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Zeks (02)

En el primer relato conté como Santi, amigo de mi hermano, desató en mi algo que ni yo mismo sabía que existía. Ahora sigo mi relato.



Me quedé dormido en sus brazos. Sin importar qué pasara o quien viniera a casa. Dormí plácidamente hasta que la luz del sol me despertó. Me levanté confuso, desconcertado. Me puse de pié enseguida y pensé en que Dani habría llegado y me encontraría con Santi, pero me di cuenta de que estaba en mi habitación. Al parecer me había llevado en brazos a mi habitación y me había acostado. Sonreí sin poder contenerme. Me vestí y me dirigí a la cocina a comer algo. Ya era la hora de comer, había dormido toda la mañana sin darme cuenta. Preparé una comida rápida para Santi y para mí. Suponía que mi hermano estaría demasiado cansado como para levantarse a comer.



Llamé a Santi bajito, pero nadie me respondió. Extrañado me asomé a la habitación de invitados y encontré que estaba vacía. Solo había una nota que decía que se había ido a la mañana y que no se había despedido por que estabamos dormidos.



 



Lo entendí, pero algo se cayó a pedazos dentro de mí. ¿Qué significaba yo para él? ¿Uno más? Me senté en la cama y suspiré.



Qué estupidez. – Recuerdo que dije.



¿Acaso pensaba que se quedaría a vivir conmigo o que? Igual estaba confundido, como yo. Pero no me lo creí. Él no estaba confuso, Santi era mayor que yo y yo ni siquiera tenía los 18. ¿Porqué tendría que quedarse conmigo?



Me reconcomían las dudas, las preguntas. Estaba indeciso y no sabía a quien acudir. Mis amigos me caían bien, pero entre tu y yo, solo eran amigos para salir de fiesta. No confiaba en ellos como para contarles algo tan intimo. Pensé en pasar de todo y olvidar todo lo ocurrido. Sin embargo ¿Cómo olvidar aquello? El día pasó y yo seguía tan confuso como antes.



¿Y Santi? – Mi hermano apareció detrás de mí con cara dormida y rascándose el pecho.



No está. – Dani me miró divertido – Se ha dio a la mañana, estabamos dormidos.



¿Lo pasaste bien con él? Es muy majo, verdad?



Me atraganté un poco y respondí que era muy majo y que nos entretuvimos mucho. Lo cual era cierto.



El resto del día transcurrió tranquilamente y los días pasaron, el sábado intenté desfasar un poco, pero el pensar en Santi me quitaba el rollo. No me había llamado, ni siquiera me había mandado un mensaje al móvil. Los días pasaron lentamente, las clases comenzaban y yo seguía tanto o más confuso que antes. Lo sabía, sabía que era gay. Sí, bien ¿y ahora qué? ¿Qué haría? No podía contar con nadie. Y eso me hacía sentir solo. Clase nueva, gente nueva y un viejo amigo de mi cuadrilla en mi clase. Por lo menos me entretendría con alguien.



Seguía sin tener noticias de Santi así que decidí dar el primer paso, aunque me moría de vergüenza (Y quien no se sentiría así). Pregunté por el a mi hermano. Pero no saqué nada interesante de él. Seguí insistiendo hasta que harto me dio el numero de su móvil y me mandó a freír espárragos. Aveces la familia tiende a ser muy cariñosa...



Atolondrado me volví a mi habitación con el numero en una mano y el móvil en otra. Me quedé varios minutos en la babia ( estoy seguro de que podría haber pasado un elefante volando y no me abría enterado).



Solo pensaba en el numero de teléfono y en el móvil. Me pregunté si valía la pena llamarle. Y me taché de tonto ante esa pregunta. Claro que valía la pena.



¿Santi? Sí, emm... hola, soy Johnny. Yo... solo quería...



¿Qué quería? A él. ya. Pero eso no era excusa para llamarle, ¿no? Quería escuchar su voz, sentir sus manos, su piel.



Necesito hablar contigo. Necesito hablar de nosotros - ¿¿Había un nosotros??



Sí, bueno... ok. Te paso a buscar ahora.



Nos despedimos y yo me quedé mirando hipnotizado el teléfono. Realmente ahora que lo recuerdo parecía realmente estúpido. Supongo que todo parece así cuando pasa tiempo.



Me arreglé a conciencia. Me duché, me puse colonia (cosa que no utilizo normalmente) y me vestí con mi ropa favorita. Respiré hondo y esperé.



 



Él estaba muy guapo, sonría ampliamente. Nos saludamos y hablamos unos minutos de cosas sin importancia. Hasta que me armé de valor.



El otro día despertaste en mí cosas que nunca sentí. He estado pensando mucho, quizás demasiado. Soy gay. Me gustó lo que pasó aquella noche.



A mí también. Me alegro de que lo tengas tan claro, yo creía que tardarías más en aceptarlo.



Caminando llegamos a una cafetería, entramos y pedimos unos cafés. Hablamos de mí, de él. de mis gustos de los suyos. De lo que pasó.



Sangraste. ¿Te diste cuenta? – Negué con la cabeza – Me gustó ser el primero en tu vida. Mi efebo... – dijo cariñosamente en voz baja.



Mientras su mano se acercó a mi muslo y lo acarició con mimo. Apretándolo ligeramente. Con cada apretón subía la mano un poco más arriba. Yo me dejé hacer, solo miraba sus ojos y me perdía en ellos.



Levantó la mano un poco y la coloco en mi entrepierna, apretó ligeramente. Yo me estremecí. Miraba nervioso alrededor para ver si alguien se daba cuenta de esto. A nadie parecía importarle. Su mano desabrochó mi pantalón y metió su mano dentro. Estaba helada, pero no me importó. Como lo deseaba... Mi verga se despertó como con un resorte y se levantó de inmediato. Santi me sonrió pícaramente.



Su mano entró en mis boxers y liberó de su encierro a mi verga. Esto me asustó. Alguien podía vernos. Pero Santi seguía a lo suyo. Agarró mi miembro y empezó a subir y bajarla. Contuve la respiración un momento para soltar un suspiro luego. Su mirada ladina se juntó con mi mirada que estaba entre desesperadamente asustada y viciosamente lujuriosa. Aumentó la velocidad. Yo hacía verdaderos milagros para que nadie escuchara mis gemidos. La otra mano de Santi desapareció debajo de la mesa con un puñado de servilletas. Se acercó mas a mí. Me hizo bajar la cabeza y apoyarla en la mesa. Yo me mordía los labios desesperadamente. Mi respiración se agitaba, era una locura. Estabamos en una cafetería. Y con ese pensamiento tuve uno de los mejores que recuerdo hasta ahora. Santi utilizo las servilletas para depositar ahí todo mi semen. Yo descansé con la cabeza encima de la mesa.



Querido efebo. ¿Nos vemos otro día? Me gustó hablar contigo.



Claro. – Respondí entrecortado.


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