Lo cierto es que no se muy bien como contarles esto, supongo que desde el principio será lo mas fácil. Disculparan que no de nombres ni demasiados detalles nuestros, pero es que me da algo de vergüenza. Somos un matrimonio de casi treinta años. Yo soy del montón, pero mi esposa es bastante llamativa, sobre todo por sus sinuosas curvas.
Era un fin de semana como otro cualquiera, y decidimos (decidió ella) ir a ver a mi suegro. El cual, desde que enviudo hace unos años, vive solo en su chalet de la sierra.
No es exactamente el fin del mundo, entiéndanme, son varios dúplex adosados en una zona de esas aparceladas al final de un pueblo bastante poblado.
El caso es que nos plantamos allí un viernes por la tarde, después de una caravana de esas que te hacen llorar de la emoción, para poder salir de la ciudad.
Nada mas abrir la vallita de la entrada (se entra por un pequeño jardín rodeado de altos setos) oí una especie de gruñido a la derecha. Me quede como las estatuas del parque al ver a un par de metros a una fiera disfrazada de perro que me miraba con mala leche.
Creo que hasta deje de respirar del susto que me dio ver aquel gigantesco perro que parecía querer tomarme de merienda. Mi mujer se limito a decir ique lindo!. Como si aquella mole de músculos y dientes no fuera mas que un simpático gatito.
Por suerte salió mi suegro a saludarnos y he de reconocer que tenia muy entrenado a la bestia, pues le basto un par de palabras muy raras (luego supe que era alemán) para que se quedara callado y sentadito. Eso si, sin quitarnos la vista de encima, como esperando que su amo le diera permiso para limpiarse los dientes con mis huesos.
Mientras repartíamos los besos y saludos de rigor (yo siempre con los ojos puestos en el descomunal bicho, por si acaso) mi esposa le pregunto por "Satán" (nunca mejor puesto un nombre). Y mi suegro nos explico que lo había comprado para sentirse mas seguro, pues habían habido varios robos en la vecindad.
Luego nos dijo que nos estuviéramos quietos que lo iba a soltar de su caseta para que nos oliera y así no nos gruñera la próxima vez que nos viera.
Yo, cuando le vi soltarlo, no sabia si salir corriendo o subirme al árbol limonero que tiene allí. Decidí quedarme quieto, como hacen en las películas, a ver si no me comía.
Si mientras olisqueo mis manos yo estaba pálido, cuando metió su hocico directamente en mi entrepierna pense que me desmayaría del susto. Por suerte se limito a husmear y pronto pude escaparme al coche, con la excusa de recoger el equipaje, mientras Satán se acercaba a oler a mi esposa. Lo ultimo que vi mientras abría la vallita fue que el bicho había metido la cabeza bajo la minifalda de mi mujer para oler también su entrepierna.
Es curioso, si me voy solo de viaje un mes a algún sitio me llevo un par de bultos. Sin embargo, cuando salgo con mi esposa de fin de semana parece que nos mudamos.
Por eso tarde un buen rato en sacar todos los bártulos y trastos del coche y llevarlos hasta la entrada. Cuando me asome a la vallita vi que la imagen seguía igual que al salir.
No puedo saber si el perro estuvo todo el tiempo bajo la falda, pero en ese momento me dio la impresión de que había estado todo el rato con la cabeza hay metida, mientras mi esposa charlaba con mi suegro sin que al parecer le molestara la insólita situación.
Al oír el ruido de la vallita el chucho saco el hocico de debajo de la minifalda de mi mujer, y casi podría jurar que el muy cochino se relamía el morro mientras me miraba.
Esa noche no paso nada. Entiéndanme, nada de nada, pues creo que mi suegro ha dejado las viejas camas a propósito. Estas hacen un ruido endiablado cada vez que te das la vuelta, con que imagínense lo que seria hacer el amor en ellas. Yo también lo tengo que imaginar puesto que mi esposa se niega a hacerlo en condiciones tan ruidosas.
Me pase todo el sábado metido en la casa, hablando y discutiendo con mi suegro de mil cosas, mientras mi mujer aprovechaba el ida soleado para tomar el sol en el jardín. Si no la acompañe fue tan solo, y no me duele admitirlo, por el acojone que me daba el perro.
Al contrario que ella, que parecía encantada con su presencia, pues hasta lo había soltado para correteara libremente por el jardín. Yo, cuando quería preguntarle algo, me asomaba a la puerta y desde el quicio de esta le preguntaba. Pues ella estaba tumbada en una esquina de la casa y desde la entrada no podía ver mas que la punta de sus pies.
Cuando le pregunte que porque se había escondido tanto me dijo que era porque estaba haciendo top-les y no quería que algún vecino entrara de improviso y la sorprendiera.
Yo dudaba que alguien fuera tan suicida, dado que el animal estaba todo el tiempo a su lado, salvo cuando oía que yo abría la puerta y venia a gruñirme por mi osadía.
Por la tarde salimos los tres a dar una vuelta por el pueblo, y a saludar a algunas amistades. A nuestro regreso me sorprendió ver que el animal mostraba mucho mas interés en saludar a mi esposa que a su dueño, mientras que a mi ni siquiera me miraba.
Mi mujer, en correspondencia a sus alegres meneos de cola, se acerco a jugar con el; y a desatarlo, por lo que me apresure a entrar en la casa en pos de mi suegro.
Desde la acogedora protección de la puerta le pregunte si quería tomar algo, y mientras me decía que no vi como el descarado chucho tenia incrustada toda la cabezota en el holgado escote de su camisa. Yo sabia que esa tarde había salido sin el sujetador, como hace a menudo, por lo que no me explicaba porque estaba respondiéndome tan tranquila mientras el bicho campaba a sus anchas bajo sus ropas, haciendo vete a saber que.
Bien, y ya llegamos a la noche en cuestión, cuando mi esposa vino muy melosa hasta mi cama a besarme, mientras su manita empezaba a jugar con mi virilidad. Que ya se había puesto casi rígida solo con ver como se marcaban sus abultados senos en el tenue tejido. Créanme si les digo que esa visión es capaz de ponérsela dura a cualquiera.
Empece a acariciarla yo también, metiendo mis manos bajo su camisón para constatar su total desnudez, viendo que esa noche prometía haber juerga. Y vaya si la hubo.
Cuando intente recostarla a mi lado se negó, diciendo que la cama hacia mucho ruido.
Y cuando la mire interrogante para saber como quería hacerlo me indico, muy melosa, que se le había ocurrido hacerlo en el jardín. Como supondrán su respuesta me anonadó.
Yo sabia, desde hace tiempo, que uno de sus sueños eróticos era hacerlo en el campo, pero ella nunca lo había hecho conmigo, a pesar de haber tenido varias oportunidades, por exceso de vergüenza y pundonor. Pues temía que alguien pudiera sorprendernos.
Así que decidí seguirle el juego, pues con el recalentón que llevaba no era cosa de parar ahora. Además ella estaba mucho mas excitada de lo que la había visto en años.
Ella salió primero a colocar la toalla en el césped, y yo la seguí unos minutos después, tras asegurarme que los tremendos ronquidos que emitía mi suegro eran de verdad, y no los efectos sonoros de una película de terror, pues cuando ronca da hasta miedo oírlo.
Nada mas llegar junto a mi esposa me obligo a tumbarme sobre la toalla, lamiéndome de arriba abajo mientras me quitaba el pijama. Era una delicia verla tan cachonda.
El colmo fue cuando después, arrodillada entre mis piernas, le pego varios besos, largos y absorbentes, a mi pétreo aparato, dejándolo mas que listo para el inminente acople.
Este fue como la seda, pues se sentó encima mío con una suavidad de lo mas elocuente, señal de que su intimidad estaba encharcada como hacia tiempo que no lo estaba.
Yo, que ya había desabrochado los lazos frontales de su camisón para apoderarme de sus pechos fácilmente, sin tener que desnudarla del todo, empece a sobar sus gruesos melones, jugueteando con los sensibles pezones que tanto me gustan. Mientras ella empezaba un cabalgar, cada vez mas frenético, que me estaba derritiendo de placer.
Ahí estaba yo, pegando uno de los polvos mas entusiastas de mi breve vida conyugal, cuando de repente sentí un húmedo y áspero lengüetazo en todos los huevos.
Fue tan grande el sobresalto que ni siquiera grite. Me quede helado, quieto como si fuera un palo a la espera que el despiadado y diabólico chucho (pues solo podía ser Satán el causante) decidiera comerse mis huevos después de haberlos ya saboreado.
No fue así y, como pasaron un par de minutos sin ninguna novedad, empezó a remitir poco a poco mi pavor, hasta que volví a sentir otro húmedo lengüetazo en el mismo sitio. El pánico me invadía, por lo que le dije a mi esposa, que seguía cabalgándome sin descanso, ajena a mis tormentos y sufrimientos, que el perro estaba suelto por el jardín.
Ella, entre gemido y gemido, me dijo que ya lo sabia y que no importaba, que siguiera.
No podía creer lo que me estaba pasando, así que me gire un poco y aparte el amplio camisón que obstaculizaba mi vista, hasta ver al causante de mis desgracias.
Gracias a la pálida luz de la luna pude ver con bastante nitidez a Satán situado detrás de mi esposa. Fue entonces cuando repare en que sus lengüetazos habían sido solo un par de errores, porque lo que estaba lamiendo el chucho, vete a saber desde hacia cuanto rato, eran las apetitosas nalgas de mi mujer. Desnudas e indefensas ante su ataque.
El perro tenia el hocico incrustado entre sus dos cachetes, degustando su estrecho canal una y otra vez, dejando ver la punta de su larguísima lengua rosada solo cuando esta asomaba por alguno de los dos extremos de sus glúteos en alguno de sus lengüetazos.
No sabia como reaccionar ante lo que estaba viendo, pues aun no me había hecho a la idea de que era el apetitoso culo de mi esposa lo que estaba lamiendo con tanto afán.
Sobre todo porque es la parte de su cuerpo que me es mas prohibida. Apenas me deja acariciarlo y salta como si le picara una serpiente cada vez que, durante nuestros encuentros amorosos, le planto un besito o un mordisquito en salva sea la parte.
Solo una vez pude meter el dedo en su agujerito mientras pegábamos uno de nuestros polvos mas frenéticos en el viaje de novios. Y me hizo prometer que no lo volvería a intentar mas. Por lo que sodomizarla ni siquiera había entrado en mis planes, por ahora.
Y, sin embargo, ahí estaba el perro, lamiendo la mar de feliz, sin que ella dijera ni mu.
Pues no solo aceptaba gozosa sus lameteos sino que estos estaban consiguiendo que su cabalgar fuera cada vez mas frenético. Tan ansiosa me poseía que logro el milagro de que mi miembro siguiera rígido, ajeno a lo mal que lo estaba pasando su dueño.
Como a pesar de todo no me fiaba, seguía mirando al bicho mientras continuábamos, y pude ver como empezaba a salirle del capuchón de abajo un cipote rojo y descomunal.
Yo la tengo normalita, para que lo voy a negar, pero he visto, como todos, a bastantes tíos desnudos, sobre todo en mi época militar. Pues bien, muy pocos de ellos podrían competir con el exagerado chisme que empezó a descapullar ante mi atónita mirada.
Le dije a mi esposa que el bicho se estaba excitando y ella, besándome con pasión en la boca me dijo que lo dejara en paz, que era normal.
Yo sabia que no era "normal" lo que estaba viendo, pero me deje llevar por sus fogosos besos y trate de no pensar en el animal, nunca mejor dicho, que estaba entre mis piernas.
Todo sucedió muy rápido. Cuando note que dos zarpas rozaban la cara interna de mis muslos, y que las otras dos arañaban mi estomago, mi esposa me mordió salvajemente un hombro, mientras chillaba quedamente ( aun hoy no se si de dolor o de placer ).
Durante un instante, que se me hizo eterno, nos quedamos los tres quietos, como si fuéramos una aberrante postal navideña. Yo no podía dejar de mirar el negro hocico de la bestia por encima del hombro de mi mujer. Esta, a un metro escaso de mi, con la boca abierta y la lengua fuera, empezó a menear las caderas poco a poco.
Fue como si le dieran cuerda a mi esposa, pues ella empezó a seguirle el ritmo, con su cabeza todavía sobre mi hombro, gimiendo quedamente ante su primera enculada.
Yo, estoico, notaba como los duros y ásperos pelos de la entrepierna del odioso animal rozaban mis propios testículos. Sobre todo ahora que la bestia, completamente alojada dentro de mi esposa, aumentaba el ritmo de su penetración, hasta hacerlo vertiginoso.
Su violento vaivén me obligaba a seguir un ritmo inusualmente rápido, pero efectivo, pues mi esposa lujuriosa pronto encadeno no menos de tres orgasmos seguidos.
Yo no estaba acostumbrado a una penetración tan salvaje y profunda, por lo que me corrí bastante antes de lo habitual, acompañando a mi mujer en un nuevo orgasmo.
Mi pobre miembro, al encogerse, salió por si solo de la cálida y chorreante funda que lo albergaba, dejándome tumbado debajo de ellos dos, que continuaban incansables.
Decidí, por lo tanto, quitarme de en medio, y salí reptando de la toalla hasta colocarme a un lado de la pareja. Ahora que podía ver mucho mejor la escena me parecía algo de lo mas aberrante. Mi esposa, arrodillada, y con la carita enrojecida y perlada de sudor apoyada de cualquier forma sobre sus brazos jadeaba, con la boca abierta, ante las enculadas del animal. Este, aferrado sobre su espalda, babeaba satisfecho sobre su espalda, mientras incrementaba el ritmo de sus embestidas de un modo despiadado.
Pense que todo había acabado cuando el bicho por fin eyaculo, empujando de tal modo que arranco un nuevo y violento orgasmo a mi insaciable mujer, sacando del interior del trasero recién desvirgado de esta un trozo de carne roja aun mayor de lo que recordaba.
Pero de nuevo me equivoque lastimosamente.
El chucho, nada mas bajarse de mi esposa, empezó a lamer los restos de la contienda, no haciéndole ascos ni a los suyos ni a los míos, lamiendo por igual por delante y por detrás. De echo fue dedicándose cada vez mas a su intimidad, para alegría de mi esposa, que gemía y suspiraba como si la larga lengua de su amante la estuviera volviendo loca.
En vista de que seguía con todo el chisme al aire, igual de rígido que antes, si no mas, empece a temerme lo peor. Sobre todo por el ansia con que lamía ahora su conejo.
Y así fue. La bestia volvió a acomodarse sobre mi esposa, aferrándola firmemente por las caderas con sus patas, para introducirse hasta el fondo en su intimidad.
La pobre, acostumbrada al calibre mediano de mi arma, solo podía boquear, jadeando asfixiada ante el enorme cañón que acababa de alojarse violentamente en su cuartel.
Y bien hasta el fondo que entro, pues con cuatro embestidas se la metió hasta el final.
De nuevo su frenético vaivén obro el milagro de convertir a mi apocada esposa en una viciosa suspirando de gozo entre sus patas. Alcanzando en pocos minutos el enésimo de los incontables orgasmos que tuvo aquella memorable velada.
Por lo que a mi respecta diré que algo de lo que vi cambio el asco inicial por algo parecido al deseo, pues los gemidos de mi cónyuge así como sus violentos orgasmos lograron el milagro de volver a poner mi querido aparato rígido sin que ni ella ni yo lo tocáramos. No pude resistir la tentación de acercarme cautelosamente a su lado y poner al alcance de sus labios gordezuelos mi miembro. Ella, al sentir el roce de mi glande contra su mejilla abrió los ojos y, sonriéndome, se la metió en la boca sin dejar de suspirar. Casi nunca me la mama, pues le da asco, pero aquella noche absorbió mi polla como si le fuera la vida en ello, logrando que me corriera con una abundancia inusual.
Si no fuera por el temor que aun me inspiraba la cercanía del odioso animal hubiera disfrutado aun mas de su espectacular felación. Sin embargo ella disfruto tanto de su amante de cuatro patas que cuando este por fin acabo, y se marcho tan tranquilo y feliz a su caseta, tuve que cogerla en brazos y llevarla a la cama, pues no se sostenía en pie.
El domingo no se pudo levantar hasta mediodía, pero paso toda la tarde tomando el sol en el jardín. Solo la vi una vez, cuando salí a avisarle que nos íbamos y la vi espatarrada sobre la toalla mientras el perro le lamía concienzudamente el sabroso conejo desnudo.
Si bien no me excita el relato en contenido es de notar la destreza que tienes con los sinonimos y las descripciones breves, tambien la cualidad de atrapar la atencion del lector. Muy Bien logrado.