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Categoría: Zoofilia

Que verguenza

~Digamos que mi nombre es Ana, casada, madre de un chico de tres años, y un buen marido, que son las dos cosas que más me atormenta de todo esto. Sin falsa modestia puedo decir que tengo buen cuerpo.

No era una fanática de esto de la internet, pero desde hace unos meses atrás, de cuando en cuando me daba gran curiosidad, por lo que, como dicen navegando, encontré esta página de relatos eróticos, maldita sea la hora en que lo hice. Lo que desde un principio me llamó la atención fueron los relatos eróticos, en general la mayoría, imagínense a una mujer joven menor de veintiséis años saludable, con un hijo de dos años en esos momentos, que luego de hacer todos los quehaceres del hogar y de atender hasta la saciedad a mi hijo y a mi esposo cuando estaba en casa.

Me encontraba sin nada productivo que hacer ya que mi marido no quiere que trabaje, aparte de que según yo misma veo no hace falta realmente, ya que él es excelente proveedor, como que es casi dueño del banco, donde es gerente. Como ya les dije, hace unos meses atrás debido a que no tenía nada más que hacer, me dedicaba a leer dichos relatos, en ocasiones de manera totalmente incrédula, ya que algunos me daban la impresión de ser sencillamente falsos, pero hay otros que en el fondo entiendo que son reales.

No me había dado cuenta, pero desde que comencé a leer alguno de esos relatos, mi manera de actuar fue cambiando un poco, por ejemplo en casa luego de levantarme, y que la mujer de servicio terminaba con la limpieza, y se marchaba. Yo andaba prácticamente desnuda, por toda la casa. Cuando salía por algún motivo fuera de la casa, ya fuera llevar a mi hijo al pediatra o de compras, comencé andar sin nada de ropa íntima. Para colmo me la pasaba imaginándome, como sería eso de serle infiel a mi marido con cualquier otro hombre o mujer, que de paso es un adicto al trabajo, y había temporadas que poco se fijaba en mí.

Pero al mismo tiempo tenía terror de lo que pudiera suceder, y todo eso lo anotaba en mi diario. Pero volviendo a los relatos, poco a poco me comenzaron a llamar la atención los de zoofilia, como ya les dije, algunos me parecen falsos, pero otros me da la impresión de que son ciertos. Pero la mayoría sino todos tienen algo en común, y es que ni los perros, ni los caballos, ni los chivos, o cualquier otro animal de los que hablan en dichos relatos, hablan. Lo que en parte, pensaba yo, hacía que me inclinase con mayor facilidad, a ese tipo de relación, que a una ya fuera con un hombre o una mujer, por el temor que eventualmente se lo fueran a contar a cualquier persona.

Hace más de un año, antes de ser una lectora de los relatos, un buen día de compras en el Centro Comercial, con mi pequeño hijo, entré a la tienda que vende mascotas, y por un buen rato observé como mi nene respondía a los animales, en ese momento no me pasaba por la mente, nada de lo que ya les dije. Tras consultarlo con mi esposo por teléfono, él en medio de una de sus famosas juntas, me dijo que estaba de acuerdo con que adquiriéramos, un cachorro para nuestro pequeño hijo. Debido a mi falta de experiencia, la misma dependienta me vendió un hermoso Pastor Alemán, al que por su ascendencia alemana le llamamos Káiser. Ya no tan solo llevaba a mi hijo al pediatra, sino que a nuestro perro al veterinario, por lo que en cierta ocasión escuche una conversación mientras esperaba que vacunaran a nuestro perro, casualmente para esa época me habían comenzado a gustar alguno de los relatos de zoofilia, que había leído hacía poco tiempo.

Se trataba de un par de mujeres, de cómo unos cuarenta años más o menos, la que hablaba era extremadamente gorda, y aunque no lo decía claramente, me pareció entender que ella le contaba a la otra, sobre la última travesura de su mascota, de cómo mientras ella se encontraba su habitación, luego de haber terminado de quitarse toda la ropa para irse a bañar, se le cayó al piso un arete, el cual rodó bajo su mesa de noche, por lo que se arrodilló en el piso y se había puesto a buscarlo, cuando primero sintió la fría nariz de su perro, contra su vulva, y casi de inmediato su áspera lengua en el mismo lugar, lo que según alcancé a escuchar, le produjo de inmediato una rara pero agradable sensación, al parecer el can luego había tratado de montarla.

Lo que más me llamó la atención, era la manera en que la gruesa señora lo contaba, parecía que lo había disfrutado infinitamente. En ese momento salió la ayudante del veterinario con el perro de la susodicha señora, se trataba de un pequeño chihuahua, lo que en medio de todo me produjo algo de risa. Esa tarde al regresar a casa, me quedé viendo a Káiser, como jugueteaba y auque era un cachorro de cómo año y medio, por el tamaño de sus patas según me había dicho el veterinario, se veía que sería un animal de gran tamaño y fortaleza, lo que en parte ya lo representaba.


Por unos instantes traté de imaginar como sería eso, pero a los pocos segundos mi hijo me llamó la atención. Por lo que realmente pasó un tiempo, antes de que yo volviera a pensar en eso seriamente, luego de dedicarme a leer los relatos a los que ya hice referencia. Estando sentada frente a la computadora casi a diario, me dedicaba a leer los relatos sobre zoofilia, y de manera casi natural, me llevaba los dedos a mi clítoris, y mientras iba leyendo, suavemente me lo apretaba, al punto que entre la lectura y el imaginarme lo que sucedía, terminaba por alcanzar uno que otro orgasmo distinto a los que en contadas ocasiones alcanzaba con mi marido.


Como ya les he dicho en casa me la paso casi sin nada de ropa puesta, por que me acostumbre andar así cuando estoy sola. Como había decidido a terminar mis estudios, había llevado a mi hijo a un cuido, por lo que ese día particular aunque no tenía clases, me encontraba sola en casa, digo se encontraba Káiser, pero hasta esos momentos no lo tomaba en cuenta para nada. Luego de estar frente a la computadora ese día, y de haberme estado autosatisfaciendo, decidí meterme en la piscina, y como a pedido mío, mi esposo mandó a construir una barda bastante alta, por lo que no me preocupo por ponerme traje de baño, ya que se que los vecinos no me pueden ver.


Justo antes de pensar meterme en la piscina, me senté a tomar un poco de sol, cuando se me acercó nuestro perro, me llamó la atención que de manera casi constante se dedicase a lamerme los dedos de la mano derecha, lo observé algo nervioso, y fue cuando caí en cuenta, de que tras terminar de leer el ultimo relato, no me había lavado las manos, por lo que el olor de mi vulva en mis dedos, era lo que lo tenía a Káiser actuando de manera esa extraña. Rápidamente acudieron a mi memoria la infinidad de relatos sobre relaciones sexuales con perros, y por unos minutos me debatí entre la gran curiosidad de saber que se podía sentir realmente y el temor, a que específicamente no se.

Quizás a ser encontrada, o a que el perro me lastimase, o que me pegase cualquier infección, y hasta me acordé de eso que dicen que se abotonan, o que se quedan pegados por largo rato sino se le agarra debidamente. Pero creo que pudo más mi curiosidad, y el deseo de satisfacerla, que todos los temores juntos que a mi mente acudían. Por lo que algo temerosa me llevé mi mano izquierda a mi vulva me introduje ligeramente los dedos, hasta que sentí mi propia humedad, luego manteniendo mis piernas cerradas, pase mis dedos por frente a la boca de Káiser, y de inmediato paró las orejas, y se ha puesto a lamerlos mientras movía su gran rabo con gran rapidez.


A los pocos segundos retiré mi mano y Káiser se quedó haciendo ese ruido, como cuando lo dejo encerrado en el patio, como si llorase. Luego me vio a mi rostro y dio dos cortos ladridos, como preguntando si no había más. Eso como que colmó la copa de mi curiosidad, y suavemente me volví a introducir los dedos de la mano derecha dentro de mi vulva, él me observaba con gran curiosidad, y seguía sin perder ni un momento de su vista mi mano hasta que nuevamente se la coloqué frente a su boca y su gran lengua húmeda y rugosa comenzó a pasarla sobre mis dedos nuevamente. Ya en ese momento había tomado la decisión y comencé abrir mis piernas lentamente, casi de inmediato Káiser, orientó su nariz hacía mi coño, y a los pocos segundos comencé a sentir su lengua pasando divinamente sobre mi vulva, al principio lo tenía agarrado por el collar, por el temor de que me fuera a lastimar, pero mientras más y más pasaba su gruesa lengua por sobre mi clítoris y mis labios vaginales, yo abría más y más mis piernas.


Era una extraña pero divina sensación, algo así como algo prohibido pero muy sabroso. Alcancé un sabroso orgasmo gracias a la lengua de mi perro, pero a partir de ese momento se puso algo impertinente, quería pasársela con su nariz y lengua dentro de mi coño o de mi culo, si viviera sola eso no me molestaría tanto, pero si mi esposo viera eso que pensaría, hasta llegue a pensar que lo más práctico era deshacerme de Káiser regalándoselo a unos sobrinos de mi esposo, pero luego de meditarlo, llamé a la tienda de mascotas, y les pedí que me dijesen que podía hacer, claro sin decirles que yo había provocado eso, la dependienta sencillamente me recomendó una escuela de entrenamiento y obediencia para perros.


Realmente no se como no se me ocurrió pensar eso a mí, tras tomar el numero de una que la tienda recomendaba, los llamé y llegué al acuerdo de que le dieran clases de obediencia a Káiser. Ya a las tres semanas Káiser respondía perfectamente bien a las órdenes verbales, por lo que lo dejé tomar el curso completo. Mi día normal se dividía en llevar a mi hijo al cuido, asistir a clases, y en las tardes buscar al nene. Ocasionalmente había día en que no tenía clases, pero decidía quedarme a solas con Káiser, durante casi unos cuantas semanas, nada más le permitía el que me lamiera divinamente el coño, tras lo cual me aseaba profusamente para evitar cualquier tipo de infección vaginal.


Como parte de mi rutina también estaba el leer los relatos sobre relaciones sexuales con perros, ya que a pesar de permitirle a Káiser lamerme el coño, no me había atrevido a dejar que me montase, y desde luego que ganas no le faltaban, la cosa es que yo no se lo permitía, por miedo. Cierto día leí un relato, que me dejó bastante caliente, y deseosa de experimentar con mi can, por lo que luego de quedarme sola en casa, como de costumbre me despoje de toda mi ropa, Káiser como que si supiese lo que le esperaba se veía ese día mucho más contento que de costumbre, al punto que le tuve que ordenar que se quedase quieto con bastante carácter, luego me senté en la silla playera donde regularmente lo hacía cuando deseaba que mi perro me lamiera, mi única preocupación en esos momentos era como lo haría, si me ponía en cuatro patas, como dicen o sentada en la silla, por aquello de tener algo de mayor control opté por quedarme sentada en la silla, como de costumbre dejé que Káiser comenzara a lamerme el coño, que ese día en particular lo hizo de manera más intensa, yo ocasionalmente le había manoseado su verga, observaba como sobre salía de su piel, y hasta en ocasiones lo llegué a masturbar, y darme cuenta de cómo antes de venirse, se formaba ese grueso bulto entre mis dedos, como si lo mantenía apretado con la fuerza suficiente terminaba por acabar, de lo contrario veía asombrada, más de una ves como su pene se iba hinchando entre mis dedos hasta alcanzar un tamaño bastante grande o mejor dicho grueso.


Como les dije ya había tomado la decisión de que Káiser me montase, pero casi hasta última hora no sabía como, tras esa buena lamida de mi coño, él creo que de manera instintiva, buscaba penetrarme, lo que hasta ese día no se lo había permitido, cuando sacó su hocico de mi coño, se levantó apoyándose en sus patas traseras, por lo general en esos momentos yo me levantaba y le ordenaba que se quedase quieto, pero ese día no lo hice. Mantuve mis piernas bien abiertas observando como la punta de su verga se acercaba a mi coño, el que desde hacía tiempo ya me depilo con bastante regularidad. Sus pata delanteras casi por decirlo de alguna manera trataron de abrazarme, me coloqué en todo el borde de la silla para facilitarle el contacto con migo. Pude ver como su miembro aunque delgado en apariencia comenzaba a penetrar mí depilada vulva, yo trataba de mantener agarrada la base de su verga por aquello de evitar que su gran bulto me fuera a penetrar, pero apenas comencé a sentir su verga dentro de mi, me olvidé de todo lo que había a mi alrededor.


Káiser comenzaba a introducir y sacar su verga de mi cuerpo de tal forma y manera, que realmente dejé de pensar, y me tiré totalmente sobre la silla, empujando mi coño contra su verga. En cierta manera esperaba que esa bola de carne se comenzara a hinchar divinamente dentro de mí. Así que cuando comencé a sentirlo, fue el mayor placer que creo haber sentido. Lo más raro de todo era que en esos momentos yo le hablaba a Káiser como si fuera una persona, y a mi me parecía que él me entendía del todo, me acuerdo que esa primera vez que me dio por el coño, en medio de la locura que me embargaba, le dije que se lo mamaría y que si hasta quería me dejaba dar por el culo, y como les dije me parece que me entendía a cabalidad, yo me encontraba acostada boca arriba, mientras que él sabrosamente me cogía, podía ver su lengua colgando por un lado de su gran boca gotas de su baba caían sobre mi cuerpo y algunas hasta en mi cara, y al tiempo que disfrutaba de su verga me acordaba de las muy buenas lamidas que ya me había dado en innumerables ocasiones, realmente la posición era algo incomoda, pero aun y así fue una sabrosa primera experiencia.


Desde luego que tuve que esperar un buen rato luego que Káiser llenó de su semen toda mi vulva, cuando finalmente nos separamos, lo vi como se lamía su propia verga, al él terminar, lo llamé a mi lado y como si supiera lo que deseaba de inmediato me dio unas cuantas sabrosas y profundas lengüeteadas, haciendo que disfrutase de otro extraordinario orgasmo, mi vulva se encontraba supersensible el menor roce lo sentía en todo mi ser. Ya desde ese día, creo que me convertí en adicta a la verga de Káiser, en ocasiones dejaba de asistir a mis clases, por el solo placer de sentirlo dentro de mi. Les dije que en cierto momentos le hablaba a mi perro y que me parecía que él entendía plenamente lo que yo le decía, pensarán que es idea mía, o parte de mi locura. Pero un día luego de las consabidas lamidas de coño, en lugar de montarme, se quedó echado en el suelo a mis pies, luego se ha colocado boca arriba y cuando le pasé mi mano por sobre su barriga, hizo ese ruido como de llorar, preocupada me tiré a su lado desnuda como de costumbre, pero al tomar su verga entre mis dedos comenzó a mover la cola con rapidez, al igual que una de sus patas traseras, viéndolo a su cara le pregunté si deseaba que se lo mamase, y me dio la impresión de que un corto ladrido era señal de aceptación, por lo que sin perder más tiempo, acerqué mi boca a su verga, y con la punta de mis labios comencé a tocar la piel hasta que comenzó a salir su rosado miembro, el cual sin perdida alguna de mi parte comencé a chupárselo diligentemente, al tiempo que con mis dedos le acariciaba las bolas. Chupé y chupé hasta que de momento sentí entre mis dedos y parte de mi boca el gran bulto que se formaba en la base de su verga, realmente me dio la impresión de que Káiser lo disfrutaba tanto como yo disfrutaba sus sabrosas lamidas, a los pocos segundos sentí como ese liquido blanquecino y caliente, de sabor ligeramente saladito inundaba mi boca, pero aun y así continué mamándole su verga hasta que entendí que ya era más que suficiente.

 

Creo que parte de su semen me lo he tragado, pero no me causó desagrado alguno, al terminar recostada a su lado mientras él mismo se pasaba la lengua por su miembro, comenté en voz alta. Lo único que me falta es darte el culo. En ese momento Káiser dio un corto ladrido, que yo interpreté como sencillamente, si. En ocasiones copiando alguna de las lecturas, me embadurnaba de miel o de chocolate liquido no tan solo mi vulva sino que el reto de mi cuerpo, y dejaba que Káiser me lamiera toda, quien nos viera llegaría a la conclusión de que yo estaba completamente loca, por mi manera de comportarme cuando estaba a solas con Káiser, ya que completamente desnuda me ponía a jugar con él, dejando que me lamiera a gusto y gana, en uno de esos juegos luego de lamerme yo me encontraba en cuatro patas, y él se me a trepado por de tras, realmente no le fue muy difícil el introducir su verga dentro de mi coño, sus patas me tenían tomada por las costillas, y sentía que su abrazo me sujetaba firmemente contra su peludo cuerpo. A diferencia de cuando lo hacíamos en la silla, el placer que sentí fue algo infinito, creo que hasta ladré de gusto. En esa ocasión Káiser se lució del todo, para los efectos yo era sencillamente su perra, y como tal me desempeñaba al máximo, cuando luego de sentir su chorro de leche invadir mi vagina, y que él se dio la vuelta a la espera de que su miembro recobrase su tamaño habitual, me puse a pensar soñar despierta como sería hacerlo con otro tipo de animales, recobrar su tamaño normal y separarse de mi cuerpo, yo me quedé en la posición en que estaba por un rato, ya que esperaba que me lamiera nuevamente mi coño lo que hizo profusamente, pero también pasó su áspera lengua por entre mis nalgas, ese día me había untado bastante miel, y algo de esa miel debió quedar sobre mi esfínter, por lo que sentí sabrosamente como con su lengua pretendía penetrarme. Yo como ya les dije, en ocasiones le hablaba como si se tratase de una persona o como si él entendiera todo lo que yo le decía, en ese momento le comenté a Káiser, estas tratando de convencerme de que te de el culo verdad, a lo que rápidamente soltó un corto ladrido. Contrario a mi marido, y los novios que tuve estando de soltera, Káiser tiene la virilidad de un toro, no se si me expreso bien al respecto, lo que quiero decir con eso, es que una vez que llegábamos a tener sexo, a diferencia de los que ya nombré, Káiser bastaba que nuevamente le me pusiera en cuatro patas mostrándole mi coño, para que a los pocos momentos se encontrase lamiéndomelo nuevamente, y luego sobre mi.


Lo que en cierta manera me convirtió en una adicta a su verga, se la mamaba, chupaba, besaba y hasta le lamía los testículos, como juego previo a que me penetrase por el coño, pero un día, como dicen tanto va el cántaro a la fuete hasta que se rompe, que no pude aguantar la curiosidad por saber que se podía sentir que mi perro me diera por el culo, que luego de haber estado haciéndolo de manera “normal” es decir yo en cuatro y él encima de mi dándome sabrosamente por mi coño, mientras que Káiser se lamía su verga, yo de ociosa me comencé acariciar mi esfínter, y a los pocos segundos me he levantado del suelo del patio, donde generalmente manteníamos nuestra relación, y salí corriendo para el baño de mi habitación, tomé el tarro de vaselina y me he embadurnado todo el hueco de mi ano, luego me fui a la cocina y tomé un pepino, el cual en el mismo piso de la cocina me lo comencé a introducir por mi ano, aunque bastante frió gracias a la vaselina, me lo pude introducir lo suficiente como para que me fuera dilatando los músculos de mi esfínter “eso también lo leí, en otro de los relatos de Marquese”. Cuando entendí que ya luego de un buen rato de estar tirada en el piso de la cocina, metiendo y sacando el pepino de mi culo, me marché nuevamente al patio, sujetándolo con una mano. Al llegar a la puerta del patio, escuche a Káiser llorando, ya que no tengo la costumbre de que entre en casa. Cuando me puse en cuatro patas nuevamente, me saqué el pepino, y mi perro ya estaba listo para montarme nuevamente, lo que hizo de inmediato, pero a diferencia de las veces anteriores me las arregle para dirigir su puntiaguda verga directo a mi ano. En cosa de pocos segundos ya me había penetrado, por mi casi virginal culo, ya que ni mi a mi marido mi a mis novios, nunca se los he llegado ha aflojar, realmente por miedo al dolor. Pero en esos momentos como que me encontraba loca por sentir la verga de Káiser dentro de mi culo, realmente la primera penetración no me dolió tanto, quizás por el estado en que me encontraba, no me importaba si se caían todas las paredes del patio y la gente de la calle me viera siendo cogida como una perra por mi perro.


Sentir su peluda piel sobre mi cuerpo desnudo, era parte de esa locura, o dicción que tenía por la verga de Káiser. En ocasiones Káiser, me rasguñaba con sus patas delanteras y las traseras mi espalda o mis muslos, y yo le decía a mi marido que había sido con las matas de rosas, o con el limonero que teníamos en el patio, y a él eso como que le bastaba. Pero regresando al primer día que Káiser me dio por el culo, fue algo que no se como describir, ya acostumbrada a su pelota, no me preocupe mucho por ella, pero cuando comenzó a hincharse su verga sentí que mi culo iba a estallar, me dolió bastante, pero al mismo tiempo lo disfruté más todavía, y creo que él también lo hizo. A diferencia de cuando me daba por el coño, cuando terminó de darme por el culo, aparte del dolor tuve que esperar mucho más tiempo a que su verga recobrase su tamaño original, pero mientras tanto yo permanecí parada en cuatro patas al igual que él. Cuando finalmente su verga abandonó mi hueco sentí una gran satisfacción, prometiéndome a mi misma que nunca más volvería hacerlo, pero como ya se habrán dado cuenta, esa fue la primera pero no la única vez que le di el culo a Káiser. Durante unos cuantos meses, hasta casi pierdo el semestre de la universidad, por estar acostada con mi perro, es que eso para mi era único, los dos jugábamos en el patio, yo sin nada de ropas y él metiendo su hocico y lengua entre mis nalgas y coño, cuando me tiraba a la piscina él se lanzaba tras de mi, y en más de una ocasión lo llegamos hacer en la parte baja de la alberca, en ocasiones me imaginaba como sería el hacerlo con otro perro, o cualquier otro animal, pero ya mucho hacía haciéndolo con mi perro. Pero como todo lo bueno se acaba, mi relación con Káiser terminó, y no fue por decisión mía o de él, sino por decisión de mi marido.


Como les dije, yo me había vuelto una adicta a la verga de Káiser, y llegó el punto en que al principio de manera aislada me encantaba hacerlo en las noches sin luna, ya que mi marido tenía el sueño pesado, yo me levantaba con la excusa de ver a mi pequeño hijo si mi esposo se despertaba, lo que en parte era cierto. Pero al salir de la habitación de mi nene, me iba corriendo al patio, y mantenía una corta pero ardiente sesión con Káiser, una noche al regresar a la cama mi esposo se despertó, y para sorpresa mía quiso hacer el amor conmigo, yo me encontraba sudada, y toda pegostosa dentro de mi vulva ya que no había tenido tiempo de lavarme, pero él estaba tan excitado que accedí a su reclamo, que de paso fue de lo más divino, en tono de broma mientras me lo metía y sacaba me dijo que olía a perro, y que si le dejaba que me lamiera el coño, su intención era realmente que yo se lo mamase a él, pero por experiencias previas él sabía que para que hiciera eso él debía mamarme el coño a mi. Cuando luego de un sabroso orgasmo, producido por la boca de mi marido mientras me chupaba mi clítoris de manera desesperada, me insinuó que si me dejaba que él mediera por el culo, y francamente no tuve el valor de negarme. Por lo que luego de ponerme algo de vaselina, mi marido me penetró sabrosamente, la diferencia con Káiser es que el de mi marido es mucho más grande, y que él me hundió sus dedos dentro de mi coño cosa que Káiser desde luego no puede hacer.


Al terminar, me di una buena ducha, me aseé debidamente, y dormí como una reina. Esa noche no se dio cuenta de lo ocurrido, pero poco a poco ya yo no tenía control sobre mi necesidad de tener sexo con mi can, por lo que mis visitas nocturnas se fueron acortando, es decir ya no me satisfacía hacerlo una vez al mes de noche, sino que comencé hacerlo una vez por semana, y luego casi a diario. Por otra parte, la duración durante el acto yo procuraba irlas alargando, ya no me conformaba con una corta y ardiente sesión, sino que por lo contrario procuraba alargarla al máximo. Hasta que como era de esperar mi marido se dio cuenta de mi problema, sencillamente me agarró con las manos en la masa, para serles más descriptiva, me agarró completamente desnuda en medio del patio y con Káiser terminando de follarme sabrosamente. Al verlo me sentí morir de vergüenza, su rostro reflejaba incredulidad de lo que sus ojos veían, cuando se retiró del patio, temí que fuera por su arma y matase a Káiser, el pobre sencillamente no tenía la culpa de lo que pasaba. Apenas me pude zafar de la verga de Káiser, entré a la casa, donde mi esposo me espera sentado, su arma la tenía sobre la mesa, pero luego que entré me dijo, no vamos a discutir el perro se va, y tu ingresas a un Centro de Salud Mental, hasta que recuperes la cordura, debido a como me encontraba completamente desnuda, sudada, hedionda a perro y chorreando el semen de Káiser entre mis piernas, no me atreví a decir ni una sola palabra.


Por lo menos me permitió que al día siguiente llamase al veterinario, y le pidiera que le buscase de manera urgente un nuevo hogar a Káiser. Por cosas de la vida, se acuerdan de la señora gorda del chihuahua, según me comentó la ayudante del Doctor, al parecer la señora dormía con el pobre perrito pero una noche lo aplastó, y no se dio cuenta hasta que lo encontró muerto bajo de ella, ese mismo día le entregué a Káiser con todo el dolor de mi alma, lo único que le dije que era demasiado cariñoso, y confianzudo. Ese mismo día, pero ya en la tarde me interné, por unas cuantas semanas en el Centro de Salud Mental al que mi esposo me llevó, ahí estuve hasta que mi ansiedad desapareció, claro que tuve que tomar mucha medicación, participar de terapias de grupo, como individuales. Lo que en principio me costó demasiado, ya que la vergüenza de que se enterasen de que me acostaba con mi perro no me dejaba hablar, y por lo visto tampoco escuchar, ya que luego de varias sesiones me di cuenta que no era la única persona con lo que denominan aberraciones sexuales, solo que estaba encerrada en mi mundo y no los escuchaba, hasta que un día una linda jovencita, de cómo unos diecisiete o dieciocho años, le narró al grupo que se encontraba ingresada, por que le gustaba que su perro le lamiera el coño, cuando la escuché me di cuenta que no era la única, luego un hombre habló de sus relaciones con una burra, y otro con las cabras, y otra mujer de cómo treinta años describió claramente la relación que mantenía con su perro, hasta que a este lo atropelló un auto.

 

Hoy en día ocasionalmente, me comunicó con la señora gorda, por aquello de saber como se encuentra Káiser, y por lo alegre de su manera de hablar entiendo que lo quiere mucho, él sabe como ganarse el corazón de cualquier persona. Mientras que yo aprendí con mis compañeros de terapia, que hay otras formas, menos aberrantes, de pasar un buen rato.

Datos del Relato
  • Categoría: Zoofilia
  • Media: 8.94
  • Votos: 17
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6 comentarios. Página 2 de 2
juan carlos
invitado-juan carlos 17-09-2015 04:20:55

muy lindo relato lo practicamos con mi mujer muy seguido y somos muy felices los tres

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