Nunca podré olvidar el viaje en aquel ascensor. De siempre he odiado los ascensores y he preferido ir por las escaleras, pero subir hasta un 15º piso y con unos tacones de casi 10 centímetros no era demasiado tentador que se diga, así que opté por coger el ascensor. No había nadie en la entrada, pero justo cuando el ascensor llegó apareció un señor que entró corriendo en el mismo. Empecé a observarle a través del espejo: unos 45 años, pelo algo canoso, alto, bien formado, musculoso, atractivo... y una enignática barba de dos días. Vestía de sport: vaqueros, camiseta clara y americana azul marino. Indudablemente era un hombre apetecible y comencé a notar cómo me sentía húmeda y a través de los cristales ´pude ver que mis pezones estaban erectos. Poco a poco, pasándome repetidas veces la lengua por los labios fui subiéndome la falda hasta que aparecieron mis labios más intimos y fui desabrochando los botones de mi camisa dejando aflorar mis pechos. Al principio parecía que aquel hombre no se daba cuenta de lo que pasaba justo detrás de él, pero a los pocos segundos me vio a través de los espejos y no me quitaba ojo. Decidida me fui hacia él, no sin antes pulsar el botón del ascensor que nos dejó suspendidos en el aire, entre dos pisos cualquiera a merced de lo que nuestra líbido quisiera hacer con nosotros.

Me apreté contra él y pude notar su erección: la tenía firme, dura, una polla considerablemente grande y apetecible. Rápidamente sumergió su cabeza entre mis pechos mordisqueando con pasiòn mis pezones mientras que yo torpemente desabrochaba su pantalón y liberaba aquella polla que pude saborear apresuradamente mientras le hacía gemir de puro placer. Tendidos en el suelo del ascensor buscó mi coñito con su boca, haciéndome disfrutar sabiamente con una lengua que demostró haberse comido más de una almeja, sabiendo perfectamente lo que tenía que hacer, donde tenía que chupar y donde que lamer para que me retorciera de puro placer y girtara como una posesa que me la metiera, que tenía el coño incandescente y que necesitaba sentir su verga en mi interior.

Sin más preámbulos, y con una fuerte embestida noté como era atravesada por su potente polla y siguió con las embestidas cual toro bravo hasta que se corrió en mi interior. En ese momento, nos levantamos y pulsamos el botón para que el ascensor siguiera su curso. Él se bajó un par de pisos antes que yo, y nunca sabrá lo encantada que quedé al haber tropezado con su polla.