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Categoría: Orgías

Vacaciones de estudiantes, 3

3. El día de Alicia.

A las ocho de la mañana del viernes, ligeros de ropa, como la víspera, estábamos los seis en el comedor. Ese día tocaba a Alicia poner las reglas del juego, y empezó a dictarlas:
“Por acuerdo de las tres, la mañana de hoy será de relativo descanso. Iremos a desayunar con calma, pasearemos en la playa, ya ahí abordaremos a chicas y chicos guapos diciéndoles que hemos hecho una apuesta, y que tienen que juzgar quién de los tres varones o chicas besa mejor, para lo que les vendaremos los ojos, si aceptan, y los besaremos por riguroso turno, los tres del sexo opuesto, y el chaval tendrá que dar su voto. Los votos se alternarán, y en cuanto el primero de los seis llegue a diez votos, se acaba la cuenta. Ese se llevará cuatro puntos, el de más votos del otro sexo tres, el segundo de cada sexo uno, y el tercero nada. Finalmente, a partir de ahora, los aparentes noviazgos se harán por turno, así que yo voy con Felipe, Roberto con Lucía y Pablo con Tamara”.
Así salimos esa mañana, rumbo a la zona de revolcadero y el princess, donde nadamos y retozamos, y ya alto el sol, con la playa llena de turistas, empezamos la cacería de besos. Recuerdo uno en particular, a una españolita, alta, rubia, verdaderamente atractiva, vestida con un diminuto biquini y un pareo, que me besó como deben besar las diosas, y que, además, votó por mi. Lucía debería entrar a un torneo de besos, porque cuando obtuvo su décimo voto, Tamara llevaba seis y Alicia tres, por siete de Felipe, seis míos y cinco de Rob. Nos fuimos a comer, mientras Felipe consolaba a Alicia diciéndole que, en realidad, sus besos eran de lujo. La puntuación iba así: Lucía, dos puntos buenos; Tamara, cinco malos y Alicia, seis malos. Felipe, nueve; yo ocho y Roberto siete, mucho más parejos, pues. Fue bastante divertido ir por la playa pidiendo besos. Divertido, excitante y más fácil de lo que había pensado. De regreso a nuestra cueva, luego de comer algo, Alicia puso las reglas para la tarde:
“Como mañana será el mejor día, hoy queremos ver si son dignos de lo que ha pasado y de lo que viene, y queremos seguir gozando. Se hará lo siguiente y malhaya el que se raje: queremos verlos penetrarse unos a otros. Las cosas se harán de tal manera que nadie de ustedes sabrá de sus reacciones, salvo nosotras, que no iremos contando nada por ahí. Cada uno de ustedes estará acostado en una cama, en distinta habitación, con los ojos vendados y amordazado, encadenado en cruz a las cabeceras. Nosotras haremos el sorteo e iremos por cada uno de ustedes, por turno, y lo llevaremos a otra habitación, cuyo ocupante ignorará la identidad del visitante, quien también irá vendado, y con las manos esposadas a la espalda.
“Una de nosotras le parará la verga al acostado y la pondrá a punto, y luego la untará de vaselina, para que entonces el visitante, sentado, se la vaya metiendo a su aira, a su ritmo, pero sabiendo que debe hacer que el otro se corra. Otra chica se ocupará del pene del visitante, para que no se diga, para que esté caliente al ensartarse, para que no le duela tanto. Habrá puntos, también, pero de eso se hablará al final”.
A mi Tamara y Lucía me habían metido un enorme vibrador unos meses antes, y no me había disgustado, y pensé que si era requisito para seguir la fiesta, no había problema. Más aún, pensé que no estaría mal probar de aquello. Roberto, que es medio homofóbico, dudó y empezó a quejarse, pero ellas le señalaron lo injusto de su posición y se resignó. Así que cada uno de nosotros fue llevado a una recámara –mientras los otros dos esperaban fuera del depa, para que no supieran en qué recámara estaban los otros- y puesto en la situación acordada.
Antes de llevarme un visitante pasaron por mi, me desataron, y sin quitarme la venda ni la mordaza me llevaron a tientas. Me dejaron de pie y de pronto una de ellas, supongo que Lucía, se metió todo el pene en la boca, todo, enterito, flácido como estaba, y en su húmeda y caliente cavidad empezó a juguetearlo con la lengua, lo que lo puso en pié en un periquete. Ahí estaba yo, con los ojos vendados, sin poder tocar a la hermosa que me lo mamaba, que tan pronto estuvo firme empezó a recorrerlo con su lengua, mientras me acariciaba las nalgas. Luego, la chica (sigo creyendo que fue Lucía) me ensartó un dedo en el culo, y empezó a llevarme hacia delante, sólo dos pasos, hasta que me hizo subir a la cama, donde me hizo ponerme en pie y seguir caminando, con las piernas abiertas, hasta que una presión en los hombros me indicó que debía sentarme. Unas manos femeninas fueron guiándome, y una tercera mano empezó a abrirme el ano, y luego sentí el casco de un pito apoyarse en la entrada de mi culo. Apenas sentí la cabeza de aquel pito, cuando mi verga volvió a ser engullida, y recordando mi experiencia anterior decidí sentarme y tragarme todo lo que mi amigo tuviera que darme, sin intentar adivinar su identidad.
La verdad es que tener una verga dentro era agradable: era más suave y delicada que el cacharro metálico que Tamara me había ensartado, y decidí gozar el momento y hacer que el amigo también lo hiciera. Casi olvidé cómo me lo estaban mamando, para concentrarme en mis movimientos y en la sensación de tener el culo ocupado por un miembro cálido y palpitante. Subía y bajaba sobre aquella verga, sin sentir siquiera el dolor de la vez anterior. Seguían mamándome el pito, cada vez más rápido, y yo fui ajustando el movimiento de mi cuerpo al de la boca de la chica, Lucía, sigo creyendo. Finalmente, un aullido entrecortado, deformado por la mordaza, me indicó que el de abajo se había venido y yo, buen cuate, me senté a descansar, con su polla dentro, mientras mi chica acrecentaba el movimiento de succión. Estaba a punto de venirme cuando la tía dejó de chuparla y las otras manos me hicieron pararme. Ni siquiera me pude quejar, por culpa de la mordaza, y con la verga hirviendo, a punto de estallar, fui conducido de regreso a mi posición original.
Acostado y encadenado, pensé que iban a irse, pero unas manos femeninas estuvieron acariciándome el pito, sin intenciones masturbatorias, de modo que cuando sentí una presencia extraña en la cama, aunque no tan caliente, seguía teniendo el pito como un fierro. Esas mismas manos lo condujeron hacia buen puerto. Yo, inmovilizado, sentí como el amigo de arriba bajaba sobre mi verga, y como unas manos suaves y frías ayudaban a la penetración. La verga me dolía, porque aquello estaba muy estrecho y el compa no colaboraba, pero, de pronto, parece que empezó a relajarse, porque fue resbalando mejor, hasta que me vine. El compañero y su séquito salieron, y yo me fui durmiendo sin darme cuenta. Habré dormido unos 20 minutos, cuando llegó Alicia a desatarme.
Nos reunimos en el comedor con los demás, y entonces Alicia dijo que había que sumarme dos puntos a mi y uno a Felipe, y que no dirían por qué, con lo que Felipe y yo llegamos a diez, dejando a Roberto en siete. Alicia volvió a hablar:
“Ahora, para terminar el día, tenemos una hora libre, con parejas, por sorteo. Tiempo libre, pero con dos reglas: la primera es que en pago a lo anterior, lo primero que harán será sodomizarnos, y luego haremos el amor. La segunda es el tipo de puntuación, que está aquí escrito y que ustedes tres ignorarán”. Se sortearon las parejas y me tocó Alicia, Roberto con Lucía y Felipe con Tamara.
Alicia y yo entramos en una de las recámaras, y me pidió que antes de darle por el culo, la pusiera a punto. “Chúpame toda, mámala” dijo, sentándose sobre el buró de la recámara, con las piernas bien abiertas. Yo me bajé al mar, y empecé a succionarle el clítoris, noté que estaba hecha una sopa, que sus jugos escurrían como ríos, y quise interrumpir la maniobra pero ella me pidió que terminara, y así lo hice. Sus leves movimientos debajo de mi boca y sus gemidos, que fueron subiendo de tono, me pusieron cachondísimo, de modo que en cuanto se vino, le di vuelta, y ensalivándome el pito, le abrí el ano y le ensarté el capullo. Yo estaba parado detrás de ella, que, reclinada sobre el buró, apenas alcanzaba a tocar el suelo con las puntas de los pies. Cuando sintió el capullo dentro, me pidió que fuera despacio, y yo le hice caso, metiendo el aparato poco a poco, con ligeros golpecitos. Una vez que lo tuvo enterito dentro de sus intestinos, me pidió que no me moviera, y ella empezó a hacer pequeños círculos con sus caderas, mientras que yo le acariciaba la cintura y las nalgas. Cuando no resistí más empecé a sacarla y meterla cada vez con mayor fuerza, hasta que me vacié en ella.
Me empujó hacia atrás con sus nalguitas, se dio vuelta y me besó, y empezamos a tocarnos. A mi se me paró rápidamente y quise meterla, pero ella me pidió que antes le diera un masaje completo, que acariciara todo su cuerpo, y que luego se lo hiciera despacito, “quiero ver cuanto duras dentro de mi, sin venirte”, dijo. Así lo hicimos. Primero la acosté boca abajo, me senté sobre sus nalgas y le di un masaje en el cuello, los hombros y la espalda, luego bajé hacia sus pies y le acaricié las nalgas, que son duras como piedras y suaves como sólo pueden serlo unas nalgas de mujer. Cuando le di vuelta ya estaba yo muy caliente, así que sin advertirle, y aprovechando que tenía los ojos cerrados, se le metí, deslizándome con facilidad hasta el fondo, pues seguía empapada. Entonces habló, recordándome lo que había pedido. Yo me moví en círculos, muy despacito, apenas sacándola un poco de tanto en tanto, mientras ella no hacía ni un movimiento. Luego empezó a temblar y se vino con un largo y silencioso gemido. Yo empecé a moverme más rápido, pero me tomó de la cadera y me pidió “no, no, despacito: quiero otro”, y regresé al suave movimiento anterior, mientras empezaba a contar ovejitas para retrasar mi eyaculación. Esta vez nos venimos juntos, y entonces me abrazó pidiéndome que me quedara ahí. Estuvimos uno sobre la otra, sin movernos, hasta que el pene empezó a tocar retirada, ante lo que ella, empezó a oprimirlo dulcemente con los músculos de su vagina, volviéndomelo a parar. Así estuvimos un rato: cuando el pene parecía bajarse, ella se movía un poco, casi nada, y me oprimía con su vagina, parándolo otra vez, hasta que yo estuve tan caliente que empecé a follarla otra vez, pero apenas empezaba cuando sonó el despertador (un despertador muy sonoro, que no he mencionado, y que nos marcaba las horas), ella dijo “hay que irnos”, y quiso salirse, pero no la dejé, y aumenté el ritmo y la intensidad de mis movimientos, para alcanzar rápidamente el orgasmo. Entonces, le retiré el pito, y salimos, casi al mismo tiempo que Tamara y Felipe
Entonces Alicia explicó que el número de corridas que los chicos hubiésemos tenido durante la hora, eran puntos buenos para nosotros y malos para ellas. Contamos entonces que yo me había venido dos veces (la tercera no contó), Felipe tres y Roberto cuatro, con lo que los puntos quedaron así: Felipe, 13, yo 12 y Roberto 11. Lucía dos puntos malos, Tamara y Alicia, ocho malos.
Nos bañamos todos y salimos a cenar, esta vez, Alicia era mi supuesta novia, y nos fuimos besando todo el camino. Dormí con Tamara, y follamos suavemente.

sandokan973@yahoo.com.mx
Datos del Relato
  • Autor: sandokan
  • Código: 2992
  • Fecha: 11-06-2003
  • Categoría: Orgías
  • Media: 5.72
  • Votos: 46
  • Envios: 6
  • Lecturas: 2280
  • Valoración:
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