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Categoría: Confesiones

Vecinos

Nicole volvió a su apartamento algo fatigada, después de haber estado fuera por varias horas; empezó a desvestirse con las cortinas de su habitación abiertas de par en par, quitándose la ropa seductoramente, sabiendo que Poncho, su vecino de enfrente la estaba observando y aunque nunca habían cruzado palabra, a él le gustaba expiarla y a ella le encantaba que él lo hiciera. Nicole desabrocho su brasier, poniéndose de frente a la ventana soltándolo seductoramente quedando solo que en su sexy tanga brasilera, mirando fijamente a Poncho quien la observaba desde el apartamento de enfrente; se quitó la tanga lentamente, quedando completamente desnuda, se dejó caer sobre el sofá que había en su habitación, se abrió de piernas y empezó a tocarse para él, manoseaba sus senos, pellizcando sus pezones mientras lo miraba lujuriosamente, se acariciaba los muslos mordiéndose los labios; llevó sus manos a su rozagante coño y empezó a abrirlo, desplegaba sus labios vaginales y pellizcaba su clítoris para su goce y el de él, introdujo dos de sus dedos en de su coño, sacándolos empapados y chupándolos mientras lo miraba con morbo; sacó un consolador que tenía debajo de uno de los cojines del sofá; Poncho se mojaba de ganas viéndola, sentía como su verga empezaba a endurecerse. Nicole tomó su consolador y empezó a introducirlo en su coño, lo metía y lo sacaba gimiendo a la par; su clítoris explotaba de deseo, su gemido se hizo más rápido, mientras cerraba los ojos dejándose llevar por el momento; con la otra mano apretaba su pezón, explotando extasiada, hasta culminar; aún con respiración agitada, se puso en pie, mirando provocativamente a su vecino pervertido que la había visto masturbarse, permaneció en esa posición por unos cuántos segundos, permitiendo que él la morboseara, luego, sin decir una palabra, ni hacer gesto alguno, cerró las cortina de su habitación lentamente, como incitándolo a buscarla.

Esa noche, Nicole salió a celebrar con sus amigos, reían a carcajadas disfrutando del encuentro en el pequeño bar del viejo barrio en el que ella vivía; las horas transcurrían y Nicole ya algo cansada se despidió de sus amigos y salió del bar, su apartamento quedaba a solo unas cuadras del lugar; la penumbra de la noche se abría a su paso, marchaba con prisa; cuando de pronto alguien se le acercó por la espalda, al voltearse vio que era Poncho, de inmediato sintió como su corazón se aceleró, lo saludo algo indiferente, disimulando su atracción hacía él.

Cruzaron por el callejón que quedaba a una cuadra de su edificio, hablaban de lo estrellada que estaba la noche; de pronto; uno de los botones de la camisa de ella se abrió, dejando relucir su sexy brasier de encaje, permitiendo que él deleitara sus preciosos senos, en ese momento, rompieron el hielo; sus miradas cómplices por fin se encontraron reclamándose el deseo sexual intenso que desde hace tiempo yacía entre ambos, no era casualidad que se hubieran encontrado esa noche, ambos lo deseaban hace mucho y ahora la oportunidad se daba a flor de piel. Poncho la besó morbosamente, sus lenguas húmedas se descubrían placenteramente, le abrió la camisa de forma violenta, llevando su boca a sus deliciosas tetas, chupándolas y lamiéndolas con sevicia, Nicole llevó sus manos al pantalón de él, zafándolo, hallando su verga, lista para ella, se la saco del bóxer acariciándola y masturbándola suavemente, él se quitó la camiseta y ella saboreó su fornido pecho, rosándolo con sus manos. La apoyó salvajemente sobre los ladrillos desteñidos con olor a humedad del viejo callejón, ella se abrió de piernas aferrando sus muslos a él, su coño palpitante lo llamaba, anhelando que  se lo destrozara, él llevó sus dedos al rozagante coño de ella, metiéndolos y sacándolos, masturbándola bruscamente, al tiempo que le chupaba el cuello; ella se quejaba gozosa, él sacó sus dedos del empapado coño de ella y los chupo mirándola pervertida-mente; la penetró; por fin le introdujo su erecta verga, ella gimió deliciosamente “ahh”, la estrujaba contra los viejos ladrillos del callejón, se lo hacía duro, le destrozaba el coño como ella quería, le metía y le sacaba la verga de forma bestial, ella gemía “ahhh…ahhh…ahhh” cual melodía para sus oídos, ocasionando que él se encendiera aún más; ella lo apretaba con sus muslos, su orgasmo estallaba; él se movió más intensamente estallando con ella. Los humos de aquel viejo callejón desdibujaban sus siluetas, permitiendo la intimidad del momento; el cielo estrellado los admiró hipnotizado; dejando entre ver las marcas en sus cuerpos. Las rozaduras en la espalda de ella y los pequeños rasguños en la espalda de él se convirtieron en el legado de aquella noche lujuriosa, en la que dos pervertidos se sumergieron encantados.
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