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Virginidad (primera parte)

Por alguna razón siempre soy y seré, para todo el mundo, una virgen. Será porque mi inocencia se despliega puertas afuera y mi lujuria sólo explota puertas adentro. Tanto que muchos terminan sorprendiéndose una vez que me conocen realmente. Pero más que virgen, podría decir que represento un papel muy victoriano del amor, del que se hace, pero no se cuenta.

Es cierto que alguna vez fui virgen. Por ese entonces también me ocupaba por mantenerme así, salía poco, era tímida, procuraba ocultar mi cuerpo debajo de ropas gigantes y un largo flequillo que tapaba mi rostro. Mis verdaderos amigos eran los libros, y la imaginación mi mayor estimulante. Pese a todo, conocía bien mi cuerpo, gracias a aquella inocencia preadolescente que me llevó a explorar mis rincones y experimentar deseos, aunque todavía sin entender por completo qué buscaba o para qué servía aquello que instintivamente hacía en mis momentos privados.

Salir del secundario representó un gran cambio, lejos de todos los que me conocían, podía inventarme nuevamente, empezar desde cero y ser otra. No tardé mucho en darme cuenta de que ya había sido encasillada otra vez en el papel de la niña inocente, incólume e incapaz de pensar siquiera en mirar a un hombre.

Hasta que apareció él: Diego. Nada del otro mundo, común, pero con el sabor especial de lo inaccesible, ya que apenas si sabía mi nombre. No me molesté demasiado por hacerme notar porque lo daba por perdido. Ya el tiempo se iba a encargar de demostrarme lo contrario.

Diego se acercó a mí, una mañana después de clases, en el bar, mientras aspiraba una bocanada de humo de su cigarrillo y luego lo dejaba escapar serpenteando en el aire. Cuando me habló recordé que estaba en el bar de la facultad, aunque mis pensamientos estuvieran en Plutón. Levanté la vista despacio y vi que ya estaba cómodamente sentado frente a mí. Me saludó y me dijo su nombre. Cuando le dije que ya lo sabía, una sonrisita asomó por la comisura de sus labios. Me examinó con la mirada, por un instante y me ofreció invitaciones para la fiesta de egresados de los alumnos del traductorado. Decidí que no iba a perder la oportunidad y le pedí dos entradas. Me dio las invitaciones y se despidió sonriendo, yo dejé traslucir cierto aire de satisfacción y un poco de vanidad. Fue como si de repente pasara de ser transparente a ser de todos colores, capaz de existir.

Por suerte mi mejor amiga aceptó acompañarme y a asesorarme sobre cómo me tenía que vestir. Aunque terminé desoyendo todos sus consejos, podría decirse que había logrado un aspecto un tanto descarado, pero sin demasiadas estridencias, lo suficiente como para sentirme atractiva, pero no demasiado como para perder la comodidad. Alguna vez me dijeron que los ojos verdes eran los más difíciles de maquillar y que sólo podía usar sombras grises, verdes o marrones. Por las dudas eche mano al gris y a un poco de rimmel, algo de rosa suave en las mejillas y brillo para los labios. Como no podía ser de otra manera pasé largo rato mirándome al espejo, para acostumbrarme a aquel rostro que muy pocas veces relucía. No era vanidad, era sorpresa.

Cuando llegamos, el local estaba lleno, la marcha ensordecía a todo aquel que se atrevía a su ritmo. Mi amiga enseguida consiguió con quien bailar y yo me quedé recostada contra una pared, cerca de los reservados. Allí, varias parejas aprovechaban los sillones para besarse y darse caricias de lo más escandalosas. Pese a la estrepitosa música, podía sentir las respiraciones profundas y aceleradas de aquellas personas, desatando mis pensamientos más íntimos. Deseaba ser yo esa chica a quien hacían estremecer con ardientes besos, mientras rozaban sus pechos disimuladamente debajo del saco. O aquella otra que disfrutaba las cosquillas que le producía la lengua de su acompañante, saboreando su cuello desnudo. Quería ser yo...

Alguien me tomó de la cintura por detrás y me hizo dar un salto. Era Diego, algo pasado de copas, que me tironeaba hacia él para sacarme a bailar. Accedí sin pensarlo y me deje llevar por la música. Me liberé, de pronto era sensual, me movía con lentitud, provocativa, sólo por estar con él. Olvide totalmente quién creían los demás que era y recordé quién era en realidad. Cerré los ojos, sumergida en la hipnosis del dance. Él enlazaba mi cintura con sus brazos, acariciando mi espalda, bajando poco a poco y aprisionando mis caderas con las suyas, mientras seguía bailando, lentamente.

Ahora sí era yo, contra la pared, sintiendo los labios de Diego en mi cuello y sus manos acercándose a mi pecho. Tuve escalofríos de placer y mi corazón se aceleraba a un ritmo alocado. No me importaba dónde estaba, creía que el mundo terminaba en nosotros dos. Metió su mano tibia debajo de mi remera y comenzó a jugar con mis pezones, haciéndolos erizar y arrancándome un leve gemido.

Su lengua se internaba con firmeza en mi boca, me dejaba morderla suavemente y luego lamía mis labios, humedeciéndolos una y otra vez. Podía percibir el sabor del alcohol en sus besos y eso me excitaba aún más, me embriagaba junto a él.

Diego se apartó un poco de mí y se dirigió con su mano por debajo de mi ropa interior, mientras con la otra me tomaba de la nuca con suavidad para que no despegara mis labios de los suyos. En ese mismo instante sentí como toda la sangre en mi cuerpo se agolpaba en mi pubis, tanto que hubiera explotado. El cosquilleo provocado por sus dedos entre mis piernas, recorrió todo mi cuerpo, llegando hasta cada milímetro. Él exploraba mi sexo con su mano haciéndome sentir por primera vez que era capaz de vibrar con pasión, liberada.

Superado el primer instante, relajé finalmente las caderas y comencé a moverlas lentamente, hacia delante y atrás, para guiar el ritmo de sus caricias. Diego era intenso, me penetraba con sus dedos, sin provocarme dolor, sino una sensación maravillosa, demostrándome que alguien más conocía mi cuerpo tan bien como yo.

Continuó con su destreza por varios minutos, hasta que, por fin y allí mismo, con el corazón desbordado y la respiración entrecortada, me expandí en un orgasmo que me hizo temblar y jadear, mientras saboreaba el éxtasis.

Repentinamente me asaltó un pensamiento inquietante, recordé dónde estaba y caí como por un sinuoso tobogán para darme un tremendo golpe en el piso. Estaba mal, yo no debía estar allí haciendo lo que hacía.

Aparté a Diego de mí con brusquedad y me abrí paso entre la gente hasta salir de allí. Terminé de reaccionar con el aire frío de la calle y me tomé un taxi hacia mi casa. Durante todo el camino no hice más que reprocharme lo que había hecho, pero a medida que rearmaba los pensamientos en mi cabeza, la contradicción desaparecía. Lo había disfrutado, me había hecho sentir mujer y eso no podía ser malo. Era hermoso, había dejado que alguien más supiera de mi verdadero yo y ese alguien había sido Diego.

Sonreí, cómplice de mí misma.

Continuará...
Datos del Relato
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
Daniela
invitado-Daniela 12-07-2005 00:00:00

Hola Náufraga... hace poco que leo esta página, por ende te descubrí recientemente y me encanta la manera en que envuelves con tu historia, además, me parece muy elegante tu escritura... espero con ansia la segunda parte de tu historia.

Fernando
invitado-Fernando 25-06-2005 00:00:00

Tu relato es muy tierno, muy creíble. Estoy de acuerdo contigo: La virginidad se lleva en la mente, no en el cuerpo. Espero lo que sigue. Gracias por compartir.

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