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No recuerdo exactamente las fechas, pero seguramente sería a finales de octubre principio de noviembre, por aquellas fechas yo trabajaba para un Tour Operador internacional y desarrollaba el puesto de director de producto, lo que me permitía viajar muchísimo.
En esta ocasión tenía que preparar un circuito por Suiza e Italia sobre todo el norte la zona de los lagos. Aterricé en Ginebra, alquilé un coche y me dirigí hacia Leiden un precioso pueblo de montaña donde tenía que ver varios hoteles y elegir uno. Me tomo menos tiempo del que había supuesto por lo que gane un día en mi apretada agenda antes de llegar a Italia. Como necesitaba llenar el depósito de gasolina me pare en una estación que tenía un pequeño restaurante de montaña al lado, deje el coche en la gasolinera y me fui a comer.
Estaba vacío el lugar y solo estaba el personal, una mujer hermosa metida en carne con unos pechos que desafiaban la gravedad y un culo que bamboleaba al andar que parecía duro como las rocas de estas montañas, fue la que me atendió y me puso a cien ya que al agacharse para servirme me mostraba el canalillo de sus pechos. Detrás de la barra había un hombre joven que parecía hablar con un niño o niña ya que no se apreciaba lo que si era cierto es que le hablaba con la autoridad de un padre. Durante toda la comida por mi mente pasaron las más calenturientas ideas de lo que podría hacer a esta mujer madura que me miraba con cierta sorna posiblemente porque mis miradas hacia ellas querían decir lo mucho que la deseaba. Por mi mente pasaban las diferentes formas de cómo podría follármela y cuanto jugo me daría al lamer y chuparle el coño. De pronto salió de detrás del mostrador una muñequita rubita que no debía de tener más de 18 años que se dirigió a la mujer tratándola de abuela.
Después de la comida el tiempo había cambiado a peor parecía de noche cuando en mi reloj solo eran las 3 de la tarde. Fui a la gasolinera a pagar y compré unas barritas de chocolate que una vez en el coche puse en un bolso que llevaba en los asientos traseros.
Cuando me disponía a arrancar el hombre joven del restaurante se acercó para pedirme si podía llevar a su madre y a su hija hasta el siguiente cruce, unos 10 kilómetros, para que allí ellas tomasen otro vehículo que fuese al pueblo ya que para él le era imposible llevarlas al no haber llegado el relevo y debería quedarse todo el resto del día y de la noche en el restaurante a lo que lógicamente no me opuse. La abuela se sentó delante y la pequeña atrás al sentarse la abuela me regalo con una vista de sus muslos que después no intento bajarse el vestido por lo que durante el viaje me iba a ofrecer unas vistas magnificas. De hecho, conforme iniciábamos el recorrido se volvía para ver qué hacia su nieta, pero el vestido se remontaba cada vez más hasta que pude verle sin descaro hasta las bragas negras que llevaba. Por supuesto que, entre mis piernas, no tardó mucho en reaccionar mi fiel amigo que inmediatamente se puso firme dentro de la tienda de campaña que formaba con mis pantalones. De vez en cuando note que ella le echaba unas miradas nada furtivas y más bien descaradas. Durante el trayecto la conversación se limitó a contarme que era viuda desde hacía 15 años y a hablar del tiempo que además de haber empeorado había empezado a llover a cantaros.
En ese momento la niña dijo que tenía hambre y la abuela le dijo que aún faltaba para llegar a la casa intentaba tranquilizarla volviéndose hacia atrás. Permitiéndome ver las vistas magnificas de sus muslos, me pareció ver húmedas las bragas al volverse otra vez hacia atrás para tranquilizar a su nieta. Les ofrecí las barritas de chocolate que llevaba en el bolso, le dije a la niña que las cogiera ella misma y así lo hizo, aunque me había olvidado completamente de que en el interior del bolso llevaba unas revistas pornográficas que había comprado en el aeropuerto. En eso que llegamos al cruce donde se debían bajar, pero seguía lloviendo. El dejarlas allí hubiese sido un crimen sobre todo por la pequeña así que me ofrecí llevarlas yo mismo al pueblo. La abuela ante este ofrecimiento me beso en la cara muy cerca de los labios dándome las gracias por mi amabilidad en ese momento yo aproveche para poner mi mano sobre su muslo descubierto y ella se echó a reír dando a entender que no le importaba. De repente dice la pequeña esto es lo que le gusta a papa que yo le haga. Nos volteamos para ver a que se refería y nos la encontramos con una de mis revistas en las manos, la abuela se la quito de las manos y la ojeo mirándome, yo me ruboricé, pero ella como si tal cosa me dijo hace tanto tiempo que no hago nada de esto que ya casi he olvidado lo bueno que era, contestándole yo que solo nos hacía falta llegar a su casa para recordárselo, no serás capaz, me contesto mirándome entre las piernas y desliándome. En eso continué sobándole los muslos diciéndole que estaba de lo más apetitosa y que me extrañaba que nadie le hubiese hecho ofrecimiento alguno. Me dijo que precisamente donde vivían era un pueblo muy pequeño y que todos se conocían y era difícil el poder mantener una relación con alguien sin que todos lo supieran y eso dificultaba precisamente relacionarse. Me dijo que suerte la mía el poder al menos tener esas revistas que me ayudan a relajarme a lo que le comento que la prefiero a ella y no mi mano y una revista. En ese momento la conversación subía bastante de tono y tenía mi paquete por explotar cuando siento su mano que me manosea la verga por encima el pantalón mi mano derecha se había colado debajo de sus bragas y bajo mis dedos palpaban un coño que debía ser muy carnoso y estaba empapado de sus jugos, en ese momento la nieta me pregunta mi nombre y la abuela me suelta la polla para que la nieta no vea lo que estaba haciendo, entonces me vienen a la memoria las palabras que dijo anteriormente la niña, así que para entablar conversación con ella le pregunte su nombre me dice que se llama Gerda y por el espejo retrovisor veo que se ha sentado entre los dos asientos delanteros con las piernas abiertas y le veo las braguitas lo que me excita aún más. Así que eso le gusta a tu padre que tú le hagas le digo y ella me contesta si papa es muy bueno conmigo y me acaricia mucho y hace que sienta muy rico. La abuela me miro y se ruborizo, en ese momento no supe si era por lo que decía la niña o por tener mi dedo en su coño.
En eso que llegamos a la casa, pero seguía lloviendo muchísimo. La abuela sale del coche hacia la casa corriendo y la pequeña se queda dentro conmigo mientras esperamos que abra la puerta de la casa y aprovecho para acariciar la niña entre las piernas y ella me dice así es como mi papa hace, tú también sabes hacerme rosquilleta rica. Era un puro goce sentir ese chochito sin pelo suave carnoso como una frutita. Cuando la abuela ha abierto la puerta nos llama para que vallásemos hacia la casa.
Cuando se produce una tromba de agua que nos empapa hasta los huesos. La pequeña se resbala quedando totalmente llena de barro, la cojo en brazos y nos metemos en la casa.
Mientras la abuela había encendido la chimenea. Empezaba a hacer un calorcito rico a lo que empezamos a desnudarnos para secarnos al fuego, me sentí un poco cohibido pero la abuela me dijo que no me preocupara que la niña ya había visto su padre desnudo y que ella misma tenía ganas de verme y con su mano me acarició la polla. Las dos se fueron a ducharse y yo me quede esperando a que terminasen cuando regresa la abuela me da un besazo en la boca y me manda a la ducha mientras ella prepara café.
La pequeña seguía en la ducha cuando yo llegue y me invito a bañarme con ella. Bajo el agua siento las manos de la pequeña que me agarra la polla y comienza a acariciarme poniéndose durísima. La pequeña me invita a que la enjabone. Era una delicia pasarle las manos por su entrepierna, con el dedo le acariciaba entre los labios gordotes de su coñito, entrando la niña como en trance con los ojos cerrados y empezó a temblar con lo que me asuste al principio, pero solo acababa de tener un pequeño orgasmo.
Terminamos de ducharnos y estábamos secándonos cuando la abuela nos trajo ropa seca. Para mí un batín que me quedaba pequeño y se abría constantemente, para la niña un pequeño camisón cortito y además no llevaba nada debajo.
Volvimos al salón donde estaba la chimenea y allí la abuela tenía preparado café y leche además de una botella de licor local.
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