~~Estaba muy cansado,
las esperas son siempre tediosas. Necesitaba subir al tren e iniciar
de una vez aquel viaje. Busqué por el vagón un compartimento
vacio (cuando en España los trenes de largo recorrido contaban
con compartimentos de ocho pasajeros). Afortunadamente había
varios, cerré la puerta y me sumergí en la lectura con
la sana intención de realizar el trayecto totalmente solo.
Faltaban cinco minutos para la hora prevista de salida, cuando el
sonido seco de la puerta violentó repentinamente mi soledad.
Dos personas entraban, dejaban sus maletas en el portaequipajes y
se sentaban a mi lado. Los saludos obligados y algún que otro
comentario vacío sobre el tiempo, poco después, silencio
tenso. Parecían matrimonio, él corpulento, de barriga
feliz, ella llenita, pero sin excesos. Tras una sacudida violenta
nos pusimos en marcha y con ella tres viajeros más: dos mujeres
y un joven muy extrovertido.
La conversación se iba animando conforme restábamos
kilómetros. Los temas eran variados y todos mostraban interés
por aportar su opinión. No parecían malos acompañantes,
incluso entretenidos. La noche, al igual que el tren, seguían
su curso avanzando inexorablemente, mientras el cansancio comenzaba
a vencer a algún que otro pasajero. Apagamos las luces para
mayor comodidad. Salí al pasillo a fumar un pitillo, porque
curiosamente, era yo quien no podía conciliar el sueño.
No había mucha gente allí sólo dos fumadores
y una mujer que me miraba insistentemente. Terminé el cigarro
y fuí al servicio. Estaba ocupado. Se abrió la puerta
y surgió de su interior la mujer de la mirada: ¿vas
a entrar? me preguntó . Asentí e inicié el movimiento,
nuestros cuerpos quedaron atrapados en la puerta mostrándose
desnudos con el contacto. Un contacto que me permitió, en un
instante fugaz, describir sus contornos y formas. Me disculpé
y ella dejó en mi mano algo esponjoso y arrugado. Se despidió
con una sonrisa y un "hasta luego" absolutamente inquietante.
Dentro y solo abrí la mano nervioso y allí estaban sus
bragas, ¡eran sus bragas lo que me había dado¡,
todavía calientes, con el olor reciente de su intimidad. La
garganta un nudo.
Necesitaba no menos de diez minutos para arreglar mi desorden, tenía
que encontrar un mínimo de cordura y sosiego. Salí finalmente
del servicio y sorprendentemente ya no quedaba nadie en el pasillo.
Regresé a mi asiento no sin cierta dificultad ya que en el
compartimento todo estaba oscuro.
Allí repasé una y otra vez lo sucedido, analizando minuciosamente
cada detalle, sin darme cuenta que cada vez me incomodaba más
la estrechez del espacio. Uno de mis acompañantes me había
amontonado en la esquina con su cuerpo. Era la mujer del hombre corpulento,
que supuse que la inconsciencia del sueño la había desmadejado
de tal modo que no se percataba de su situación. Traté
de arreglar su compostura de la manera más educada y delicada
posible, pero desgraciadamente una de mis manos terminó abarcando
totalmente su pecho. Me quedé inmóvil, incapaz de desplazarla.
Esos instantes que la inactividad por si sola provoca una agradable
sensación de plenitud. Como la mujer no mostraba síntoma
alguno de desagrado, decidí acariciarlo aprovechando el descuido.
Fué una sensación larga e intensa. Su tacto suave, frágil,
dócil me animaron a hacer lo mismo con el otro y poco después,
tras librar su encorsetado sujetador, disfrutar en plena piel de las
mismas sensaciones, pero de forma más intensa y real. Miré
a su marido . Seguía dormido. Eso me trajo un aire nuevo de
tranquilidad, ya que su mujer había atrapado una de mis manos
y sin ningún reparo ni miramento la había alojado entre
sus piernas.
Mis dedos notaban su humedad. Su sexo hinchado y abierto se frotaba
alocadamente. Aquella mujer estaba decidida a llegar hasta el suspiro.