En una mañana de principios de verano en una gran ciudad, sólo los pájaros fueron testigos de un suceso que aconteció entre dos edificios. Una chica de unos 25 años se había levantado hacía escasos minutos y caminaba hacia su salón. Vivía en un edificio alto, en un octavo. Se había hecho un moño con un lápiz y llevaba sus gafas, pues no veía tres en un burro sin ellas, por atuendo llevaba un culotte y una camiseta hasta la cintura. Llegó a su salón con el café humeando entre sus manos y se dirigió hasta el ventanal, en lugar de paredes tanto su edificio como el de enfrente y alguno más en esas calles tenían cristaleras. Delante de las ventanas tenía un sillón individual mirando hacia el exterior que usaba para leer y una mesita a su lado. Se situó delante de los dos muebles y empezó a contemplar la vista de la ciudad a la luz del sol a medio camino de su cénit.
Mirando se dio cuenta de que la mayoría de los apartamentos tenían las persianas o cortinas corridas para evitar el calor de la mañana. Excepto uno justo enfrente del suyo pero un piso más abajo, un chico de más o menos su edad estaba bebiendo de una taza junto a la ventana. El chico en cuestión era alto, delgado con la musculatura bien definida, llevaba el pelo largo muy abundante atado casi al final de éste. Lo que más le llamó la atención es que llevaba únicamente un bóxer.
Se había quedado mirando al chico y había olvidado su café cuando de repente él giró la cabeza como si notara su mirada y se encontraron mirándose el uno al otro. Los rayos del sol no daban de lleno en los cristales así que se veían a la perfección. Ella al saberse descubierta pareció recordar el café y empezó a beberlo pero sin apartar la mirada ni avergonzarse.
Al darse cuenta de que unos ojos lo observaban había girado la cabeza y la había visto allí plantada observándole. Giró a continuación el cuerpo hasta encarar la ventana mientras ella bebía de su taza y levantó la suya propia en señal de saludo.
La sorprendió el saludo, se lo devolvió sonriendo. Él volvió a llevarse la taza a los labios y ella aprovechó para echarle un buen vistazo, comprobó que llevaba la polla hacia un lado, claro indicador de que la erección matutina estaba remitiendo. Al contrario que sus entrañas que empezaban a encenderse. Se giró hacia la mesita y se inclinó para dejar la taza, se inclinó mucho más de lo necesario para permitir que el chico tuviese una buena visión de su culito y tal vez de sus tetas al caer la camiseta por acción de la gravedad.
Ella se irguió y volvió a girarse para ver su reacción, él había dejado su taza en una mesa cercana y parecía que la erección había dejado de remitir, aunque seguía a medias. Él seguía mirándola a los ojos y, al darse cuenta de lo que le pasaba a su cuerpo, instintivamente acercó la mano a su entrepierna y se agarró el pene por la base.
Complacida por la reacción y envalentonada subió su mano hasta su boca y se mordió el pulgar como una niña inocente, por el camino se había llevado la camiseta con la mano y se le había subido hasta mostrar uno de sus pechos, no muy grande pero de una forma perfecta. Vio complacida como la polla de él empezaba a asomar por la goma del bóxer y decidió darle un empujoncito. Se dio la vuelta, con las piernas estiradas echó el cuerpo hacia delante ligeramente, agarró ambos lados del culotte y lo fue deslizando lentamente a lo largo de sus piernas hasta quitárselo.
Espero unos segundos en esa posición, él podía ver bastante bien su culito y sus labios vaginales, así como un poco de vello encima del clítoris pero en ningún sitio más. Se irguió, se dio la vuelta y comprobó que el chico tenía la polla completamente dura en la mano y que los calzoncillos yacían a un par de metros en el suelo. Se estaba excitando tanto como él con lo que estaba viendo y haciendo, se sentía sexy y deseada. La polla del hombre no era enorme pero le entraría sin problemas hasta el fondo y un poco más. Con esa idea en mente empezó a masajearse el clítoris mientras le miraba a los ojos.
No podía dejar de mirar como se daba placer a si misma mientras le miraba con deseo. Había empezado a recorrerse la polla de arriba abajo casi sin darse cuenta de lo que hacía. Ella paraba de masajearse de vez en cuando y abría con dos dedos los labios para dejarle ver su interior, luego retomaba el masajeo. Decidió colocarse de lado para que ella pudiera ver su tamaño y se deleitase con el movimiento de su mano subiendo y bajando.
En cuanto se giró y dejó que viese su erección ella se volvió loca, agarró su camiseta por la parte de abajo y empezó a jugar con ella mientras movía sus caderas en un bailoteo sugerente. Le miraba directamente como preguntándole si quería que la subiese completamente, cuando él afirmó con una sacudida de cabeza se quitó rápidamente la camiseta y se agarró las tetas sin parar de bambolear sus caderas.
Su polla empezaba a rezumar, le excitaba un montón el baile rítmico de la desconocida y se sentó en la mesa apoyándose en una mano mientras con la otra masturbaba frenéticamente su polla.
Decidida a que fuese una mañana inolvidable para él, alargó la mano hasta el cajón de la mesita y sacó un consolador con ventosa. Se lo mostró al hombre y, tras darle un lengüetazo, lo colocó al borde del sillón y se situó encima de él con las piernas sobre los brazos del sillón y agarrada al respaldo. Tenía una elasticidad y flexibilidad producto de la práctica y empezó a subir y bajar en el falo de goma con rapidez, manchando el sofá con sus fluidos que salían abundantemente.
La visión era perfectamente clara, el chico observaba muy atento como ella era penetrada por el consolador arriba y abajo, arriba y abajo. Tenía una panorámica perfecta de su culo respingón. Ella echaba la vista atrás cada dos por tres para ver como iba él.
Con un fuerte estremecimiento y agarrándose al sillón con las uñas se corrió sobre el pene de goma. Se levantó y el pene cayó de lado. Se dio la vuelta y vio que las ventanas del piso de enfrente estaban embadurnadas con abundante semen. Sonriendo se llevó los dedos a su coño chorreante y se los lamió. Él le hizo una seña con las manos como queriendo decir que lo repetirían y ella asintió con los dedos en la boca y sonriendo.