Tenía sangre en las manos y no era suya... Entró a su cuarto a oscuras como si en ella encontraría el borrador de sus hechos y obras a lo largo del día. A tientas buscó su lecho pero no lo encontró. No quiso prender las luces pero tuvo que hacerlo... y vio que todas sus cosas, que no eran muchas, habían desaparecido. Su mesa de escribir, sus cuatro sillas, su cama, cocina, sus libros, cuadernos, lápices, ropa, cajones... todo, y ahora nada, no había nada de nada, tan solo un cuarto con piso de madera y cuatro sucias paredes con una ventana que daba a otras paredes y nada más. Sin saber que hacer sintió escapar a la calle cuando vio en la puerta del cuarto una nota de la patrona de la casa diciéndole que se quedaba con todas sus cosas hasta que le pagase los cuatro meses de alquiler atrasados. Fue hacia el baño que estaba en un rincón de la casa. Abrió el caño pero le habían cortado el agua. Buscó un pedazo de tela, papel, tierra, cualquier cosa para limpiarse la sangre que no era suya, y que estaba en sus manos. Se limpió pero quedó con las manos y brazos embarradas como guantes cobrizos… No le importó ni se inmutó, no lo hizo porque no tenía derecho ni tiempo para juzgarse. La noche aún respiraba sobre su rostro y sintió ganas de volver a la calle. Salió de la casa, y mientras caminaba por la vereda aún resonaba los gritos y aullidos de la bronca, la pelea que tuvo con el negro, con los negros... Pensó: ¿Habrá muerto el negro? Caminó hacia un teléfono público y llamó a uno de sus amigos preguntándole por el negro. Le dijeron que no, que no estaba muerto, y que más bien buscase un refugio, un escondite, un lugar seguro en donde la pandilla del negro no lo encontrase. Ten cuidado, le agregaron, son negros, y negros malos, muy malos... Colgó, y sin pensar mucho más fue directo al callejón familiar en donde vivía su tío que era policía. Por suerte lo encontró, estaba casi borracho, y su mujer también, pero no tanto como para hacerle el amor sin que se diera cuenta. Se puso a tomar con los dos hasta que el tío cayó como un juguete de trapo. Lo cargaron los dos, echándolo sobre el sofá de la sala, y luego, se fueron al cuarto. Desnudó a su tía, y así con ropa, y todo lo demás, le hizo el amor como un perro a una perra, tan solo para distraer el momento... Cuando terminó, la dejó desnuda echada sobre un rincón de la cama. Le observó sus piernas rollizas y celulíticas, su calzón con mierda y sangre de una regla pasada, no se lamentó. Este hueco de mierda es mejor que una paja, pensó. Se paró, y notó que en la ventana del cuarto había tres caras de niños... eran sus primos, los hijos de su tío, aún menores de edad, que lo miraban con ojos de pescado, y llenos de inocente ansiedad como si estuvieran mirando una extraña y caprichosa película. Caminó hacia la ventana y les miró uno por uno a sus seis ojos rasgados. Se puso el dedo índice en los labios en forma vertical y nada más. Con una cómplice sonrisa entendieron el mensaje los tres hijos de su tío. Bajaron sus cabezotas de la ventana y desaparecieron en la oscuridad, y el ruido del callejón, y de la fría noche. Solo al fin, fue a buscar la pistola del tío. La encontró en uno de los viejos cajones del ropero del cuarto. Vio una caja llena de balas y las colocó en el arma. Nueve balas, pensó. Nueve, nueve, nueve negros manchados de sangre… Sí, nueve negros, nueve balas. Salió con el arma del callejón y fue a buscar a uno por uno de los negros. Uno por uno, pensaba, uno por uno es igual a uno... Claro, claro… Uno, uno por uno, solo uno, solo yo, solo yo el uno..., continuó pensando el muchacho. Llegó a la cuadra de los negros y a lo lejos los vio sentados en un rincón del callejón en donde habitaban. Ya era pasada la media noche y no había nadie más que esas almas negras respirando por última vez en las calles. Uno por uno, pensaba, mientras descargada cada una de las balas del arma sobre las cabezas de los nueve negros... Uno por uno, uno por uno, uno... solo uno, solo uno, solo yo y mis manos manchadas de sangre que no es mía, pensaba mientras reía en silencio… Lince, febrero del 2006