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Categoría: Voyerismo

Valentina Golosa

SA 12.3 Valentína Golosa
Aquí continuamos con el relato de La Sirena Atrapada

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Desde era doncella me valía más no comer muchos dulces - pero sí, si se me antojara de una u otra tarde de poner dedos sobre tal cual chochito, claro que sí que lo hiciese - ¡Cómo no! - y yo tomaba por puro dado mi poder de hacerlo. Pero aquél sencillo poder de chochito ya yo no más tenía cuando me encontraba secuestrada de mujer adulta en harén norafricano.

En el harén el chocolate era como tanto oro, que no nos lo repartían sino muy raras veces - y eso nunca para las largas tardes. Para las tardes, y el dueño ocupado con caprichos administrativos en otras partes de su hacienda, a él no le importaba un bledo si las desnudas cautivas de su harén anduviéramos golosas mientras le esperábamos su regreso a la velada.

Pero ya venía dentro de unas días El Día de San Valentín en el harén, y yo andaba bastante golosa por chocolate.

[Deseo decirles acerca de unos momentos apassionadísimos entre una mujer arrebatada (yo) y un hombre poderoso (¿Petrarco?), así que les he escribido todos los detalles rabiosos hacía abajo en los últimos quince y tantos párrafos de esta página. Quien desea verlos al instante, busca EL VIERNES, El Día de San Valentín... abajo. Quien desea saber acerca de los anticípios deliciosos de aquéllos momentos, sírvense empezar aquí mismo....]

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De todos modos, si bien me encontrara una cautiva de harén, yo sí tenía una amiga mayor - la concubina María - y con ella y las otras concubinas yo gozaba de una harén-clásica piscina de vadear para ayudarme matar los ratos. Es más, durante las primeras siete semanas de mi estancia en el harén yo tenía una defensa bien eféctiva contra los antojos ososos del dueño.

Era que todas las tardes las cuatro concubinas "favoritas" del dueño me daban de comer nueces que brindaban proteinas dañinas al salúd de él, de modo que dentro de unos días tras comerme aquéllas nueces tanto el aceite natural de mi piel como el sudorcito de mis sobacos se resultaban como tantos venenos para con las manos y narices de nuestro macho. Incluso la dulce saliva de mi honrosa boca le presentaba gran peligro, tanto por la lengua de ese hombre como por su temible bicho.

Ese truco de las nueces les convenía bastante a las favoritas, que ellas no deseaban compartir al dueño conmigo; y me convenía también a mí, que de recién cautiva yo no deseaba compartirme a mi con el dueño.

Por parte de él, a él no le convenía el truco, que yo era una mujer "muy muy pinguina" de pies a cabeza y él no se satisfacía con mirándome de velada en velada desde sus balcones mientras, abajo, yo aguantaba el ocio forzado del harén con vadeando desnuda en la piscina o conversando con las otras desnudas concubinas. El se venía cada vez más frustrado, poniéndonos todas a bailar mucho ante su balcón de noche en noche, mientras arriba, las cuatro favoritas acurrucaban a su lado sobre su lecho grande, besándole, chupándole, y en fín, cubriéndolo una con el cuerpo desnudo y moliendo su pudenda toriondosa contra su bicho hasta que eso la entrara como una porra pulsando; y las nalgas y piernas de ella bombando y trabajando con todo deleite.

-Pero no te preocupes acerca de la magnifica, reyecito -le aconsejarían de mí caso, acariciándole suavemente, -Sino ten paciencia, que los malos sudores de esa vaca pueden estar intermitentes...

Así, mientras el dueño esperaba algún cambio en mi química corporal, yo pasaba en el harén una ristra de semanas salvas y bastante pacíficas - con mucho tiempo para dejarme relajar y venir en conocimiento con María y variadas otras cautivas del harén. Yo sentía segura que mi amor Petrarco fuera a rescatarme de allí a cada instante, así que lo único que yo tenía por preocuparme era si el dueño se enterara acerca de los nueces antes que Petrarco me quitase de delante.

De todos modos, con mi buen amiga María a mi lado y con nueces para evitar los manos ososos del dueño, durante aquellas siete u ocho semanas la vida de concubina desnuda no me caía del todo mal.

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Muy de mañana todos los días nos hacían despertar amablemente mediante una musica suave y hermosa en el aire, y con tiernos besitos de esclavas limpias sobre nuestras caras y brazos - besitos acompañados por caricias placenteras a lo largo de nuestras desnudas espaldas y caderas.

Me despertaba en esos días al lado de mi mayor amiga, y tras levantarnos de los cojines para satisfacer a las esclavas, María y yo nos abrazaríamos de pie la una a la otra durante un minuto o más - eso conforme a regla de harén - dos mujeres adultas, desnudas y calurosas, ya apoyando y apreciando la una a la otra con uno u otro besito de amistad y con palabras queditas ante ya otro día de cautivario norafro-romanesco. A nuestro rededor, otras desnudas mayores amigas del harén se estarían abrazando igualmente, y al desengancharse, buscaban a nosotras u otras amigas para darnos un largo abrazo desnudo y los buenos días. Durante toda una media hora las cincuenta nos entremezclábamos así, abrazando y platicando en tal ambiente pacífica, siempre con esclavas repartiendo aguas para hidrarnos y aclararnos de las bocas, y con zumos para nutrirnos y aclararnos de las mentes, y al lado - con potes de barro para acomodarnos y aclararnos de las vejigas.

Antes del desayuno, por capricho oficiál de harén tomábamos una larga clase de estrecharnos de los cuerpos - esa guiada por una concubina especial - una de nosotras - y todo en ambiente calma y placentera para que nos relajáramos con la clase y así saliésemos estrechadas lo más efectivamente.

Tras estrecharnos, la hora de desayunar. Esto es el mayor comida del día en el harén, y caliente, y muy estimada por las concubinas esparcidas entre el sol y sombra del Patio de Desayunar. Durante una hora o más nos vamos comiendo, platicando, de vez en cuando riéndonos con tal cual pulla de concubina chistosa, y tomando cafecito sobre las comoditas alfombras y barrandas blancas del patio. A una distancia apropiada, ayas nos vígilan para que ninguna de nosotras se extravie del patio - que ya breve se asomarán las torvas instrúctrices de bailar llevando varillas y dos horas de licencia, ¡y no hay la concubina que desea aguantar las trabajosas clases!

De todos modos, si bien las clases de bailar sean hastiosas, es que no duran - las más mañanas - más de dos horas o dos horas y media. Pero, sí, admito, yo preferiría no bailar las clases.

-¡Que irónico!, ¿no?, -más de una vez me quejé a María, -Que yo que en vida libre no quise mejorar mi bailar mediante bailando solo tres mañanas a la semana, ¡ya me veo bailando siete!

(¡Cuánto la reina había de reírse al reflejarse en esa ironía, ella que concertó que esa misma se me cayera!

(Muchas mañanas meintras me entrenaba desnuda ante las instrúctrices - con sus peligrosas varillas - me he recordado de la película sigilosa que la reina hizo grabado de mi en vida libre jugando desnuda y "magnífica" aquél día a su piscina bosquera - yo a pura ciegas del rodaje y pensando que estuviéramos solo unas chicas - ella con mente de excitar con la película algún harenista para que me secuestrara antes que yo lograse robarle a ella de su esposo Petrarco...

(Hacía el fin de aquélla película el vidente degusta de mi explicándole a la reina en toda mi joven tetuda gloria por qué me dejé de bailar clases en universidad - que "tres clases por semana serían mucho para mi," y, "ya tengo intereses más importante que el bailar," y que, "a mi alta nivel de bailar los instructores se ven muy minuciosas, y eso me dicidí no aguantar más,"...

(¡Y cuánto - ¡pero cuánto! - la reina hubiera de reírse al saber que en el harén yo bailo todas las mañanas ante varillas de instrúctrices más perfeccionistas que ninguno del mundo libre!)

De eso mi gran amiga María me acomodaba,

-Pero mira cuánto te has mejorado, amiga. -me dice, -¡Es que las instrúctrices de aquí te han convertido en una danzarina cién veces primorosa!

María siempre dice la palabra perfecta.

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Una vez sueltas de las clases de bailar, todas andábamos desnudas y puras libres dentro del Gran Salón durante una tarde de - los más días - siete, ocho, o nueve horas, con todas siempre en esperanza del regreso del dueño. (Del largo de este rato de día en día no sienten nececidad de avisarnos). Allí en el salón nos ocupábamos con manteniéndonos muy limpias, practicando de vez en cuando los pasos del día, y generalmente degustándonos de todos los antojos que se nos alcanzaban en ambiente de harén norafro-romanesco - ambiente diseñado ya a la "perfección" unos cuarenta siglos há por harenistas que ya descubrieron ¡cuánto más contentas corren la bienvenida al dueño ellas que lo esperaban desnudas y aburridas durante muchas horas en escena de piscina de vadear!

(¡Se supone que aquéllos ingeniosos no consultaran a las meras mujeres al respecto!)

Por nuestro parte, María y yo y las otras aguantábamos las tardes igual que lo hacían las cautivas de harén a travéz de los siglos: Vadeábamos, conversábamos, bailábamos, paseábamos, quejábamos, visitábamos los patios y jardines, nos atusábamos, reíamos, cantábamos, y sí, de vez en cuando "jugabamos", que digamos. ¡Que rico!, ¿no? - mujeres adultas y desnudas - ¡jugando como niñas en la piscina de vadear, o agachadas sobre un patio quieto "leyendo" nuestros futuros en las caidas hojas de las plantas del harén! Todo eso hacíamos siempre muy desnudas y todo siempre bajo el ver de los balcones - balcones inocupados las más tardes - del dueño.

De vez en cuando, yo llamaría a unas amigas a sentarse sobre una u otra alfombra, y allí les explicaría clases informales acerca de la historia del mundo y de los artes y culturas - mi curso de bachilerato en vida libre. Yo había dicidido que al escaparme del harén y tras casarme con Petrarco, yo harría construido muchas bibliotecas en mi país, que la educación había hecho de mi una mujer urbana y madura, y digna de estar muy respetada.

Y sí, cuando se nos sonaban en el Gran Salón las palmadas y la llamada para que corriéramos la bienvenida al dueño - yo sí me encontraba corriendo excitadamente al lo largo del sendero jardinoso con las otras. No hay que abnegármelo; yo sí corría sumamente contenta y excitada igual que las demás - con el grito de gozo en el cielo y mis desnudos senos bailando y mis desnudas nalgas y piernas bombando con todo empeño para que me llegara muy muy pronto a atajar la limosina importantísima para nosotras! Y si tal emoción no se me salía por razón de deseos por el dueño - él que me daba asco - se supone que se me saliera por algo poco entendido pues - por aquello de verdad poderoso lo que descubrieron los harenistas de marrás - esa excitación fogosa que redonda cada vez más contagiosa de desnuda en desnuda en momentos de correr la bienvenida al macho de un harén!)

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Para estas alturas ustedes ya entendrán porque repito que, con María y otras buenas para acompañarme, y con las favoritas dándome nueces para protejerme siempre del dueño, y con creyédome que mi Petrarco fuera a rescatarme del cautivario a cada instante, me acalenté bastante hasta pasarme simpáticamente en el harén más de siete semanas "placenteras."

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Pero una mañana me desperté de mal humor y yo no sabía por qué.

-¡Otro lunes de cautivario en este estúpido harén!, -sentía.

Yo que durante semanas había esperado con paciencia que Petrarco me rescatara, ya pensaba, -¿¡Dónde diablos estás, Petrarco, ...imbécil!? ¿!Cómo que no me hayas sacado de aquí?!

Ese día yo andaba un momento caliente e otro muy fría: si me encontraría de un momento sentadita desnuda sobre una alfombra y charlando contenta con otras mujeres, claro que al otro momento me vería levantándome y despidiéndome del grupito para buscar sin exito en otras partes algún alivio - si no por alivio del aburrido (alivio difícil), entonces tal vez para desviar la mente de mi estúpido desnudez (¡imposible!), ¡o por alivio de yo no sabía qué!

Desnuda en la piscina de vadear ese día, de un momento me reía y chapoteaba con otras desnudas, recordándome las veces que yo y mis hermanas nos dábamos el deleite de nadar y tostarnos desnuditas a la piscina magnífica de mi familia - y al otro momento me imaginaba a mis hermanas de estar ya cautivas y desnudas conmigo en el harén, y ellas preguntándome, -¿Pero, así se divierte en el harén, hermana?... ¿Con una piscina de vadear, y nada más? ...Pero, ¿de verdad? ... ¿nada más?

EL MARTES

Al otro día - el martes - ¡pasé un día muy irritoso! Por empezar, yo todavía dormía muy honda cuando las esclavas se pusieron a despertarme con los besos y carícias de siempre, así que tuvieron que despertarme con cosquillos muy molestosos de las costillas y con pinchazos aguditos de mis caderas y nalgas. En mi sueño yo imaginaba que mi amado Petrarco me besara y acariciase, y despues, ¡que fuera el horrendo de dueño que me cosquillara y pinchase!

Ya no más fingía sonreirme, porque a cada vuelta en todo aquél día me encontraba ya pura irritada con estar aharenada. De una vez (y por supuesto sin ningún resultado alguno) yo dicidí que estuviera ya harta de estar muy desnuda, y que teniéndo que andar siempre desnuda ante todos los ojos del harén y ante los lujuriosos balcones del dueño ¡me fuera ya una ultrajosidad insoportable! ¡Ya no más iba a calcularme que cinco minutos aquí y veinte minutos acá de desnudez deleitoso en el harén hiciera valer la pena de desnudez involuntario durante días y semanas enteras!

¡De una vez ya no más deseaba tener que pedir permiso de ayas analfabetas para que yo saliera a pasear - desnuda, por supuesto - en los estúpidos jardines y patios!

-¡Pero relájate amiga!- se me aconsejaba María, -¡Ya no desayunamos y tú vas tramando discussiones para la tarde! ¡Sino tranquilo, desnuda!

Pero tras el desayuno, mi mal humor impedía mi enfoque con las clases de bailar, ¡haciendo que las instrúctrices me tocaran en tres ocasiones con varillazo escososo contra mis nalgas y caderas desnudas! - ¡yo que había pasado las siete semanas anteriores sin verme tocada ni una sola vez con varilla en el harén!

¡Y eso de la varilla! ¡Cuánto (pero ¡cuánto!) yo resentía siempre teniéndo que acudir corriendo - ya desnuda y siempre lista para bailar 'perfectamente' los estúpidos pasos del día - eso a cada instante que las ayas sonaran sus estúpidas palmadas de mando - y todo so pena de varilla candente contra nalgas y muslos siempre desnudas e indefensas!

-¿¡No quieren solo "llamarnos" una vez, María?, -le quejaba, -Sino siempre tienen que sonarnos unas estúpidas palmadas y amenazarnos con varillas!

-Ya, ya, sensible; está bien, -en buen humór me aconsejó María aquél día mientras ponía crema sobre mis partes adoloridas,

-Tú ya sabes que en este harén concubinas como tú y yo no sentimos la varilla sino una vez al año, ¡si eso! Y tú, ya de febrero has conseguido tus rayos por todo este año entero, ¿Ves? ¡Te felicito, pinguina, que con empleando tu enfoco de costumbre puedes andar ya el resto de este año y la mayor parte del otro sin lucir nada más de costurones!

Me dió un beso de amistad de la mejilla.

-¡Pero yo ... no quiero ... bailar ...¡más! -le respuse, echando chispas. -¡Yo no quiero estar aquí durante "el resto de este año y la mayor parte del otro!"

-Pero si tú no estés, - se me rió media seria, -¿quién me va a bañar con cariño como me lo haces tú? ... Si no tú, -continuía, -¿quién me va a registrar de la tacita en la noche con dedos deleitosos en busca de pelitos errantes? ... Alzate las nalgas un poco, ¿Sí?

Y cuando eso hice, en vez de ponerme más crema, María me dió e un rapidito cosquillo placentero de mis pelitos más particulares.

-¡Ok, puedes bajártelas!

-¡No me tomas en serio! -le regañé, despidiéndome.

Un poco más tarde, yo, que con espíritu de amistad y apoyo había aceptado muchas invitaciones para jugar en la piscina de vadear, ya me oía rechazando a unas concubinas simpáticas, explicándoles que "Yo soy una mujer adulta, y las piscinas de vadear son diseñados por el juego de niños (¡niños!). ... Una piscina de vadear a mí no me late, que soy una mujer adulta."

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Ese era el día en que me encontraba deseando con mucho durante las nueve horas de aquélla tarde la cosa que nunca veíamos en el harén para las tardes - ¡un chocolate!

Me quejaba a mi amiga, -¿Seré yo la única graduada de universidad, María, que con un sencillo antojo de una tarde no puedo poner dedos sobre un simple chocho de chocolate?

-¿Sabes que, María? -le machacaba, -¡Todos los días yo ando golosa durante tanto la tarde como la velada, pero nunca encuentro ni una miga de biscocho ni caramelo en todo el salón! ... y peor, se nos reparten unas estúpidas manzanas con el regreso del dueño! ¡Qué barbaridad!, ¿eh? ¡Manzanas!... ¡Como si fueramos un hato de cervatas!

Y cuando con esto María me hizo memoria que las favoritas me darían unas nueces deliciosas a eso de las cuatro, yo me oía respondiéndole que yo odiaba (¡odiaba!) los nueces de las favoritas, y que, pensándolo bien, ya no iba a comerme ni una sola nuez ya durante el resto de mi estúpido cautivario!

-¡Pues espérate con golosidad las manzanas de la velada, desnuda, -me respuso María despidiéndose enojada de mi, -Y procúrate no ronzártelas como una cervata!

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Poca entrada en la velada de aquél día sonaron las palmadas de mando para que bailáramos en hato desnudo ante los balcones del dueño. Con las nueces protejedores del día anterior cursando en mis venas, yo bailaba muy muy sedúctivamente esa velada - así, yo pensaba, para hacer sufrir con ganas a él que me hacía sufrir con concubinaje. Lo que no era mi intención era lo que ya hizo él - llamó para que me pusieran una pijama colgante y que me llevaran a sus aposentos, donde, sobre el balcón, el dueño y sus cuatro favoritas festejaban.

-¡Bailando, magnífica!, me mandó, respaldándose sobre su divan y acurucándoselas a las desnudas favoritas alrededor de él, -¡Y desnudándote!

Con mi bailar ante a él aquélla noche yo hice que el bicho de ese macho se yirguiera mucho más enorme y mucho más pulsando y latidor que jamás lo habíamos visto erguirse! Encantado, él se levantó para tomarme, pero las favoritas celosas le gritaron,

-¡Que no!... ¡Que ella te está muy muy peligrosa, Señor!

-¡y una de ellas agarró una varilla (¡una varilla!) y me ahuyentó del balcón y escalera abajo - las dos volando desnudas y la varilla y silbando y silbando - siempre sin exito - hacía mi taza fugante!


EL MIERCOLES

El miércoles yo continuía de mal humor en el Gran Salón. Ya por otro día no quise comerme nueces.

El dueño estaba picado con frustración tras mi bailar sedúctivo y mi piel intocable. Al regresar en su limosina esa velada nos puso a bailar inmediatamente al regresarnos de correrle la bienvenida, ¡y nos tenía bailando durante cuatro (¡cuatro!) horas! Arriba, una malla negra oscuraba nuestra vista al balcón para que durante los cuatro horas no sabíamos ni sí ni cuándo él nos mirara. Yo sé, que en los momentos que él sí nos mirara, que yo sí lo hiciese sufrir - que yo bailaba sedúctivamente como nunca ya durante todo momento de los cuatro horas (¡y eso nunca sabiendo a qué hora iba a decir que nos dejara de bailar!)

-¡Yo sí soy algo!, -yo pensaba durante esas horas, -y cuando yo deseo hacer sufrir de ganas a un hombre, ¡yo sí puedo! El sudor goteaba y goteaba desde mis porros, mojando con mucho mi "venusta" mata de pelitos de en frente.


EL JUEVES -

A la tarde siguiente - el jueves - con otro rayo de instructríz de bailar mostrándose doloroso sobre mis nalgas y más mujeres del Gran Salón por pedirles perdón por no sé cuáles injurias, yo no me sorprendí cuando el dueño regresó al harén a las tres de la tarde. Me mandó que subiera apijamada con las favoritas, esperando que yo bailara muy sedúctivamente - lo que yo hice con creces.

Otra vez las favoritas tenían que ahuyentarme escalera abajo, los costurones del lunes ya sanándose pero viéndose remplazados ese día de jueves por unos nuevos conseguidos a manos de las favoritas. (¡Yo, que en vida libre era una mujer adulta y respetada, que andaba con nalgas siempre muy muy limpias por dentro de sedas exquísitas!)

Eran cuatro los costurones que gané ese jueves. Me parecía que las cosas fueran de mal en peor.

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EL VIERNES, El Día de San Valentín...

Desde la primera hora del viernes yo estaba demandando de las favoritas que me dieran nueces, que ya hacían tres días que no me los comía y ya me sentía temor que, sin más nueces, el peligro de mi sudorcito y saliva para con el dueño ya se hubiera menguado bastante.

-Te lo lamentamos, tetona, pero no podemos darte nueces más. -se me rieron.

-!Pero el dueño me va a encontrar salva por...

-¡No!,... -me reían. -¡Ya no nos importa nada si el dueño te cubre, ni si tú te ahogues con atragantándo el leche de su bicho!

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Al mediodía (¡al mediodía!) el dueño estaba ya de regreso y por mi mandando. ... ¡Por yo sola!

Yo ya no deseaba bailar sedúctivamente, pero algo por dentro de mi me hacía que yo sí bailara así - ¡y eso más excitante que nunca!

Tampoco deseaba quitarme del pantalón de mi pijama, pero yo sí lo hice - y eso en el momento que yo - yo, no él - juzgaba de ser el momento más peligroso. ¡Mis desnudas nalgas me las flexionaba y tremolaba como loco, y yo no sabía el porqué! ¡Ya no más deseaba hacerlo sufrir de ganas al dueño, ni tampoco deseaba seducirlo, sino en sueño vivo yo bailaba como para escaparme aterrada de allí mediante trepando y subiendo con cada músculo de mi cuerpo una red invisible y exigentísima! Mis senos de gran tetona, desnudos, ya se acrecentaron con toriondéz inaguantable y las pezones se irguieron grandes y largos y bermejos. ¡Mi desnuda pudenda se hinchaba como una esponja tremenda ya mojado por primera vez - grande, sensualísima, golosa (¡cachonda!) como nada (¡¡como nada!!) - ¡Sin mi control, mis muslos y caderas me manejaban en pasos seductivísimos tales que en diesiocho años de estudiar al bailar yo nunca ví ni imaginaba!

¡Otra vez el bicho del dueño parecía una porra pulsando caliente! Y él - muy muy frustrado con creyéndome peligrosa - peleaba y halaba del bicho como quien estrangulara a un duende muy latoso - pero tal pelea no hacía sino a hacer que el magnífico bicho se acrecentara y ponerse cada vez más chisposo y tremendo!

¡Esto mientras yo bailaba cada vez más tormentosa!

¡El dueño ya se había enfurecido! ¡De una vez estaba de pie y tenía en la una mano el rabioso bicho de purpura-rojo y en la otra mano ya tenía la varilla (¡¡la varilla!!) eso candente y espantísima! ¡Con su bicho al punto de estellar a cada instante el frustrado alzó la varilla para atacarme, y con terror agobiante me temía que él ideara a matarme a varillazos! - ¡Me caí desnudísima sobre el suelo a sus pies, siempre pidiéndole con el grito en el cielo que no me golpeara; y trepándome de mis rodillas lo agarré por las piernas y lo besaba, siempre llorándome y confesándole del todo acerca de las nueces y las favoritas y del todo y todo y todo ... ¡y en nada el bicho irrechazable estaba en mi boca y destellando con un chorro sí ahogante de leche caliente! Ese chorro ya entremezclaba en todos rincones de mi garganta y boca con la riachuela de lágrimas de desesperación y gratitúd y rendición que caían calientes y amargos a travez de mis candentes mejillas sonrosas!

Todo eso no sirvió sino de una cala de lo que ya ideábamos los dos. El macho, estrechando las brazos entre mis piernas, me levantó de cara a cara, haciéndo que mis piernas doblaran y colgaran de rodillas a pies sobre sus brazos magníficos - y que mi taza golosísima se abriera plenamente encima de su barbaroso palo. Mientras me alzaba y bajaba sobre el pulsando bicho, me osaba con fuerza de las nalgas, y eso con pura indiferencia de los costurones sensibles que encontraba sobre mi trasero. Pero aquella tarde mis gemidos sonaban por placer, abnegando el dolor (¡si bien me saltara más de cuatro veces con los contactos particularmente agudones!).

Durante horas todo andaba loco, y todo andaba muy muy bien.

Los pelitos mas particulares de mi - ellos que María y yo solíamos juguetear en la oscuridad de las noches en el harén - pelos que llamaban los ojos del dueño a ver la moción de nuestras desnudas pudendas mientras bailábamos ante su balcón todas las noches - esos pelitos de mi ya no más se mojaban con sudor venenoso, sino con sudor bien limpio de trabajo deleitoso, y con restos de lubricantes naturales y femeninas, y goteaban una e otra vez con la leche del dueño de mi vida.

Ya el dueño estaba acostado sobre mi cuerpo y besandome de cara a cara, nuestras brazos caidos a los dos lados y mis dedos entrelazados con los suyos. Nuestras lenguas exploraban las bocas el uno al otro y el contacto apassionado de lengua a lengua seguía deleitísimo para con los dos. Abajo, su bicho magnífico ya golpeaba contra mis labios púdicos ya de nuevo cachondísimos, los que yo abrí con gusto gozoso.

-¡Síííí!, ¡Pásale, Señor!, -le afirmé para mis adentros, -¡Que mi casa ya es del todo tú casa!

---

Diesiocho horas más tarde los dos descansábamos desnudos sobre la cama tras toda una tarde y toda una velada de besos excelsos, orgasmos magníficos y tal cual siesta breve. Ya, con el amanecer, las esclavas estarían despertando a las concubinas del Grán Salón con besos cariñosos de las caras y brazos, esto incluso a mi amiga María, huerfano por una noche y sin duda invitada a dormir acurrucada con dos otras desnudas amigas.

Arriba, y yo desnuda sobre el lecho del dueño, me sentía por primera vez en muchas semanas la verdadera delícia de estar desnuda. Me reía, diciéndole al macho cuanto gusto yo sentí cuando su perfecto bicho estaba por dentro de mi cuerpo, ¡y que ya tenía mis conductos tantas llenas de su leche hasta que tal vez me vería embarrazada!

La maravillosa cara del dueño me hizo memoria de una tarjeta del día de San Valentín que yo recibí en mi juventúd. -¡Qué raro..., -yo pensaba, que ya hacía muchos años que no había pensado en este retrato mágico de San Valentín. Me recordaba de un día cuando tenía doce años y fui a la playa con aquél retrato en mi bolsa - yo había ido a solas a la playa porque estaba aquélla semana muy de malas con mis hermanas y con mis amigas. Como en sueño a aquélla playa yo veía el retrato de San Valentín en las caras de los machos más varoniles allí, y por algo eso me irritaba, tanto que sin razón yo saqué la tarjeta de mi bolsa y lo hice pedazos. El día siguiente se me comenzó mi primera regla.

Entonces, diez años mas tarde ya me encontraba por primera vez sobre el lecho del dueño del harén. Yo estaba muy desnuda y muy contenta. Mirando hacía la ventana yo ví que la luna - apenas todavía visible en horizonte del oeste - estaba en donde iba a darme mi regla dentro de unas horas - si no me quedaba embarrazada con el hijo del dueño.

-¡Qué chistoso! -le reí al macho, -con eso de las nueces yo creía que yo misma controlara mi vida sexual en tu harén; pero en fin eran mis hormonas mismas que dirijeron todo! ¡Cómo no que me andara de mal humor en últimos días! - ¡estaba pre-menstruosa! ¡Mientras mi cerebro no deseaba que nos véamos juntos, mis hormonas orchestraron que sí!

Nos reimos, y me moví para acercar mi boca de nuevo en ambiente de su bicho magnífico. Me sentía que con las malas entre nosotras ya superados, tal vez yo sí podía venir a amar este hombre poderosísimo. Yo estaba con mente de besarlo y lamerlo con dulzura durante todo el tiempo que mi nuevo valentín quisiera.

-¡Tengo hambre! -anunció m nuevo amor.

-Y para tí, valentina, -me dirigía la palabra excelsa, -¿Que te parece un cafecito y cuatro chocolates?


[A continuar...]
Datos del Relato
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