VERGA DE GARAÑÓN. 1
Como una pantera él se arrastró lentamente al pie de la cama, sobre su cuerpo, y se sentó a horcajadas sobre sus caderas. La ayudó a librar sus brazos del traje, destapando sus hombros y cuello.
Despacio, movió sus manos sobre la tela, tirándola más abajo hasta revelar la línea de su trasero. Finalmente las metió alrededor de su cintura, sus dedos expertamente a sabiendas, acariciándola mientras lo hacía.
Era imposible no responder a un juego tan seductor y se retorció un poco debajo él. Si se retiraba o avanzaba a sus caricias, no habría podido decirlo.
— Quédate quieta— susurró suavemente en su nuca. — Confía en mí y sentirás tanto placer como para desmayarte. Lo prometo.
Tonta o no, ella se abandonó a sus más que capaces manos. El calor de sus palmas sobre sus hombros la hizo jadear.
—¿Demasiado caliente?— le preguntó, y mágicamente el calor disminuyó.
-- No, sólo me sorprendí.— suspiró.
El calor aumentó una vez más, bajando y fluyendo hasta que esto se hizo una contracción que golpeaba en sus músculos anudados con una fuerza deliciosa.
—¿ Cómo esta?—
-- Ummm --
Un susurro inofensivo que sonó pecaminoso.
¿Cómo había sucumbido tan rápidamente?¿ Tan fácilmente? No lo sabía, tampoco se preocupó. Sus manos masajeando su piel desnuda se sentían demasiado bien como para preocuparse por algo más que la magia del momento.
Una solitaria yema del dedo pasó suavemente sobre su hendidura, bajando entre sus piernas al botón hinchado de su clítoris. Una ráfaga de electricidad ardió un sendero por su cuerpo, de la cabeza hasta los dedos del pie.
Carlos subió el dobladillo de su traje alrededor de sus caderas, exponiéndola totalmente a su fija mirada. Intentó cerrar sus piernas pero él estaba acuñado fuertemente entre ellas, descansando sobre sus rodillas dobladas que se elevaban sobre ella. La punta de su dedo presionó su clítoris, hinchándolo y mojándolo por la necesidad, le envió un pinchazo de placer.
Dejó salir un grito interrumpido. Su aliento era una llama sobre su espalda cuando pasó la lengua a lo largo de su espina dorsal. Su mano libre comenzó un masaje seductor, exprimiendo sus senos hasta que ardieron, como el resto de ella. Su clítoris estaba en llamas. Él lo presionó y lo frotó hasta que temió que gritaría, de tanto placer. Demasiado.
Donde antes lo hubiera apartado, cerrándole sus piernas, ahora se separó más de par en par para él. No tenía nada más en cuenta que sus caricias. La impaciencia era una sombra del sentimiento que experimentaba. La locura era una descripción más apropiada. Temblaba, su carne se hinchaba, mojada y a punto de explotar. Su dedo cogía en silencio la abertura que abría sus labios.
Me ha hecho gracia tu comentario sobre Coqueta y seguramente tienes razón... le hace falta una buena cogida. La verdad, amigo Lobo, es que a comentarios como ese no hago ni caso. ¿Por qué? Muy sencillo: Si no le gustaran no los leería ¿No te parece? Saludos, amigo.