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Me volví adicta al rosario tailandés. No había nada de malo, lo sé, pero no quise confesarle ese vicio. Era mío, mío, ¡mío! Esperaba anhelante a que se fuera para jugar a solas. Llenaba mis dedos de lubricante y me penetraba el culo. Uno, dos, tres… hasta sentirme llena, hasta hacer tope con la palma de la mano. Entonces, empujaba hasta el fondo, describía círculos, pulsaba con fuerza. Luego me introducía las cuentas, una a una, disfrutando sin prisas de su textura, de su dureza, de su tamaño. Cuando llegaba a la última, apretaba el culo, me pinzaba el clítoris con dos dedos y me follaba con los otros tres. Placer, placer, placer… hasta que los espasmos sacudían mi vientre y tiraba con fuerza del rosario, y el orgasmo me convulsionaba, y mordía la almohada para ahogar los gemidos.
Un día, cuando disfrutaba de mi vicio secreto, entró en la habitación. Puede que llegara antes de la hora, puede que no, tanto daba. Me pilló con la cadera levantada y el rosario lubricado en las manos. Sentí vergüenza, remordimientos, miedo. ¿Y si se enfadaba? ¿Y si le molestaban mis juegos solitarios? Intenté girarme, formular una explicación, pero me aprisionó contra la cama y me arrebató el rosario.
—Viciosa. Mereces un castigo—. Se quitó el pañuelo de seda que llevaba al cuello y comenzó a hacerle pequeños nudos mientras mordía mi espalda. Luego, introdujo en el mismo centro de mis glúteos dos dedos lubricados y, cuando gemí pidiendo más, los sacó y metió la punta del pañuelo. Despacio, nudo a nudo. Era suave, aterciopelado, exquisito… como su miembro cuando penetró mi sexo. Me folló con furia, azotando mis glúteos, clavando sus uñas en la carne. Placer, placer, placer…. Un tirón enérgico. Su lava quemando mi sexo. Mi orgasmo quemando el suyo.
Soy adicta, lo confieso. Le espero anhelante hasta que oigo el motor de su coche. Entonces, me desnudo y me tumbo de espaldas con el rosario tailandés lubricado en mi mano. Abre la puerta, me observa, se acerca. Finjo sorpresa, un giro, una explicación, pero me aprisiona contra la cama, me arrebata el rosario y susurra.
—Viciosa.
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