Y MI FANTASÍA SE HIZO REALIDAD…
El sol avanzaba raudo por la esfera celestial. Eran las dos de la tarde y el cielo se encontraba completamente despejado. El Centro Recreativo “Los Osos” en el Municipio de Rionegro, Ant. se encontraba con pocas personas, primero porque era miércoles y segundo, porque la mayoría de la gente trabajaba en sus labores cotidianas a esa hora…
Visitamos “Tutucán”, volamos en la “Garrucha”, degustamos una rica oblea con arequipe, recorrimos todos los senderos ecológicos, nos besábamos a la sombra de los árboles, subimos a “Ícaro”, tomamos muchas fotografías… En fin, el día transcurría muy ameno y especial.
Como dije, hacía mucho sol y provocaba un bañito en la piscina. Mi esposa y yo nos dirigimos al vestier a colocarnos los trajes de baño y luego nos dirigimos a la alberca principal.
Yo llevaba una pantaloneta de baño en lycra negra con dos franjas verticales anaranjadas al lado derecho; ella, por su parte, se había enfundado un traje de color azul oscuro que contrastaba con la claridad de su piel y que le magnificaba las caderas y le resaltaba los senos haciéndolos ver mucho más suculentos y deliciosos de lo que son.
Al pasar por la ducha de acceso a la piscina noté que con el “frío” del agua, los pezones de mi amorcito se pusieron duros y aumentaron de tamaño de forma considerable. La miré a los ojos y sin que se diera cuenta que me estaba poniendo a mil, le dije que la amaba.
Cuando llegamos al borde de la piscina ya se notaba el bulto que crecía en mi entrepierna. Para no ser visto por ella, ni por ninguno, me sumergí inmediatamente en el agua. Dentro del cristalino líquido me pase la mano por la pantaloneta de baño y sentí la dureza de mi verga, noté que mi pene palpitaba aceleradamente, cabeceaba como fiera enfurecida e inmediatamente pensé en “como sería de delicioso darle una clavadita a mi esposa en el agua”.
Ella se encontraba dando una vuelta alrededor y pensando si se metía o no a la piscina ya que es un poco temerosa del agua toda vez que casi no sabe nadar. Mi mente viajaba velozmente por el mundo de mis fantasías y sentía crecer más y más mi pene. Miré a todos lados y vi que el encargado de la piscina estaba pendiente de las cuatro o cinco personas que habíamos allí…
-“Como difícil poder clavármela acá”, pensaba. “Con este señor ahí pendiente de todo. Ni modo, otro día será…”
De hecho mi fantasía erótica de día de campo incluía hacer el amor con mi esposa puesta en cuatro al interior de un baño turco, en medio del vapor con olor a eucalipto, con los cuerpos completamente bañados en sudor y con la temperatura por encima de lo normal… ¡¡Uf, que chimba sería poder realizarla ese día!!… ya veremos, pensaba.
Me distraje entonces un poco y deseché tales pensamientos. Alcé la mirada al cielo y vi que este continuaba completamente azul. Solo a la distancia unas cuantas nubes, como copos de nieve, dañaban tal homogeneidad. Mi erección nada que disminuía…
A lo lejos vi a mi mujer caminando lentamente hacia mí con su traje de baño que la hacía ver como una caminante escultura; sus torneadas piernas se veían suculentas e iluminadas ya que el sol pegaba en su espalda y por entre sus piernas me llegaban sus rayos. La copa del brasier, talla 36B (lo sé porque he tenido en mis manos su brasier y sus hermosas tetas) le resaltaba la figura.
Desde donde estaba no podía verle el trasero pero debía verse hermoso desde la parte de atrás ya que era grande y redondo (lo he tenido en mis manos muchas veces). Caminaba a pie desnudo y como al desgaire por el borde. Unos metros más allá un señor la miraba como arrobado. Si bien ella no es de mucha estatura, su cuerpo si está muy bien conformado y su figura llama la atención…
Tiene un rostro muy hermoso, sus cejas negras y pobladas le dan un cierto aire hindú que la hace resaltar entre las demás. Su mirada es pícara y su sonrisa derrite el hielo del Ártico. Sus pechos son generosos, grandes, provocativos… de hecho, a mí, con solo verlos se me hace agua la boca. Sus redondas caderas y su andar cadencioso ponen a mil a cualquiera; sus torneadas piernas despiertan el hambre y la delicadeza de sus dedos inspiran mil fantasías…
En esas llegó a mi lado y se introdujo muy despacio en el agua. La tomé de la mano, nos dimos un beso apasionado y comenzamos a caminar dando una vuelta por la piscina como para que se tomara confianza. De cuando en vez le tocaba la nalga que, por el frío, la tenía toda durita y ni que decir de sus senos que me tenían como embobado. Uy, y esos pezones a punto de saltar la lycra…
-Cómo estás de buena mi amor… le decía mientras la guiaba por el agua. Me tienes a mil con tu caminadito por el borde de la piscina.
-¿Qué estás tramando, diablillo? me dijo, mirándome enamorada. ¿Qué ideas cruzan por tu mente, eh?
-Nada, contesté y sonreí… No pasa nada.
-Como si no te conociera, farfulló ella, sonriente. A otro perro con ese hueso… ja
Llegamos a una esquina de la alberca, por donde no había nadie bañándose y quedábamos medio ocultos de la mirada del cuidandero y del señor que se comía a mi hembra con la mirada, aunque, la verdad, este no me preocupaba para nada. Tomé mi mujer y me la llevé a la cintura, ella me abrazó con sus piernas y con el vaivén del agua y el calorcito de su vientre me fui calentando mucho más. Nos dábamos besitos mientras que empujaba contra su pubis para que sintiera mi verga completamente tumefacta, dura, erecta, hambrienta… A través de la pantaloneta de baño yo sentía el morrito prominente de mi mujer y con más ganas lo masajeaba con mi bulto… La verdad, estaba a punto de reventar y ella lo notaba ya que, coqueta, me mordía suavemente la oreja izquierda y me decía al oído palabras con doble sentido que me ponían a diez mil…
-Amor… si seguimos así me vas a hacer venir, le dije.
-¿Pero tú eres el que está como medio emocionadito, ¿no?
-Emocionadito, no… emocionado y con la leche en toda la puntica… ¿Acaso tú no sientes nada? -Ella asintió.
Nos embebimos, entonces, en un delicioso y húmedo beso mientras con mis manos le masajeaba las recias nalgas. Mi lengua perforaba su boca, recorría cada rincón, me relamía con su saliva y por momentos le mordisqueaba los labios. Recorría con mis dedos cada centímetro de su piel, la descabalgué de mi cintura y le di media vuelta colocándola contra el borde de la piscina. Llevé mi mano izquierda a sus suculentas tetas apretando suavemente sus pezones que se encontraban enhiestos como rocas mientras que con mi mano derecha me adentraba por su traje de baño; me di, entonces, a la tarea de acariciarle el clítoris que a esas alturas estaba inflamado de la arrechera que la embargaba.
Hundí mi dedo medio en su rajita y la encontré completamente mojada y dispuesta a recibirme. Metí dos dedos entonces y ella se retorció, exhaló un gemido y cerró los ojos como dejándose transportar por el deseo…
Hoy, al escribir esta historia, evoco aquel maravilloso momento y mi pene crece nuevamente en mi entrepierna y comienza a lubricar.
Mis falanges entraban y salían de su concha completamente lubricada mientras que ella bajó una de sus manos y se dio a la tarea de pajearme. Sentía que mi chimbo iba a explotar y la verdad no quería llenar la piscina de leche (que exagerado). Miré alrededor y la gente seguía en su cuento y ni siquiera se habían dado cuenta de nada. El cuidador se encontraba mirando hacia otro lado.
Hice a un lado su tanga y con la mano derecha extraje mi pene y se lo coloqué en la entrada de su cuquita y se lo introduje lentamente.
Sentía como se deslizaba hacia adentro por todo el vestíbulo vaginal y la saliva escurría por mi boca. Me estaba muriendo de la dicha. ¡Que sensación tan bacana!
Ella gemía delicadamente, su cuerpo estaba en un solo temblor. Su piel estaba erizada y sé que no era solo por el frio de la piscina, lo sé porque cada vez que hacemos el amor su piel reacciona de esa manera. Sus nalgas se agitaban cadenciosas, mantenían la delicadeza del ritmo pero tenían la presión sobre mi pene; lo sentía como si lo ordeñara con su cosita. ¡Ay, es que no se si imaginen la exaltación y la locura que me embargaban!
El frio del agua me lo hacía sentir más duro que nunca. Me di a la tarea de bombear suavemente, lentamente, mi chimbo entraba y salía de su rajita con la lentitud de una tortuga. La mezcla de agua y lubricación formaban una amalgama poderosa. Los que lo hayan hecho en una piscina me entenderán. Es una sensación deliciosa, de ensueño. El agua hacía nuestros cuerpos más livianos y por eso la acción y la pasión se ralentizaban… Mi tallo estaba a punto de explotar y por los conductos ya se sentía correr una inmensa borrasca de semen en estampida hacia el exterior.
Entonces un pensamiento cruzó veloz por mi mente. “Así como en la piscina casi no hay nadie… ¿Será que el baño turco está igual de vacío?”. Cuando a uno se le mete el diablo en la cabeza no hay quien lo saque…
-Amor… ¿Vamos al turco?
Ella abrió los ojos y comprendió todo lo que le quería decir. Alguna vez le había mencionado de mi fantasía de tener sexo en un turco. Fijó sus ojos en mis ojos y me dijo:
-Vamos… quien quita y se te haga el milagrito… ja
-Vamos…
Salimos de la alberca y tomados de la mano, raudos, llegamos al baño turco que se encontraba justo al lado. Entramos y, ¡que rabia!, había otra pareja. Miré a los lados y noté que el baño se dividía en tres secciones: la más caliente, la intermedia y la más fría. La pareja de extraños se encontraba en la zona intermedia; tomé a mi mujer y nos adentramos en la parte más caliente que estaba completamente sola, cubierta de vapor blanco y traspasado con un refrescante aroma a eucalipto.
Nos sentamos y comenzamos a disfrutar del calor producido por el vapor de agua. Como quien no quiere la cosa posé mi mano derecha en la cosita de mi mujer y comencé a moverla en todos los sentidos. Su pubis estaba como inflamado, grande, turgente, visible por encima de la lycra. (Pues claro, después de la miniclavadita que le había dado en la piscina). Se notaba la cañadita de por medio y el montículo que se formaba encima de su clítoris, el cual, si bien no es muy grande, si es lo suficiente como para generar un montecito delicioso, una meseta maravillosa a la vista y muchísimo más al paladar.
Ella, dadivosa, llevó su mano a mi pene y sin más explicaciones levantó la pantaloneta y lo extrajo; lo tenía completamente erecto, en su máxima expresión; su cabeza estaba como hinchada de la gran cantidad de sangre que se agolpaba en el glande haciéndolo ver grande y cabezón; por momentos saltaba como si tuviera vida propia, cabeceaba como pidiendo acción.
-Uy, como lo tienes de grande mi amor… dijo ella, mirándome de reojo.
-Así lo traigo desde la piscina… ¿Te gusta?
-Uf, me encanta y tú lo sabes… Creo se merece una buena mamadita.
Diciendo esto, mi mujer se colocó de rodillas en el piso del turco y comenzó a darme una sorbida espectacular. Lo lamía de la base hasta la cabeza, hacía círculos con su lengua alrededor de todo el tallo, pasaba su deliciosa lengua por el frenillo y me arrancaba gemidos de placer, luego lo engullía lentamente hasta que desaparecía en su totalidad dentro de su boca, seguía con las bolas, se llevaba una a una a la boca y la saboreaba con ganas, con hambre…
Yo sentía que comenzaban a emerger goteras de lubricación del interior de mi uretra y ella al darse cuenta usaba mi chimbo como un labial y lo pasaba por la comisura de los labios…
-Me encantan esas goteritas, balbuceaba mientras que se relamía los labios.
-Son tuyas… cómetelas mi amor… ah, ah…
Estábamos en esas cuando sentí que se abría la puerta de la zona donde estábamos. Mi hembra se irguió en un santiamén y se hizo a mi lado; yo como pude guardé mi pene y miré hacia la puerta.
El encargado del turco entró con unas ramas de eucalipto y las colocó encima del lugar por donde salía el vapor caliente. “Que hijueputa susto, pensaba, casi nos pilla este señor”. Nos miró como quien no quiere la cosa, sonrió y salió.
Como expelido por un resorte me puse de pie, saque mi pene y lo llevé a la boca de mi mujer. No quería que perdiera su erección y, si de llevar a cabo mi fantasía se trataba, habría que darse prisa
-Sigamos amor, este señor se demora en volver… es ahora o nunca mi corazón…
Ella me miró y en medio del vapor caliente pícaramente sonrió. Se dio, entonces, a la tarea de chuparlo nuevamente. Reconozco que por el susto se me había caído un poco, pero mi mujer tiene unos labios tan deliciosos que paran un muerto en medio del desierto. En menos de lo que canta un gallo ya tenía mi chimbo completamente duro de nuevo, apuntando hacia el frente, como izando bandera y ella se daba a la tarea de chuparlo y relamerlo todito…
La estancia estaba completamente llena de vapor, casi no se veía nada y el sudor perlaba a raudales nuestros cuerpos. El olor a eucalipto incrementaba la respiración y el calor nos hacía más dispuestos a lo que pudiere ocurrir.
Tomé mi mujer de las manos y la coloqué de pie, le asesté un gran beso apasionado, le di media vuelta y en cuatro la hice recostar contra la banca de concreto que servía de asiento. Le hice a un lado la tanga de lycra, coloque mi pene en la entrada de su chochita, empujé un poco y sin mayores tropiezos se fue adentrando hasta el fondo. Era como si su hendidura, cual ventosa, lo absorbiera.
Comencé a bombear lentamente como para darme todo el gusto del mundo. Sentía su estrechez y al entrar y salir, la tela del panty hacía presión contra mi chimbo y eso me generaba mayor placer endureciéndolo mucho más, la sensación era muy rica y deliciosa; me sentía en la gloria; tenía agarrada a mi mujer de las nalgas y la penetraba con hambre de caníbal, me la comía con unas ganas que el que me viera pensaría que era la primera vez que me comía a una mujer.
Ella inició un bailecito como de samba y agitaba sus nalgas de un lado a otro, como si bailase la danza Kuduro. Yo estaba que explotaba en mil pedazos y con mayores ganas e ímpetus la clavaba y la clavaba y la clavaba.
Con una mano la así del cabello y lo halaba hacia mí como quien doma una potranca, eso a ella le gusta, que la domen, que se la coman, que la seduzcan. Entretanto, con la otra mano, le daba palmadas en las nalgas. Eso me encabritaba y repercutía en mi glande que con mayor fiereza embestía la raja de mi hembra. Mis bríos iban en aumento y el momento final estaba a punto de llegar pero no podía hacerlo antes que ella. Su placer era el mío y el mío aumentaba el de ella.
Si bien, lo del turco, era mi fantasía, ella debía disfrutarlo y a fe que ella estaba pasándola bien ya que agitaba sus caderas briosamente con cada nalgada que le daba y yo sentía como su chocha apretaba mi pepino con fuerzas. Cuando ella está a punto de venirse le surge eso que algunos llaman chupachupa, es como si exprimiera mi verga con su cosa, como si me ordeñara con su vagina; cuando eso acontecía es porque en segundos se vendría a chorros…
En esas estábamos cuando se abrió la puerta del baño e ingresó una pareja. Yo miré de medio lado pero no me despegué de mi mujer, le mantuve el chimbo completamente clavado; lo que si hice fue quedarme quietecito; ella intentó quitarse pero la agarré con fuerza de la cintura y no se lo permití. Nos quedamos quietecitos.
La pareja que ingresó nos vio y se sentó en otro rincón. El caballero me miró y me guiñó el ojo.
-Fresco parce… siga en lo suyo que yo vengo a lo mío.
Eso me animó un poco y comencé a bombear nuevamente. Recordé que una vez ella me había dicho que sería delicioso que nos vieran culiar. Me agaché y susurré en el oído de mi mujer:
-Sigamos que nada pasa. Ellos están en lo de ellos y nosotros en lo nuestro. ¿No sería rico que nos vieran?
-Amor, pero… ¡Qué pena!
-Dale… fresca que estas cosas solo se presenta una vez en la vida. Y hoy es nuestro día. Olvida que están acá y dame todo lo que me sabes dar…
Ella respondió con un nuevo bailecito en mi vientre. Vi como cerró los ojos y se dio a la tarea de saborear nuevamente con su chocha, mi pene. Hicimos de cuenta que estábamos solos y la lucha corporal continuó.
Yo, impetuoso, le masajeaba las tetas una por una y ella me respondía con un tenue gemidito de placer. Pasaban los minutos y yo sabía que debía apurar el desenlace ya que de pronto venía nuevamente el encargado y nos pillaba en la faena. Aceleré el ritmo de mis embestidas, golpeaba contra las caderas con cada culazo que daba.
Miré a la pareja y vi que estaban mirándonos y acariciándose. No me importó pues yo estaba en lo mío. Mi mujer aceleró igualmente su ritmo, ambos estábamos a punto, en segundos explotaríamos y no nos importaba que se acabara el mundo en ese instante. Mi chimbo entraba impetuoso y la cosita de ella se lo comía con ganas. En instantes sentí como si me fuese a morir; ella apretó su vagina muy fuerte, yo sentía como que el pene se partía; un chorro de leche se abrió paso por mis entrañas; le di unas nalgadas fuertes a mi mujer y eso la puso a mil; le dábamos duro, duro, duro y…
-Ah me vengo, gritamos al unísono.
Un estremecimiento recorrió nuestras pieles, es como si la energía de los dos recorriese ambos cuerpos. Los termostatos estaban a punto de generar un corto circuito. Nuestros orgasmos son realmente compartidos, como si fuesen uno solo… Casi siempre coincidimos en la venida y nuestros orgasmos son simultáneos… ¡Es una chimba sentirse así!
Sentimos un aplauso, miré a la pareja y eran ellos quienes nos aplaudían… Estaban sonrientes y excitados con el espectáculo que gratuitamente les habíamos acabado de brindar. No hicimos otra cosa que devolverles la sonrisa.
Mi pene, por inercia, ya había salido solo de la chochita de mi mujer, había perdido casi toda su dureza. Subí, entonces, mi pantaloneta; reacomodé un poco la tanga de ella, nos dimos un beso lleno de amor y bañados en sudor salimos del turco rumbo a las duchas…
Así fue como hice realidad mi fantasía de hacer el amor en un lugar inesperado y todo gracias a mi cómplice en todas mis fechorías, mi mujer…