Una tarde de junio de 1988 estaba en un oscuro rincón del patio de la secundaria fajando ardorosamente con mi novio oficial, Gerardo, cuando la mayoria de los alumnos ya se habían ido a sus casas.
Estaba tan sabroso el faje que terminé mamándole la verga, cosa que, naturalmente, me dejó supercaliente. Gerardo se fue como si nada y yo salí de aquel rincón hacia el patio principal luego de acomodarme la ropa, pensando en la cogida que le iba a dar a mi tiíto Héctor, para la cual, llevaba en mi mochila (petición de mi tiíto) un minitanga negro de hilo dental y un pasamontañas del mismo color.
Solo que algo cambió mis planes: vi cruzar al prof de geografía hacia el salón de cubículos, donde tenía su oficinita, acompañado de una de las chavas mas guapas de tercero, a la que le decíamos Lola la Trailera por que se parecía a Rosa Gloria Chagoyán –así de buenota estaba- y por su fama de puta.
El profe de geografía, tutor de nuestro grupo, era un bombón que hacía derretirse a mis compañeras. Mas de una se metía el dedo pensando en él. Tenía unos 35 años, militaba en un partido de izquierda (y para entonces estaba superclavado en la campaña de Cárdenas), era muy alto, ancho de espaldas, moreno, de músculos bien marcados y palabra suave. Si yo fingía indiferencia es porque solía llegar a sus clases, que eran a las siete de la mañana, aún dormida y, muchas veces, recién cogida.
De todos modos, les juro que no pensaba cogérmelo y quizá era eso lo que hacía que él me mirara mas a mi que a las loquitas que le aventaban el calzón con descaro. Así llegó casi a su fin ese glorioso segundo de secundaria, año en el que cogía regularmente con mi tío Héctor y en el que seduje a mis amiguitos Gerardo y Manuel.
Regresando a la tarde en cuestión, pensé, al ver caminar juntos al profe y a Lola, que era una hora desusual para asesorías, así que, sospechando algo, dejé pasar unos minutos y los seguí y entré silenciosamente al salón. La puerta de la oficina del prof estaba cerrada, pero al tocar la perilla, esta giró suavemente, permitiéndome mirar por una estrecha rendija.
Entonces los vi, altos y bellos, practicando el más viejo deporte humano: ella estaba sentada en su escritorio y con sus bien torneadas piernas rodeaba el torso del profe, que me mostraba sus ricas nalgas y su ancha espalda.
Hundiendo su cabeza entre las voluminosas tetas de Lola, el profe arremetía con vigor, y sus nalgas y sus piernas desnudas se hinchaban por el esfuerzo. Lamenté no tener a mano una cámara fotográfica, porque me hubiera hecho millonaria con esas fotos, seguro que sí.
Poco antes de que terminaran cerré la puerta y me retiré a un rincón del pasillo, donde me desvestí, me puse las braguitas de pecadora, el pasamontañas y cubrí mi apetitoso cuerpecito, de –entonces- 1.53 de estatura, con una bata blanca de laboratorio. Así, esperé que salieran, cada uno por su lado, primero, como era lógico, Lola la Trailera.
Así fue. Y apenas había cerrado tras de si la puerta del salón de cubículos, salí de mi escondite y abrí la puerta de la oficinita del profe, que terminaba de abrocharse su camisa.
-¿A mi no va a tocarme verga, prof? –pregunté, abriendo mi bata y mostrándome peor que desnuda, con las pequeñas tetas al aire, oculta mi panochita por el mínimo tanga, con calcetas escolares y zapatos y cubierta mi cara por el pasamontañas.
-Pero –musitó.
-Si te gusta coger adolescentes, prof, cógeme a mi, que sí lo parezco, no como la puta de Lola, a la que le dieron crecilac.
Viéndolo pasmado, me acerqué a él, acaricié su bulto y le abrí el pantalón, permitiendo que se deslizara piernas abajo. Siguió su truza para que yo me inclinara un poco, levantara el pasamontañas hasta mi nariz y metiera en mi boca su verga en reposo, pringosa aún.
Dentro de mi boca, sentí crecer su verga, que alcanzó un muy respetable grosor. La lamí toda entera, acariciando las fuertes nalgas del profesor, hasta que sentí que su dureza era la óptima. Me levanté y, apoyando mis nalgas sobre el escritorio, le dije:
-Cógeme, profe, cógeme como a ella.
Me recosté y sentí sus manos, firmes y callosas, despojándome de mis braguitas. Inmediatamente me dio vuelta, poniéndome boca abajo, con el culo al aire, y sus dedos empezaron a explorar mi chiquito. Pero yo quería su verga en mi panocha, así que le dije:
-No profe, por ahí no... o si quieres te lo doy después. Ahorita quiero verga en mi panochita, y no te asustes, que tomo anticonceptivos.
No esperó más y cambió de objetivo. En cuanto encontró mi entradita dijo:
-Pequeña putita, si estás empapada.
Y, ni tardo ni perezoso, dirigió ahí su capullo. Un par de movimientos bastaron para que su vergota calzara como mano en guante en mi rajita y un par de arremetidas fueron suficientes para llevarme al primer orgasmo.
Me relajé notablemente con un fuerte gemido, pero él, sujetándome firmemente de la cintura, dijo:
-No te salgas nena.
Se movió delicadamente, acariciando mi cintura, hasta llevarme a nuevas cimas de calentura y entonces arremetió con tal furia que me llevó pronto a un segundo orgasmo. El lo sintió y, otra vez, redujo notablemente el ritmo de sus embates, moviéndose ahora en suaves círculos dentro de mi. Me calenté más, si cabe, y quise más verga. Pedí:
-Más, más, profe, más duro... rómpeme.
Volvió a embestirme con fuerza, a golpes, hasta hacerme ver estrellas, hasta hacerme envidiar a Lola la Trailera, que quien sabe desde cuando lo gozaría, hasta hacerme pensar que había sido una pendeja por no cogérmelo desde antes.
Grité, pero él me tapó la boca con su mano, que mordí fuerte, hasta hacerle daño, pero él, como si nada, sacó su verga de mi panochita, embarró su mano llena de saliva en mi ano, y me penetró por la otra puerta casi sin moverme ni moverse. Por ahí siempre me ha dolido pero me ha gustado y al sentir el ardor que me causó su entrada reprimí otro grito y lo mordí más fuerte, a lo que él respondió con furiosas embestidas.
Llevé mis manos a mi pnocha y mientras la derecha masajeaba fuertemente mi clítoris me metí en la rajita los dedos índice y medio de la mano izquierda, que entraban y salían al mismo ritmo en que la verga del Loco se movía en mi ano. No se qué tiempo pasó en medio de esa delicia, llena de él y de mi, cuando alcancé mi cuarto orgasmo, que casi coincidió con la derrama de su ardiente leche en mis tripas.
Ahí sí paró. Se hizo hacia atrás y sacó su verga. Yo no la veía, me sentía llena y cansada. Me di vuelta y, sentada sobre el escritorio lo abracé y lo atraje hacia mi cara. Le di un largo beso y le dije en voz baja:
-Gracias profe. Veo que tienes mucho que enseñarme.
Volví a besarlo, lo hice para atrás, me puse la bata sobre el cuerpo sudado y desudo, y huí.