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Por César du Saint-Simon
I
Hacía justamente seis meses que mi novia se había graduado de Veterinaria y faltaban tan sólo tres meses para yo cumplir con los requisitos académicos y ser Abogado, para enseguida casarnos, cuando en aquella aciaga mañana ella estaba esperando el cambio de luz en un semáforo y un enorme camión cargado con treinta toneladas de acero, conducido por un chofer ebrio, le pasó por encima a la camioneta donde ella encontraba y la mató instantáneamente. Marte estaba en Sagitario en el séptimo día de cuarto menguante del séptimo ciclo lunar del año del Señor cuando el primer hombre puso su pie en la Luna. La tragedia transformó mi vida radicalmente porque todos mis sueños y todos mis proyectos murieron con ella, y mi sexualidad también.
Me sumergí en un frenético ritmo de trabajo. Lo único que hacía era trabajar y estudiar mucho, comer algo y dormir poco. A pesar de estar constantemente acosado por hermosas mujeres (y algunos hombres) yo tenía mi mente puesta exclusivamente en mi desempeño profesional, con lo cual se propagaron muchos e injustos rumores acerca de mi personalidad y de mi conducta sexual en particular, llegándose a decir que yo tenía algún tipo de relación sexual con el mundo de las tinieblas y se habló que un súcubo de vagina helada era lo único que me satisfacía. Pronto pasé de ser un Abogado recién graduado e inexperto a un respetable y feroz Doctor en leyes de la circunscripción Penal. Sí tenían suficiente dinero para contratarme, mis clientes jamás pondrían un pie en la cárcel o bien les sacaría de ella antes del siguiente ciclo lunar.
II
En el primer día de la fase de Luna Nueva del octavo ciclo lunar, del año del Señor cuando las misiones Apolo hicieron su último viaje a la Luna, Venus estaba saliendo de la casilla Leo, el asteroide Ikarus rozaba la orbita de Júpiter justo cuando Urano, Saturno y Plutón se alineaban en Piscis, y yo estaba en mi oficina estudiando un caso que tenía de un asesinato con falo, cuando entró una imponente y atractiva señora. Venía elegantemente vestida con una falda a medio muslo de lino blanco y una chaqueta del mismo tejido cerrada hasta el cuello con botones de oro y en su cabeza llevaba un sombrero de canalón de terciopelo negro. Sin exceso de joyas o adornos, únicamente unos zarcillos de perlas rosadas y un clavel rojo sobre su oreja derecha. Con su larga cabellera, profundamente negra, trenzada sobre su espalda y con su monumental estatura, parecía una indomable yegua Alazana caminando hacia mí con unas botas negras de tacón aguja cuya caña le cubría las pantorrillas. Un fino perfume silvestre que sutilmente pasó sobre mi escritorio, me despabiló y la reconocí inmediatamente. Me puse de pie para saludarla con entusiasmo y al darnos las manos percibí que aquella fina piel tersa y delicada se encontraba fría y temblorosa. En su cuerpo de gran dama, tendría alrededor de unos cincuenta años, pero su rostro moreno, de claros ojos color miel y fina nariz aguileña, ajado por la angustia, le aumentaba la edad.
Ella era Chantelle La Fayete, la cantautora más famosa de música folklórica de los llanos venezolanos, la que no podía estar ausente de ningún festival llanero que se respetase y a los cuales dejé de asistir después de mi tragedia. Su nombre artístico, que recorría toda la sabana, era Flor de Palma.
Nos sentamos en el recibidor de mi despacho y hablamos primero de su vida artística, de lo mucho que yo la admiraba tanto por la belleza de sus composiciones como por su hermosura física dentro y fuera del escenario. Le comenté que mi finada novia, en un gesto de sano celo, jugaba conmigo a ser "Flor de Palma" y se vestía como ella para mí y se sabía de memoria todas sus canciones, las cuales interpretaba bastante bien.
Saltó de ser modestamente conocida a la fama controversial con el tema: "Aquí hay hembra pa’ rato", unas coplas en cuatro por cuatro que ella compuso al inicio de su carrera que hablan de la reciedumbre de la mujer llanera, amante incondicional y apasionada, buena paridora y de armas tomar. Luego siguieron una serie de éxitos, entre ellos: "Andá y vete con la otra, Maricón" (que dice de problemas de pareja y cuernos); "No me chulees más" (acerca del hombre vago, borracho, pendenciero, jugador y experto con las mujeres); "Afíncate en mi vientre" (que exige a su pareja más y más acción); "Toda tu hombría no me basta" (un clamor por el orgasmo que nunca le venía); "Emborrachémonos primero" (amoríos despreocupados de una pareja bohemia) "Leche, bendita leche" (una oda a la esperma masculina); y tantas otras.
Siempre había uno de sus temas sonando en las estaciones de radio de todo el llano venezolano y colombiano. Recientemente saltó a la palestra internacional con su tema "Yegua vieja", en donde le canta a la mujer madura haciendo una analogía con una yegua Alazana que busca, apremiada al ver "como la sombra crece en mi ocaso", seducir a un potro Zaino que la tiene embarbascada, utilizando para ello todos los recursos que, de su amplia experiencia y longa edad, ella dispone, recurriendo en el poema el eufemismo de "ésta Flor, con ésta fruta madura que aquí te tengo". Sobra decir del éxito que tuvo. Se hicieron más de doscientas versiones en treinta idiomas, incluido el japonés, el ruso, el alemán, el árabe y la deliciosa adaptación al francés. Solamente por derechos de autor ganó más dinero que en toda su carrera artística. Y no hay una fiesta de adultos en la que no se escuche y canten todos en coro varias veces su canción. Un completo fenómeno. Decir "Yegua vieja" es decir Flor de Palma y viceversa.
Poco a poco logré que se fuese tranquilizando, y después del segundo trago de aguardiente me contó su caso. Su amante de turno ("Amante de turno" también era otra de sus genialidades) apareció asesinado de seis disparos en la habitación principal de la casona de la finca "Palmaflor" de tres mil hectáreas que ella poseía en Barinas. Lo masacraron con municiones expansivas usando un revolver calibre cuarenta y cinco. Lo curioso fue la secuencia de los tiros: el primero se lo dieron en la frente y le desparramaron los sesos, el segundo fue en la boca y le borraron media cara, después le dieron en el cuello y casi le decapitan lo que le quedaba de cabeza, el cuarto disparo dio justo en el centro del pecho y lo dejó sin aire, el quinto le entró por el ombligo y le estropeó la digestión y con el sexto proyectil le volaron los genitales.
Un médico forense auxiliar en la investigación de aquel asesinato y también devoto admirador de Flor de Palma desde que ella compuso "Alcoba para tres", le advirtió – arriesgando su carrera profesional – que estaban compilando las evidencias de una forma tal que la principal sospechosa era ella y que pronto sería incriminada en ese delito. Además, ella tenía en su pasado un incidente de índole penal. Tuvo que salvaguardarse, estando sobre el escenario y al frente de todo el público, de un espectador exacerbado por las letras que cantaba y el alcohol que le circulaba por las venas a quien, para poder quitárselo de encima, le metió certeramente en cada una de las bolas los dos proyectiles de la pistolita calibre treinta y dos que ella siempre lleva entre sus pechos para su defensa personal. Aquel suceso fue noticia nacional y le inspiró para escribir otra canción que se tornó inmediatamente en uno de sus mayores éxitos, sobre todo entre el movimiento feminista de la época: "No necesito macho pa’ que me defienda", y narraba en tonada corrida lo acaecido: "Aquel borracho que se me encimó / tenía su hombría grosera y encendida / pero con sus cojones me la pagó / y dos balas por esas bolas tragó. / Ahora anda por ahí como loca perdida / y con ninguna mujer jamás jodió", y el estribillo: "No necesito macho pa’ que me defienda..., necesito un macho en la cama pa’ la contienda".
"Ahora es cuando necesito a un macho como tu para que me defiendas", dijo poniendo su mano, ya firme y cálida, durante unos interminables breves segundos sobre mi rodilla, y a diferencia de lo que se supone que haría la mujer de soltar una lagrimilla a la par de un afligido gemido, Flor de Palma clavó su mirada sugerente en la mía y con la punta de su lengua se relamió su grueso labio superior. Un "¡Ay!" me bajó por el espinazo y, por primera vez desde mi pérdida, mis partes venéreas se removieron, palpitaron volviendo a la vida, y sólo con un gran esfuerzo de mi mente disciplinada, después de balbucir algunas incoherencias, es que pude volver a concentrarme en mi trabajo.
Firmamos el contrato mediante el cual yo sería su abogado defensor (ella quería que se escribiese "macho defensor" pero le explique que eso así sería otra canción) y que mis honorarios serían, además de lo allí estipulado en dinero, un concierto privado de Flor de Palma en vivo que ella insistió poner en una cláusula especial. Luego hicimos un pequeño brindis por el feliz término del caso y caminamos hasta la puerta abrazados por la cintura -que todavía ella conservaba con buen talle-, puesto que trastabillaba algo después de haber ingerido media botella de aguardiente de caña brava durante nuestra entrevista. Ya frente al elevador le ratifiqué, a modo de despedida, que la defendería con la vehemencia del macho dispuesto a todo por su hembra... ¿Estás dispuesto a todo, todo por mí... papito? Me preguntó, etílicamente exaltada con mi comentario, abrazándome con sentimental calidez por el cuello, apretando sus sólidos senos en mi pecho y, levantando su tórrida pelvis, la empujó y restregó varias veces por mi pierna mientras su lengua exploraba en mi oreja. ¡Ay!
Durante todos los días siguientes correspondientes a la fase de cuarto creciente lunar se presentó en mi oficina, con la intención de saber cómo seguía su caso, trayéndome regalos obtenidos de su productiva finca. Quesos de búfala y oveja, carne de ternera recientemente sacrificada y una hamaca hecha de cuero de ganado eran varios de sus presentes que ella me traía con su tentadora y elegante figura. Pero a medida que pasaban los días, mi vida, dentro de mi propia oficina, se estaba tornado cada vez más asfixiante debido a las permanentes y superabundantes atenciones que mi cliente me dispensaba, a los contactos y caricias furtivas que me daba, a las frases lascivas que me secreteaba y al lujurioso lenguaje gestual que me exhibía, hasta un punto tal que me encerraba con tranca para poder trabajar. Pero ella me esperaba el tiempo que fuese necesario para procurar soliviantarme y hasta llegó a regalarme una de sus pantaletas impregnada con sus secreciones femeninas.
En el último día del creciente, Urano estaba en conjunción con Marte y ella ese día vino con un dejo de angustia en su cara y me entregó un fuete hecho con cáñamo y piel de culebra "pa’ que gobiernes bien a ésta yegua Alazana" y la citación que le hizo el Tribunal para que compareciese en calidad de testigo a rendir declaraciones. Dejó su sombrero sobre mi escritorio, dio la vuelta alrededor de la mesa y ya de pie frente a mí tomó mi mano y la llevó a sus nalgas. La abracé por las caderas y los muslos atrayéndola hasta que su "V" inguinal se clavó en mi rostro. Sus manos acariciaron mi cabeza, sus dedos se metieron entre mi pelo y empezó a sollozar. Su férrea personalidad se estaba resquebrajando y mi celibato asceta también.
Al día siguiente a las catorce horas con nueve minutos era la Luna llena. Venus y la constelación de Orión estaban en Tauro, y Flor de Palma se hallaba encerrada conmigo en mi oficina durante la planificación de nuestra asistencia al Tribunal en la próxima semana. Ya estaba más animada al ver el profesionalismo que le imprimí a su caso y esto le reavivó su confianza en mí. Entonces quiso mostrarme cómo es que llevaba ella su arma de dos disparos entre los senos. De pie junto a la puerta, con las piernas abiertas y contorsionándose de tal forma que obligaba a su falda de cuero a deslizarse hacia arriba, se fue desabotonando lentamente la blusa de seda hasta que la dejo caer al suelo. Tragué grueso pero no había saliva, todos mis humores y fluidos estaban concentrados en mi olvidado miembro viril. Avanzó hacia mí hasta que la pude oler. Olía a hembra empapada de feminidad, con aquel indecible aroma al llano salvaje que es arrastrado por la brisa cuando recorre la sabana.
Se acercó más y el cálido roce de sus piernas entre las mías me tensó todos los músculos y conmovió mis partes venéreas, despertando contundentemente mi virilidad que me empezaba a doler con toda la presión que ejercía en mi pantalón.
Con su destreza manual desempaquetó sin dificultad mi bloque genital mientras el ardoroso vaho de su aliento rezumaba en mi cuello. La halé por la crineja de su frondosa cabellera hacia atrás para que se separase un poco de mí y para que pudiese ver a mi verga en estado de alerta máximo. Sin ella quitarle esa mirada de sobreexcitado deleite que su visión le producía la halé hacia abajo, dejándose caer entre mis piernas como decía en la letra de su canción "Quiero ser el suelo que pisas" y, sumisamente arrodillada entre mis piernas, asió mi pene con ambas manos y chupó mi inflamado glande con la brasa en sus labios. ("...soy tu fiel y sumisa amadora / que se arrastra por el suelo que pisas / que se humilla con pasión abrasadora / para que metas esa verga en mi boca ahora...")
Dándome varios, de tres en tres, firmes y sensuales manotazos en mi rígido leño e intercalando breves lamidas a los pliegues de mi prepucio, mientras solfeaba entre fogosos resoplidos "Leche, bendita leche", me liberó de las cadenas que un funesto evento en un lejano pasado me oprimían. La Libertad es inconfundible. La Libertad es ver las estrellas del firmamento mientras se muere un poco y es la resurrección de la carne. La Libertad es un chorro de espeso e hirviente magma blanco que erupciona desde el interior de uno y se estrella en la cara de una yegua Alazana. Pero La Libertad tiene su precio.
III
En el segundo día de la fase de menguante, Mercurio y Plutón estaban ocultos tras El Sol y la avioneta propiedad de mi cliente se estrelló con su primer ex esposo -y por entonces director de la orquesta que siempre la acompañaba- como único tripulante. Los forenses determinaron que no había muerto por el impacto sino por envenenamiento, y los fiscales juntaron un enorme legajo de pruebas (circunstanciales y referenciales, si, pero es que eran muchas y que, además, incluían otras muertes y desapariciones del entorno de Flor de Palma) con lo cual una jueza dictó una medida de privación de libertad y una orden de captura en contra de la ciudadana Chantelle La Fayete. En los primeros dos días los policías no sabían por donde buscar: su nombre artístico la encubría. Eso le dio tiempo para ella ocultarse mientras las cosas se ponían en orden y poder presentarnos ante el Tribunal con una estrategia coherente.
Una hacienda cafetalera denominada "Porsiacaso", en la frontera colombo-venezolana (de hecho una mitad estaba en Colombia y la otra mitad en Venezuela) y apartada de todo, de la red eléctrica, de los caminos asfaltados, de las señales de microondas y propiedad de su único hijo, el cual ella parió a los catorce años de edad, era el sitio el cual ella escogió para esperarme mientras yo negociaba su entrega. Fue allí donde compuso varias de sus canciones y, muchos años atrás, se inspiró para componer "Te tengo donde yo quería", una controversial tonada muy feminista acerca de la perversidad los hombres y consejos para su dominación.
Para llegar hasta ella tuve que usar algunos artilugios con el fin de deshacerme del seguimiento que me tenían las autoridades y, aunque no sucedió como en las películas de espías, si me demoró un par de días hasta que pude entrar a la hacienda por el lado colombiano, amparado por la calurosa oscuridad que la Luna Nueva propiciaba.
Ella estaba sola en aquella casa rodeada por una inmensidad de intrincada y exuberante vegetación, y solamente un viejo perro de caza que latió echado cuando escuchó las fuertes pulsaciones de mi corazón, fue quien le anunció mi llegada.
Me recibió en el umbral de la puerta por donde se escapaba la tenue luz de un candil a petróleo, con los brazos abiertos y su cabellera suelta cubriendo sus pechos que, movidos por su respiración acelerada, urgían de mi protección. Y en aquel momento me di cuenta que mi profesionalismo iba detrás de un ardiente deseo por la Yegua Vieja.
Nos saludamos sin decirnos nada. Nos acariciamos lentamente nuestros cuerpos con todos nuestros cuerpos cada vez más desnudos. El calor en la habitación y en nuestras pieles hizo que nuestro sudor se volviese uno, como uno sólo era nuestro deseo, olvidadas ya las circunstancias que nos reunían.
Se acostó en la hamaca con una botella de aguardiente en la mano, la cual acariciaba y lamía con insinuante y tentador erotismo e, invitándome a su lado me susurró con anhelante pasión: "emborrachémonos primero", haciendo unos movimientos gráciles y felinos con su irresistible vientre mientras se acariciaba sus muslos e inhalaba aire ruidosamente entre sus dientes.
Me metí en el chinchorro siguiendo sus instrucciones. Primero me acosté a su lado friccionándonos los cuerpos y acomodándonos a las molduras que nuestro peso daba a aquel lecho sin consistencia rígida. Luego mi pene, alzado como un periscopio, buscó y presionó en sus entrepiernas encontrando sus maduras intimidades húmedas y palpitantes, dispuestas para la penetración.
Nunca antes había estado en una hamaca con una mujer y mucho menos con una excitación sexual como la que tenía, y no sabía cómo consumar el acto carnal ya que su cuerpo se arqueaba incompatiblemente bajo el mío y mis rodillas no hallaban en donde afincarse.
La destreza era de Flor de Palma. Con veterana agilidad se puso sobre mí, mientras el lecho se mecía pesadamente de un lado a otro haciendo crujir las cuerdas y las alcayatas que nos sostenían. Sentada sobre mis muslos, con sus rodillas a ambos lados de mis caderas, agarró mi exasperada virilidad con una mano mientras la otra la apoyaba en mi pecho para equilibrarse al momento que levantaba sus ancas Alazanas y las adelantaba dirigiendo mi palo a la entrada de su "fruta madura". "Te tengo donde yo quería" me dijo con el aliento entrecortado y una lasciva mirada con sus ojos fulgurantes de sexualidad. Se dejó caer detenidamente sobre mi hombría sólo lo suficiente hasta que el glande penetró en ella y cerró los ojos y se mordió los labios, deleitándose el clítoris. Quise cimbrarme pero no podía moverme. Le puse mis manos en los hombros para tirar de ella más hacia abajo pero se resistía, contoneándose en su precario equilibrio y exasperando mis ansias de estacarla. Opté por aferrar mis manos a sus caderas removiéndola con agitación y empezó a derrumbase con todo su peso en mi hombría, lanzando breves y agudos quejidos a medida que se ensartaba.
Dos perros y luego tres empezaron a ladrar allá afuera. Perro viejo chilló lastimeramente despidiéndose de la vida y una avalancha de soldados cayeron sobre nosotros, que fuimos a dar al suelo en desordenado revolcón. La fuerza binacional contrainsurgencia y narcotráfico que operaba en la zona había hecho su aparatosa entrada, y con ellos un tropel de policías que nos arrestaron y nos esposaron para más tarde cubrir nuestras vergüenzas. Con un dolor de bolas enorme al no haber podido aliviar mi excitación dentro de Flor de Palma y aún aturdido por la zarandeada que nos dieron, les insulté con todo lo que se me ocurría increpándoles por el mal momento de su llegada que frustró nuestro cohabito y la oportunidad de mi liberación total. Mi compañera, con asombrosa frialdad, como sí no hubiese estado hasta hace poco excitada sexualmente, le decía a los oficiales y comisarios que habían cavado su propia tumba y que pronto se arrepentirían por haberla sacado de "su misión".
IV
Mientras más cavaban en la hacienda más osamentas de hombres iban descubriendo y más se iba revelando su fatídico y mórbido pasado. En total estaba acusada por diez homicidios y los investigadores me decían que yo había estado a punto de ser su onceavo sacrificio.
Nunca se pudo saber realmente sus motivaciones, pero el medico forense admirador de Flor de Palma empezó a hacer un singular parangón entre la letra de algunas de sus canciones y el perfil de sus victimas ya que cuando sacó de una fosa a dos cuerpos que tenían entre ellos pelucas, perfumes y lujosas prendas de vestir femeninas, a éste se le ocurrió que esa era la "Alcoba para tres". Así, cuando encontraron una tumba con cincuenta condones usados esa debía ser por "Leche, bendita leche". En otra, hallaron junto al cadáver un centenar de fotografías de una honorable dama de la sociedad de Barinas, y se la atribuyeron a "Andá y vete con la otra, Maricón".
En un profundo hueco excavado al pie de un centenario árbol de caoba sólo encontraron el Código de Enjuiciamiento Criminal y una botella de aguardiente. Mi cliente sostenía que para mí siempre tuvo las más sublimes intenciones, agregando que en cuanto yo la sacase de la cárcel habría de terminar lo que aquella noche sin Luna habíamos comenzado.
El juicio fue largo, complicado y muy publicitado y, aunque me desempeñé con la fiereza de un macho que defiende a su hembra, la sentenciaron a la pena máxima que en Venezuela es de treinta años de cárcel sin beneficios, lo cual vale decir que la Yegua Vieja pasará el resto de su vida en prisión.
En la Luna llena del tercer ciclo lunar del año del Señor cuando el primer trasbordador espacial estalló, recibí una carta de ella en la cual venía un sustancioso cheque que pagaba tres veces mis honorarios estipulados y en donde me agradecía todos mis esfuerzos y lamentaba que su "fruta madura" no tendría ahora ningún "pájaro que la picase". Además, anexó el borrador de la letra de una canción que estaba componiendo y que al terminarla sería la alegoría de nuestra relación, la cual tituló "Revolcón en la llanura", una balada que habla de unos amantes felices y desenfrenados que tenían por tálamo nupcial la inmensidad de la sabana y decía así:
"Sabana, sabana... plena de garzas, alcaravanes y gorriones
que con mi grito de orgasmo los espanto al vuelo...
mientras te aprieto con la fuerza de mi cuca, brazos y piernones
como la anaconda a su presa en su lucha de fatales estrujones.
Masajéame las tetas, mis grupas y el culo
cual ubre que el bravío llanero ordeña,
¡y dame más duro con esa verga porque aquí no hay disimulo
hasta que llenes con tu leche mi cara, mi vientre y mi orgullo...!"
FIN
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