Regresábamos mamá y yo en un auto más contentos que unas castañuelas: el ginecólogo le había comunicado que la bebita nacería en unas semanas y que todo estaba bien. ¡Qué feliz se pondría papá, y yo mismo que a mis once añitos ya tendría con quién jugar, aunque yo prefería un niño, como yo!
Conducía mamá y en media hora estáriamos en casa, ya que vivíamos en las afueras de la ciudad. Pero un lamentable percance había de cambiar nuestras vidas, al menos la de mi niñez .
Dos mochileros estaban haciendo auto-stop. Mamá, tan amable como siempre, detuvo el vehículo, y se ofreció a llevarles hasta el próximo pueblo. Eran dos muchachos, de unos treinta años, uno arrubiado y delgado y el otro negro y musculoso y fuerte como un toro. Ambos se situaron en los asientos traseros, la mirada lasciva que le dirigían a mi madre no me gustó mucho, y su conversación todavía menos:
- ¿Cómo conduce el auto estando embarazada? - empezaron a preguntar. Mamá contestaba a todo sonriendo y con su amabilidad característica.
La charla iba subiendo de tono:
-¿ Va a amamantar a la bebita, señora?
- ¿Sigue manteniendo relaciones sexuales con su marido en ese estado, ja? (Ante esta pregunta a mí me vino a la mente las discusiones que mantenían mis papás al respecto y que yo escuchaba sin que ellos se enteraran: mamá estaba muy recaliente a pesar de su embarazo y quería follar, pero papá no porque decía que el bebé podía dañarse y salir nervioso).
Mamá perdió la paciencia y detuvo el coche, ordenándoles bajar a aquellos insolentes.
Pero el asunto se complicó .
Los dos hijoputas obligaron a mamá a introducir el auto en la frondosidad del bosque, a mí me encerraron en la parte trasera con fuertes amenazas para que no gritase, y a ella la llevaron en medio de un descampado y la desnudaron por completo.
Mamá se resistía como podía, pero por miedo y por la dificultad de su inflado vientre, apenas podía impedir el ultraje.
No tardó el negro en tumbar a mi madre en el suelo, arrebatarle las bragas e introducirle su lengua larga y ágil en la concha. La vulva permanecía hinchada y semiabierta por la preñez y, desde mi escondrijo pude ver que estaba rasurada y con el clítoris erecto como una pijita. El otro mochilero ya la había introducido la verga en la boca y sujetaba a mamá por el cabello para que se la chupara hasta los huevos.
No tardó el moreno en meterle su polla grande y venosa en el coño, al tiempo que le exprimía y succionaba con delectación las tetas, de las que salía un chafarís de leche materna. El bombeo fue bestial, pero mamá no podía gritar pues el blanquito no la dejaba respirar con su cipote llenándole la boca. La saliva salía por las comisuras de los labios y por un momento mamá creyó que el bastardo ya se había corrido en su garganta, pero no fue así .
No tardaron en cambiar de postura. El negro levantó en peso a mi madre, la echó sobre su musculoso pecho sin sacarse la poronga de la chucha, y le ofreció el ano al otro. Aquel sandwiche debió enloquecer a mi madre, que estaba siendo bombeada al unísono por dos dos orificios, pues empezó a gritar y luego a gemir de manera extraña para mí . ¿Estaba sufriendo o gozando con aquellas brutales embestidas? Fue entonces, cuando con sorna el negro le preguntó:
- ¿Quieres que paremos, zorra?
Mamá no contestó. Sólo miró de soslayo hacia el auto para ver mi cara. En un descuido, creyendo que yo no me enteraba de nada, le dijo:
- ¡Seguidme follando, hijos de la gran puta! Hacedme correr como una perra.
- ¿No te preocupa la bebita que llevas dentro? - intervino el rubio.
Mi madre no respondió.
- Pues toma poronga lironda, que seguro que esto no te lo hace tu marido - le gritó el muchacho blanco al tiempo que se corría dentro de su orto.
Ya sólo restaba eyaculase el gigantón negro, pues mi madre debió de orgasmear varias veces durante la jodienda, pues no se privó de gritar mientras la cabalgaban: "¡Más, más, más .!", imploró una y otra vez mientras se convulsionaba como una posesa.
El moreno la tumbó de nuevo de espaldas, con las piernas bien abiertas y aquella panza gigantesca moviéndose en cada embestida. Yo podía ver cómo aquella chota descomunal perforaba la almeja hinchada de mamá que se contraía rítmicamente de la excitación que sentía. Fue en un momento determinado cuando el negro sintió que su glande tropezaba con algo en las entrañas de mi madre .¡ Era la cabeza del bebé! Empezaron a salir del coño abundantes fluídos de olor dulzón : mamá estaba a punto de parir, pero su orgasmo era tal que seguía pidiendo al negro que no parase por Dios. No tardó el violador en correrse dentro de ella al tiempo que mi madre tenía un espasmo monumental que casi le hace perder la consciencia: la lefada empezó a salir a borbotones de la figa dilatada y enrojecida, mezclada de efluvios vaginales .
Los dos hombres se recompusieron como pudieron, mientras mi madre empezaba a tener las contracciones del parto, adelantado por la intensidad de los orgasmos tenidos, me hicieron salir del coche y se escaparon en él. La muy zorra, tumbada sobre la hierba, observó complacida cómo mi pantaloncito estaba empapado por la eyaculación espontánea que había tenido, al sobrepasarme el espectáculo que presencié desde el auto y, deseando comprar mi complicidad, aún tuvo el coraje de decirme:
- Hijito, lo ocurrido no fue consentido por mí. Es mejor que lo olvidemos todo.
Al poco rato llegó al lugar una ambulancia - avisada, sin duda, por aquellos malnacidos - y trasladaron a mamá al hospital, donde dio a luz una linda nenita.
huuuy que relato tan caliente muy bueno