4. El día de Tamara.
Al día siguiente, sábado, volvimos a salir a las ocho, para que Tamara nos leyera las reglas de ese día. Tamara sacó tres cajas de cartón con consoladores de distintos tamaños, tres correas flexibles, y dijo:
“En la mañana de hoy habrá algo de sado-masoquismo, mis reyes y reinas. Hay que conocer el aguante de cada quién. Primero vamos nosotras: nos vendarán los ojos y nos inclinarán sobre la mesa (que era redonda) y nos encadenarán una a otra, de manera que formemos una estrella, en esa posición, cada uno de ustedes se la meterá por el culo a una de nosotras, y nos cogerán de la manera más violenta posible, de modo que se vengan rápido. Ahí, empezarán a meternos estos consoladores, también en el culo, pasando cada vez al más grande. La primera en pedir paz se quedará sin puntos. La segunda, tendrá un punto y la última, si aguanta el consolador siguiente, tres, y dos, si no lo aguanta.
“Entonces, y en la misma posición, nos lo meterán por el coño, y con estas correas le pegarán a una de las dos chicas que tienen enfrente (cada quién a una), y si la hacen rendirse antes de que su chico se venga, tendrán dos puntos, y si no pueden con ella, se les bajará un punto. Para las chicas, habrá cero, uno y tres puntos”.
Atamos a Alicia, Lucía y Tamara como ésta nos había dicho, pero antes les pedimos que nos chuparan un poco para que estuvieran bien duras. Hicimos el sorteo, tocándome Tamara, Lucía a Roberto y Alicia a Felipe. Habíamos puesto los consoladores, que eran iguales, en sucesión de tamaños, a nuestra derecha, junto con sendos tarros de lubricante, y las correas a nuestra izquierda, para no movernos. Nos colocamos en posición, y yo se lo metí a Tamara, tal como ella había exigido: a golpes (y no “de golpe”, porque no entraba), y lo sacudí enérgicamente, mientras ella me apretaba y me soltaba al ritmo de mis embestidas. Su pequeño culo al aire, y la manera en que Alicia se mordía los labios, ante mi vista, me tenían loco y me vine antes que los demás, que tampoco tardaron mucho. Entonces agarramos el primer consolador, que era un poquitín más grande que mi pito de Felipe, y los tres, haciéndonos una seña, se los ensartamos al mismo tiempo. Lucía y Tamara gemían, y Alicia sólo se mordía los labios. El consolador número tres, que mediría unos 30 centímetros, hizo soltar un berrido a Alicia, quien dijo que ella hasta ahí llegaba. Dos más, y Lucía pidió paz. Entonces vi detalladamente el siguiente y penúltimo consolador: un mastodonte grueso y largo, excesivo, que le fui insertando a Tamara, quien con movimientos de su periné lo iba engullendo paso a paso, hasta que lo tuvo todo dentro, ante nuestro asombro, y luego, ella sola, empezó a expulsarlo.
Mi aparato estaba gordo y palpitante, y se lo ensarté a Tamara, quien estaba sumamente excitada, y empecé a moverme mientras, acatando las reglas, aporreaba a Alicia, Felipe a Lucía y Roberto a Tamara. Parece que a mi chica le gustaba, porque se movía, reptando sobre mí. Mi placer fue creciendo, mientras golpeaba mecánicamente a Alicia. Tamara alcanzó su orgasmo un poco antes que yo, y sin desalojar, seguí atizando a Alicia, ahora con mayor entusiasmo, pero antes que Alicia, Lucía pidió piedad (Felipe es mucho más fuerte que yo), y cuando empezaba yo a moverme otra vez dentro de Tamara, Alicia se rindió. Tamara entonces se movió hacia delante, dejándome con el pito al aire, y sonriéndole a Roberto le dijo: “lo siento, mi rey, perdiste”.
Hubo un descanso, en el que se hicieron las cuentas. Nosotros tres nos habíamos venido, pero a Rober se le bajó un punto, quedando en diez, por 13 de Felipe y 12 míos. Las chicas quedaron así: Lucía, menos 1; Tamara, menos dos; y Alicia, menos siete. Entonces habló Tamara: “Ahora van ustedes. Lo primero, será igual: los pondremos en la misma posición que nosotras, y les dejaremos ir los consoladores. El último en rajarse señalará el castigo, porque dependiendo del número en que se hayan quedado los otros dos, recibirán tantos latigazos multiplicados por cinco (dijo sacando el látigo que otro día habíamos usado), y que les propinará la chica que los penetre. El ganador tendrá dos puntos. Luego, follarán por turno a la chica que les tocó, y otra de nosotras los azotará con las correas, a razón de azote cada treinta segundos el primer minuto, cada veinte el segundo, cada diez el tercero y los que sean en los dos últimos. Si en tres minutos contados a partir de la penetración no se vienen, perderán dos puntos, y su azotadora ganará 1. Si se vienen, su chica tendrá dos puntos. La chica que los acompañe no podrá ser la que ya tuvieron hoy”.
Esta vez ninguno de nosotros protestó. Me tocó Alicia, Lucía a Felipe y Tamara a Roberto. Nos encadenaron como a ellas, y empezaron a meternos los bichos. Eso no fue muy erótico, así que baste decir que al segundo chilló Felipe, al tercero yo, y Roberto no soportó el cuarto. Alicia me propinó cinco latigazos, cuyas marcas duraron casi dos semanas, y Lucía le dio diez buenos y sólidos mandurriazos a Felipe, a quien se le saltaron las lágrimas. Nos desataron, y Tamara se metió el pito de Roberto en la boca, haciéndole tan buen trabajo que en menos que canta un gallo se lo paró, y entonces, poniéndose de perrita, llamó a Roberto y le pidió que la penetrara. Alicia puso el cronómetro en el momento en que Robert entró, y Lucía se preparó para atizarle. El amigo arremetía vigorosamente, pero tardó un poco en venirse y cuando los mandurriazos arreciaron, perdió la erección, ante la sonrisa triunfal de Lucy. Yo ya estaba caliente, con el pito firme (aunque Alicia, que vio que me llevaba la mano al pito dijo que no se valía), ante el espectáculo que me habían dado, así que acosté boca arriba a Alicia, doblándole las piernas y penetrándola por detrás, mientras ponía sus pantorrillas sobre mis hombros. Esa es la posición que más disfruto, y máxime metiéndole y sacándole el pito a la chica a buen ritmo, y desde la punta hasta la base, cosa muy factible, porque aunque me quedaba como guante, resbalaba de maravilla, porque Alicia (las tres) estaba excitadísima. Los golpes que empezaron a caer no llegaron a la lluvia, porque, verdaderamente, me vine en chinga. Felipe tardó más, pero se vino en cuanto empezaron a caerle los golpes uno tras otro. Felipe había penetrado a Lucy por detrás, poniéndola, como Tamara, de a perrita. Así, Felipe llegó a catorce puntos, yo a trece y Roberto a doce: seguíamos muy parejos. Lucía llegaba a dos puntos, Tamara a menos 1 y Alicia a menos 5. Tamara dijo que descansáramos, y antes de salir a comer, dictó las reglas para esa última tarde:
“Aún no hay nada para nadie: hoy es día de ligue o de puteo. Bajaremos a comer, y desde más o menos las tres, cuando terminaremos, y las siete de la noche, las chicas tendremos tarde libre, con un escolta-testigo. Lo que debemos de hacer es caminar por la playa, por distintas playas, y ligarnos a cuantos tíos podamos, subiendo con ellos a su hotel. Cada una de nosotras llevará su caja de condones, y algo de dinero para algún taxi. Se prohíbe, para no arriesgarnos de más, ir a un hotel que no esté en la costera, y nuestro escolta intervendrá en caso de peligro, pero, sobre todo, deberá llevar la cuenta. Aquí hay dos tipos de puntuación: por cada tío que liguemos tendremos un punto, y por cada 300 pesos o fracción mayor de 150 que traigamos, obtendremos un punto más. A las 7:30 en punto estaremos aquí, para dictar las reglas nocturnas para los caballeros”.
Yo fui designado escolta de Lucy, Roberto de Alicia y Felipe de Tamara, y tras la comida, nos dispersamos por rumbos opuestos de la bahía. Parece que se habían puesto de acuerdo, porque las tres iban de traje de baño de una pieza, con un pareo y sandalias, y una bolsita con un chorcito, una blusita y sus condones y cartera. Lucía, a quien yo seguía a unos 20 metros de distancia, caminaba frente al Holiday Inn, y de pronto empezó a platicar con dos chavos, bastante más altos que yo, gringos o europeos, quienes, ni tardos ni perezosos se la llevaron al hotel. Pasó más de una hora, y Lucy salió. En un hotel cercano, Lucy volvió a entrar, ahora con uno sólo, y esta vez salió apenas a tiempo para que llegáramos a la hora acordada.
Reunidos los seis, empezó el recuento: Tamara se había follado a seis y traía casi 800 pesos, por lo que se le sumaron 9 puntos, cerrando la jornada en 8. Lucy se había cogido a tres, y llevaba 400 pesos, adjudicándosele 4 puntos, cerrando en 6. Alicia se había cogido a uno, y llevaba ¡3000 pesos!, con lo que sumaba 11 puntos, cerrando en 6. Les pedimos que contaran, y Alicia empezó.
“A mi me daba muchísima pena tener que hacer esto, y además sabía que estaba muy por debajo de Tamara y Lucía, así que tenía que dar un gran golpe si quería emparejarme, y decidí que sólo uno. Nos fuimos hacia el Princess y el Mayan Palace, y estuvo caminando por ahí, delante de los bañistas, hasta que un ruco, como de 50 años, de no mal ver, se me acercó y en inglés, me preguntó que hacía, y yo, de plano, le dije que haría lo que él quisiera, hasta las siete de la noche, hora en que debía regresar con mis padres. Nos arreglamos, pues (me pidió que le demostrara mi mayoría de edad), y por la módica cantidad que he traído, le permití que hiciera lo que quisiese. El tipo mediría como 1.85, y tenía una verga de muy buen tamaño, así que cuando me dio por el culo fue una ventaja que en la mañana hubiésemos ensayado con los consoladores. Me la metió por todos lados, y creo que lo dejé bastante satisfecho. Y es una lástima que a pesar de todo, no haya ganado”.
A continuación habló Tamara: “Yo, frente a un hotel cuyo nombre no viene al caso, vi a tres morritos tomando el sol. Me acerqué, les hice plática y cuando supe que estaban hospedados en el hotel y que eran preparatorianos de Guadalajara, les propuse que subiéramos a su habitación y, ni tardos ni perezosos aceptaron. Ahí tuve la fortuna de desvirgar a dos de ellos, mientras el tercero me daba por el culo. Apenas terminaron, empecé a vestirme, y ellos me pidieron que me quedara. Les dije que no podía, porque había que trabajar. Entonces hicieron una vaca y juntaron 480 pesos, y accedí a hacérselo una vez más a cada uno. Al salir de ahí eran más de las cinco y media. El ascensorista, que se dio cuenta de donde venía, empezó a ligarme, y le dije que por cien pesos le haría la mejor mamada de su vida. Aceptó, y en un almacén de limpieza del hotel puse en práctica mis amplios conocimientos en la felación con él, y con dos limpias que llegaron poco después. Al ascensorista le hice, de premio, una segunda mamada, y salí corriendo para llegar a tiempo acá”.
Lucía dijo: “Mi historia es parecida. Primero me follé a dos chavitos gringos, hermanitos, uno de 16 y el otro de 18 y, naturalmente, no quise cobrarles. Saliendo, busqué a alguien que me permitiese matar dos pájaros de un tiro. Me cogió a su gusto y, la verdad, me ciento una cerda y quiero bañarme”.
Tamara le dijo que esperara unos minutos, y volteando hacia nosotros dijo: “Terminemos. También ustedes tienen que desempatar. Iremos a cenar y luego iremos a un antro. Nosotras los acompañaremos para que les cueste menos trabajo entrar, pero los abandonaremos inmediatamente. Ustedes tendrán que ligarse a una chica y llevarla al departamento, donde nosotros estaremos jugando pokar o cualquier cosa, de modo que la veremos pasar. Si a la 2:30 de la mañana no lo han logrado, se regresan. Quien no lo logre tendrá dos puntos menos. El primero en traer una chica tendrá dos puntos, el segundo uno, y el tercero nada. La pasarán a una recámara y nos saludarán y ya. Quien traiga a la más guapa tendrá otros dos puntos. Finalmente, si uno de ustedes convence a su ligue de participar en un trío, tendrá un punto más, y saldrá a invitar a una de nosotras, y quien vaya ganando en el juego de mesa que estemos jugando, será quien intervenga”.
Así pues, hacia las diez de la noche estábamos en una de las discos de moda. Yo nunca he sido bueno para ligar, a diferencia de mis dos queridos amigos, pero no quería darme por vencido sin intentarlo. Con una coca-cola en la mano, recorrí el local, buscando posibles objetivos, aunque apenas iba a la mitad de la exploración de campo cuando vi a Roberto bailando con una chica casi tan alta como él, rubia, con un “lejos” espectacular. Decidí no mirar y seguir estudiando el terreno. Fracasé en mi primer intento, con una chavita que, evidentemente, sólo quería bailar, y me fijé un segundo un objetivo: una morra gordita, aunque no en exceso, de bonita cara, blanca, de unos 25 años, que iba con dos tías mucho más guapas que ella, que ya estaban bailando en la pista, dejándola sola en su mesa. Dejé a la otra morrita diciéndole que iba por una cuba (bebía coca sola, pero fingía), y saqué a bailar a la otra.
María se llamaba, iba vestida con una minifalda negra y una especie de blusón, y era una secretaria de la ciudad de México, que estaba ahí con sus amigas del laburo, bailábamos un poco y platicábamos más, mientras ingeríamos nuestros tragos, pero yo no hallaba cómo entrar en materia, y la hora fatal se acercaba vertiginosamente. Por fin, ya pasada la una, le propuse directamente que fuéramos a otro lado y ella, directamente, me mandó a paseo. Bailé con ella un par de piezas más y regresé al depa con el rabo entre las piernas.
Al entrar a “casa”, encontré a Lucía y Alicia sentadas a la mesa, bebiendo coca-cola (bueno es decirlo antes de terminar: habíamos acordado abstenernos de alcohol, lo que no era fácil en Acapulco). “Perdí”, les dije. “Ya se ve”, contestó alguna de ellas. Pregunté por los otros, y me dijeron que Felipe estaba en su habitación con una señora bastante guapa, “y Tamara, con la barbie que trajo Roberto, la maldita”, dijo Lucía. Nos quedamos los tres sentados, esperando ver en qué paraba aquello, a pesar del cansancio. De pronto, Tamara asomó la cabeza y me llamó. Entré a la recámara y vi que, efectivamente, la chica que Roberto había cazado era una barbie: una chavita de unos 20 años, más o menos de mi estatura (1.75), con medidas de campeonato, rubia y de ojos verdes, vestida con unas braguitas diminutas y una camiseta de Roberto. Estaba de pie, mientras Rober, que la abrazaba desde atrás, dijo: “Isabel nunca ha visto de cerca, en vivo, cómo se hace el amor, así que, si puedes, queremos verlos”. Yo dije que de mil amores, pero que se quitara la camiseta. La tal Isabel así lo hizo, liberando unos melones firmes y redondos, de un color blanco-rosado que contrastaba con el dorado de su estómago, sus hombros y cuello y todo lo demás.
Tamara estaba acostada boca arriba, completamente desnuda, y me pidió “estoy lista: métemela ya”. Yo me desnudé, y le pedí a Isabel que me diera un beso, “sólo un beso –le dije-, para ponerme a punto”. Isabel me abrazó, sentí cómo se aplastaban sus pechos contra mi cuerpo, y tomándome de la nuca empezó a besarme como dictan los cánones, y entre succiones y mordiditas, sentí la resurrección de la carne, mientras acariciaba su breve cintura. En cuanto lo tuve bien firme, me separé de Isabel y me dirigí hacia Tamara, que se tocaba con ansias. No me dejó llegar: se puso de pie, me empujó sobre la cama y, poniéndose a horcajadas sobre mí, tomó mi verga y se la insertó de golpe en una vagina chorreante y ansiosa: no se qué había estado haciendo antes, pero era obvio que estaba a mil, y se sacudía con fuerza, con violencia incluso, gimiendo y gritando palabrotas, logrando que me viniera más rápido de lo previsto, en un extasis doloroso. Se echó entonces sobre mí, abrazándome.
Me di vuelta, y vi a Isabel reclinada sobre la cama, y a Roberto metiéndosela por detrás. Antes de que me pudiera dar cuenta, y mientras admiraba la cara de Isabel, contraída por el placer, Tamara se hincó ante ellos, y acariciando las nalgas de Roberto, encontró la manera de alcanzar con su lengua el protuberante clítoris de Isabel, quien abrió los ojos desmesuradamente al sentirla. Yo, entonces, por no ser menos, le metí el pito en la boca, e Isabel, engulléndolo con ansia, volvió a parármelo. Isabel se sacudió poco después en un orgasmo volcánico, y mientras se vestía (no nos dimos cuenta de esa parte), Tamara se metía mi verga y me cabalgaba.
Exhausto, tendido en la cama, vi a Isabel vestida, diciendo que tenía que irse pronto, o sus padres la matarían, y pidiéndole a Rob que la llevara, nos dio un beso a Tamara y a mí, y se fue. Tamara y yo salimos al comedor, donde ya estaba Felipe, quien brevemente nos informó que su ligue era una real hembra, una secretaria de Guadalajara, de 37 años, que recién se había ido. Sin esperar al Bobby echamos cuentas: yo era el claro perdedor, con 11 puntos, y Felipe, quien había llegado con su secre primero que Roberto con Isabel, llegaba a los 16 puntos, mismos que Rob, a quien se le adjudicó un punto por segundo lugar en rapidez, dos por llevar a la más guapa y uno más por haber convencido a la chica de formar un tío (convertido brevemente en cuadrilátero). Cuando llegó Roberto, le informamos del empate, y Tamara, entonces me pidió que yo, quien había tomado notas para escribir luego la minuta, informara cuantos orgasmos y con quien había tenido cada uno de nosotros, para así decidir el desempate. Yo tomé el lápiz, y cinco minutos después presenté el siguiente informe, “considerando que salvo la primera noche, que contabilizará dos eyaculaciones para cada uno, las demás contarán por uno”:
A lo largo de estos tres días, Felipe eyaculó 5 veces dentro de Alicia, 6 en Tamara y 7 en Lucía, para un total de 18. Roberto 5 en Alicia, 5 en Tamara y 9 en Lucía, para un total de 19. Yo, 7 en Alicia, 9 en Tamara y 2 en Lucía, 18 en total. Es decir, que gana Roberto.” Así pues, Roberto era el ganador y yo el perdedor. De las chicas, Tamara ganaba, y Alicia y Lucy empataron, por lo que también se les contaron los polvos para el desempate: Alicia 12, Lucía 20.
Era muy tarde, y nos fuimos a dormir. Luego de mis cuentas, se me envió con Lucía, a Felipe con Alicia y a Roberto con Tamara, y quedamos de vernos hasta las diez. Lucy y yo nos dormimos abrazados, muy pronto.
La historia de nuestra esclavitud a las órdenes de Tamara la contaré otro día.
sandokan973@yahoo.com.mx
soy una chica italiana y soy fan de tus cuentos !!!!!!!!