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Categoría: Incestos

Yo y mi mama

Me llamo Chema, y desde muy joven he sido un maniaco de las revistas y libros pornográficos, y un devorador insaciable de videos y películos "X". Mi mujer ideal, la protagonista de mis fantasías juveniles fue Lola, mi madre, que era muy hermosa y que a sus treinta y seis años de edad, se había quedado viuda, cuidando de mis hermanas Marta de veinte años, Maribel de dieciocho, siendo yo, que tenía diecinueve años, el único varón de la familia.



Un sábado por la noche en el que ambos nos encontrábamos solos en casa, ya que Marta y Marible habían ido a pasar el fin de semana a la playa en el apartamento de una amiga; mamá me dijo que deseaba hacerme unas preguntas. Yo quería disfrutar de mis vicios solitarios y por dicha razón estuve un poco hosco con mi madre, cuando me rogó que me quedara con ella en el salón, para ver la tele juntos, porque se sentía algo deprimida y temía la soledad.



- He leído, Chema, en una revista que en muchas familias se practica el incesto, especialmente entre madre e hijos. A mí ese tema me desagrada, porque me parece algo sucio, pero ¿Qué opinas tú hijo mío?… ¿Estás a favor, o en contra de las relaciones incestuosas? - me preguntó mamá sin rodeos,.



- Yo quiero confesarte mamá, que estoy a favor del incesto, y es más, me excitó mucho cuando os imagino a Marta, a Maribel o a ti misma desnudas y dispuestas a hacer el amor conmigo.



- ¿Te has vuelto loco, hijo mío? No me explico como un ser normal puede pensar en su madre y en sus hermanas, como vulgares objetos de placer, olvidándose del parentesco filial que les une.



- Te sorprenderías Lola, si supieras la razón que tiene esa revista que mencionas, al hacer tal aseveración; ya que me consta que hay muchísimos hombres y mujeres que amparados en la intimidad de su hogar y consanguinidad disfrutan de todos los placres carnales, prohibidos por las entes retrógradas y por los moralistas de pacotilla.



- Está bien Chema. Yo no quiero discutir contigo sobre lo que está bien o mal en el seno de una familia. Te pregunto… ¿Tú serías capaz de follarme, sabiendo que soy tu madre?



- La verdad es que lo he deseado muchas veces. Eres una mujer libre, joven, pero madura. Tienes un cuerpo escultural, con unas tetas enormes, un culazo respingón y que sabes mover muy provocativa cuando andas. Tus piernas son impresionantes y no digamos nada de tus muluos.



- ¿No te has fijado en que mi rostro es ovalado?… ¿No te gustan mis ojos color miel, o mi melena larga y castaña ¿… ¿Acaso no soy tan bonita como me suelen decir los hombres que me cortejan?



Yo entonces le dije a mi madre, que estaba enamoradísimo de ella; que deseaba ardientemente besar sus labios rojos y carnosos, lamer sus dientes blancos y perfectos como perlas y juntar su lengua con la suya en unos besos de fuego, muy apasionados.



Cuando ella se echó a llorar al ver el peligros cariz que estaba tomando los acontecimientos, la abracé y mi esternón se juntó con sus enormes pechos, aplastándoselos, mientras que rodeé su cintura y le oprimí las nalgas carnosas y excitantes. Ella quiso protestar por mi atrevimiento, pero se limitó a abrir la boca y a juntar sus labios a los míos, cuando la besé como un enamorado apasionado.



Lola sorbió mi aliento y permitió que mi lengua jueguetona entrara en su boca, uniéndose a la suya en una excitante caricia prohibida. Sólamente entonces comprendió, lo que una mujer ardiente podía sentir en sus pezones y en su vagina, cuando esa corriente de placer indescriptible recorría los cuatro puntos cardinales de su anatomía femenina.



- quiero Chema - me dijo mamá- que me ayudes a conocer, ya que eres tan liberal, lo que siente unamujer cuando lo hace con su propio hijo, dejándose llevar por sus instintos y no por la maldita moral que nos convierte en unas hambrientas de polla perpetuas, envejeciéndonos prematuramente ante la falta de estímulos sexuales que padecemos.



- La primera lección es olvidarse de los prejuicios y practicar en tu casa, al abrigo de miradas extrañas el placer del top-less.



- ¿Quieres decir que debo de ir delante de ti, con los senos al aire, como si fuera una camarea de un bar de alterne?



- Exageras mucho, mama ¿No has visto cuantas mujeres decentes se quitan la parte superior de su bikini, cuando están en la playa?



- Yo no podría hacerlo aunque quisiera, porque tengo mucho busto y parezco una vacha lechera; por lo que estoy segura de que mis pechos más que gusto te drían asco, si los vieras, hijo mío.



- ¿Por qué no me dejas que sea yo el que juzgue al verlos, lo que me parecen?



Lola venciendo sus prejuicios, decidió quitarse la blusa y luego el enorme sujetadoor, diseñado para reducirle un par de tallas.



Cuando los senos enormes de mi madre, que eran como una especie de voluminosas sandías muy redondas, con areolas oscuras y granuladas y apetitosos pezones rosados, estuvieron al alcance de mi boca, yo como un bebé hambriento me incliné sobre uno de los botones erectos del place ry lo chupé con deleite, obsequiando a mi madre, con una espectacular mamada, como si quisiera extraer de esas deliciosas esferas femeninas, el néctar lácteo que muchos años atrás fue mi alimento primordial.



Lola me quiso apartar de sus senos ya que comprendió que no era lógico que se los estuviera mordisqueando, lamiendo sus pezones, areolas, y es que al parecer -como me explicó avergonzada- al acariciarle los globos maternos con tanta habilidad, ella sin poder evitarlo, comenzó a sentir unas humedades desconocidas en su bajo vientre, en la abertura de su feminidad. Cuando continué haciéndole un sinfín de caricias prohibidas, mamá notó una cascada de flujo que brotaba de su interior y que mojaba sus bragas.



¡Había sentido un orgasmo!… ¡Y otro!… Sin poder evitarlo gimió y esa exteriorización de sus sensaciones me animó a seguir con mis incursiones a la intimidad de mi madre, levantándole la falda hasta la cintura y cogiéndole la braguita por el elástico, poco después la liberé de dicha prenda.



La mujer se quedó petrificada, incapaz de reaccionar cuando su vagina, la grieta de su placer estuvo expuesta al aire, sin disimulos y yo posé mis manos con dedos temblorosos, en el bosque de sus pelos púbicos, en sortijados y de color castaño. Luego al encontrar la raja, hundí entre los labios mayores las yemas, tocando con mimo en su parte superior ese botoncito del clítoris, suave y excitado, que logré hacer crecer con mis caricias hasta convertirlo en un pequeño pene infantil, transportanto a mi madre al paraíso del placer supremo.



Ella me pedía que no siguiera recorriend su cado sexual, pero él al encontrar la entrada de la vagina cálida y húmeda, hundí dos, tres dedos en la misma y Lola gritó mi nombre, atenazando con sus músculos íntimos esos intrusos que la hacían temblar de gusto, aumentando hasta límites insoportables los caldos que brotaban desde el interior de su conejito.



Cogí enloquecido a mi madre de la mano y la conduje hasta su dormitorio conyugal. Quité el edredón y abriendo el embozo ordené a Lola que se acostase boca arriba y abierta de piernas, mostrándome su flor sexual húmeda y apetitosa.



Su coño parecía una boca abierta y mojada. Con mi lengua lamí toda la muesca sexual, los rodetes de carne, la cresta de su sexo y el botón erecto de su clítoris, que ensalivé haciéndole vibrar también con la penetración de mi lengua en el interior rosado de su vagina.



Luego me atreví a seguir lamiendo a mi madre hasta alcanzar la fruncida rosa de su ano, barrenándolo con mi lengua convertida en un cepillo; tratando de penetrar con ese apédice en la carne blanda de su ranura posterior.



del ano volvió a la vagina y tras hincarle de nuevo la lengua en el conejito hambriento, insistió en barrer su botoncito excitado de arriba abajo, rodeándolo con atrevidas caricias linguales, sorbiéndolo sin descanso, para que poco después mi rostros rozase la raja de su culo.



cuando Lola había disfrutado de varios orgasmos y yo estaba cansado de beber la melaza de su vulva, me tomé un respiro y disfruté peinando el matorral de su vello púbico, y acariciando los labios mayores rosáceos y entreabiertos que al parecer esperaban la introducción de mi miembro viril erecto en el pasadizo de su chocho.



Fuera de mí interrumpí de repente la exploración y lamidas a los bajos de mi madre, para quitarme el slip, sacando al exterior mi enorme miembro viril erecto, que Lola asombrada cogió entre sus manos aprisionándolo con gusto, al tiempo que se relamí con picardía esos labios carnosos, rojos y sensuales, que volví de nuevo a besar y a morder, mientras ella me masturbaba rítmicamente.



Sentí el deseo de ofrecerle a mi madre, ese enorme cilindro de carne, esa verga salvaje y erecta, que ella aceptó, acostándose sumisa sobre mi falo desafiante. No sabía como debía de lamer ese monumento a la virilidad filial, pero aconsejada por mi, lamió la punta del glande morado por la lujuria, humedeciéndomelo con su saliva.



Acto seguido Lola obedeciéndome, puso los labios en forma circular, para permitir que a través de ese anillo de carne suave entrase el miembro viril a su boca. Fue una penetración grata y pronto el intruso estuvo apoyado en el blando y húmedo lecho de su lengua. Rozando su paladar se pegó a su campanilla, sin importarle a la dama, dada su excitación y goce, el riesgo que corría de atragantarse con la mamada.



Su lengua traviesa jugueteaba circunvalando mi glande hinchado, mientras que de vez en cuando sus lenguetazos a mi frenillo, me sumían en un estado de locura, ya que esa membrana era muy sensible y la mamona aunque inexperta, resultaba ser muy viciosa.



Cuando después de esa felación maravillosa estaba a punto de eyacular en la cálida boca de mi madre, el contenido abundante de mis testículos, ella aceleró sus succiones y cerrando los ojos y acariciando la cabeza de esa maravillosa mujer que se había convertido en una magnífica alumna de mis enseñanzas pornográficas, sentí un gran escalofrío que recorrió mi columna vertebral y poco después arrojé en la boca, garganta, en los labios, cuello y hasta en sus pechos, unos cañonazos de leche que salieron en forma de alud incontenible.



Lola siguió chupándome la verga y gracias a sus cuidados y a mi juventud, ésta pronto creció en el interior de su boca y se convirtió de nuevo en una estaca de carne erecta y desafiante, que yo ansiaba introducir en el chumino materno, logrando ver cumplido, mi viejo sueño de follarla.



Me subí al fin sobre el vientre de Lola, como un jinete fanfarrón trata de cabalgar a mi yegua. Ella abrió los mulos generosa y se dispuso a recibir en su claustro íntimo mi polla supergrande. Tras colocarle mi aparato genital a la entrada de la vagina materna, con un golpe de riñones conseguí penetrarla totalmente hasta que mis testículos, de nuevo llenos de semen, rozaron su esfinter anal.



Mi madre colocó excitadísima los pies en mi cuello y al contraer sus músculos vaginales, éstos formaron como una especie de boca hambrienta, que se cerró en torno a mi picha enorme, mientras unas gotas de flujo que brotaban incensantemente de su sexo, humedecieron nuestros muslos.



Yo la sujetaba por las caderas, y teniéndola empalada, ensartada con mi gran verga, arrecié en mis acometidas follando a esa hembra, que movía su trasero, sus muslos, todo su bajo vientre, como una lavadora en la fase de centrifugado, haciéndome enloquecer de placer.



Noté al fin que mis testículos se tensaban y pensé que en pocos segundos iba a correrme en el coño de mi madre. No quería dejarla preñada y por ello le pregunté a Lola, si debía o no salirme de su vagina. Ella me rogó, me exigió que no lo hiciera, y al correrse satisfecha entre alaridos de placer, no pudo contenerme y le llené su conejito con unas enormes oleadas de semen.



Su vientre femenino se puso tenso cuando las primeras descargas de leche, le entraron como una lluvia de virilidad desbordada. Sin sacar el pene del agujero materno noté que de nuevo sentía deseos de follarla y me entregué al acto sexual con todas mis fuerzas, produciéndose de nuevo una descarga abundante y satisfactoria de lefa en el coño materno. Pese a ello Lola quiso seguir jodiendo y acepté encantado el reto. Al concluir el cuarto polvo, exhausto le pedí una tregua a mi paternaire, tratando de recuperar las fuerzas perdidas, en los sucesivos coitos incestuosos.



Mi madre aprovechó la pausa para ir al baño. Poco después regresó con unos preparados vitamínicos y un tentempié que devoré hambriento. Abrazado a mi madre le acaricié de nuevo sus pechos grandes, redondos y gracias a sus cuidados y dedicación, pronto mi verga fláccida recuperó su vigor y de nuevo deseé follarla a esa mujer a la que tanto quería, y que además de ser mi madre, me había hecho conocer el placer del sexo en su máxima dimensión.



Escribame para comentarios, sobre todo si son chicas.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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Comentarios


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6 comentarios. Página 2 de 2
patricia
invitado-patricia 24-11-2015 16:50:31

muy emocinante

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