Hola a todos, mi nombre es Leónidas (Leo) y quiero compartir en esta página un relato sobre lo que me ocurrió el pasado fin de semana en la casa de uno de mis mejores amigos.
Mi amigo y yo solemos reunirnos en su casa para jugar dominó, somos amigos desde antes de ingresar a la universidad, compartimos desde entonces nuestras aventuras juveniles, nuestras primeras conquistas, las parrandas y en general todo tipo de hazañas juveniles de la misma manera que le ocurre a muchas personas y cuyas anécdotas al paso del tiempo se vuelven motivo de charla para recordar “los buenos tiempos”. Mi amigo (que omitiré su nombre), siempre fue pésimo acompañante para las fiestas y las parrandas, ya que a eso de las 10 de la noche se empezaba a quedar dormido, ya sea en el billar, en la mesa del bar, en el carro, en un sillón, ¡vaya!, hasta en las sillas plegables era capaz de acomodarse a dormir, a pesar de que la fiesta estaba empezando o ya estaba en su mejor momento. Sin embargo siempre fue un buen amigo y lo llevábamos a todos lados con nuestro grupito.
Al paso del tiempo hicimos nuestras familias, yo tuve dos hijos y él una hija, nuestras familias se conocen desde siempre, ya nos hicimos compadres, nuestros hijos e hijas nos dicen “tíos” y nos quieren como si lo fuéramos, ellos se ven como primos porque crecieron juntos. De manera que mi amigo me llama con alguna regularidad para que vaya a jugar dominó a su casa, generalmente lo viernes. Me reúno con él en su casa porque al paso del tiempo no ha logrado superar su necesidad de sueño temprano y no le vemos ningún caso ir a una cantina o un bar a tomar unos tragos para que al breve rato se quede dormido en la mesa.
Pues bien, el viernes pasado llegué a eso de las ocho de la noche y ya me esperaba. Nos saludamos con la cordialidad de siempre. Estaba muy contento y quería celebrar porque a su hija le había llegado el aviso de que era aceptada en la facultad de economía de la universidad y esa tarde tenía la cita para hacer los trámites de su inscripción. Me dio mucho y lo felicité ampliamente por eso logro. Le pregunté:
- ¿Por qué no la acompañaste?
- Tú sabes que ella siempre ha sido muy independiente y muy segura de sí misma, -contestó- me pidió que no la acompañara que ella sabría resolver cualquier situación que se presentara.
En efecto, mi sobrina es una chica muy capaz, con mucha autonomía y no dudé que ella sabría enfrentar con éxito cualquier problema. Así que inmediatamente sacó la caja con la fichas de dominó, dispuso una mesa apropiada para jugar cerca de su amplia sala y yo fui a su cantina por una botella de whisky y otra de ron para mí. Trajimos juntos de la cocina el hielo, unas sodas para combinar las bebidas y unas botanas para acompañar nuestros tragos y comenzamos a jugar. En realidad el juego de dominó es un pretexto para vernos porque ni apostamos, ni ponemos mucha atención en los puntos que ganamos o perdemos, la charla generalmente va hacia nuestras vidas juveniles y a fanfarronear de nuestras conquistas. Con diálogos como el siguiente.
- Recién me encontré a “Lupita”, aquella rubia de la escuela preuniversitaria que me tiré en segundo año. Está con unos Kilitos de más, pero sigue siendo muy guapa.
- No presumas, yo fui quien logró seducirla en una fiesta y en menos de dos horas ya estábamos en la cama.
- Pero ella siempre me buscó, ella es la que me traía ganas y yo me dejé querer, ja ja –soltó la carcajada-.
- Te buscó –repliqué- porque sólo tú le faltabas en su lista y como eras muy tonto para acercarte a las mujeres, te facilitó las cosas, ja ja –ahora reía yo-. Yo creo que lo hizo por caridad, ja ja.
En fin, diálogos de hombres, de fanfarrones. Que si bien habíamos tenido nuestras aventurillas juveniles, también era cierto que aún ya casados seguíamos manteniendo eso gusto por las mujeres y por hacer uso de nuestras mejores estrategias para llevarlas a la cama. Al fin y al cabo todo mundo lo hace –pretextamos-.
En esas charlas banales estábamos cuando llegó mi sobrina, muy contenta porque ya estaba inscrita como estudiante universitaria. Nos saludamos con mucho cariño y la felicité por uno más de sus logros personales. Le pedí que no olvidara invitarme a su graduación.
-Oye tío, -me contestó- todavía no tomo mi primera clase y ¡ya estás planeando una graduación!
Reímos juntos por la ocurrencia, nos volvimos a nuestra partida de dominó y ella subió a su recámara. A los pocos minutos bajó en pijama muy ligera (una playerita de tirantes y un pantalón corto de algodón) trayendo consigo una frazada y se dirigió a la sala para prender la televisión.
- ¿Puedo ver una “pelí”, papi?
-Claro, pero no le pongas mucho volumen –asintió mi amigo-.
Más tarde tuve que levantarme a la cocina para traer más hielos y una botella de agua mineral, esto me ocupó menos de cinco minutos, pero al volver a la mesa de juego. ¡Oh!, mi amigo yacía dormido encima de la fichas de dominó en su clásica posición: sus brazos semicruzados sobre la mesa y su cara apoyada en ellos como si fuera su almohada. Así que la partida quedó interrumpida y pensé en retirarme a descansar. Pero mi sobrina me pidió que la acompañara un momento a ver la película, porque “era de miedo”. Así que me senté en el mismo sillón, frente al aparato televisor dispuesto a ver algunas escenas de su película. Ella (que estaba envuelta en su frazada), me dijo “abrázame como cuando era chiquita” y se sentó en mis piernas, bueno, para ser más exacto colocó su pequeño trasero sobre mi región genital, me dio la impresión que busco que coincidiera su rajita con mi bulto, y se cubrió ahora por adelante con su frazada, quedando yo debajo de ella. Al contacto con su pequeño trasero, yo sentí una enorme descarga eléctrica que se dirigió a mi pene, pero traté de mantener la calma y concentrarme en la TV para evitar una erección que ella notara, aunque mis latidos acelerados también podían delatarme.
Sin embargo comenzó a hacer unos leves movimientos con su colita sobre mi verga y no pude evitar que comenzara a ponerse rígida, a los pocos minutos ya se podía sentir debajo del pantalón un tronco aprisionado sobre la jóvenes nalguitas de mi sobrina y mi pierna izquierda.
-Oye tío que rápido eres –volteó y me dijo con malicia-.
No supe que contestar y sólo le ofrecí una sonrisa nerviosa. Ella siguió moviéndose ahora con más vigor y sin ningún recato. Cuando creyó oportuno se bajó de mis piernas y se dirigió a desabrochar el cinturón de mi pantalón y con cierto nerviosismo en sus manos pero no por ello menos veloces bajó el cierre e intentó bajarme los pantalones jalando por ambos lados, como yo seguía sentado era imposible bajarlos, así que levanté mi cintura haciendo un arco con mi cuerpo y de un solo movimiento bajó mis pantalones con todo y mi calzón, dejando a la vista un enorme tronco bien tieso. Hasta ese momento reaccioné, (¡cuando ya una casi adolescente me había dejado sin calzones!) y me acordé de mi compadre y amigo, que estaba a unos cuantos metros de nosotros, medio dormido. Solo se me ocurrió decirle:
-Tu papá nos va a ver.
-No te preocupes, ya sabes que cuando se duerme parece que se desconecta la pila.
Era increíble que ella tuviera más serenidad que yo, ya que era capaz de hacer una metáfora de su padre mientras era capaz de levantarme la verga a todo lo que daba y bajarme los pantalones.
Así que sin más, se dio media vuelta, se sacó su pantaloncito de algodón y volvió a sentarse sobre mí, pero ahora, ya se imaginarán los lectores, subió ambos pies al sillón y se fue sentando lentamente para que mi viril instrumento penetrara en su delicada vagina. Muchas cosas venían a mi mente de forma atropellada (pero no crean que eran ideas sensatas), que era su primera vez, que la podía embarazar, que si debía ayudarle, etc. Puras estupideces. La penetración fue increíble, mi sobrina es una chiquilla de vagina estrecha así que el ingreso fue más despacio que en otros casos. Utilizó su mano derecha para tomar mi pito y colocarlo en posición vertical y apuntarlo en la dirección correcta. Una vez que colocó el glande entre sus labios húmedos, casi chorreantes. Empezó a descender un poco y luego hizo una pausa. Como me daba la espalda no pude ver su cara, no sé si estaba haciendo expresiones de dolor o de placer (o ambas, si es que esto es posible).
Después de un breve momento y varios descensos de pocos centímetros a la vez, por fin logró tragarse toda mi verga y logró apoyar sus pequeñas pero bien redondeadas nalgas sobre mi región púbica, descansó un momento y empezó un ligero pero rítmico movimiento de meter y sacar. La sensación es indescriptible, la estrechez de su vagina puedo describirla como si al momento de colocarte un condón lo dejas a la mitad del camino, no terminas de desenrollarlo y parece que te dejas una liga que te ahorca el pene. Así sentía yo sus labios vaginales como ligas que me ahorcaban la verga. Pero la humedad y la tibieza de su cavidad vaginal compensaban ese ahorcamiento tan delicioso.
Yo seguía sin articular una palabra (ni mucho menos una idea), y sin que le preguntara, mi sobrina me dijo: “no te preocupes tío, me pongo una espuma espermaticida”. ¡Cielos! ¡Una casi niña, que hace poco había dejado de ser adolescente me estaba tranquilizando! Yo parecía un estúpido que se dejaba coger por una pequeña y ni siquiera podía responder nada. Hasta ese momento pude recapacitar que no era la primera vez que ella tenía sexo. Primero por la destreza con que manejó mi instrumento: con firmeza y con seguridad pero con la delicadeza que esa parte tan sensible requiere. Las pijas no le eran algo desconocido. Y en segundo lugar porque cuando bajó de su recámara ya se había colocado la espuma anticonceptiva. De ahí que yo sintiera sus estrechos labios casi chorreantes. ¡Vaya, por fin logré una idea inteligente!
Al poco tiempo suspendió su rítmico movimiento y después de un breve acomodo, comenzó a salirse despacio, despacio como si esto también lo disfrutara. Yo no sabía que es lo que pretendía, así que quedé a la expectativa. Sin bajar del sillón donde estábamos se giró, separó sus piernas delgadas, hermosas, sin bellos y ¡me montó! Quedando ahora de frente conmigo. Nuevamente usó con destreza su mano para dirigir mi verga hacia sus labios vaginales y despacio (pero ahora sin pausas) descendió nuevamente para quedar ensartada hasta el fondo, ahora sentía sus nalgas juveniles sobre mis testículos y un parte sobre mis piernas. Pude sentir su abdomen perfectamente plano sobre de mí. Una sensación que solo sentí de jovencillo, pero que en su momento seguramente no valoré lo suficiente.
Ya ensartada la niña, me abrazó y empezó a besarme en la boca, en toda la cara, en el cuello, debajo de la oreja. ¡Cielos esta chica era una experta! Mientras, yo no sabía a cuál de las sensaciones ponerle más atención: a sus manos en mi nuca, a su boca en mi cara y cuello, a su pequeño pero firme pecho sobre el mío, a su tibia (caliente) y húmeda (chorreante) vagina, a sus nalguitas sobre mis bolas, etc.
Quien lo iba a creer. Que yo, un macho fanfarrón que se jacta de seducir a las mujeres más deseadas en menos de dos horas, estaba a merced de una colegiala, que tenía absoluto control sobre de mi y que tenía el dominio completo de la situación. Al paso de los días he meditado y creo que en muchas ocasiones (tal vez más de las que imaginamos) son las mujeres las que nos escogen como la leona selecciona a su presa y ellas deciden con quien, en qué momento, y en qué forma nos van a tener a sus pies (o en sus nalgas). Y todavía se dan el lujo de hacernos creer que “las seducimos” que fue la calidad de nuestros argumentos y nuestra galanura las que las llevaron a la cama. En este relato doy una muestra clara de lo equivocados que hemos vivido.
Estaba yo hecho un estúpido y mientras ella volvía a su rítmico movimiento arriba-abajo, hasta que me di cuenta que … ¡yo también tenía manos! Todo este tiempo estuve agarrado de los sillones del sofá, mis manos sudorosas y cerradas, apretando la tela de los cojines habían dejado sendas arrugas en ellos. No es posible que teniendo esa princesa sobre de mí, yo me haya quedado apretando con mis manos unos cojines. Nadie puede ser tan bobo como yo –pensé-. Comencé por acariciar su espalda con ambas manos y hacerle cosquillas de arriba abajo en su columna vertebral, la reacción fue inmediata, empezó a contorsionarse de placer y ese movimiento incrementó el mío.
Dirigí mis manos a sus hermosas nalguitas para apretarla contra mí (como si todavía faltara algo para meterle), el vientre plano de una mujer facilita que su monte de Venus toque la región púbica del hombre y esa es una sensación parecida a la gloria. Con mis manos puede confirmar que, en efecto, eran pequeñas (cada mano mía cubría totalmente a cada uno de sus hermosos glúteos). Ella incrementó la velocidad de sus movimientos, pero no hacía ninguna exclamación, ningún jadeo. Pensé: “está por correrse”, así que reduje el apretamiento para que tuviera más libertad de movimiento y dejé una mano sobre su nalguita colocando mi dedo sobre su culito, pero sin penetrarla, y la izquierda la llevé a su costado a la altura de sus ovarios y le hice unas breves caricias casi como cosquillas.
Ahora el movimiento fue frenético, percibí que en algunos instantes me correría, así que también me moví y su cuerpo tan ligero no me lo impedía. Era una cabalgata bien sincronizada. Como seguíamos cubiertos con la frazada la temperatura de nuestros cuerpos estaba ardiendo en lo más alto. Cuando …..
Ambos oímos algunos ruidos (que parecían palabras) de mi compadre que se estaba moviendo sobre la mesa en la que dormía desde hacía un rato. De inmediato, nos quedamos inmóviles (si no hubiera dicho que nuestros cuerpos estaban ardiendo, diría que nos quedamos “helados” al oír esos ruidos), ella volteó lentamente su cara hacía su padre sin dejar de abrazarme, así que yo no podía ver nada, era necesario que se despegara un poco de mi para poder girar mi vista hacia allá. Mi sobrina permaneció sin movimiento alguno, pero tampoco decía nada. El pánico se apoderó de mí, no sabía que pasaba, trataba de empujarla para que me permitiera ver, pero ella seguía engarrotada a mi cuello. Sin decir nada. Otra vez mi mente volvió a bloquearse, traté de pensar en una excusa, una explicación que pareciera sensata y que aceptara mi compadre. Nada inteligente se vino a mi mente. En ese atropello de ideas hasta imaginé decir: “yo no quería compadre, pero ella….” Imaginen mis lectores semejante idiotez.
Ella giró hacia mí y en voz bajita me dijo: “ya se volvió a acomodar, sigue dormido”. Upss… mi corazón volvió a latir. Hasta ese momento me di cuenta que mis latidos se habían detenido (es un decir), durante esos largos segundos que me parecieron eternos. Pero la rigidez de mi verga ni se inmutó, seguía tan dura como si yo tuviera la edad de mi sobrina, así que reiniciamos la tarea que habíamos dejado interrumpida tan abruptamente. A pesar de la humedad que tenían nuestros cuerpos, los labios vaginales de mi hermosa sobrina seguían ahorcando mi tronco a punto de estallar.
A pesar de la “novatez” (por su tierna edad) de mi ahijada y sobrina, y ahora amante, se dio cuenta que me iba a correr y suponiendo que yo iba a emitir toda clase de gemidos, se levantó rápido su playerita y me metió, casi hasta atragantarme, uno de sus pequeños, blancos y duros senos en mi boca, ese rápido movimiento fue suficiente para que ya no me pudiera contener y descargué mi chorro de semen dentro de mi princesa, me apretaba muy fuerte para impedir que de mi boca saliera un grito y ni siquiera un leve gemido se pudo escapar. Nuevamente ella previno y controló la situación y yo… ya ni les digo la clase de tonto en que estaba convertido. Ella, siguió con sus movimientos y sin hacer ningún ruido, (solo sentí que su piel se erizó) se descargó sobre de mi. El orgasmo duró poco más de dos minutos, hasta que fuimos bajando la velocidad de nuestros movimientos. Volteó otra vez a mirar a su padre (mi amigo) y como seguía placenteramente dormido permanecimos unos minutos más sin movernos y descansando nuestra agitación y disfrutando el sudor que nos recorría la piel.
Se desmontó de mí muy despacito, tomo su pantaloncito corto, se lo puso de inmediato y se volvió a envolver en su frazada, no sin antes alcanzarme unos pañuelos desechables con los que limpié de mi pene, y el resto de la región genital, los restos de la batalla que acababa de sostener. De inmediato me subí los pantalones y me vestí correctamente. Los cojines del sillón no tenían más huella de esta hazaña que las arrugas de mis manos.
Desperté a mi amigo para despedirme y junto con mi princesa me acompañó a la puerta, no sin antes llamarle la atención de manera cariñosa:
-Perdóname compadre, ya sabes cómo soy con esto del sueño. Pero tú –dirigiéndose a mi sobrina- debiste atenderlo, ver qué se le ofrecía, invitarle algo a tu tío. Ya eres universitaria y ¿no puedes tener un detalle de educación?, algún gesto de hospitalidad. Nada más porque tu tío Leo te quiere mucho, te aprovechas.
-No te preocupes compadre, me invitó a ver su película de miedo, estuvo muy buena –fue lo único que se me ocurrió responder en su defensa.
Le di un beso en la mejilla a mi sobrina y al despedirme de mi amigo y compadre alcancé a ver por una pequeña rendija de la frazada que a mi sobrina le escurría un hilo de semen a la altura de la rodilla y ella sólo sonreía. Se envolvió por completo con la frazada y evito que se notara el escurrimiento. Nuevamente la situación quedó bajo su control.
El lunes siguiente me llegó un correo electrónico de mi sobrina con el siguiente texto:
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Hi Tío Leo:
Gxss x la nche del viernes
Estuviste genial
Xfa avísame Qndo es la prox jugada de dominó
my dady dice k t debo atnder, ji ji ;-) ;-) ;-)
T xpero.
TKM.
Tu sobrina EVA
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Esta buenisimo el relato de incesto coño tu esposo está zaceado como excitado por el culo de la sobrina postiza y lo hicieron tan bravamente a unos cuántos metros de donde se encontraba profundamente dormido y sin saberlo el compadre y ex compañero de universidad de tu bandido esposo Eva. Pagale con la misma moneda metiendote y teniendo el fulgoroso como divino con tu sobrino de sangre....