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Hoy quisiera contaros el terrible, y a la vez, excitante, verano que pasamos Marisa y yo, Iván (Nombres figurados…) en Gandía Playa, población turística costera entre Valencia y Alicante, en el Levante español.
¿Os acordáis de nosotros? Habréis leído el relato anterior.
Llevo un tiempo soportando, a la vez que disfrutando, de los encuentros que Marisa tiene con otros hombres, desde que jugamos a un juego algo morboso que le cambió los esquemas. Cuando he de viajar por ocasiones de trabajo, ella aprovecha para salir con amigas, o con algún conocido, y acostarse con él, o con quien le place. Y no le importa en absoluto que todas nuestras amistades sepan de sus infidelidades.
Luego, la muy zorra, cuando ya estoy en casa, goza haciéndome de rabiar en la cama, mientras me da placer, jugando con mis celos, y contándome con pelos y señales sus infidelidades. Todo esto no acaba de gustarme, pero el morbo y el placer de tener a toda una puta en casa es tremendo.
Llegamos en nuestro coche a Gandía, para disfrutar de un mes de veraneo. Ya contábamos con un chalet lujoso, con piscina, jacuzzi y todas las comodidades, cerca del paseo marítimo.
Pasamos la tarde descansando y bañándonos en la piscina. A la hora de cenar, decidimos ir a un restaurante italiano, y después a tomar algo a los locales de moda.
Marisa se quitó un finísimo chal, y se quedó con una blusita transparente, que apretaba sus generosos pechos sin sostén, y una minifaldita muy ligera, de vuelo, que tapaba mínimamente un casi inexistente tanga, de los popularmente llamados “de hilo dental”. Calzaba unas elegantes sandalias con tacones de aguja, que remataban el conjunto, haciendo que todo el mundo se fijase en ella, mientras bailaba sonriente al ritmo de la música latina.
Enseguida se llenó la pista de baile, con parejitas o con bailarines que seguían el ritmo.
Un joven muy alto y de buena figura se acercó a mi esposa, la tomó del talle y se liaron a bailar, con las miradas más o menos disimuladas de todo el mundo puestas en ellos.
Llegaron nuestras amistades, que se fueron acomodando en el reservado. Las chicas fueron a la pista a bailar, y a saludar a su amiga.
Oscar y Pedro se quedaron mirando a Marisa, que se estaba exhibiendo descaradamente, enseñándolo todo en cada movimiento de cadera.
Yo esperaba que Marisa no decidiese ponerme en evidencia delante de nuestras amistades en Gandía, pero veía que eso podía pasar.
Ella, cuando cambió la música de tono, aprovechó para acercarse a nuestro reservado, no sin antes abrazarse al sujeto con quien bailaba, y propinarle un ligero beso en los labios.
Estuvimos todos charlando de diversos temas. Pedro y Oscar se metían de vez en cuando con Marisa, flirteando en broma y recordándola que iba casi desnuda.
Las chicas también se metían con ella, se lo pasaban pipa, porque ya conocían a Marisa y sabían que era muy exhibicionista.
En un momento dado, me miró y se fijó en que yo estaba algo serio.
Charlamos un rato, y le dije a mi mujer que, por favor, no me pusiese hoy en evidencia.
Se enfadó un poco, tomó otro trago, se volvió a los demás. Maite y Sara, que son muy zalameras, y estaban algo achispadas, desafiaron a Marisa.
Pedro y Oscar, que estaban enterándose de todo, se estaban poniendo cachondísimos. Me miraron, se sonrieron y las animaron.
Se levantó Marisa, se subió la minifaldita y, muy despacio, se bajó el tanga, enseñando ese culito tan elegante y respingón que tenía.
Muchísima gente estaba pendiente de nuestro grupo.
Maite no llevaba bragas, y Sara, levantándose el vestidito, se las bajó, dejándonos ver su culito y el rasurado coño.
Las tres se cogieron de la mano y se fueron a bailar.
Pedro y Oscar, salidísimos, no dejaban de hacer comentarios jocosos sobre las tres, que bailaban en la pista enseñándolo todo.
La música se hizo lenta. A las tres chicas se les acercaron hombres, que las agarraron por la cintura y se pusieron a bailar.
Marisa estaba bailando con el chico con quien bailó salsa. Los dos estaban muy arrimados y pegados.
Maite y Sara, algo cansadas después de varias piezas musicales, vinieron con nosotros. Maite me dijo:
Aguantando como podía la vergüenza, les dije que Marisa es un poco “calentona”. Le gusta excitar a los hombres, y luego les para los pies. No había de qué preocuparse.
Todos observamos, callados, el sobeteo y los morreos que se procuraba la pareja.
Marisa, descaradamente, mientras le comía la boca, se restregaba con el vientre en el tremendo miembro del bailarín, que destacaba bajo los apretados pantalones, denotando su excitación y deseo.
De repente, el chico la tomó de la mano y salieron juntos del local.
Pedro y Oscar me miraban, pero no se atrevieron a decir nada. Recibí una llamada en el móvil.
Me moría de celos. Estuvimos todos un rato más charlando de diversos temas.
Por fin nos retiramos, a las tantas de la madrugada.
Pasé vergüenza. Llegué a casa. No tenía ganas de dormir. Me quedé mirando el mar, tranquilo.
Amanecía cuando llegó Marisa.
Marisa llegaba a casa despeinada, desarreglada… Me fui a la cama y me tumbé desnudo. Hacía mucho calor.
Al cabo de un rato, mi mujer vino a la cama, desnuda y fresca, y se echó a mi lado.
Me empezó a acariciar despacio los huevos y la polla, como sólo ella sabía. Se puso muy gatita y mimosa.
Mientras me acariciaba, me contó lo siguiente:
“Luis es muy guapo. Es alto y fuerte, y me encantó cómo me abrazaba en la pista de baile.
Cuando noté su miembro pegado a mi vientre, supe que me iba a acostar con él.
Me llevó a su pequeño apartamento, y sin decir palabra, me tumbó en la cama, me separó las piernas, y se lanzó a chuparme el coñito, que estaba mojadísimo. Me corrí como una puta, cuando me atacaba con la puntita de la lengua en mi clítoris, a la vez que metía un dedo en el culito, y otros dos dedos en mi ardiente vagina.
Así estuvo un rato, haciéndome correrme dos, tres veces, en medio de mi lujuria y deseo.
Yo yacía en la cama, cuando, suavemente, me incorporó, y puso su gran pene en mis labios.
Me metí la polla en la boca, chupándola, llenándola de saliva, subiendo y bajando con los labios apretados, atacando su glande con la lengua… Me lo metí hasta la garganta, sin conseguir tragármelo entero, de lo largo que era su miembro. Y muy ancho, la verdad. Seguí chupando y lamiendo con ganas, acariciándole los huevos.
Frenético de deseo, con fuerza, me abrió de piernas de nuevo, y me penetró, con dificultad, dado el tamaño de su pene, haciéndome gritar y jadear de placer y algo de dolor.
Me mojé muchísimo. Luis me follaba, cada vez más rápido y más profundamente. Me corrí ruidosamente varias veces, gritando, sintiendo el sudor de su piel, que se rozaba con la mía, su cuerpo sobre mí, poseyéndome, dominándome.
Me comía la boca sin parar de penetrarme. Comenzó a estrujarme los pechos, a llamarme puta, zorra.
Me hizo sentir como una loca, follándome frenéticamente, hasta que se hizo a un lado, y me penetró desde atrás, levantándome una pierna, abrazado a mí. Acariciando todo mi desnudo y sudoroso cuerpo.
Me siguió follando en esa placentera postura, más despacio, dejándome notar todo su pollón apretándose a cada rincón de mi coñito, saliendo y entrando, presionando el fondo, en el útero.
Noté unos espasmos, y se incorporó, me puso el gran pene frente a mi cara, le abrí la boca, y me lanzó una descomunal descarga de semen muy espeso, que rebosó mi garganta, mi boca, y derramándose sobre mis pechos.
Nos quedamos abrazados, besándonos. Sus manos me untaban la corrida de semen por todo el pecho, el vientre…
Después, mientras yo yacía de lado, con su cuerpo pegado a mí por la espalda, Luis empezó a acariciarme el agujerito del culo, con el dedo empapado de saliva. Cerré los ojos y disfruté de sus caricias. Hasta que noté algo muy ancho y duro empujando y penetrando, arrancándome gritos de dolor.
Él empujó, metiendo la cabeza, y luego todo el tronco de su enorme miembro. Yo sufría y a la vez deseaba tenerlo todo dentro de mí.
Me ardía el culo, totalmente dilatado. Me empezó a follar, despacio, apretando y soltando, metiendo y sacando…
Noté, de repente, un chorro de caliente líquido que quemaba lo más profundo de mi ano, y la relajación del terrible pene, que seguía dentro, moviéndose despacio, rozando las paredes del castigado culo.
Me despedí cariñosamente, dejándole mi número de móvil. Me vestí con la minifalda y la manchada blusita, y salí a la noche. Me dolían las entrañas. Dolorida, sucia de sudor y semen, cansada… Necesitaba caminar…”
¿Os he dicho ya de qué manera quiero a mi dulce esposa infiel…? Este fue el comienzo de un verano muy duro, y espero contaros más.
GAME OVER.
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