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Vacaciones en Merlo 2. Primera parte. Un encuentro inesperado

Sofía y Maxi llegaron a Merlo a las diez de la mañana. El viaje se les había hecho muy largo, por lo que ambos estaban cansadísimos. Fueron al hotel donde tenían reserva. Era una pequeña hostería que quedaba muy cerca del centro. Los atendió el dueño, un hombre mayor con una sonrisa cálida y despreocupada. A ambos les gustó el lugar, era familiar y acogedor, además de muy barato. Entraron al cuarto y se dieron una ducha. Cuando ella salió del baño Maxi estaba tirado en la cama.

— Voy a dormir una siestita y después vemos lo de las excursiones ¿dale? — Le dijo, con el brazo tapándole los ojos.

Sofía se indignó. Merlo era un lugar donde buscar aventuras. Tendrían que caminar mucho, conocerían los cerros, se tirarían por la tirolesa y si se animaban volarían en parapentes. Pero ahí lo tenía al debilucho de su novio, extenuado sólo por viajar en micro. Ella ya se había despabilado con la ducha y quería salir a conocer la localidad, y también quería ir a una agencia de turismo a contratar excursiones. Pero Maxi seguía tirado, y ahora parecía que ya estaba roncando.

Sin embargo sabía muy bien cómo hacer que su novio haga lo que ella quiera. Se puso encima de él y le acarició el miembro por encima del pantalón. Maxi sacó el brazo de sus ojos y le prestó atención.

— ¿qué hacés? — Dijo — Estoy cansado.

Ella le bajó el cierre.

— Si te levantás y me acompañás a pasear, te chupo la pija como a vos te gusta y me tomo toda la leche.

Maxi abrió los ojos, contento. Sofía no era de hacer felaciones, y cuando las hacía, a los cinco minutos ya lo estaba instando a ponerse el preservativo. Y ni hablar de dejarse acabar en la cara, y muchos menos tragarse el semen. Esas cosas sólo las hacía como un regalo de cumpleaños, o para reconciliarse luego de una fuerte discusión. Sofía agarró el pene y comenzó a masturbarlo, sintiendo cómo, de a poco, se endurecía.

— ¿y? ¿Qué decís, te vas a levantar? — le dijo sin dejar de masajearlo.

En realidad no le molestaba mamar vergas, lo había hecho muchas veces en su vida, pero tampoco le apasionaba hacerlo. Le pereció más práctico fingir que detestaba los petes, de esa manera siempre tendría un as bajo la manga para manipular a Maxi.

— Está bien, vamos. — cedió él por fin. — pero te tragás todo eh, y a la noche también.

Eso no se lo esperaba. Consideraba a su novio alguien dulce y fiel, trabajador y honesto, pero poco inteligente. Sin embargo, en medio de la calentura, se había avivado y le exigía que se la chupe también a la noche.

— Bueno, a la noche también, pero nada más eh.

Y entonces Sofía se metió la pija en la boca. Fingía hacerlo mal, cada tanto le daba un débil mordisco, y usaba su lengua torpemente, no quería que él sepa que esa lengua ya había probado unas cuantas pijas.

Aun así, Maxi disfrutaba de la mamada, le acariciaba el cabello castaño con cariño y le indicaba que la chupe con cuidado, señalándole cuándo metérsela en la boca y cuando lamer el tronco o las bolas. Finalmente acabó sobre los labios de Sofía, sólo fueron dos escupitajos de semen. Sofía se lo tragó todo, tal como lo había prometido, pensando, un tanto frustrada, que le hubiese gustado que la eyaculación fuera más abundante.

Al rato salieron a pasear. El paisaje era hermoso incluso en el centro. Se veían a lo lejos las sierras, que rodeaban la localidad; las personas parecían caminar sin ningún apuro, totalmente diferente a lo que sucedía en Buenos Aires; y lo más sorprendente de todo, las casas no tenían rejas, símbolo de que la delincuencia no había llegado hasta ahí. Las calles estaban repletas de agencias de turismo, hoteles, y tiendas holísticas. Era un hermoso centro turístico, un paraíso a diez horas del infierno urbano.

— Es otro mundo. — comentó Sofía, que iba de la mano de su novio.

— Aja — contestó Maxi, que no estaba tan maravillado con el lugar. Ella lo miró con indignación.

Entraron a una agencia de turismo y contrataron varias excursiones. Al día siguiente irían a una caminata al salto del Tigre. Maxi ya se había agotado de sólo hacer la reserva, Sofía se preguntaba si iba aguantar la excursión.

Comieron en uno de los tantos restaurantes que había por ahí, y volvieron al hotel para terminar de desempacar y darse un baño en la pileta.

Cuando ella se puso la maya de dos piezas para ir a la pileta él le dijo.

— Andá vos mi amor, yo ya te alcanzo.

— No te irás a quedar dormido ¿no? — preguntó ella mirándolo fijo.

— Te digo que ahora te alcanzo.

Sofía se fue sin decir más. No era bueno presionarlo, ya era todo un logro que lo haya convencido de ir hasta ahí. Él, sin dudas, preferiría estar tirado en la playa, sin hacer nada más que tomar sol y meterse al mar de vez en cuando, por lo que el hecho de que esté en un lugar donde la idea de vacacionar consistía en largas caminatas en subida y deportes extremos, era de por sí una victoria. Si quería descansar un poco para estar óptimo al otro día, que así sea.

No había nadie más en la pileta, por lo que disfrutó de ella, un buen rato, en soledad.

Cuando ya se estaba secando para volver con Maxi y proponerle ir al casino y luego a cenar, escucha una voz que le dice:

— Que lindas piernas mamita.

Estaba a punto de mandar a la mierda al tipo que se había tomado tanta confianza, pero cuando hizo a un lado su pelo mojado y pudo verlo, se asombró.

— Nahuel ¿qué hacés acá?

Se trataba de un viejo amigo. O mejor dicho un ex amante. O más bien ambos. Nahuel era de esos tipos que sabían manejar los límites en una relación, por lo que una vez que su amorío de otoño había terminado, siguió siendo su amigo sin pretender nada de ella. No la presionaba para volver a acostarse con ella, ni la celaba cuando Sofía le contaba que se había puesto de novia con alguien más. Por eso su relación se había extendido por varios años, y cuando ella estaba sola, siempre podía contar con él para apaciguar la calentura que tenía entre las piernas.

— Yo estoy de vacaciones. — le dijo él, risueño.

Era tan diferente a Maxi: Si su novio se agitaba por correr un mueble, Nahuel podía levantar grandes pesos con sus brazos fuertes, sin inmutarse. Mientras Maxi no sabía hacer nada más que lo referente a su trabajo en marketing, Nahuel era una especie de McGiver del conurbano, sabía hacer cosas tan diversas como levantar una pared, hasta hacer primeros auxilios, pasando por dar instrucciones de yoga, y cocinar deliciosas tortas.

Pero no quería pensar en eso. Su novio, así y todo como era, merecía su respeto. A su manera era un buen hombre, siempre estaba cuando más lo necesitaba y nunca le dio motivos para desconfiar de él, la acompañaba a todos lados, incluso si el lugar no le gustaba, sólo para estar con ella. Era muy dependiente de Sofía, era cierto, y a veces tenía que enseñarle cosas muy básicas que parecía imposible que un adulto no sepa. Incluso en la cama tuvo que adiestrarlo para que se la coja bien. Pero en fin, lo amaba, o eso creía.

Nahuel le contó que había estado en Mina Clavero, y que ahora disfrutaría de unos días ahí en Merlo.

— Pero yo te hacía más un chico de camping. — le dijo ella, recordando que Nahuel siempre viajaba con una carpa.

— Si, pero esta vez decidí venir a un hotel, más cómodo. Y veo que fue la mejor decisión que pude tomar.

Se quedaron un rato charlando. Él como siempre estaba soltero, en busca de aventuras. Se veía muy sensual con el short negro como única vestimenta. Su cuerpo fuerte, pero esbelto brillaba bajo el sol del atardecer. Ya estaba un poco bronceado, y a ella le pareció que estaba más lindo de lo que recordaba. Se excitó, y como tenía miedo de que él notara la dureza de sus pezones, cortó la conversación y volvió al cuarto.

Ahí estaba su novio, dormido. Lo sacudió dándole un empujón.

— ¿qué? — dijo él irritado.

— Despertate, quiero que me cojas ya. — le ordenó ella. Debía sacarse la calentura que acababa de poseerla. Se sentía infiel sólo por sentirse así, y la mejor manera de redimirse sería saciar su sed de sexo con su novio.

Se desnudó y se tiró encima de él.

Continuará.

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