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Patricia es una de las mujeres más hermosas que he visto hasta ahora y el hecho de que sea casada no impide que fije mis ojos en ese cuerpo que, para ser sincero, ostenta el mejor par de tetas que cruzaron en mi vida.
Podría decir que este verano se me terminó la tranquilidad.
Cada vez que la veo en su traje de baño en la piscina de su casa, me despierta todos los ratones.
Patricia y su marido llegaron al barrio a principios del año pasado y enseguida, ella y mi mujer se hicieron muy amigas y suelen pasar gran parte del día juntas.
Después se unió su marido y así, los cuatro, hemos compartido buenos momento juntos.
Tanto en su casa como en la nuestra nos reunimos para comer o disfrutar de largas charlas.
Pero este verano empezó la locura para mí.
No bien se hicieron sentir los primeros días de calor, Patricia comenzó a lucir sus diminutas tangas y ya no pude ocultar mi gran excitación.
Sus tetas son puntiagudas y apenas caídas y podría quedarme contemplándolas durante días, o mejor dicho, hacer algo más que mirar.
Como mi mujer suele invitarla a nuestra piscina, después de contemplar su cuerpo en bikini reiteradas veces, llegué a la conclusión de que tenía que poseerla a pesar de los riesgos que esto involucrara.
La primera vez que le hice una insinuación fue a los seis meses de conocerla, un día que con su marido nos invitaron a cenar en su casa y pude acorralarla en la cocina, mientras mi mujer y su esposo elegían qué película ver esa noche.
Aproveché para ayudar a Patricia los platos a la cocina y deslicé las manos por su cintura e intenté darle un beso en la boca.
Durante instantes sentí sus pechos apretándose contra mí y tuve una gran erección, pero ella me apartó al tiempo que me decía que le asombraba mi comportamiento y que no volviera a repetir ello porque de lo contrario tendría que contárselo a su marido y a mi esposa.
En otras oportunidades le acaricié el trasero o la besé desde atrás en el cuello y siempre me rechazaba.
Nunca le dijo nada al marido ni a mi mujer.
Había perdido mis esperanzas hasta que una tarde vino a casa a pedirle un vestido prestado a mi esposa y como esta no estaba le dije que la esperara.
Como hacía mucho calor me pidió permiso para meterse en la piscina.
Al quitarse la solera apareció en una bikini reducidísima, que solo cubría sus pezones con un triángulo de tela oscura.
En realidad los pechos estaban desnudos en toda su circunferencia.
Decidí que nadaría un rato y una vez en el agua no perdí oportunidad de frotar mi cuerpo contra su carne suave.
Para mi sorpresa, en ningún momento intentó apartarse de mí.
Habíamos nadado un rato cuando ella tomó mi mano y se metió adentro.
Nuestros cuerpos quedaron apretados uno contra otro.
Deduje que finalmente se había excitado e interesado en mí.
Mis manos se deslizaron hacia la parte superior de su cuerpo para entrar en contacto con sus sorprendentes pechos. Mis dedos exploraron los pezones apenas velados, los que a raíz del contacto, se pusieron duros y erectos.
Llevé las manos hasta la suavidad de su espalda y le desaté el top dejando sus senos al desnudo.
Parecían dos enormes y blancos misiles apuntando hacia mí.
Hundí mi rostro en su escote y besé cada centímetro de sus senos carnosos, la mordí alrededor de los pezones formando un círculo.
Chupé los pezones metiéndolos en lo profundo de mi boca, humedeciéndolos con la lengua y la hice gemir y apretarse con fuerza contra mi cuerpo.
Las manos de Patricia se dirigieron hacia mi pantaloncito de baño y lo arrancó salvajemente.
La pija apareció erecta por sobre el agua y se adhirió a su vientre firme. Otra mano se extendió y tomó mis testículos, estremeciéndolos, balanceándolos.
Sus pechos me parecían increíbles y deslicé mi carne erecta en el profundo valle de su busto.
Sus cálidos pechos producían una sensación maravillosa contra mi piel endurecida. Comencé a embestir hacia arriba y abajo con toda mi fuerza.
Patricia parecía disfrutar de lo que yo le hacía.
Sus gemidos se unían a los míos y ella encimó los pechos, apretándolos alrededor del sexo latente que parecía crecer a cada instante entre sus tetas.
Finalmente, lancé mi chorro de semen bañando su cara y su pelo.
Mientras trataba de recuperar el aliento, Patricia se metió bajo el agua para limpiarse el rostro. Luego, nadó hacia mi pija semierecta y colocó la boca alrededor.
Mi sexo quedó entre sus labios y lo apretó ligeramente con los dientes, haciendo que nuevamente volviera a crecer.
Volvió a salir en busca de aire y se desprendió de su tanga.
Pude ver su vello púbico de un tono castaño claro.
Repetía entre gemidos que estaba ardiendo y quería que la poseyera.
Sus palabras fueron melodía para mis oídos.
Salimos del agua y comenzamos a besarnos. Sus manos me acariciaban por abajo mientras las mías rodeaban sus nalgas.
La empujé hacia el suelo y se apoyó sobre las manos y las rodillas.
Recorrí la división de sus nalgas con un dedo y ella alzó las caderas.
Los dedos separaron los labios de su concha y entraron en la raya lubricada por sus jugos.
Gimió cuando, por las caderas, apoyé la pelvis sobre su hendidura.
Los músculos de su vagina oprimieron con fuerza. Comencé a bombear inclinado sobre su cuerpo.
Me apreté contra la espalda para tomar sus senos grandes y colgantes entre mis manos y apretado a ella con fuerza, acometí con energía.
Debajo de mí, Patricia temblaba y los espasmos de su orgasmo la sacudían una vez tras otra.
Su capacidad para terminar con tanta facilidad me excitó y a los pocos instantes estallé nuevamente.
La sensación era hermosa, me afirmé con más fuerza en sus pechos mientras mi semen caliente la inundaba toda.
Mi garganta no contuvo un grito salvaje.
Cuando todo había terminado, me acosté junto a Patricia acariciando sus senos.
Estábamos en esa situación de paz y satisfacción, cuando escuchamos el automóvil de mi mujer.
Nos vestimos a la velocidad de un rayo. Fue tal el alboroto que por poco no nos da un infarto.
Por suerte, mi esposa no se dio cuenta de nada, pero tuve que volver a la piscina para relajarme un poco mientras ellas buscaban dentro el vestido que Patricia necesitaba.
No veo la hora de tener un nuevo encuentro con mi vecina, será cuestión de tiempo y yo soy de los que saben esperar.
Euge
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