manos se aferran a mis caderas, "es como si cada fibra de mi ser estuviera en llamas."
—"Quiero que sientas cada segundo de esta noche, Natalia. Quiero que recuerdes cómo tu cuerpo se entregó por completo al placer, incluso en medio de tu regla. Quiero que te deleites en la mezcla de nuestros fluidos, en la humedad que nos envuelve."
Sus labios encuentran los míos en un beso hambriento, lleno de necesidad y deseo, como si mis palabras hubieran desatado algo en su interior, algo primitivo y salvaje.
—"No te detengas", susurra contra mis labios, "quiero sentirlo todo, quiero que te adentres en cada parte de mí, que me hagas olvidar todo excepto este momento".
La intensidad en su voz es suficiente para hacer que mi propio deseo crezca, una llama que se alimenta de su vulnerabilidad, de su rendición.
Me inclino sobre ella, presionando mi cuerpo contra el suyo. Nuestras pieles se encuentran, se rozan, y puedo sentir la humedad entre nosotras. Es un recordatorio constante de su menstruación, de su ciclo, de cómo cada movimiento está impregnado de un erotismo visceral.
Mis manos viajan hacia sus caderas, bajando lentamente su braga, revelando su vulva húmeda, brillando con una mezcla de orina, fluidos naturales y la sangre de su menstruación. No hay nada que me detenga mientras dejo que mis dedos la exploren, acariciando sus labios menores, sintiendo la suavidad y el calor que emana de su cuerpo.
—"Estás tan húmeda", murmuré, más para mí misma que para ella, "es como si tu cuerpo estuviera rogando por más".
—"Lo está", responde ella, con sus dedos que se enredan en mi cabello mientras mis labios descienden por su abdomen, acercándome cada vez más a su centro.
—"Entonces, vamos a darle lo que necesita. Digo con una pizca de humor muy controlado para no romper el hechizo creado en ese instante.
El sabor metálico de su sangre, mezclado con la dulzura de su humedad, llena mi boca mientras mi lengua traza círculos alrededor de su clítoris, provocando una serie de temblores que recorren su cuerpo. Sus gemidos son ahora gritos sofocados, su espalda se arquea, y puedo sentir cómo su vulva pulsa bajo mi lengua. Su clítoris se endurece aún más, buscando alivio.
La humedad de su menstruación es un recordatorio constante de su vulnerabilidad, pero también de su poder, de cómo su cuerpo es capaz de experimentar placer incluso en medio de este ciclo natural. No hay nada más real, más crudo, que esto.
Mis manos se aferran a la carne tibia y suave de sus caderas, mis uñas largas y cuidadas dejan pequeños surcos rojos en su piel. Cada movimiento de mi lengua es un acto de adoración, cada lamida una promesa de placer infinito. Mi vulva arde, húmeda y ansiosa, mientras mis labios se aferran a su clítoris hinchado, succionando con un hambre insaciable.
—"Sigue así, Lilith… no pares"; su voz es un susurro entrecortado, y cada palabra suya es como un látigo que azota mi deseo, obligándome a intensificar mis esfuerzos. Siento su cuerpo estremecerse bajo mis labios, su vulva pulsando al ritmo de su acelerado latido. El sabor de su humedad, mezclado con la sal de su sudor, es un elixir que me embriaga.
Me sumerjo más profundamente en su centro, mi lengua serpenteando por cada pliegue, explorando cada rincón de su feminidad. Sus gemidos se elevan, resonando en la habitación, y mis oídos se llenan con el sonido del placer que provoco. Mis dedos se deslizan por su cuerpo, trazando líneas invisibles de deseo, bajando por su abdomen, acariciando sus senos, sintiendo la dureza de sus pezones bajo mis yemas.
Mis piernas tiemblan, abiertas en una postura de sumisión y deseo, mientras mi cuerpo entero vibra con la intensidad del momento. Siento cómo la humedad se acumula entre mis propios muslos. Cada lamida que doy incrementa mi propia necesidad. El aroma de su excitación llena el aire, mezclado con el dulce olor de su perfume, creando una atmósfera cargada de erotismo.
—"¡Sí, sí, más!" —Grita, y su voz es un grito desgarrador de placer. La presión de sus caderas contra mi rostro se intensifica, sus manos tiran de mi cabello con fuerza, y yo me entrego completamente a su deseo. Mi lengua se mueve con una velocidad frenética. Mis labios succionan con más fuerza, mientras mis gemidos se mezclan con los suyos en una sinfonía de lujuria.
Mi rostro está completamente enterrado en la suavidad de sus muslos, mi lengua deslizando entre sus pliegues vaginales con un fervor que raya en lo devoto. Puedo sentir el calor de su sangre, el flujo menstrual que baña mis labios, un sabor metálico que se mezcla con su marina humedad natural. Cada vez que succiono su vulva, el sabor de su menstruación se vuelve más fuerte, más intenso, y provoca un estremecimiento en su cuerpo. "Sí… sí… sigue…", murmura Natalia, y su voz es apenas un susurro, pero cargada de una necesidad que me consume. Sus caderas se arquean hacia mí, buscando más, deseando más, y yo no puedo hacer otra cosa que obedecer. Mi lengua se enrosca alrededor de su clítoris, lo atrapa, lo saca del capuchón entre mis labios, y su gemido se transforma en un grito que reverbera en mi pecho. "¡Ah, Lilith! ¡No pares!" Ese grito despierta una chispa de placer en mi columna vertebral, que me obliga a seguir, a lamer cada gota de su ciclo, cada partícula de su deseo.
Sumergida entre sus piernas, mis manos se aferran a sus caderas, mis dedos se clavan en su carne, sintiendo la tensión en sus músculos. Natalia tiembla con cada movimiento de mi lengua, que recorre cada pliegue de su vulva, explorando con devoción cada rincón de su feminidad. El sabor de su sangre, mezclado con su humedad, se vuelve embriagador, alimentando mi propia necesidad. "Sí… más… así…", gime, su voz quebrada por el placer, mientras mi boca se mueve sin descanso, sin tregua. Mis ojos están cerrados, perdida en la sensación, en el sabor, en el sonido de su respiración agitada. "¡Oh, Dios! ¡Lilith! Su vulva es mi altar, y cada lamida es una súplica por más, por siempre más. El flujo de su ciclo se vuelve más intenso, y yo lo recibo con una devoción casi obsesiva.
Mi cabello se desliza por su abdomen mientras me sumerjo aún más profundamente en su cuerpo. Puedo sentir el pulso de su clítoris bajo mi lengua, la presión de sus caderas contra mi boca, y el flujo constante de su sangre llenando mi boca. "Ah… sí… sigue…", su voz es un hilo de placer, sus gemidos son cada vez más intensos, y siento cómo sus caderas comienzan a moverse al ritmo de mi lengua, buscando intensificar la sensación, al borde del clímax. En ese momento, soy consciente de mi propia humedad, de cómo mi cuerpo responde a cada uno de sus gemidos. Mi vulva también palpita con ansias y cada caricia que le doy es una caricia que deseo para mí misma. Sus muslos se cierran alrededor de mi cabeza, atrapándome en este ciclo de deseo y necesidad. "¡Lilith, no pares! ¡Me voy a...!" No quiero salir, no quiero detenerme, porque el final de su placer es también el final del mío.
Entonces, siento el cambio en su cuerpo, un temblor que comienza en lo más profundo de su vientre y se extiende hacia afuera. Su vulva late bajo mi lengua, cada contracción es una ola de placer que me atraviesa, y sé que está cerca, muy cerca del clímax.
—"No te detengas, Lilith… ¡no te detengas!" —Me suplica y su voz es casi un sollozo, y yo no necesito más incentivo. Mi lengua se concentra en su clítoris, moviéndose en círculos rápidos, mientras mi mano izquierda se desliza hacia mi propio sexo, acariciándome en sincronía con sus movimientos. La sensación de mis dedos mojados por mi propia humedad, mientras siento su clímax acercarse, es un torbellino de placer que me envuelve.
Mis propios dedos se mueven más rápido, en un intento desesperado de alcanzar mi propio clímax, mientras la sigo devorando, bebiendo cada gota de su placer. Mi vulva late con una necesidad apremiante, mis gemidos se vuelven más fuertes, más urgentes, y sé que estoy a punto de caer también en el abismo del orgasmo.
De repente, su cuerpo se tensa, sus muslos se aprietan con fuerza alrededor de mi cabeza, y siento la cercanía de la explosión de su orgasmo. Su vulva se contrae con fuerza, su clítoris late frenéticamente bajo mi lengua, y su grito de éxtasis llena la habitación, un sonido tan puro y crudo que me hace vibrar por dentro.
Sus manos se enredan en mi cabello, tirando con fuerza mientras mi lengua sigue danzando veloz sobre su clítoris, en círculos cada vez más rápidos y precisos. El sabor de su sangre, de su ciclo, es cada vez más fuerte, más embriagador, y la veo morderse el labio, con sus ojos cerrados, y su rostro retorcido por el placer más puro. "¡Ah, Lilith! ¡Me corro..!" El sudor perla su frente, y puedo sentir el calor irradiando de su cuerpo. Su abdomen se contrae, su vulva palpita contra mi lengua, y sé que está cerca, tan cerca que casi puedo saborear su clímax. Y entonces sucede, en un instante que parece eterno, su cuerpo se tensa, sus gemidos se convierten en un grito desgarrador, y siento cómo su orgasmo la arrasa, dejándola sin aliento, completamente perdida en la oleada de placer que la consume. "¡Ahhh…!" "¡Ahhhhhhh…!"
Oh, Dios… El sabor de su menstruación… Es tan intenso, tan jodidamente real. Es metálico y dulce, una mezcla de salinidad y ese toque de hierro que me envuelve, que me consume. Cada gota es un elixir oscuro, poderoso, que me enciende desde dentro, haciéndome temblar. ¡Oh, sí…! Es como si su esencia, su vida misma, estuviera en mi boca, y no puedo… ¡No puedo resistirme! Siento cómo mi cuerpo se arquea, cómo el orgasmo me arrasa mientras su sangre, su sabor, me llena, llevándome más allá de todo control, más allá de todo lo que soy.
En esos momentos, todo lo que existe es el vínculo entre nosotras, alimentado por el deseo y el placer compartido. Estoy sumergida en la profundidad de la lujuria, la fiebre que me consume y me obliga a seguir, a no detenerme, a saborear cada segundo, cada gota de su sangre, cada gemido, cada estremecimiento. Porque en esos momentos, soy más que Lilith; soy la encarnación de la lujuria, una mujer completamente entregada al placer, viviendo y respirando deseo en su forma más pura, alimentada por el ciclo de Natalia, por su entrega total.
Mientras mi lengua inclaudicable sigue su danza en su vagina, Natalia se retuerce de placer, su cuerpo convulsionándose con cada movimiento de mi lengua dentro de ella. Su respiración se vuelve errática, sus gemidos se convierten en gritos ahogados, y puedo sentir cómo su cuerpo se tensa, preparándose para el clímax inevitable. La mezcla de su menstruación y su placer es tan intensa que cada gota de sangre que entra en mi boca me lleva más allá, a un lugar donde el deseo y la lujuria se fusionan en algo casi sagrado.
Cuando el orgasmo de Natalia finalmente la alcanza, es como si todo su cuerpo se liberara en una explosión de placer. Su grito es un gemido profundo, un sonido que sale desde lo más profundo de su ser, y las palabras que escapan de sus labios son entrecortadas, llenas de desesperación y éxtasis:
— "¡Sí, sí, Lilith... no pares... ¡Dios, sí... así... más... más...! ¡Me corro, me corro!"
El momento llega, y siento el clímax apoderándose de su cuerpo. Sus piernas se cierran alrededor de mi cabeza, sus muslos aprisionando mi rostro contra su sexo, mientras su cuerpo entero se sacude con espasmos incontrolables. Su sangre, mezclada con el fluido de su orgasmo, llena mi boca, un manantial caliente y salado que me hace estremecer.
Su voz se rompe en un jadeo tembloroso, el placer la arrasa, y lo único que puede hacer es gritar mi nombre, como si cada sílaba fuera una súplica, una rendición total al placer que la consume.
Su sangre cubre mi rostro, su sabor aún en mi boca mientras ella se deshace bajo mi lengua, y todo lo que puedo hacer es seguir, bebiendo de ella, llevándola a nuevas alturas de placer mientras su cuerpo se sacude con las últimas oleadas de su orgasmo.
Finalmente, la oleada también me alcanza, y un grito se escapa de mis labios. Mi cuerpo se sacude con la intensidad del placer, cada músculo se tensa, y por un momento, el mundo desaparece, dejándome solo con la sensación de su orgasmo mezclado con el mío, en un frenesí de lujuria compartida.
¡Oh, Dios… sí, Natalia! ¡Sí, sí, no puedo más, me estoy corriendo, me corro contigo, joder, me vuelvo loca…! ¡Tu sabor, tu sangre, me enciende, me destruye, me lleva al límite…! ¡Ah, sí, justo ahí, ¡no pares… no pares…! ¡ Me corro… ¡Oh, me corro tan fuerte…!
El clímax nos arrasa como una tormenta, un torrente de sensaciones que nos deja temblando, jadeando, mientras la última ola de placer recorre nuestros cuerpos. Nos quedamos así, unidas, nuestras respiraciones se mezclan en el aire denso de la habitación, mientras el eco de nuestros gemidos aún resuena en las paredes.
Cuando el éxtasis disminuye, me aparto de su cuerpo, respirando con dificultad. Miro su rostro, aún enrojecido por el placer, y veo la satisfacción en sus ojos. Sus labios se curvan en una sonrisa lenta, perezosa, y yo sé que he cumplido con mi misión.
—"Eres increíble, Lilith", murmura ella, acariciando mi cabello con ternura, mientras yo aún trato de recuperar el aliento. Me recuesto a su lado, mis cuerpos aún temblando ligeramente por el clímax, y siento una satisfacción profunda, una paz que solo llega después de haber compartido un momento tan íntimo y poderoso.
—"Siempre a tu servicio, dulzura" —respondo con una sonrisa, mientras cierro los ojos, disfrutando del calor que aún irradia de nuestros cuerpos. En ese momento, me doy cuenta de la profundidad de mi propia lujuria, de la fiebre que me consume.
Con una última dulce lamida a su vulva sanguiolienta y espesa, subo lentamente por su cuerpo, mi lengua va dejando un rastro húmedo desde su vientre hasta sus tetas, hasta su cuello. Su piel es cálida y suave bajo mis labios, y puedo sentir los últimos temblores de su orgasmo recorriendo su cuerpo mientras me acerco a su rostro. Mi boca, todavía manchada con su sangre, se encuentra con la suya en un beso profundo, lento y cargado de significado.
Nuestros labios se entrelazan y puedo sentir la sorpresa en su beso al saborear su propia sangre, mezclada con el sabor de su excitación. Es un beso rojo, un beso que habla de la intimidad más cruda, de la conexión más profunda. Mis labios se mueven sobre los suyos con una suavidad que contrasta con la intensidad del momento anterior, compartiendo con ella el fruto de su placer, haciendo que forme parte de su propia experiencia en una forma que es tan primitiva como bella.
Siento cómo su lengua responde a la mía, cómo sus manos, ahora libres, se enredan en mi cabello, atrayéndome más cerca mientras nuestros cuerpos aún se recuperan del acto que acabamos de compartir. El beso se intensifica, y cada movimiento de nuestras bocas, cada roce de nuestras lenguas, es una reafirmación de lo que acabamos de experimentar juntas. Este beso es un pacto, una promesa de más, de una conexión que va más allá de lo carnal, que toca lo más profundo de nuestras almas. Y en ese momento, me siento la encarnación del deseo, la mujer que se alimenta de la lujuria, de la sangre y de cada gemido que escapa de los labios de sus amantes.