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Yo era un tierno infante

En el internado ya habíamos tenido nuestras primeras experiencias en el descubrimiento de que al “chisme de mear” se le podía sacar algo más de partido. Tampoco sabíamos muy bien el qué y el cómo hacerlo, pero… era un descubrimiento.



En el verano, en vacaciones un primo mío, mayor que yo, 16 años, vino a pasar unos días al pueblo con nosotros. Todos los días nos acostábamos la siesta por prescripción familiar y lo que menos nos gustaba era dormir. El abuelo dormía en la misma habitación que nosotros. El si que dormía. Nosotros jugábamos o hablábamos.



Una tarde, en plena siesta, comenzamos a hablar.



—    Tú cómo la tienes?. — Preguntó mi primo casi en un susurro.



A mí me sorprendió la pregunta. Nunca habíamos hablado de esas cosas. Era mi primo, era de la familia, y estas cosas no se hablaban en la familia.



— Como la voy a tener,… como todos. — Respondí un poco nervioso y sin saber bien qué decir.



—    Seguro que la tienes más grande que la mía.



Por momentos me estaba poniendo rojo como un tomate. La sangre había subido toda hacia la cara. Bueno no toda. Parte había marchado hacia la gaita, que, no sabía muy bien la razón, pero estaba cambiando de tamaño. Aquello me excitaba. Algo que no me había sucedido nunca.



—    Como la voy a tener mas grande que la tuya si tú eres más mayor.



Yo creí en esos momentos que lo decía para provocarme y hacer, de esta manera, que yo se la enseñara demostrándole así que él la tenía mas grande. A todo esto yo tenía miedo que mi abuelo se despertara y que nos oyera hacer semejantes comentarios. Me avergonzaba la idea de que pudiera escucharnos.



—    Que sí, que la tienes mas grande que yo… Si no mira.



Y sin encomendarse a Dios ni al diablo levantó la sábana, y… Me enseñó su gaita inflada y, ciertamente, yo tenía razón. La suya era más grande. Pero lo importante no era eso. Era que esa era la primera vez que veía otro miembro viril distinto al mío. Eso si que terminó de excitarme y ante semejante gesto de mi primo, no me quedó más remedio que, con mucha vergüenza todavía, enseñarle la mía. Era también la primera vez que se la enseñaba a alguien y sobre todo en la situación en la que estaba. Poco a poco la vergüenza desapareció.



—    Tú te la cascas? — Le pregunté.



—    NO. ¿Qué es eso?



Joder, eso me confundió. Yo, un tierno infante, ya hacía días que me la cascaba, y él, con 16 abriles no sabía lo que era aquello.



Intenté explicarle la técnica pero creí mejor que la práctica sería mas fácil de transmitir. Le dije que se vistiera , que teníamos que ir a un sitio. El sitio en cuestión era un huerto de la familia, con un nogal enorme. A su sombra, en la tranquilidad del huerto, nos quitamos los pantalones y los calzoncillos. Yo no había conseguido rebajar la excitación por el camino. Sólo pensaba en lo que ibamos a hacer. Y que yo le iba a enseñar a cascarsela. Y allí estábamos los dos en pelotas, en la hierba. Comenzamos a acariciar el miembro y a mover la mano de arriba abajo.



—    Ves cómo se hace? — Le dije.



—    ¿Así?



La verdad es que no lo hacía muy allá y entonces, joder que recuerdos, se la cogí y comencé a mover la mano suavemente por su gaita.



—    Así se hace.



El continuó el trabajo y yo atendí el mío.



—    Notas el gusto?— Le decía



—    No mucho.



A mi me extrañaba pues a mi ya me estaba viniendo. Enseguida me llegó y de la punta de mi gaita salio… nada, una pequeña gota de algo…



De pronto mi primo dijo:



—    Ahora, ahora parece que noto algo… si, si, ahoraaaa



De su rabo si que salió. Un chorro disparado hacia delante,… y otro. Joder, pensaba yo, cuando me saldrá a mí así. Los dos nos miramos como cómplices de algo que nos había unido más de lo que ya estábamos. Nos vestimos y nos fuimos a casa. No comentamos nada más entre nosotros en ese momento. Pero cada vez que nos juntábamos en los veranos no perdíamos ocasión para irnos a bañar juntos. No necesitábamos bañador y casi siempre acabábamos de la misma manera. Luego el se casó… y todo se terminó. No hemos hablado nunca más del asunto.



Por otra parte dudo que aquella fuera la primera paja de mi primo. Sigo creyendo que me engañó y sabía muy bien lo que hacía… Pero me da exactamente lo mismo.



Ya se que no es una historia morbosa, ni de grandes placeres exóticos. Pero fue mi primera experiencia. Y me marcó. Ahora cuando quiero excitarme pensando en algo, pienso en aquel momento y lo revivo. Sigo poniéndome a cien. Me gustaría haber podido encontrar en la vida alguien con quien sentir y hacer lo mismo que hice con mi primo. Pero no lo he conseguido. Tal vez porque la vergüenza , o el pudor, o el miedo me han frenado para dar el primer paso.


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