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Una vez que lo echaron del trabajo, Germán agarró los pocos mangos que le quedaban y sacó un boleto para Merlo, San Luis. Ya vería luego como enfrentar su condición de desempleado, ahora sólo quiere disfrutar de unos días lejos de la locura de la ciudad, y verse rodeado por las sierras.
Ese mismo día va a la terminal de Liniers, con el bolso lleno de ropa al hombro. Atrás deja a Buenos Aires; al hijo de puta de su jefe, quien se acostaba con la única mujer que realmente le interesaba; y a su padre, que continuamente le echaba en cara lo fracasado que era.
Se sube al primer piso del micro y busca la silla que le corresponde. Es en el fondo, y se da cuenta de que los pocos pasajeros que lo acompañan están muchos asientos delante de él. Mejor, piensa Germán, mientras más solo mejor.
Ya es de noche, y a través de la ventanilla ve las luces de los vehículos que se deslizan por la autopista. Los que están más lejos parecen luciérnagas cuya luz les señala el camino a la libertad.
En Retiro el micro para, para subir más pasajeros. Él cierra los ojos, para que en caso de que tenga que viajar acompañado, esa persona se dé cuenta de que no quiere hablar, ni socializar de ninguna manera, sólo dormir.
Con los ojos todavía cerrados y la cabeza apoyada contra la ventanilla, siente que un cuerpo liviano se sienta a su lado. Al acomodarse, el nuevo pasajero le sacude un poco la pierna.
—Perdón. —oye decir a una voz femenina. Entonces la curiosidad lo vence y decide abrir levemente los ojos para observar a la mujer que lo acompañará por al menos ocho horas.
Teniéndola tan cerca, y sentada, le resulta difícil vislumbrarla por completo, pero se trata de una chica delgada con la nariz aguileña un poco grande. Su rostro sería poco atractivo si no fuese por sus labios gruesos y su mirada inteligente. Ve con decepción que sus pechos son pequeños, pero cuando, en su recorrido ocular, llega a las piernas, concluye que todos los defectos que podría tener esa fémina, eran compensados por la sensualidad de esas piernas finas y tonificadas, que se estiran, largas, sobre el asiento.
Para mayor deleite de Germán, lleva una pollera de jean, y cada vez que cruza las piernas, disfruta del movimiento que descubre parte del muslo, y ve con cierta vergüenza, pero sin poder evitarlo, la sombra que la prenda genera justo en medio de las piernas. Un poquito más, y podría ver su bombacha, piensa Germán.
Eugenia nota las miradas subrepticias de su acompañante. La incomodan un poco, pero no dejan de parecerle un halago. Hace dos días su novio la dejó sin darle mayores explicaciones, todavía está con el corazón herido, pensando qué hizo mal, por quien la cambió, y ese tipo de cosas, por lo que cualquier cosa que le levante la autoestima es bien recibida.
Ahora su novio estaría disfrutando de las vacaciones que habían programado juntos hace meses, sólo, o peor aún, con otra mujer. La idea le duele mucho, pero por eso había decidido que ella también vacacionaría sola, para no quedarse encerrada pensando en cosas dolorosas, y rememorando situaciones nostálgicas. Haría un viaje introspectivo donde se conocería mejor a sí misma, y decidiría cuál era la mejor forma de alcanzar la felicidad.
Las luces se apagan y los monitores se despliegan del techo. Van a poner una película.
—Se nota que pagamos el servicio de semicama. Hasta en las películas que ponen nos refriegan nuestra pobreza. —Comenta Germán, una vez que una vieja película comienza, en un intento de iniciar una conversación. Sus ganas de estar solo se habían esfumado.
Eugenia lo ve. Es un hombre joven y de físico imponente, aunque no es musculoso, sus hombros anchos son así por naturaleza. Tiene un rostro bastante común: morocho, de forma redonda. Pero sus ojos azules resaltan increíblemente en la penumbra, y sólo por eso ella lo considera bello.
Le regala una sonrisa, como empatizando con su comentario.
— Si querés te digo como termina: Esos dos se casan. — le dice él en un susurro, señalando con un gesto el televisor.
— Jaja cállate, no seas malo, no me cuentes el final. — censura ella riendo.
Germán ya había roto el hielo y ahora sólo quedaba seguir la corriente. En las dos horas que dura el pésimo film, intercambian información entre susurros: Se dicen los nombres, y de dónde son. Ella le cuenta que se acaba de separar del amor de su vida. Él le confiesa que la mujer que ama, una compañera de trabajo, se acuesta con su ex jefe. Se compadecen mutuamente, como sólo lo pueden hacer dos desconocidos. Eugenia va a Río Cuarto, por lo que sus caminos se separarán antes de que él llegue a su destino, Merlo.
La oscuridad y el silencio del resto de los pasajeros los hacen sentir que existe una complicidad única entre ellos. En poco tiempo se conocen mejor de lo que conocen a muchas personas consideradas allegados.
— Yo estoy convencida de que todos seriamos más felices si pudiésemos separar el sexo del amor. — dice ella, cuando la conversación llega a un punto de intimidad en donde ya se confían sus pensamientos más profundos.
No lo dijo sólo por decir, desde hace rato que Eugenia sufría de los celos que sentía de su novio, como los de él hacia ella. Siempre pensó que el amor no era posesión, y últimamente peleaban mucho por eso, por los celos. Ahora se da cuenta de que probablemente, ella había precipitado el final de su relación, ya que varias veces le dijo a su pareja que si realmente la amaba debía dejarla ser libre, y que ella tome sus decisiones. No es que pretendiera serle infiel, pero quería ser fiel porque lo sentía y no porque otro la obligase.
La película terminó y el micro se sumió en la oscuridad. Ya habían salido de la ciudad, por lo que en la ruta sólo se ve alguna que otra luz de otros vehículos que la transitan. Por lo demás, es todo negro.
Se escuchan los ruidos de los asientos que se reclinan, para que los pasajeros duerman. Eugenia hace eso mismo, y Germán se lamenta de que la conversación haya terminado. Una vez que amanezca ya estarían por Río Cuarto, y la chica que acababa de conocer, y que tanto le gustaba, sólo sería un agradable recuerdo que se desvanecería de a poco.
Ella no quiere dormir. Le cae bien Germán, e incluso le gusta. Pero qué podrían hacer ahí en el micro. Si lo hubiese conocido en Río Cuarto, seguramente se plantearía tener una aventura, pero él seguiría hasta Merlo, y no se volverían a ver. Una lástima.
Cuando pasó casi una hora de que se apagaran todas las luces, Eugenia siente un roce en la rodilla. Piensa que Germán la había tocado sin querer cuando se movía entre sueños.
Pero Germán no lo había hecho sin querer. Estaba tan despierto como ella y en un impulso decidió acariciarla levemente.
Ella siente enseguida, otra vez, los dedos deslizarse por su rodilla. Esta vez no cabe imaginar que es un toqueteo involuntario, porque la mano se había posado un buen rato y los dedos se abrían y cerraban sobre su piel. Se siente excitada inmediatamente, pero no quiere entregarse tan fácilmente, aunque tampoco quiere que él se sienta rechazado, por lo que opta por quedar inmóvil un rato, a ver hasta donde se anima a llegar.
Germán se anima a mucho más. Está económicamente arruinado y con el corazón roto, por lo que se aferraría a cualquier pisca de felicidad. Así que cuando se da cuenta que Eugenia no le paraba el carro, empieza a acariciarla, esta vez sin ninguna sutileza.
Ella siente cómo los dedos ásperos suben ahora, más arriba de su rodilla, arrugándole la pollera mientras avanza. Germán mete mano hasta alcanzar los muslos, y ahí se queda un rato, saboreando con las yemas de los dedos la piel suave y elastizada. Ella siente el calor de su sexo, que pide a gritos que esa mano hurgue más adentro. Germán se acerca y le lame la oreja. Eugenia estira el brazo y la palpa la verga erecta a través de la tela dura del pantalón. Entonces él, totalmente perdido, saca su mano de entre las piernas de ella, sólo para mojársela con la lengua y meterla de nuevo. Ella siente como la mano húmeda pretende desprenderla de su bombacha, y lo ayuda a hacerlo, bajándosela hasta las rodillas. Ambos hacen todo lo más silenciosamente posible, porque si bien, el pasajero más cercano está a cuatro asientos más adelante, alguien podría darse cuenta y arruinarles la fiesta. Pero cuando Eugenia nota que la mano ya toca su sexo, y se introduce en el agujero mojado, le cuesta mucho reprimir un gemido, y a pesar de que se muerde los labios, emite un sonido débil.
Germán trabaja un buen rato metiendo dos dedos, utilizándolos como si fueran su propio miembro. Eugenia, con las piernas abiertas y la bombacha baja, goza de las penetraciones manuales, con los ojos bien abiertos en la oscuridad. En ningún momento suelta el tronco duro de Germán, y lo masturba por encima del pantalón. Mientras la penetra, él repite los besos en la oreja, algo que ella disfruta mucho, y luego gira su cabeza para entregarle sus labios, y entonces se funden en un cálido beso, saborean sus lenguas, intercambian salivas, él le da piquitos en toda la cara, incluso en la nariz que al principio le pareció poco atractiva. Ella abre más las piernas para que él meta otro dedo en su sexo. Ahora son tres los que se entierran en ella, y Eugenia debe morder el hombro de Germán para evitar largar un grito. Luego siente que el calor que se acumuló en todo su cuerpo iba a explotar, se abraza a él, entierra su cara en el cuello, y él siente el cuerpo de la chica estremecerse, y una gran cantidad de fluidos vaginales le empapan la mano.
Eugenia queda agotada, con la respiración entrecortada. Hace tres días, todavía de novia, no hubiese imaginado que un extraño la iba a hacer acabar en el asiento del micro, pero así era la vida, estaba llenas de sorpresas. Se da cuenta de que su mano todavía está sosteniendo el paquete de su compañero de asiento. Y entonces le baja el cierre. Él la hizo gozar y ahora le devolvería el favor. Germán baja su calzoncillo, y ella manotea la verga sacándola afuera. Está increíblemente mojada por el líquido preseminal. Se pregunta si acaso no habrá acabado él también, pero que más daba, si así fuese, ya está dura de nueva. Gira su cuerpo encima del asiento para recostarse de costado, se inclina, y se lleva la verga a la boca. Nunca había chupado una que ya tuviera tanto sabor a semen, pero le gusta. German siente como la humedad de la boca de ella envuelven su miembro, y comienzan a masajearle el tronco con la lengua. Él estira la mano para acariciarle el culo y descubre que sus piernas no son su único fuerte. Los glúteos son firmes y agradables al tacto, le levanta más la pollera y ahora le acaricia las nalgas desnudas. Ella no deja de mamar y Cuando mete y saca la pija de la boca se produce un sonido, como de chasquido, muy revelador. Sin embargo los demás pasajeros están en absoluto silencio, salvo por algunos ronquidos, y en todo caso a estas alturas ya no se detendrían ante nada. Con la otra mano él le acaricia la cabeza con ternura, como quien acaricia a un perrito faldero. Ahora es Germán quien se ve invadido por el calor, y aunque trata de aguantar más, ya no puede evitarlo y eyacula abundantemente adentro de ella. Aprieta sus dientes para apagar el grito que quiere salir de su garganta, produciendo un sonido similar al de alguien a quien están ahorcando. Eugenia se traga todo, y se toca el rostro para asegurarse de que ni una gota haya caído sobre él, luego se mete de nuevo la verga en la boca y succiona las últimas gotas.
Finalmente duermen tomados de la mano. Al llegar a Río cuarto, él siente el impulso de bajar con ella, quizá pudiesen tener una linda historia de amor. Pero no se decide a hacerlo. Ella también fantasea, por un segundo, en un futuro junto a él, quizá debería darle su teléfono o su Facebook para que siguiesen en contacto. Pero tampoco se anima.
Ambos se convencen de que sólo fue un encuentro fugaz. Agradable pero efímero. Se despiden con un chau, y luego, de nuevo, con las manos, cuando ella entra en la terminal de Río Cuarto arrastrando su equipaje, y él, desde detrás de la ventanilla sacude la mano con una sonrisa pintada en la cara.
FIN
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