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Variación salvadora

~~No funcionábamos en la cama. Triste pero cierto. Seis meses después de empezar a salir juntos nuestra relación se iba a pique por un problema agudo de frustración sexual. Y lo que de verdad nos preocupaba era que no entendíamos qué nos estaba pasando. Ninguno de los dos habíamos tenido el más mínimo problema con nuestras anteriores parejas, antes de empezar a salir juntos ardíamos con sólo tocarnos, y de repente parecía que nos hubiéramos mudado al Ártico. O no nos tocábamos o acabábamos solucionando la postura del misionero en menos de veinte minutos. Y la falta de sexo había empezado a afectar a todos los demás aspectos de nuestra relación. Por fin nos decidimos a afrontar la situación y tomar medidas. O conseguíamos arreglar las cosas en un plazo de un par de meses o, por mucho que nos doliera, lo dejábamos. Lo hablamos durante horas hasta que conseguimos tomar una decisión. Íbamos a apostar por la innovación, el riesgo y la sorpresa, cosa que tal como nos iba hasta el momento podía quedarse en alargar la postura del misionero a diez minutitos más. Concretamos y decidimos que cada uno iba a intentar sorprender al otro, y que el sorprendido no podía negarse a su propuesta. El abanico de posibilidades era amplio: juguetes, disfraces, lugares diferentes y arriesgados, vídeos eróticos, el Kamasutra si era necesario. Estábamos dispuestos a probarlo todo antes que darnos por vencidos. Nuestra primera cita después de cerrar el trato no podía ser menos romántica. Cena con un grupo de amigos y después excursión comunitaria al cine. La ocasión parecía poco propicia para empezar a innovar, a pesar de la oscuridad de la sala, pero Miguel, mi pareja, no tenía intención de ver la película. Acabábamos de cruzar la puesta del cine cuando nos encontramos con mi jefe y su mujer. Para cuando conseguimos entrar en la sala nuestro grupo ya estaba acomodado. Ocupaban toda una fila de butacas, pero no quedaba sitio para nosotros. Hice el amago de acercarme para sentarme detrás de ellos, pero cuando empezaba a avanzar Miguel me sujetó por la cintura, hizo señas al grupo y me llevó hasta la última fila, casi en un rincón. No había demasiado público y la mayoría estaba en el centro de la sala, así que estábamos prácticamente solos. Apagaron las luces, empezó la película y como siempre me olvidé de todo. Estaba centrada en una compleja trama de espionaje internacional cuando noté una mano sobre mi rodilla. Miré a Miguel y su sonrisa hizo que sintiera un escalofrío de anticipación. Se acercó más, pasó un brazo sobre mis hombros. En cuestión de segundos sus dedos habían pasado bajo las tiras de mi camiseta y jugaban con mis pezones. La otra mano empezó a subir desde mi rodilla, deslizándose por debajo de mi falda. Sus dedos se dedicaron a trazar dibujos caprichosos en la parte interior de mis muslos, hasta que no pude evitar pegarme a él y abrir las piernas todo lo que me permitía la falda. Nunca había hecho el amor fuera de las cuatro paredes de mi casa o de la habitación de un hotel y la situación estaba excitándome como hacía mucho tiempo que no lo estaba. Intenté subir su mano hasta mi sexo, pero con un gesto me dejó claro que quería que me estuviese quietecita y siguiese viendo la película. Me dejé hacer y miré al frente, aunque a esas alturas ya había perdido completamente el hilo del argumento. Después de lo que parecieron horas y horas de tortura por fin me puso los dedos sobre el clítoris. Lo masajeó suavemente y luego deslizó la mano bajo las bragas, hacia la entrada de mi vagina. Me encontró mojada y me premió con un pellizco en un pezón y la palma de su mano apretando mi sexo. Contuve un gemido segundos antes de notar que se apartaba de mí. Quise protestar, pero volvió a indicarme que mirara a la pantalla. De mala gana le hice caso. Más que nada porque tenía la impresión de que era capaz de no seguir hasta que le obedeciese. Se arrodilló a mi lado como pudo, entre los asientos, y me subió la falda hasta las caderas. Enseguida metió las manos en los laterales de mis bragas y me las quitó. No pude evitar un ataque de pánico y miré a mi alrededor tratando de adivinar si alguien podía vernos mientras Miguel se guardaba mi ropa interior en el bolsillo. A primera vista parecía que todo el mundo estaba concentrado en la película. Empezaba a tranquilizarme cuando Miguel empezó a lamer la parte interior de mis muslos. Se me pasó por la cabeza la posibilidad de negarme, pero recordé nuestro pacto y me callé a tiempo. Cerré los ojos, apoyé la cabeza en el respaldo, me sujeté con fuerza a los brazos de la butaca y me dispuse a disfrutar como hacía mucho que no lo hacía. La lengua de Miguel demostró ser extraordinaria. Empezó lamiendo mis muslos y no tardó en recorrer todos los recovecos de mi sexo con pasadas largas, cálidas y húmedas que me obligaban a ahogar los gemidos. Subió al clítoris y lo cogió con cuidado entre los dientes, estirándolo mientras lo acariciaba, dentro de su boca, con la punta de la lengua. Contuve un grito a tiempo, pero supongo que no pude evitar emitir algún sonidos extraño, porque un hombre sentado dos filas más adelante se giró y miró atrás. Miguel también se apartó para mirarme. Su cara lucía una enorme sonrisa de satisfacción, con un ligero matiz de malicia. Levantó mi tanga en la mano derecha, lo convirtió en una bola y me lo acercó. Se apoyó en el asiento, frotó su pecho contra el mío y me preguntó al oído si iba a estarme calladita o prefería que me metiera las bragas en la boca. Me relajé otra vez y le dejé seguir. Volvió a arrodillarse y esta vez su lengua se hundió dentro de mi vagina. Toda su cara se frotaba contra mi sexo y sus manos subieron bajo mi camiseta para apretarme los pechos mientras su lengua me penetraba a un ritmo que me volvía loca. La tensión entre mis piernas crecía por momentos En la pantalla la pareja protagonista se lo montaba en la ducha y yo presentía que el orgasmo que se avecinaba iba a ser considerablemente más escandaloso que el suyo. Empecé a temblar y me apreté contra la butaca, apretando las mandíbulas para ahogar los gemidos. Me arqueaba en mi asiento y apretaba los pechos contra sus manos. Me sentía más y más caliente y estaba segura de que estaba tan mojada que mis jugos debían estar empapando el asiento. Empecé a respirar con inhalaciones lentas y profundas, concentrándome en intentar retrasar todo lo posible un orgasmo inevitable. Me llevaba la mano a la boca para ahogar un grito cuando Miguel me colocó la falda en su sitio y volvió a su butaca. Levanté la vista, completamente desorientada, y le miré. Por un momento pensé que la película habría acabado o que nos habría descubierto algún acomodador, pero bastó una mirada a Miguel para darme cuenta de que aquello estaba muy lejos de acabar. Me pidió que fuera al baño y le esperara en la última cabina y ni lo dudé. Me temblaban las piernas cuando me puse de pie y me dirigí a la salida, y seguían temblando cuando entré en el aseo y me apoyé en la pared, esperando. Pasaron un par de minutos eternos antes de que llegara. Cerró la puerta, pasó el pestillo y empezó a desabrocharse los pantalones. No hizo falta que me dijera nada para que ahora fuera yo la que me arrodillara a sus pies. Su erección, delante de mi cara, resultaba impresionante. Le acerqué la lengua y la pasé lentamente desde los huevos hasta la punta. Recorrí el mismo camino una y otra vez, hasta que tuve su pene completamente empapado en saliva. Siempre me ha encantado el sonido de mi lengua húmeda sobre la verga caliente de un hombre. Para cuando terminé, las primeras gotas de líquido empezaban a salir de su pene. Las recogí con la punta de la lengua y las froté contra mis labios, disfrutando desde el suelo de la vista de su expresión hambrienta. Supe que si no hacía algo para evitarlo íbamos a acabar enseguida, así que descendí un poco más y me metí sus huevos en la boca tanto como pude. De un solo golpe y sin tocarlos con las manos, masajeándolos suavemente con la lengua. Noté cómo daba un respingo y temblaba, y empecé a succionar. Sólo me alejé cuando él no pudo aguantar y llevó mi cara hasta la punta de su pene. Abrí la boca y me la clavó sin darme tiempo a respirar. No tuve que hacer nada más, me sujetó la cara entre las manos y empezó a mover las caderas, marcándome el ritmo que necesitaba. Literalmente estaba follándome la boca y eso me excitaba como no me parecía posible. Me relajé y dejé que entrara tan al fondo como pudiera, disfrutando de su sabor y de su tamaño. Con suavidad cogí sus huevos en mis manos y empecé a acariciarlos al mismo ritmo al que él movía sus caderas. La sensación era increíble, pero no suficiente. El calor y el vacío que sentía entre mis piernas me exigían algo más y aunque quería darle tanto placer y excitarle tanto como él había hecho conmigo en mi butaca su verga en mi boca estaba volviéndome loca. Lo necesitaba en mi coño. Y pronto. No me hizo esperar mucho, aunque para mí los minutos estaban alargándose de forma alarmante. Me levantó, me inclinó sobre la pared, me levantó la falda hasta la cintura y me metió dos dedos. Estaba tan mojada que entraron sin esfuerzo. Enseguida los retiró y noté cómo algo más grande se situaba en mi entrada. Entró hasta el fondo de un solo golpe y deseé poder gritar. Me mordí los labios y empecé a mover las caderas, ondulando entre su cuerpo y la pared. Una de sus manos fue directa a mi clítoris y mientras me frotaba y pellizcaba el clítoris con dos dedos, con la palma de la mano me apretaba contra sus caderas, marcándome un ritmo más lento y más profundo. Se reclinó totalmente sobre mi cuerpo y metió la otra mano bajo mi ropa hasta acariciarme los pechos. Su cuerpo se frotaba contra el mío. Su sudor me llegaba en oleadas a través de la ropa. La leve incomodidad de su ropa encogida entre su cuerpo y el mío no hacía más que intensificar el placer. Su respiración mojaba la piel de mi cuello y, a medida que aceleraba el ritmo de sus embestidas, me mordía los hombros cada vez con más fuerza. Su boca, sus manos y su pene estaban volviéndome loca hasta el punto de que lo único que quería era girarme hacia él, fundir su boca con la mía y moverme más y más rápido hasta venirme entre sus brazos, pero cada vez que hacía el intento su cuerpo y sus brazos se tensaban para mantenerme en la misma postura. Me dejé caer contra la pared y estiré los brazos hacia atrás para poner las manos en sus nalgas. Las acaricié, las apreté entre mis dedos, traté de marcarle un ritmo que le enloqueciera tanto como él estaba haciendo conmigo. Nuestros movimientos se volvían más y más frenéticos, buscando aumentar el contacto y el placer. Estaba a punto de llegar al orgasmo cuando salió de mí y me giró hasta apoyarme contra la pared. Me levantó una pierna, le envolvió en su cintura y me besó mientras volvía a penetrarme. Me corrí al mismo tiempo que sentía su lengua y su verga entrando dentro de mi. Clavé sus dedos en su culo para obligarlo a acelerar el ritmo, a dejarse llevar, a acabar conmigo. Seguimos besándonos un rato, acariciándonos bajo la ropa, apurando los últimos instantes de intimidad. El ruido de una puerta al abrirse nos devolvió al mundo y nos vestimos a toda prisa para volver a la sala antes de que acabara la película. Entramos sólo unos segundos antes de que volvieran a encender las luces. Nadie se dio cuenta de nuestra escapada, creo. Mis braguitas se quedaron toda la noche en el bolsillo interior de la cazadora de Miguel y él aprovechó cada oportunidad para insinuar sus manos debajo de mi falda. El placer y la excitación no me abandonaron durante horas, pero lo mejor de todo era saber que iba a haber más. Y que la próxima vez me tocaba a mí llevar la iniciativa. Casi no podía esperar

 

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