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Categoría: Confesiones

Verano del 59 (2)

Verano del 59 (II)

Recuerdos infantiles de un niño, al que el hecho de vivir en plena naturaleza, le provoca un desarrollo instintivo de su sexualidad. Aquel verano sus padres fueron a trabajar a un hotel de la costa y lo dejaron al cuidado de su abuela y su tía.

Lo que voy a narrarles son recuerdos muy vividos y muy intensos, tantos que hoy en día al memorizarlos, me siguen produciendo esa especie de “pellizco” en el estómago, que nos ocasiona el recuerdo de algunos momentos.

Hoy a mis 63 años, y después de haber leído muchos relatos eróticos, me he decidido a dar el paso y narrar aquellos hechos que para mí fueron muy importantes

Como les había narrado en el relato anterior, mis padres en el verano de 1959 se fueron a trabajar durante tres meses a un hotel de la costa, y a mí me dejaron al cuidado de mi abuela y mi tía.

Los primeros días de adaptación a la nueva situación, aparte de mis contradicciones por no poder jugar con los amigos que me había dejado en mi caserío, que estaba relativamente cerca pero yo sabía que no los volvería a ver en los tres meses del verano, fueron conflictivos con mi abuela y con mi tía. Ya he dicho que soy hijo único, y en aquel entonces a mis 9 años no entendía ciertas cosas de las que pasaban a mi alrededor.

Recuerdo que algunas noches, Pepe el pastor, acudía a nuestra casa, Pepe era un tipo alto y fuerte, que olía a cabras y ovejas, siempre, ese olor se me quedó registrado y hasta el día de hoy aún lo puedo recordar perfectamente. Creo que andaría por los 35 o 40 años, casi siempre lo veía sin afeitar y con su boina en la cabeza. Cuando Pepe acudía a casa de mi abuela, ella le ponía algo de comer, un trozo de tocino con pan y un buen vaso de vino blanco, que Pepe agradecía, y entonces se ponían a hablar, Pepe siempre hablaba del rebaño, de las cabras, de las ovejas, que yo creo que conocía una a una, seguramente que incluso íntimamente también las debía conocer, ya que su vida era un ir y venir por las sierras aquellas con el rebaño. Decía él que dormía en las cuevas de la sierra y que nunca pasaba frío en el invierno, pues las ovejas y las cabras daban mucha calor en la noche.

Una noche, de esas claras de verano, en las que estábamos la abuela, mi tía, Pepe y yo, en la mesa, cenando lo que la abuela había dispuesto para ese día, y hablando, sobretodo Pepe, explicando sus historias con las zorras, los conejos, las liebres, los hurones, las bichas (serpientes), alacranes, y todos los animales de la sierra que el conocía a la perfección, y que narraba historias que yo en aquel momento me creía al pie de la letra, con el tiempo descubrí que Pepe le ponía mucha fantasía, pero a mis 9 años me lo creía absolutamente todo. Lo cierto es que Pepe rompía la monotonía de los días, la calor, o mejor dicho creo que la incrementaba, y después explicaré el porqué, y con sus cuentos y relatos pasábamos la velada. También servía Pepe de medio de comunicación ya que allí no había ni tan siquiera una radio, y Pepe nos explicaba a quien había visto por el río, por la carretera, única del valle, o por los caminos que se dibujaban por la comarca.

Lo cierto es que estando sentados los cuatro, yo observaba que Pepe comía, casí, sólo con una mano, la mano izquierda y la otra la tenía estirada y desde mi situación, en frente de él, era como si ese brazo lo tuviera inutilizado. En la posición que estaba Pepe, la abuela le quedaba a la izquierda y mi tía le quedaba a la derecha, la mesa cabe decir que era una mesa humilde y no demasiado amplia. Total que cenando y entre un vasito de vino y otro, debo decir que mi tía bebía vino a la par de Pepe, y que mi abuela rebajaba el vino con agua. Yo sólo bebía agua por supuesto.

El caso es que entre las historias de Pepe, la comida y el vino, la velada se fue animando y acabamos todos riendo las gracias de aquel pastor que parecía muy amigo de la familia. Cuando observé que la mano que tenía estirada se movía poco a poco, pero no sabía el motivo, lo descubrí mas tarde.

Acabamos de cenar y entonces Pepe, muy contento él, sacó 4 sillas a la puerta de la casa, con el objeto de poder tomar un poquito el fresco de la noche, ya que el día había sido muy caluroso y dentro de la casa estaba hacia mucha calor. Así que nos sentamos todos, por este orden, la abuela, mi tía en el centro y Pepe al lado de mi tía sobre la pared, y yo me situé al frente de ellos. Pepe seguía con sus cuentos y chascarrillos, mi abuela reía y mi tía también, y entonces me di cuenta de cómo Pepe movía su mano derecha y la ponía con disimulo sobre la ingle izquierda de mi tía, que ese día llevaba un vestido de tela fina con botones por delante y se le notaba sus pechos grandes, su barriguita pronunciada y los botones que le quedaban sobre sus hermosas piernas parecían que querían reventar. El caso es que con la calor, tanto mi abuela como mi tía estaban bastante abiertas de piernas, y yo desde mi posición podía verles a las dos perfectamente, sus gruesos y largos muslos, y los calzones también, ya que la sillas que tenía mi abuela eran de anea, anchas, pero eran un poquito bajas, por lo que las pies se apoyaban en el suelo y producían que el culo quedara más abajo que las rodillas, por lo que que aunque estuvieran estas juntas se pudiera ver por debajo esos, me parecía a mí, excitantes muslo, hasta bastante adentro de los mismos, pero como ya he dicho, creo ahora, que producto de aquel vino y de la relajación del fin del día, y sobretodo porque delante sólo estaba yo, ellas estaban, como vulgarmente se dice, totalmente abiertas de piernas, supongo que para que el poquito aire que se moviera les refrescara algo en sus partes más íntimas.

Decía que Pepe le ponía la mano a mi tía sobre la ingle izquierda, fuera de la vista de la abuela e intentando meter sus dedos para tocarle la carne, bueno tocarle cerquita de su chocho, o al menos intentarlo. Mi tía con mucha calma iba retirándole la mano al pastor, y este seguía insistiendo en el tema y hablando, y todos nos seguíamos riendo de las ocurrencias de Pepe, hasta que mi abuela dijo que estaba ya con sueño y decidió irse a dormir, dejándonos la orden de que no nos fuéramos muy tarde a dormir, y que no entretuviéramos mucho a Pepe el cual debía volver a dónde había dejado su rebaño para pasar la noche con él.

El caso es que tan pronto la abuela entró a la casa, Pepe me cogió por mi cintura y empezó a jugar conmigo como simulando tirarme contra mi tía. Yo no entendía nada de lo que pasaba, pero poco a poco fui descubriendo el porqué. Resulta que él me cogía y me tiraba contra el pecho de mi tía, sin soltarme, yo me cogía del cuello de ella, ella reía, a veces yo no llegaba al cuello y me cogía de sus pechos, y al final acababa enganchado en el cuello de mi tía, la cual me cogía fuerte para que no me cayera, mientras Pepe, al cual se le notaba una erección tremenda, que su ancho pantalón no disimulaba, se ponía detrás de mi tía y me hacía cosquillas, y me tocaba en la cara, y yo intentaba darle con la mano y él se escondía detrás de mi tía, y se pegaba a ella, y la cogía de la cintura, y se agachaba cuando yo intentaba darle, y después la volvía a coger de la cintura, y debo suponer que marcándole todo su enorme trasto en el trasero, y mi tía sacaba el culo como para separar a Pepe, y todos nos reíamos y así pasamos un buen rato.

En eso estábamos, en el juego, cuando mi tía me dijo que ya me fuera a dormir con la abuela, que ella entraría las sillas, a lo que Pepe también se brindó, pero ambos se quedaron allí, yo subí los tres escalones de acceso a la casa, y sospechando algo me quedé detrás de una de las dos hojas que tenía la puerta, observando lo que hacían ellos, entonces vi, como mi tía, quedaba pegada al marco de la puerta, de espaldas a la pared y Pepe, enfrente de ella, intentado sobarla y besarla por todas partes, a lo que ella, reaccionaba jugando, a que sí pero no, pero sí, y Pepe como un macho ardiendo, le pegaba su vientre y su herramienta, y le cogía las manos para que mi tía le acariciara su enorme trasto, hasta que Pepe se saco esa cosa tan enorme del pantalón para enseñársela a mi tía, y mi tía cogió, como disimulando, aquella, me pareció entonces, enorme polla, le dió apenas tres meneos arariba y abajo, y pude ver como Pepe se encogía y jadeaba como un poseso. Al poco rato escuché a mi tía decirle que echara tierra para tapar lo que había echado y que se fuera, ya que era muy tarde, que ella entraría las sillas. Yo me fui rápidamente para la habitación de la abuela, para que no me descubrieran, a compartir la cama con mi abuela.

Llegué a la habitación jadeando y con el corazón a tres mil revoluciones, de ver aquella escena en que mi tía se la había meneado al pastor Pepe, aunque debo decir que yo por mi cuenta ya me había empezado a calentar cuando estábamos sentados en la puerta y mi abuela y mi tía reían abiertas de piernas con total despatarre y yo podía observar aquellas tremendas piernas que ambas tenían, además de ver sus calzones e imaginarme aquellos chochos peludos que estaban tapados por la tela, por lo que mi pollita hacia rato que estaba tiesa.
Entré en la habitación con el poquito resplandor que daba el quinqué del comedor o sala principal de la casa de mi abuela, y la primera visión ya fue electrizante, la abuela supongo que había hecho el ritual de su aseo personal, antes de acostarse, lavarse su culito, su hermoso chocho, su barriga, sus grandes pechos y sus sobacos peludos, y rezar por todos sus seres queridos vivos y muertos. Debo decir, al recordar a mi tia y mi abuela, que siempre ha sido un gran fetiche para mí el pelo en las mujeres, quizás porque las primeras mujeres que vi eran peludas y tenían gran cantidad de vello en sus chochos y en los sobacos.

Decía que suponía que había hecho lo mismo porque la encontré profundamente durmiendo en medio de la cama, sin calzones, creo que en parte el vino había hecho su efecto, su bata de dormir le llegaba por la espalda, su tremendo culo estaba al aire, sus piernas abiertas, al estilo alpinista pero más abiertas, podía ver por detrás ese majestuoso chocho, que incluso parecía con el reflejo de la luz que estaba mojado o brillante.

Intenté acostarme en mi lado para no molestar a la abuela y que no se despertara, aunque sigilosamente me quite los calzoncillos, y dejé mi pollita al aire, y le pasé suavemente mi mano a la abuela por la entrepierna y por todo su culazo, y no hubo ninguna reacción por parte de ella. Dado que mi tía aún andaba por el salón, me levanté y cerré la puerta de la habitación con mucho cuidado. Me dirigí a la cama, y me puse de lado sobre el culo de la abuela, apoyándole descaradamente mi pollita en su culo y poniendo mi pierna derecha entre sus piernas, intentado separar aun más sus dos piernas, con ánimo de disfrutar hasta dónde pudiera.

Empecé a tocarle el agujero del culo suavemente con miedo de no despertarla, tenia su ano húmedo, desprendía un calor tremendo. Le metí la mano entre las piernas y estaban ardiendo y además mojadas, le metí un par de mis deditos entre el matorral blanco de pelos de su lindo chocho, pues éste, por la posición de la abuela, quedaba medioabierto, ni se inmutó, dormía profundamente, por lo que me fui atreviendo bastante más. En primer lugar me puse casi encima de ella con la intención de llegar más lejos que la última vez dónde le fui punteando con mi pollita el agujero rosado de su hermoso culo, pero esta vez quizás sin tanto cuidado, porque estaba profundamente dormida por la embriaguez, hasta que logré con mucha paciencia y a lo largo de la noche, penetrar su hermoso agujerito, en ello me distraje casi toda la noche, y en no dejar ni un momento de ¡tocarle y tocarle, y tocarle hasta no hartarme!, su chocho hermoso, peludo, húmedo y abierto.

No hubo ningún atisbo durante el buen rato que estuve en esos quehaceres, de que mi abuela reaccionara en ningún momento, por lo que mi obsesión fue llegar a meterle mi pollita en su ano, al final, no obstante su posición, ¡lo conseguí!, y así la estuve culiando suavemente durante mucho rato con un gustazo tremendo, que aún en este momento que rememoro esos instantes me producen una tremenda erección. Ahí anduve hasta que me dormí, porque no eyaculaba en aquella época.

En la mañana siguiente, me volvieron a despertar los gritos de la abuela, para que me levantara, me aseara, desayunara el consabido tazón de leche con migas de pan y me pusiera a hacer los deberes del día.

No percibí en la abuela ningún reproche ni gesto especial por lo ocurrido la noche anterior, pues a buen seguro que ella fue totalmente ajena a los hechos, gracias al vino que compartió con mi tía y Pepe.
Datos del Relato
  • Autor: Yosvaldo
  • Código: 25679
  • Fecha: 09-06-2012
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 5.45
  • Votos: 20
  • Envios: 0
  • Lecturas: 8147
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