Verano del 59
Recuerdos infantiles de un niño, al que el hecho de vivir en plena naturaleza, le provoca un desarrollo instintivo de su sexualidad. Aquel verano sus padres fueron a trabajar a un hotel de la costa y lo dejaron al cuidado de su abuela y su tía.
Lo que voy a narrarles son recuerdos muy vividos y muy intensos, tantos que hoy en día al memorizarlos, me siguen produciendo esa especie de “pellizco” en el estómago, que nos ocasiona el recuerdo de algunos momentos.
Hoy a mis 63 años, y después de haber leído muchos relatos eróticos, me he decidido a dar el paso y narrar aquellos hechos que para mí fueron muy importantes
Era el verano de 1959, yo estaba a punto de cumplir los 9 años, vivíamos en el campo, en un pequeño núcleo de algunas casas más o menos agrupadas en un alto de la sierra. Esta comarca forma pequeños valles, y en las partes altas de esos pequeños valles se encuentran grupitos de casas en las que las gentes se dedicaban a la agricultura y a la ganadería básicamente para poder sobrevivir. Hoy el valle se encuentra totalmente desierto de habitantes y las casas en estado ruinoso.
Las gentes de aquellas tierras para ayudarse en su economía, en algunas épocas del año trabajaban en la recogida de las pequeñas cosechas de los vecinos, y también algunos salían lejos de la provincia por una temporada a ganarse la vida, que por aquel entonces estaba muy complicada.
Yo soy hijo único, mis padres a pesar de su humildad, se esforzaban en darme todo lo que podían, y debo decir que posiblemente este hecho me hizo un poquito caprichoso.
El hecho es que para el verano, una vez finalizó el colegio, creo recordar que a último de mayo, mis padres me llevaron a casa de mi abuela paterna, la cual vivía como a una hora de camino andando, en el valle que había por encima del caserío en el que nosotros teníamos nuestra casa. Esto lo hicieron, porque a ellos, un familiar que vivía en la costa y trabajaba en un hotel, les había proporcionado un trabajo de tres meses como empleados temporales en aquel hotel, y aunque no lo habían hecho nunca consideraron que era una buena oportunidad, de salir de la comarca y de poder ver otros mundos, y así decidieron irse a trabajar a aquel hotel durante ese verano.
Recuerdo que no me hizo ninguna gracia ese cambio en mi vida, porque allí en mi caserío dejaba a mis amigos, dejaba la posibilidad de estar todo el día fuera de casa, jugando con los animales, yendo al campo con los pequeños rebaños que algunos de mis amigos tenían, a bañarnos a la balsa de la fuente, y así pasábamos los días, lo cual nos hacía felices y nos permitía disfrutar de libertad en plena naturaleza.
El día que me llevaron a casa de mi abuela, que fue el mismo día que mis padres partieron de viaje, yo estaba muy enfadado, y a pesar que tanto mi abuela, como una tía mía que vivía con ella, hermana de mi padre, me acogieron con todo el cariño y yo tenía confianza con ellas, no entendía que tuviera que estar separado durante tres meses de mis amigos del caserío y de mis padres, por lo que aquel día estuve bastante intolerante.
Mi abuela y mi tía vivían, como ya he dicho anteriormente, en un valle que quedaba como a una hora andando, por encima del que estaba nuestro caserío. La casa de la abuela estaba sola al pie de una pequeña colina, desde la que se divisaba todo el resto del vallecillo que formaban aquellas montañas. Al lado de la casa de la abuela, como a unos 500 metros aproximadamente había otra casa con un gran corral, al fondo se divisaba un grupito de casas separadas, con sus pequeñas huertas, que quedaban elevadas sobre el cauce del río.
Mi abuela era una mujer de pelo canoso, no me imaginaba la edad entonces, supongo que sería más o menos la que yo tengo ahora, por las deducciones sacadas posteriormente, quizás unos 65 años. La recuerdo, alta, corpulenta, con un culo prominente, y dos buenas tetas, siempre vestida de negro hasta los pies y con un pañuelo del mismo color en la cabeza. La recuerdo siempre trabajando, todos los días de su vida, yendo a buscar hierba para los animales, transportando el agua desde la fuente, cuidando a las gallinas, a los conejos, a las cuatro cabras que tenía, amasando el pan para ponerlo al horno, haciendo la comida para mi tía y para mí. Con la sensación personal que cuando yo me despertaba mi abuela ya estaba trabajando, y cuando me iba dormir seguía.
Mi tía tenía un cuerpo muy parecido a la abuela, era su única hija, ya que mi abuela parió a mi tía a los 15 años aproximadamente, y sólo tuvo a ella y a mi padre, por aquel entonces debía tener unos 50 años, y era un poco más gruesa de cuerpo que la abuela, aunque muy parecida. Era viuda, sin hijos, se casó, como la abuela, muy joven y tuvo la mala suerte de enviudar el primer año de casada. Nunca más se le conoció relación alguna. Era una mujer muy callada y de semblante dulce, o así me lo parecía a mí.
Como cada vez que iba a casa de mi abuela, me tocó dormir con mi abuela, por lo que ya estaba acostumbrado. Pero quiero narrarles algunos de esos momentos, ya que al recordarlos ahora me parecen muy intensos.
Debo aclarar que en aquel valle no había luz eléctrica, por aquella época empezaron a aparecer grupos de obreros por encima de las montañas haciendo agujeros y plantando unos troncos de madera muy altos, por donde decían que iría el tendido eléctrico, cosa que ocurrió al cabo de un par de años. Decía que no había luz eléctrica por lo que en las casas, de noche, se hacía servir el llamado quinqué, que era una lámpara alargada hueca por encima, que en su centro ardía una polea que se alimentaba de petróleo, y en casa de mi abuela había cuatro quinqués, uno en la cocina, uno en el comedor, uno en la habitación de mi tía y uno en la habitación de mi abuela. Los quinqués tenían su lugar fijo para colgarlos en la pared protegidos con una madera para que no mancharan ni quemaran las paredes.
Como he dicho, yo dormía con mi abuela. Cuando habían pasado unos días y yo ya había asumido que me quedaban tres meses de vacaciones en casa de la abuela y de la tía, empecé a hacer lo habitual, la abuela me llamaba para que me levantara, asearme, desayunar un tazón de leche con migas de pan, la abuela me recordaba que tenía que hacer antes que nada los deberes del colegio para el verano, a regañadientes me ponía y acababa mínimamente lo que me tocaba en ese día. Hacia el mediodía yo ya estaba dispuesto a recorrerme la zona, ir a ver a Pepe el pastor con su rebaño, jugar con las nietas de la vecina de mi abuela, irme a la fuente a darme un chapuzón en la balsa, o bien bajar hasta el pequeño río, sin que la abuela se enterara, o bien subir a la punta de las montañas que rodeaban la casa de la abuela y compartir la naturaleza como un animalillo más.
Mi abuela tenía un ritual cada noche, y había algunas cosas que yo no había descubierto, o no me había dado cuenta, ya que al irme a la cama, yo siempre cerraba los ojos y al poco rato me quedaba dormido. Pero aquella noche mi cuerpo estaba con desasosiego, tenía como ansias, durante el día había tenido algunas erecciones, especialmente cuando había visto en el rebaño de Pepe, que un macho cabrio había montado una cabra y la había culeado durante un buen rato. Eso me tuvo todo el día muy en tensión. Aquella noche yo me acosté, cerré los ojos pero no me quedé dormido, pues estaba alterado, y pude observar todo el ritual de mi abuela. El quinqué estaba encendido, mi abuela se empezó a quitar toda la ropa negra y descubrí que debajo del vestido llevaba sayas blancas, se las quitó, entonces aparecieron unos sostenes grandes, como de ropa de algodón, que le aguantaban sus grandes tetas y también unos enormes calzones blancos, asimismo de algodón y muy anchos, que mi abuela se quitó. Supongo que por propio pudor se puso de espalda, con lo que yo pude observar aquel tremendo trasero de piel blanquísima de mi abuela. Entonces mi abuela echó agua de una tinaja en una palangana metálica y empezó a lavarse entre las piernas. El cuarto de la abuela tenía una vieja cama de matrimonio que a mí me parecía muy amplia, y un armario de madera con un espejo con algunos puntos oxidado, en el cuerpo central. Se daba la circunstancia de que el armario daba frente a los pies de la cama y que aunque tenía cuatro cajones por debajo del espejo, reflejaba, por la distancia que había, todo la zona. Pudiendo yo observar como mi abuela se concentraba en asearse sus partes, y yo abriendo los ojos de tanto en tanto para no ser descubierto, pude ver como entre sus piernas se mostraba un chocho gordito, con labios grandes, rodeado de una buena pelambrera casi blanca. No hace falta decir que me estaba escuchando mi respiración y el corazón se me salía por la boca. Observé como mi abuela se echó jabón y suavemente fue pasando su mano por la entrepierna, frotando la entrepierna, entreteniéndose en el agujero de su ano con cuidado, y también en su grueso chocho, introduciéndose de tanto en tanto un par de dedos dentro del mismo. Al cabo de un buen rato, en el que yo creí morir y ser descubierto, se echó agua para quitarse el jabón. Asimismo se quitó el sostén dejando al aire sus grandes tetas, las cuales no pude ver ya que desde dónde yo estaba no había ángulo del espejo del armario, pero por su gestos de su blanquísima espalda, se pasó el jabón por ambas tetas, por los sobacos, por su barriga prominente y por la parte frontal del chocho. Se secó, sacó del armario, lo que me pareció un gran e inmenso camisón blanco como de una tela parecida a la seda, se lo puso, fue a tirar el agua a la calle, volvió, apagó el quinqué y se acostó.
La oí como rezaba algo, y deseaba protección para sus hijos, su familia, sus muertos, sus antepasados, y se hizo el silencio.
Debo decir que hacía mucho calor y humedad en el valle, por lo que la abuela nos tapaba a los dos con una sábana blanquísima de algodón que me parecía por entonces muy recia. Yo, como he dicho, estaba muy ansioso, la abuela se puso de espalda y se echó a dormir. Yo no podía dormir, me di una vuelta, me dí otra, cerraba los ojos, intentando no molestar a la abuela, pero no se me iba de la cabeza el macho cabrío, se me volvió a poner mi pollita tiesa, me puse de lado y me destapé, yo dormía sólo con calzoncillos. Pasado un buen rato, ignoro cuanto, oí a mi abuela que se movía un poco y se destapaba, debía ser asimismo por el calor que hacía. Empecé a oír que la abuela roncaba levemente pero se notaba que estaba profundamente dormida, con lo cual me acerqué a ella, con los brazos estirados toqué con el dorso, como sin querer, el cuerpo de mi abuela, teniendo cuidado de que no se despertara. Al tocarlo pude observar que no había ropa entre medio, me atreví a palpar suave y levemente con la mano y descubrí que mi abuela tenía su camisón levantado hasta casi la cintura, por lo que deduje que le había tocado previamente su hermoso culo.
Estuve aguardando tiempo a que me pareciera que estaba más dormida, y con la otra mano me iba acariciando mi pollita tiesa que me dolía de tan dura que estaba, cuando la abuela, con tremendo susto mío, que me volvió a parecer que mi corazón salía por la boca, se volvió a mover. Me quedé totalmente quieto e intentado no respirar, pero mi corazón iba a tres mil revoluciones, y mi pollita se estaba convirtiendo en polla, y quería salirse de la piel de lo dura que la tenía. Al cabo del rato, ignoro cuanto tiempo, volví, como descuidadamente a acercar el brazo como sin querer al cuerpo de la abuela, y comprobé que estaba acostaba boca abajo con una pierna estirada y la otra encogida, posición del alpinista, y que seguía roncando ahora más y respirando profundamente. Volví a pasar levemente la palma de la mano para tocar, y pude comprobar que sus piernas quedaban abiertas y poniendo la mano entre las mismas los pelos de su chocho me hacían cosquillas en mi mano.
Me dí la vuelta, separándome de la abuela, para que no oyera el latir de mi corazón y la velocidad de mi respiración, y me apreté la pollita fuertemente con mis manos, estaba a punto de perder el control, me tocaba y me tocaba, como pajeándome con cuidado, aunque por aquel entonces podía estar mucho rato y no eyaculaba, pero me daba un gusto tremendo. Al cabo de un rato, de oír que la abuela dormía placidamente, me puse bocabajo en la cama, en la misma posición de la abuela, tocándole yo con mi rodilla derecha una parte de su cadera y su culo. Estuve así un rato sin que ella reaccionara, por lo que me atreví a ponerle mi manita derecha en medio de los cachetes de su hermoso y blanquísimo culo, pudiendo percibir un gran calor que salía de su ano y su chocho. Yo en mi posición bocabajo había puesto mi pollita para que, aprisionándola, se me doblara hacia mis piernas en vez de hacia mi ombligo, y apretaba hacia la cama como si estuviera follándome con todas mis ganas, a mi abuela, a la que tenía espatarrada a mi lado y casi no me atrevía a tocar. Así me quedé parado unos instantes, más la abuela seguía en su posición, ahora quizás un poco mas abierta de piernas, y la sensación en mi mano, de que el calor que emitía su ano y su chocho derretirían mi mano en pocos instantes.
Me imagino que debíamos estar ya en la madrugada, y yo sin dormir y pendiente de seguir tocándole el chocho y el culo a la abuela, con esa posición de mi mano sobre su entrepierna, cuando la abuela suspiró profundamente y se puso de espalda a mí en una posición como si estuviera con su culo en pompa. Retiré la mano rápidamente y volví a sentir mi corazón a punto de salirse por mi boca, intenté aguantar hasta la respiración, pero los latidos de mi corazón se oían, no me imagino que hubiera pasado si la abuela se despierta y se da cuenta.
Durante un rato volví sin moverme de mi posición, estuve pendiente de la respiración de la abuela, la cual seguía roncando y respirando profunda y suavemente, como inmersa en el túnel del tiempo. Tomé una decisión, me moví, me puse en su misma posición, detrás de ella, al comienzo casi sin tocarla, sólo pasé levemente mi mano por su entrepierna y volví a tener el roce de la pelambrera blanca de su chocho en mi mano. Me fui acercando poquito a poco, hasta que decidí separarle las nalgas con mucho cuidado y ponerle mi pollita tiesa y a punto de reventar entre los cachetes de su gran culo. Intuyo que la punta de mi pollita se quedó a la entrada de su ano, el cual desprendía fuego, me la jugué y empecé a moverme muy poquito a poco, tenía mis entrañas a punto de romperse, y mi polla con tremendo dolor, y con la mano derecha podía tocarle el chocho, llegando a meterle casi media mano en el mismo. La abuela no se despertaba, siguió durmiendo profundamente durante toda la noche. Yo me quedé dormido en esa posición, y al despertarme la llamada de cada mañana de la abuela, ella ya estaba en sus quehaceres y yo volví a los míos.
Al día siguiente no hubo ninguna manifestación ni gesto por parte de la abuela que me diera a entender nada, con lo que el día transcurrió como siempre.