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Después de cumplir los 20 años, teniendo ya un trabajo fijo y un ingreso suficiente, me independicé de mis padres. Así que hube de tomar en alquiler un apartamento. Después de ver varios, me decidí por un pequeño edificio, situado en uno de los barrios antiguos de la ciudad. Tenía tres pisos: en el primero había un local comercial, en el segundo y el tercero, había dos apartamentos en cada uno.
Pese a ser un edificio pequeño, dos de los cuatro apartamentos estaban vacíos. En el apartamento ocupado del segundo piso vivía una pareja de gays, mientras que en el apartameto habitado del tercer piso, vivía, sola, una señora de edad avanzada.
Pese a que el administrador me dijo que podía escoger el departamento que quisiera, me decidí por el del tercer piso, por dos razones: la primera, que desde la ventana había vista hacia la piscina de un clud deportivo, lo que podía ser una potencial fuente de entretenimiento; y la segunda y más importante, era más barato por estar más arriba.
El apartamento estaba amueblado sólo en forma básica, por lo que al mudarme, hube de llevar algunas cosas extra. Hube de comprar un escritorio para mi computadora y, los hombres que lo llevaron hicieron bastante ruido. La puerta del apartamento contiguo se abrió y pude conocer a la inquilina, una mujer de edad avanzada.
Era una dama, en todo el sentido de la palabra y, en el transcurso de los días, nos fuimos haciendo amigos. Pasamos mucho tiempo platicando y así me enteré que se llamaba Silvia, nunca se había casado y tenía 67 años.
Una noche, cuando regresaba a casa del trabajo, cuando iba a abrir la puerta, escuché música en el apartamento vecino y la voz, un tanto extraña de doña Silvia, que cantaba una vieja canción.
Llamé a su puerta y ella salió a abrir. Pude ver que había bebido de más, incluso, aún llevaba un vaso de licor en la mano.
- ¿Le sucede algo, doña Silvia? -le pregunté.
- ¡No! -me dijo con voz aguardentosa-. Estoy celebrando. Hoy hace 45 años que iba a casarme y la boda se canceló.
La ayudé a entrar y me senté con ella en la mesa del comedor donde, entre copa y copa, me contó el drama de su juventud. Iba a casarse y, apenas un día antes de la boda, se enteró de que su novio tenía ota mujer, por lo que decidió no continuar más con él.
- Así -dijo-, que nunca me casé y aún sigo siendo virgen... a los 67 años.
- ¿Virgen? -pregunté sin poder creer que aún hubiera mujeres así... y menos a su edad.
Los dos tomábamos mientras me contaba que se había decepcionado tanto, que no había querido tener nunca más trato alguno con un hombre.
Mientras ella hablaba, noté que tenía puesto una falda celeste, muy ajustada y una blusa bastante escotada y de tela muy delgada, que remarcaba sus pezones. Era notorio que no se había puesto sujetador. Mi vista no se apartaba de su escote y mientras conversábamos, le miraba insistentemente hacia los pechos y a la forma como se le marcaban los pezones.
- Pero usted no necesariamente tenía que casarse -le dije-. Bien pudo divertirse con los hombres...
- Muchas veces lo he pensado -me respondió-, y ahora me arrepiento de no haberlo hecho. Ahora ya es muy tarde.
- No piense eso -le dije-. Usted es una mujer muy atractiva y no faltará algún hombre que se fije en usted.
- ¡Ja! -exclamó-. ¡Un viejo!
- No necesariamente. Yo...
- ¿Tú te interesarías en mí? -preguntó con un gesto de incredulidad.
- Bueno, yo... ¿por qué no? -dije para animarla.
Me miró fijamente y, ante mis ojos, impulsada por el alcohol, se sacó un pecho del escote. Era una teta grande y deseable, con hermoso pezón, que se hizo más grande y más firme, cuando ella se lo tocó con los dedos húmedos y fríos por causa del vaso que había estado sosteniendo.
Me la comía con los ojos, al tiempo que noté que había un bulto muy apreciable en mis pantalones.
Se acercó a mí, metió su mano por la abertura de mi camisa y con sus dedos fríos, me tocó la tetilla. Al sentir la temperatura helada, di un brinco y un súbito latigazo de deseo golpeó mis carnes. Tímidamente avancé mi mano y le toqué el pecho. Ella no opuso resistencia y me sonrió. Animado por esto, la seguí tocando hasta que metió su mano en el escote y se sacó la otra teta. Quedé como fascinado, contemplándola.
- ¿Te gustan? -preguntó.
- Son preciosos -respondí, con la respiración agitada y en sus ojos pude ver que le gustaba... mi deseo.
- Date gusto, mi niño -dijo.
Ni lerdo ni perezoso, me lancé a chuparle los pezones.
- ¡Que rico, que rico! -me dijo suspirando con los ojos cerrados. Una de mis manos había bajado y estaba acariciándole la vulva por encima de la ropa. Mientras tanto, ella hizo lo propio y comenzó a masajearme el enorme bulto que tenía ya entre las piernas.
Me abrió el pantalón y en un segundo ya tenía el pene de fuera y comenzó a acariciarlo con deleite. Poco a poco se fue agachando y al llegar con la cara frente a aquel príapo corcoveante, no pudo contener el deseo de meterlo dentro de su boca. Comenzó a mamarlo con dedicación y en un par de minutos me tuvo al borde de la teminación.
Pero no la dejé darme la mamada final. La arrastré hasta la sala y la tendí boca arriba en el sofá, al tiempo que luchaba por quitarle la ropa. Le desgarré los calzones y le abrí las piernas. Nunca en mi vida había deseado a una mujer, de una manera tan urgente. Me agaché y metiendo mi cara entre sus piernas, le chupé el clítoris de una manera tan rica que, casi de inmediato, tuvo un orgasmo, producto de sus muchos años de abstinencia.
La despojé rápidamente de su falda y de su bloomer y, fue ella quien, con su mano guió la cabeza de mi pene hasta ponerla enfrente de su abertura. Entonces, empujé, hasta clavarla. Mi hierro candente entró en su ya lubricado túnel, hasta que mis testículos golpearon contra sus nalgas.
Ambos comenzamos a movernos rítmica y furiosamente, y yo no tardé en llegar a un orgasmo que me sacudió por completo, bañando con mi esperma, las paredes interiores de su vagina y útero. Entonces, sentí en mi pene la contracción de su vagina, con un nuevo orgasmo.
- ¡Ooohhhhhh! ¡Divino niño! -dijo con la respiración entrecortada-. ¡Cómo me has hecho de feliz!
Nos quedamos abrazados en el sofá, desnudos, reposando durante largo rato. Luego, ella se levantó y fue al baño. Al regresar, ya estaba yo esperándola con una nueva erección. Y empujándola contra la pared, sin ninguna consideración, la ensarté de nuevo.
- ¡Aahhhhh! -exclamó-. ¡Necesitaba esto!
Ambos estábamos tan excitados, que no hubo problemas para que mi pene llegara hasta el fondo de su vagina, con una sensación de deleite innenarrable. Así como estábamos, de pie, comenzamos a movernos rítmicamente, con furia, y nuestras bocas de unieron en un beso febril, devorándonos nuestras lenguas, hasta que mi chorro ardiente se estrelló de nuevo contra el fondo de su vagina.
Pero no me detuve. Seguí firme y erecto, haciéndola gozar, hasta que prorrumpió en un grito salvaje que anunciaba su orgasmo. ¡Que rico! ¡Francamente, que rico! ¡Nunca había gozado tanto!
- Creo que desde ahora mi carro se va a averiar muy seguido -pensé.
Desnudos fuimos hasta su alcoba y nos tumbamos en la cama. Descansamos un rato tendidos, platicando, desnudos y luego ella mostró signos de querer volver a la acción. Por lo cual decidió darme otra buena mamada, que en poco tiempo me tuvo vibrando de placer.
De pronto, la interrumpí y subiéndome encima de ella, coloqué la punta de mi pene frente a la entrada de su vagina. Empujé suavemente, con lentitud, y fui entrando con suavidad.
Comenzamos a movernos en forma circular hasta que todo mi pene estuvo completamente en su interior. Comenzamos a movernos rítmicamente, al tiempo que tanto ella como yo, nos decíamos al oídos dulces palabras de amor y de pasión. La verdad es que nunca me había sentido tan bien, como con aquella dama y ambos la estábamos pasando de lo lindo.
El calor y la excitación fueron creciendo en mí con rapidez, al grado que unos momentos más tarde no me pude contener y sentí el arribo del orgasmo arrollador. Ella gritó y llegó también a su culminación. Mi verga se hinchó y espasmódicamente comenzó a largar gruesos borbotones de semen. Fue algo realmente delicioso.
Para concluir debo decirles que me he mudado a su apartamento y le doy de 2 a 3 polvos diarios y, es curioso, con la edad su apetito ha crecido y su cuerpo constantemente desea tener más y más sexo.
¿Virgen a los 67? ¡Ya no!
Autor: Amadeo.
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