A las ocho, estábamos los seis: Felipao en boxers, Rob y yo en playera y calzones. Lucía llevaba un salto de cama blanco, sin nada abajo, Tamara unas pantaletitas y una playerita de algodón, y Alicia top y chorts negros. Lucía dictó las reglas:
“Hoy habrá tres sesiones de fuerza, y empezarán a llevarse las puntuaciones para el cuarto día. Las sesiones durarán exactamente una hora, serán de 8:15 a 9:15, de 10:00 a 11:00 y de 12:15 a 13:15, con baño y descanso entre cada una. En cada sesión ustedes tres deberán dominar, que debe resistirse lo más posible y puede hacerles todo el daño físico que pueda o quiera. Ustedes no podrán golpearla ni lastimarla, sólo someterla. Las dos chicas restantes estarán esposadas al balcón, siendo testigos de todo y tomando nota de las corridas de cada uno de ustedes, cada una de las cuales será un punto a favor suyo y en contra de la chica (ojo: no la introduzcan en la boca, por su propio bien). Ustedes deberán actuar de acuerdo, sin disputas, así que habrán de sortear los turnos para que cada uno de ustedes, al azar, sea el jefe.”
Se sortearon los turnos, siendo el orden al bat de las chicas Tamara, Alicia y Lucía; y el de nuestras jefaturas yo, Roberto y Felipe. Indudablemente la suerte me había favorecido, porque me daba a la más ligera de las chicas al principio de las rondas, cuando más leche cargaba. También me pareció lógico que Lucy, la más fuerte de las tres, impusiera un juego de fuerza, sin contar con que yo conocía sus impulsos violentos y sus extrañas fantasías.
Estuvimos viéndonos las caras unos minutos, hasta que poco antes de la hora fijada, Lucy sacó un par de esposas y, poniendo las llaves en un cajón, se encadenó al balcón junto con Alicia. Al sonar la hora, nos abalanzamos sobre Tamara, y tras someterla, no sin trabajos (proceso que nos puso extremadamente calientes a todos), les ordené que le abrieran las piernas, y se la metí sin contemplaciones, sacudiéndome con violencia, sin considerar, por primera vez en muchos años, quizá por primera vez sin más, los tiempos y ritmos de mi compañera, viniéndome en pocos minutos. Nos turnamos, gozando dos veces cada uno de nosotros la suave caverna de Tamara, y haciéndonos hermanos de leche, y tras la segunda vuelta, cuando ella era casi un trapo, les ordené que le dieran vuelta, que la obligaran a ofrecerme el ano, y ensalivando abundantemente mi verga, entré por primera vez en su estrecho orificio, y procediendo como la vez primera me sacudí sin contemplaciones, en el viejo mete saca, hasta alcanzar un tercer orgasmo. No hubo tiempo de más. Tamara nos miraba con furia controlada y nos fuimos a bañar, mientras Lucía y Alicia se encerraban aparte (calmando sus ansias, nos dijeron luego).
La hora de Alicia transcurrió de la misma manera, con puntuación Roberto 3, Felipe 2, yo 1. Y verdaderamente, con trabajos volvió a parárseme ante la resistencia de Lucía, quien le dejó un ojo moro a Roberto y varias marcas a los tres. De hecho, si no se hubiera resistido tanto, no creo que mi verga hubiese reaccionado, deslizándose violentamente por su bien dispuesta caverna. Esta vez las puntuaciones fueron Roberto 2, Felipe 2, yo 1. De modo que al concluir esa primera ronda, Roberto tenía 7 puntos y Felipe 6 y yo 5; por 7 negativos de Tamara, 6 de Alicia y 5 de Lucía.
Descansamos (yo dormí una profunda siesta) y bajamos a comer. De acuerdo con las puntuaciones, las parejas ficticias eran Roberto y Tamara, Felipe y Alicia y Lucía y yo. Los besos de Lucía, los besos en general, siempre han tenido poderosos efectos en mi organismo, de modo que, más que la siesta y los ostiones, fueron los largos y frecuentes besos los que a eso de las cinco, cuando estábamos en el departamento, me tenían listo para lo siguiente. Lucía volvió a hablar:
“Vienen tres rondas finales, que darán puntos de una nueva manera: por riguroso sorteo de entrada y luego por circulación a la derecha, ustedes demostrarán sus habilidades en el sexo oral, llevándose dos puntos el primero que haga llegar al segundo orgasmo a su chica correspondiente, y un punto los otros, si para entonces han obtenido un orgasmo de su chica. Si uno de ustedes no lo obtiene, será azotado dos veces con éste látigo por su chica, que a continuación deberá cogérselo. Si no hay erección, habrá otros cuatro latigazos.
“Terminada esa ronda, seremos nosotras las que deberemos extraer de sus penes una nueva ración de leche, si es que es posible, teniendo para ello diez minutos de sexo oral. La primera que lo obtenga tendrá 2 puntos y la siguiente 1. La tercera, o todas, si no lo logramos en el tiempo estipulado, recibirá o recibiremos 2 latigazos propinados por su chico correspondiente. En estas dos rondas, cada orgasmo será un punto a favor para quien lo alcance.
“Y finalmente, también por riguroso turno, queremos ver como actuarían ante una virgen. Fingirán que la chica que les toca lo es, y fuera de la vista de los otros chicos, seducirán y cogerán a su chica. Las otras dos niñas fungiremos como sinodales, y al final de las tres rondas, les daremos sus dos y un punto respectivos, llevándose un punto más la chica que lo haya hecho con aquel que obtenga los dos puntos”.
Se sortearon las posiciones, y quedó la primera pareja integrada por Lucy y yo; la segunda por Tamara y Roberto y la tercera por Felipe y Alicia. Eso fue excelente para mis bonos, porque Lucía tiene el orgasmo fácil y yo conozco muy bien sus puntos débiles, de modo que sin voltear a ver lo que hacían los otros, la acosté boca arriba, le abrí las piernas flexionándole las rodillas, puso una almohada bajo su pubis, para situarlo a mayor altura, y empecé a trabajarla. Primero recorrí con mi lengua todo su sexo, dándole unos suaves tirones a sus vellos; luego hendí mi nariz en sus partes más blandas e introduje mi lengua, con fuerza, en el interior de su vagina, mientras le empezaba a acariciar los bordes del ano con mi dedo índice, mientras, con la otra mano, le masajeaba suavemente el clítoris. Cuando esta actividad empezó a hacerla vibrar, pasé mi lengua a su clítoris, que, por si no lo he dicho, está bastante desarrollado, e imprimí un movimiento circulatorio sobre toda su superficie, mientras mis dedos índice y medio entraban y salían de su vagina. No tardé en obtener su primer orgasmo, anunciado por un largo aullido y por la generosa inundación de su vagina. Mi pito, al que yo creía absolutamente agotado, estaba otra vez bien duro, y mientras aumentaba el ritmo y la violencia del movimiento de mis manos, empecé a succionar con fuerza el clítoris de mi negra, obteniendo casi inmediatamente un segundo orgasmo.
La acaricié un poco, dándole unos lengüetazos a sus dulces jugos, y me paré a preguntarle a los otros cómo iban. Tamara rechazó a Bob, en tanto que Alicia le pedía a Felipe que no parara, y llegó pronto a su segundo orgasmo, aunque tarde para ellos. Era claro que el conocimiento de las respectivas parejas había contribuido a los resultados, que se apuntaron así: Pablo, Felipe y Roberto, empatados a siete puntos; Lucía, 3 puntos negativos; Alicia 5 y Tamara 7. Tamara no se tentó el corazón a la hora de atizarle a Roberto.
A continuación se hizo la rotación correspondiente, Roberto y Alicia y Felipe y Lucy escogían sus rincones, mientras Tamara me sentaba en la orilla de un sofá, y haciendo con sus pequeña mano derecha un canalito que subía y bajaba por la parte inferior de mi verga, empezó a mordisquearme el glande y a darle besitos a la puntita, mientras con su mano izquierda me acariciaba los huevos. Desde donde yo estaba veía la prisa con la que Lucía engullía el pito de Felipe que, dicho sea de paso, era el más grande de los tres presentes, y oía, detrás de mi, los suspiros de Roberto. Los gruesos labios de Lucía subían y bajaban de la punta a la base (le cabía toda, no se cómo, pero entraba en su boca toda la verga de Felipe) del pito del compañero, a un ritmo cada vez más rápido, mientras Tamara pasaba de sus maniobras preeliminares a un movimiento parecido al de Lucía, pero más suave, y sin avisarme, conocedora de mis gustos, deslizó su dedo índice hasta el fondo de mi ano. Si el movimiento de Lucía, que seguía con marcado interés, reproducía el de una vagina ansiosa, el de Tamara era fabuloso: subía y bajaba por mi hijo predilecto con mucha mayor lentitud, mientras su lengua me acariciaba ya la base del pito, ya el nacimiento del glande, y luego no se que más, porque cerré los ojos y dejé de analizar las cosas, estallando poco después. En lo que terminaban los diez minutos, Tamara y yo nos acostamos sobre el sofá, y alivié su excitación con un enérgico masaje en el clítoris, mientras ella me acariciaba suavemente. Antes de los diez minutos terminó Roberto, último de los tres, y cómo le dimos su punto, indultamos a Alicia de los latigazos correspondientes. Felipe y yo quedamos con ocho puntos, y a Roberto se le quitaba uno, quedando en siete; mientras Lucía quedaba con dos puntos malos, y Alicia y Tamara con seis.
Se sorteó el orden en que pasaríamos a una de las habitaciones, y mientras Felipe lo hacía con Tamara, Roberto y yo nos quedamos en el balcón, viendo como se ponía el sol detrás de los acantilados que forman la punta occidental de la bahía. Luego pasó Roberto con Lucía y cuando estaba adormilándome en mi poltrona, me tocó ir con Alicia. Perdí, porque la verga nunca quiso pararse, de manera que las caricias quedaron en suave apapacho, hasta que finalmente Lucía dijo que time out, y que todos fuéramos abañarnos para bajar a cenar. Roberto fue el ganador de la serie, cerrando el día con nueve puntos, mismos que Felipe, por siete míos. Lucía era la clara ganadora del día, con un punto malo, por seis de Alicia y Tamara. Por puntuación alternada, las parejas de esa noche seríamos Lucía y yo, como al medio día; Roberto con Tamara y Felipe con Alicia.
Lucía y yo nos bañamos juntos, y nos enjabonamos el uno al otro, abrazándonos y besándonos, y salimos como a la media hora, ambos de huaraches, y ella con una ligera maxifalda y una blusa de algodón, sin sostén ni bragas. Sus besos hicieron, otra vez, el milagro de la resurrección de la carne, y en la penumbra del restaurant yo jugaba con mis dedos dentro de su vagina, y acariciaba su clítoris, de modo que al volver al departamento, sin preocuparme por el día siguiente, hicimos el amor como una pareja de casados, sin prisa, casi rutinariamente. Verdaderamente, me estaba enamorando de ella.
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