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"Como gotas que sin hacer ruido van llenando el vaso hasta derramar su contenido; Anabel y yo derramamos nuestro vaso, lo supe en aquel momento, las señales me iban llegando y aún intentando hacerme el ciego no pude más que despertar de mi sueño."
-¿Al final os vais a Madrid?.- Sebastián sostenía su tercer whisky que se le marcaban en sus ojos como la luz roja de un semáforo.
-Lo estamos valorando.- Mi voz sonó hastía, la verdad es que no me apetecía hablar con el del asunto, Juan escritor como yo me había propuesto montar una editorial en Madrid; pero era un paso demasiado grande como para darlo sin meditarlo antes, Anabel tendría que dejar su trabajo cosa que no le importaba pero ese acto era más por mí que por ella, volví a mirarla, era instintivo sin ninguna intención de control, simplemente verla me hacía sentir en paz, era mi lado yen, Anabel permanecía en el corro junto a sus compañeros de trabajo siendo el centro de muchas miradas nunca provocadas, ella no necesitaba provocarlas era simplemente así, transparente y abierta a todo el mundo, su esbelto cuerpo junto a su color mulato heredado de su padre la hacía destacar allí donde se encontrará. Recordaba el día que se conocieron la impresión que me dio al entregarme mi libro para que se lo firmara; "Una España roja", un ensayo sobre la influencia del comunismo en España en el siglo XIX, aquel día prácticamente no levantaba la vista de la mesa, recuerdo ver cómo unas piernas de color se acercaron y sin darme cuenta mi vista ascendió por ellas hasta encontrar sus ojos verdes y una sonrisa perfecta, su rizado pelo estaba recogido en un moño poco trabajado, pero eso lejos de afearla la hacía más atractiva.
-¿Me lo firmas?.- Dejo el libro sobre la mesa mirándome fijamente.- Aunque creo que estás un poco equivocado.- Dijo sin ningún pudor.- La URRS no tuvo tanta influencia en la derrota de los republicanos.- A cualquier escritor aquello lo hubiera enfurecido, no es normal que te critiquen tu libro a la vez que te piden tu firma, pero supongo que yo era diferente o simplemente sus ojos me cautivaron dejando que sus palabras no me hicieran efecto.
-Es tu opinión, te la respeto, ¿A qué nombre?.
-Anabel.
No pude resistirme a poner mi teléfono en la firma, creí que no serviría de nada pero me arriesgue.
Para Anabel, quizás la luz entre las sombras.
Alonso
-Aquí tienes, cuando quieras podemos....intercambiar ideas.- Dije sosteniendo el libro, una sonrisa volvió a aparecer en su cara.
-No lo dudes.
Me quedé mirando como se perdía entre la gente, con paso seguro abrió el libro por la primera hoja leyendo la dedicatoria, un hombre depósito su libro sobre la mesa esperando mi firma pero no pude dejar de mirarla, y al final sucedió, se giró y vi el brillo o si no lo vi lo imagine; al día siguiente estábamos comiendo en la Barceloneta delante del mar.
-Cuando quieras nos vamos Alonso.- Anabel me había pillado perdido entre los cubitos del vacío vaso de whisky, su mano acarició mi cuello recordándome la calidez de su cuerpo.
-Tranquila, estoy bien.- Aunque mi cuerpo me pedía tumbarme en mi cama intenté disimularlo forzando una sonrisa, no quería fallarle también en eso.
-Mira media hora y nos vamos, yo ya estoy un poco cansada.- Sus manos apretaron mis mofletes y junto sus labios con los míos.- Y no bebas más, que luego te cuesta dormir.
-Mejor, así podremos discutir algunos temas.- Abrace a mi mujer atrapándola para besarla con fuerza, no se me pasó por alto la mirada de su compañero Alberto, en sus ojos vi la envidia que sentía, de sobras sabía que estaba emperrado por Anabel.-Alberto no te quita los ojos de encima.- Dije riendo.
-No seas tonto, además...peor para el.- Nuevamente nuestros labios se volvieron a juntar; a tu salud Alberto, pensé.
Anabel volvió al grupo y antes de integrarse se giró guiñándome un ojo, Alberto la recibió pasando un brazo por sus hombros cosa que educadamente Anabel rechazó; por suerte Sebastián encontró otra víctima a la que darle la charla, levanté mi mano solicitando al camarero que volviera a llenar mi vaso desoyendo el consejo de Anabel.
No podría decir en qué momento comencé a sentir que Anabel se escapaba de mis manos como el agua entre los dedos, quizás alguien lo llame la crisis de los cincuenta, otros depresión pero para mí era quitarme la venda de los ojos, los diez años de diferencia cayeron sobre mí como una losa, sentía que íbamos a dos velocidades diferentes aunque ella jamás me lo dijera, al verla sentía una mezcla de sentimientos, la amaba con tal locura que me hacía daño privarle de su vitalidad, ella no lo demostraba pero quince años de compartir una vida hace que te des cuenta de detalles, esos detalles que solo los conoce la pareja, mi aguante no era el mismo, estábamos en dos planos diferentes, me daba la sensación de no llegar a su nivel y una estaca se clavaba en mi interior pensar que ella siempre detenía su ritmo para esperarme, ella era fuego vivo mientras en mi solo existían las ascuas.
Anabel seguía bailando, serpenteaba su cuerpo bajo el fino vestido, no podía de pensar en ese cuerpo bajo las sábanas, era toda una diosa Venus, las miradas perdidas de los hombres se clavaban en ella que no perdía la sonrisa; me quedé mirando a Alberto, podría tener cualquier mujer, cuerpo seguramente musculoso en el cual su americana colgaba sin dejar ningún efecto que la afeara; cuerpo de percha, decía Anabel, un hombre metódico en su vida, llevábamos tres horas en el antro y todavía no lo había visto beber una gota de alcohol, según Anabel se había sacado la carrera de derecho en la mitad del tiempo que sus compañeros.- Todo un partido para cualquier mujer y si además le sumabas sus treinta y ocho años ya era el sumo, seguía viendo sus gestos hacia Anabel típicos y tan antiguos como la vida, gestos de cortejo, sus miradas, acercamientos, y su omnipresencia en todas y cada una de las conversaciones en las cuales participaba Anabel, decidí hundirme en mi whisky; Si por lo menos me fuera infiel, sería todo más fácil, quizás el sentimiento de culpa no sería tan fuerte.
-¡¿Otro?!, venga nos vamos.- Anabel me había sorprendido dando un trago, era mi pecado.- Me despido y nos vamos.-Anabel parecía molesta, veía el sudor de su cara resbalar por sus mejillas.- Ya veras esta noche y no te digo mañana.- Tengo la mala costumbre de tener siempre una resaca que me provoca estar de mal genio.
Los efectos del alcohol se materializaron al ponerme de pie, un ligero balanceo provocó que Anabel tuviera que sujetarme y sus ojos me indicaron frustración.
-Espérame en la salida¿crees que podrás llegar solo?.-La pregunta estaba cargada de ironía, la conocía bien y sabía que estaba molesta.- Me despido de Ana y voy.- Despídete también de Alberto pensé.
Por supuesto que la que manejó el coche fue ella mientras yo veía pasar la ciudad medió borrosa apoyado en la ventanilla, me sentía mal y no por culpa del alcohol.
-La culpa es mía.- Anabel hablaba sin dejar de mirar al frente dando la sensación que hablaba más para ella que para mí.- No debimos venir.
-No digas tonterías.- Mi boca estaba seca como el corcho motivando a que mis palabras salieran arrastradas.- No tienes la culpa de que yo me haya pasado con la bebida.
-En eso tienes la razón, pero no sé qué pintábamos nosotros allí.- "Nosotros", tenía la verdad a medias, mejor hubiera tenido que decir" que pintabas tú allí" eso hubiera sido lo correcto, Alonso escritor de cincuenta años asistiendo a una fiesta con gente que podrían haber sido alumnos suyos, Alonso el que con tres tragos no puede mantenerse en pie, Alonso el que seguramente se duerma antes que una belleza de la naturaleza termine de sacarse la ropa....no ese Alonso no tendría que estar esa noche allí.
Como de costumbre a las ocho me levanté sintiendo las agujas clavadas en la sien, Anabel estaba acurrucada, su pecho semi descubierto marcaba el ritmo de su respiración, su pelo encrespado tapaba su rostro como ocultándolo de mi vista, era todo tan fácil cuando dormía.
Dos cafes junto a un par de aspirinas fueron el desayuno, intenté centrarme en mi libro, ya llevaba un mes de retraso y Juan me apremiaba cada día, pero me era imposible concentrarme, era como si las ideas se hubieran esfumado, me sentía vacío sin ideas, solo me venía a la mente Anabel, ¿cuánto tiempo resistiría?¿en qué momento se cansaría de mi?.
La pantalla del ordenador permanecía en blanco esperando las primeras palabras; maldije el momento en que acepté hacer aquella novela; "Tu puedes Alonso"fueron las palabras de Juan, además necesitamos vender y la gente está cansada de política, necesita soñar para poder vivir; para el era fácil, aquella sería mi primera novela, mi carrera de escritor se había basado en ensayos políticos, desde el pensamiento de izquierda de Castro hasta la ultraderecha de Pinochet,¿qué cojones hacía escribiendo una novela basada en un hombre enamorado de una mujer emigrante?
-¿Cómo lo llevas?.-Anabel me abrazo por la espalda, sus duros pechos se clavaron en mi nuca a la vez que sus manos se colaban por debajo de mi camiseta, recorrían mi pecho como si fuera la primera vez, el olor a menta de la pasta de dientes inundó mis fosas nasales.- ¿Quizás te pueda ayudar?.- Su mano descendió por mi pecho hasta encontrar la costura de mis pantalones, yo simplemente me dejaba llevar como barco llevado por la corriente, sus dedos jugaron con la costura como el gato con el ratón haciendo que durará más tiempo la agonía.- Quizás necesites otro punto de vista.- Dijo separando la silla del escritorio, su mano por fin habían atrapado su presa transmitiendo su calor, sin soltarla dio la vuelta con su sonrisa de niña mala, sus ojos cargados de lujuria y su mano que comenzaba a mojarse de mi líquido preseminal.
-Tal vez tengas razón.- Respondí cogiéndola de la cintura, mis manos se colaron como vulgares ladrones en la oscuridad, su cuerpo ardía mientras que su braga descendía ayudada por mis dedos, despacio sin prisa como queriendo eternizar el momento, otra vez nuestras bocas se juntaron compartiendo el aliento, su cara hizo un extraño al comprobar que aún tenía restos del whisky mezclado con el café.
Atravesé su cuerpo guiado por su mano, sus labios se abrieron para cerrarse después dejando mi miembro prisionero, no dejaba de buscar mis labios jugando con su lengua, sus caderas se movían dejando en mi el rastro de su humedad destacando su color tostado con la blancura de mi piel, lo que en un principio me había parecido extraño en esos momentos provocaba mi mayor excitación, se podía ver esa diferencia como marcando dos mundos que se compenetran provocando el mayor placer que dos personas puedan tener, Anabel se separó de mi mostrando su cuerpo arqueado hacia atrás, su estómago se hundía haciendo que sus pechos salieran más dibujando aquellas montañas por las que perderse, mis manos fueron levantando su camiseta poco a poco, su piercing apareció indicando el camino, poco a poco sus pechos se iban descubriendo junto a una ligera resistencia al encontrar sus negros pezones, siempre me detenía en ese momento, eran como verlos despegar primero uno y después el otro cedieron dando un ligero vaivén, era como una llamada de atención, enseguida mis manos agarraron sus pechos recorriéndolos con las yemas de los dedos; sus caderas seguían moviéndose dibujando un ocho, sus brazos se enredaron en mi cuello acercando su cuerpo al mío para que pudiera besar sus pezones, mi lengua se enroscó primero en uno y luego en el otro, Anabel abrió la boca respirando profundamente, ya no soportaba más, abandoné sus pechos para sujetarla por las caderas intentando dar mis últimos momentos, una sonrisa apareció en sus ojos al notar el calor del semen en su interior, permaneció sobre mi moviendo su cuerpo.
-No ha estado mal.- Anabel se levantó, me dio un beso en los labios y salió de la habitación, al momento escuche el agua de la ducha; no ha estado mal pero tampoco bien, esas palabras retumbaban en mi mente, no me daba cuenta que poco a poco iba haciendo el pozo más profundo, me vinieron a la mente las imágenes de Alberto cuando pasó su brazo por los hombros de Anabel, ¿hubiera sido la misma reacción si yo no estuviera allí?, ¿cómo era posible que Anabel siguiera conmigo pudiendo estar con el? Y lo peor ¿cómo me sentiría yo sí ella estuviera con el?, de golpe me vino a la mente la pregunta que apretó con fuerza mis entrañas ¿y si ya están...?, un sudor frío recorrió mi cuerpo pero en un acto de fe negué con la cabeza, no, no tenía respuestas a todas esas preguntas, solo sabía que ella necesitaba mucho más de lo que yo podía ofrecerle, pero ella no lo reconocería nunca, sea por amor hacia mi, o por miedo a mi reacción, tenía que hablarlo con ella, intentar que se abriera sin miedo ni tapujos, abrirnos en canal hasta vaciarnos el uno en el otro.
Salimos a dar una vuelta y aún sintiendo la resaca lo agradecí, necesitaba tomar el aire y despejar la mente, me venían cosas a la cabeza que deseaba que se fueran con la brisa que azotaba nuestros rostros, se había levantado un día tapado por nubes que barruntaban lluvia a pesar de estar en el mes junio, Anabel quiso subir a las fuentes, siempre le gustaba caminar por sus jardines y acabar viendo el mar a la derecha y a la izquierda la montaña del Tibidabo, la brisa empujaba su pelo hacia atrás dando una imagen que cualquier pintor usaría para hacer su mejor obra, dentro de mi corrían los demonios creando una confusión de la cual no tenía ni idea de cómo salir, luchaba por hablar con ella y a la vez tenía miedo de romper con todo aquello que nos había llevado hasta allí.
-¿Comemos en el puerto?.- Anabel me cogió del brazo acercando su cuerpo al mío.- Me apetece pescado¿qué dices?.- ¿Cómo resistirse a sus encantos?.
-Me parece bien.- Mis labios besaron su boca como si fuera la ultima vez, no quería que aquel momento se acabara nunca, quería retenerlo en mi mente, quizás nunca más se volviera a repetir.
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