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~~Hace
unos días un amigo me dijo que, con la poca memoria que tengo,
debería poner por escrito mis recuerdos y experiencias. Me
pareció buena idea, y he decidido empezar por mi época
universitaria, que dejé atrás hace un año.
Por ejemplo, tengo un muy grato recuerdo del segundo verano. Mis compañeros
de piso se habían marchado a casa de sus padres, pero yo permanecí
en Barcelona por un trabajo. Así iría más desahogado
económicamente el resto del año.
Los días eran bastante aburridos, y las noches aún más:
con el calor y la humedad de la ciudad era casi imposible dormir,
y tenía pocos amigos con quienes salir.
Hasta que una noche me encontré con Laura en el ascensor.
Laura vivía tres pisos por debajo del mío. También
era estudiante, de biología, y vivía con otras dos chicas.
Como nosotros éramos también tres chicos, solíamos
hacer bastante vida en común: muchos cafés de sobremesa,
cenas y algunas fiestas por la noche. Sé que uno de mis compañeros,
David, se lió con una de ellas – sobre todo porque los
pillé in fraganti pero no había pasado nada más.
Siempre pensaba que era sólo el segundo curso, y que ya habría
tiempo.
Laura era una chica muy bonita. Morena, no muy alta, con unos pechos
abundantes. Siempre vestía de forma un poco provocativa, y
actuaba de la misma forma. De las tres era la que siempre hacía
comentarios insinuantes, y nos animaba a hablar de sexo. Por aquél
entonces, aún no tenía novio – y yo me había
separado de mi ex hacía unos seis meses.
¡Uy! – me dijo ¿Qué haces tú por
aquí?
¿Y tú? – le pregunté – Yo estoy
trabajando, y pensé que me había quedado solo en la
gran ciudad.
Pues no, yo también me quedo este verano. Y si llego a saber
que estabas por aquí, te habría venido a buscar. –
y puso su mejor sonrisa picarona.
Tras este comentario, no tardé a invitarla a cenar a mi piso
ese mismo día.
Cociné una buena cena, y también preparé un poco
el ambiente: música suave, unas velas. Ella se presentó
con un vestido que mostraba más que escondía –
sobre todo sus pechos. Pensé inmediatamente en la nueva caja
de preservativos que me había comprado.
La cena fue bien, y hablamos un poco de todo. Tras ella pasamos al
sofá, y como hacía siempre empezó a desviar la
conversación hacia temas más interesantes. Empezó
a preguntarme si mi vida sexual ese verano había sido muy intensa,
a la que le contesté que no mucho. Ella se quejó que
los dos últimos chicos con los que había estado eran
muy clásicos, y no le habían dado mucho juego.
¿Así que te gusta hacer cosas atrevidas? – le
pregunté.
Claro, ¿y a ti no?
También.
Dime alguna que hayas hecho, venga.
Primero tú.
Mmm. Pues te diré que algunos días en que vosotros
los chicos bajábais a cenar a nuestro piso. no llevaba nada
debajo.
¡Qué dices! – me sobresalté.
¿No lo habías notado? Creo que David sí.
Pues no. Me has dejado de piedra.
Ahora tú.
Pues. ¿recuerdas a Alba, mi ex?
Sí, claro.
En los últimos meses nos aficionamos a probar cosas de los
sex shop.
¿Ah, sí? – y los ojos se le encendieron.
Por desgracia cuando nos separamos ella se lo quedó todo. Excepto.
¿Sí?
Como le gustaba que la atase, compramos unas esposas.
¿Las tienes aquí? – y se levantó del sofá.
Claro, en mi habitación.
Laura me cogió de la mano para ayudar a levantarme, y me guió
hasta mi habitación. Abrí un cajón y saqué
mis esposas de cuero.
Mmm – suspiró – no lo he probado nunca.
¿Te gustaría que te hiciese una demostración?
Me encantaría.
Me acerqué a ella con las esposas, y le cogí suavemente
una mano. Le indiqué que tendría que quitarse el vestido
primero, para estar más cómoda (no añadí
que para no romperlo). Rápidamente lo hizo, quedándose
con un sujetador y un tanga negros, y tuve que poner mucha fuerza
de voluntad para no abalanzarme sobre ella.
Le indiqué que se sentase en la cama, y le dije que lo mejor
era que también le vendase los ojos, que a Alba le gustaba
más así. Ella asintió. Con el pañuelo
habitual lo hize, la guié para que se tumbase, y la esposé
a la cama.
Ella estaba realmente sugerente, con ese cuerpo tan bonito a mi disposición.
Y dijo:
Suerte que sé que eres un chico serio y no me vas a hacer
nada malo. – y empezó a contornearse.
En ese momento decidí que aplicaría algunos de mis trucos.
Salí de la habitación y la dejé sola un minuto,
para que se preguntase qué pasaba. Silenciosamente abrí
la puerta del congelador y saqué unos cubitos, que puse en
un vaso.
Volví y me quité la ropa, quedándome sólo
en calzoncillos. Ella estaba un poco extrañada, pero empecé
a acariciarla suavemente: la cara, el cuello, el ombligo. Cuando pasé
por su boca me chupó suavemente el dedo. Noté que estaba
muy excitada, y que empezaba a frotar sus muslos.
Espero que no tengas mucho aprecio por este sujetador. – le
dije. Y con unas tijeras se lo corté y le quité los
trozos.
Antes que pudiera protestar le puse por sorpresa uno de los cubitos
en un pezón. Dio un pequeño grito y se arqueó
completamente. Para acallarla le di un largo beso en la boca.
Continué jugando con el cubito durante un rato: en los pechos,
que ya tenía completamente tiesos, en el ombligo. Cuando bajé
más me suplicó:
Noooo, para, me estás matando.
Dejé el hielo y pasé a jugar con mi lengua por su cuerpo,
lamiendo todos los sitios que pude. Tras unos minutos le fui quitando
el tanga lentamente. Pude comprobar que ya estaba muy mojada. También
por sorpresa empecé a meterle un dedo, que entró sin
problemas.
Por favooor, no puedo más.
Mi ritmo con el dedo se incrementó, y le añadí
otro que se movía con suavidad alrededor del clítoris.
Ella se puso a gemir ostensiblemente, y a mover sus caderas buscando
más placer.
Cuando parecía que ya llegaba al orgasmo, paré.
¡No, ahora no! – gritó. Y en vano trató
de quitarse sus esposas.
¿Pensabas que te iba a dejar acabar tan rápido? Te recuero
que estás a mi completa disposición.
Ella se relajó un poco, resignada. Me quité los boxers
y de un salto puse mis piernas alrededor de su cuerpo. Arrodillándome
acerqué mi polla a su boca, esperando que colaborase.
Y no me defraudó. Al notarla cerca de sus labios, se volvió
a encender. Empezó a chupármela con frenesí.
Como sólo podía mover la cabeza, y no disponía
de sus manos, la tuve que ir guiando. Pero la técnica de su
lengua me indicó que era una experta.
No pude aguantar más, me desplacé hacia atrás,
me puse el preservativo y de golpe la penetré. No hubo problemas,
estaba muy mojada. Empezó a gemir y a gritarme:
¡Sí! ¡Por fin! Me gusta lo que me haces.
Fui bombeando cada vez más rápido, intercalando alguna
pequeña mordida en su cuello. Los dos estábamos muy
excitados, con lo que alcanzamos el orgasmo rápidamente. Primero
ella, dando unos gritos increíbles (pensé en la suerte
que no estuvieran mis compañeros de piso), y poco después
yo. Fuimos bajando el ritmo, hasta que nos paramos.
Salí de ella, me quité el preservativo y lo lancé
a un lado. Me puso a su lado, y mientras la besaba suavemente la fui
desatando, y le quité la venda.
Pero cuando intenté abrazarla, rápidamente dio un salto
y se puso encima mío. Con las manos me sujetó los brazos,
y con su sonrisa más malvada me dijo:
Si crees que me puedes hacer sufrir así. Y si crees que
esto se va acabar aquí.
El resto de la noche fue muy movido. y también los meses
siguientes. Pero esta es otra historia, y ya la escribiré otro
día.
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