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Había sido una mañana muy dura de trabajo. Después de dos largas y aburridas reuniones, la comida de negocios posterior no fue mejor. Finalmente logre escabullirme después de haber cumplido con todos los compromisos a eso de las cuatro y media. No me apetecía meterme en casa tan pronto. Debo aclarar que la casa donde me alojaba no es mía, es propiedad de mi anfitrión y cliente, el Sultán, se encontraba dentro del amplio complejo donde también se encuentra su residencia. Además aún quedaban unas horas hasta la cena que daría el Sultán y a la que debía asistir. Decidí que era un buen momento para hacer unas compras.
Pedí un coche para poder ir a la zona comercial de la capital del pequeño sultanato. Unos minutos después un coche negro me aguardaba en la entrada de mi residencia temporal junto con tres motoristas uniformados. Cuando salí en lugar de encontrarme la habitual berlina con su chofer, encontré un precioso Aston Martin último modelo. Precisamente el que unos días antes acababa de regalarle al Sultán en nombre de la compañía a la que represento. El secretario personal del Sultán me esperaba junto al vehículo.
-Buenas tardes –me saludo cuando estuve a su lado.
-Hola –le respondí.
-Su excelencia desea que disfrute del coche esta tarde –me dijo entregándome la llave.
-No puedo aceptar, no estoy habituada a conducir coches de esta cilindrada, con el coche habitual será suficiente. Y agradezca de mi parte a su excelencia el detalle –le respondí.
-Lo siento pero su excelencia ha insistido en que no acepte un no. Si quiere salir, use este coche, si no que disfrute de la tarde aquí en el complejo –fue la respuesta.
-Está bien. Gracias –le dije al secretario del Sultán y subí al coche.
Hace tiempo que conozco al Sultán y sé que cuando da unas opciones son esas y no otras las que puedes elegir. Así pues si quería ir de compras tenía que hacerlo de la forma que se me ofrecía. Evidente ni me moleste en discutir sobre la escolta que me enviaba, puesto que de sobra sabía que era algo innegociable. Para el Sultán solo hay dos cosas importantes en la vida, los coches y las mujeres. Si le dan a elegir entre una bella mujer y un deportivo, siempre se quedaría con el deportivo en primer lugar. Por tanto, debía considerar todo un honor hacia mí el que me dejase conducir su nuevo juguete. Además me sentía más segura con la escolta. Conducir un coche de medio millón de euros es toda una responsabilidad cuando no es tuyo.
Salí del complejo presidencial camino del centro de la capital. La escolta iba deteniendo el tráfico en cada uno de los cruces donde me iba aproximando y evidentemente no me detuve ni en un solo semáforo. De esta forma llegue a mi destino en muy pocos minutos. Circulaba por la principal arteria comercial de la ciudad escoltada por los motoristas hasta que me detuve frente a una de las tiendas. Era un establecimiento que comercializaba la mayoría de firmas de moda internacional. Baje del coche sin quitar las llaves del contacto. Sabía que nadie se acercaría al coche con esos tres hombres protegiéndolo. Estaba siendo el centro de atención. Tanto locales como visitantes se detenían para ver quién era la persona que merecía tantas atenciones por parte de las autoridades locales, ya que estaba muy claro que no era el Sultán puesto que a este le acompañada un sequito mucho más numeroso en sus salidas.
Entre en la tienda. Una señorita elegantemente vestida se apresuró a atenderme. Le indique que deseaba y comenzó a mostrarme las prendas. Mientras miraba los vestidos me di cuenta que uno de los escoltas entraba en la tienda. Hablo con otra de las señoritas en voz baja y esta se perdió en el interior del establecimiento. Unos instantes después la señorita volvió acompañada de una elegante señora. El escolta le entrego un sobre y volvió a salir del local. Desde la distancia vi como la señora abría el sobre, leía la tarjeta que contenía sin extraerla completamente, volvió a cerrar el sobre y lo dejo sobre el mostrador. Se encamino hacia donde me encontraba con la señorita que me atendía. Se presentó como la encargada del establecimiento y se unió a nosotras. Me probé varios modelos de vestidos, así como algunos trajes, prendas más informales como vaqueros y camisetas, además de muchos pares de zapatos. Elegí un par de vestidos, un traje de noche, dos pares de vaqueros, media docena de camisetas y un igual número de pares de zapatos. Sabía que iba a dejar mi tarjeta de crédito tiritando, pero no me importaba, al jugar con el cambio de divisa me ahorraba una muy importante cantidad de dinero de haberlo comprado en casa.
Un par de señoritas empaquetaban las prendas estrechamente supervisadas por la encargada. Colocaron todo en elegantes bolsas, de color negro y letras doradas, con los nombres de las firmas a las que pertenecían las distintas prendas que contenían. Saque del bolso mi tarjetero, cogí una de las tarjetas y la deje sobre el mostrador junto a mi pasaporte.
-Ya está todo pagado. Ha sido todo un placer atenderla –me dijo la encargada entregándome de nuevo mi tarjeta y el pasaporte.
-¿Perdón, como que esta todo pagado? No ha usado mi tarjeta –le dije.
-Su excelencia ha mandado recado que pasemos la factura a palacio –fue su respuesta.
-Por favor déjeme el sobre que le ha entregado el escolta –le indique, la encargada me miro con cara de sorpresa– han sido ustedes muy discretos pero me he dado cuenta que el escolta le entregaba algo, deje que lo vea –volví a decirle.
-Aquí tiene –me dijo finalmente entregándome el sobre.
Lo abrí, extraje la tarjeta que contenía y la leí en silencio. Al pie de la misma había un número de teléfono para cualquier aclaración. Supongo que nunca se habría usado ya que no había dudas de dónde provenía.
-Por favor, ¿un teléfono? –pregunte a la encargada.
Me indico que la siguiese. Fuimos hasta un despacho, debía ser el suyo, y me indico que utilizase el teléfono que había sobre la mesa. Me senté y ella me dejo sola en el despacho mientras marcaba el número que aparecía en la cartulina. Tras dos tonos una voz masculina me hablo al otro lado de la línea. Me identifique y pedí que me pasase con el Sultán. Una agradable música sonaba mientras esperaba la respuesta. La nueva voz al otro lado la reconocí al instante. Era el secretario personal del Sultán. No me dejo decir nada. Simplemente me indico que era una orden directa de su excelencia y quisiera yo o no las compras que hiciese las llevarían a palacio y no me permitirían pagar nada. Enfada le dije que ya hablaría yo personalmente con su excelencia y le colgué el teléfono. Creo que soy una de las pocas personas que se atreven a decirle las cosas al Sultán sin miedo a sus reacciones. Salí del despacho y acompañada de la encargada recogí algunas bolsas me despedí dándoles las gracias por todo y me dispuse a salir del establecimiento acompañada de una de las dependientas que me ayudaba con el resto de bolsas.
Caminaba airada por el comportamiento del Sultán. Cuando salí a la calle tropecé con una persona que pasaba en ese momento por la acera frente a la tienda. Perdí el equilibrio, deje caer las bolsas al suelo yendo yo tras ellas. Unas manos me sujetaron por ambos brazos y evitaron mi caída.
-Perdona –dije aun sujeta por las manos del desconocido.
-Lo siento, es culpa mía iba despistado –me dijo en español en lugar de inglés que es lo habitual entre los extranjeros que visitan el país.
-¿Español? –pregunte en mi lengua materna.
Aun me tenía sujeta cuando dos de los motoristas se abalanzaron sobre él haciendo que me soltase. No había tenido respuesta a mi pregunta cuando uno de ellos empujo al joven contra la pared mientras el otro me preguntaba si estaba bien.
-¿Se encuentra bien? –se interesó sin dejar de mirar a su compañero y al joven.
-Sí, no ha sido nada. Déjenlo por favor solo hemos tropezado –le dije al motorista. Ya se había formado un círculo de personas entorno a nosotros y se escuchaban las sirenas de la policía.
-¿Está segura que no la atacaba? –insistió el agente.
-Estoy segura. Suéltenlo –repetí al guardaespaldas cuando dos nuevos agentes intentaban poner orden y dispersar a la gente que nos rodeaba. Este hizo un gesto a su compañero y soltó al joven. Luego ayudaron a los agentes a dispersar a la multitud. Al instante todo había vuelto a la normalidad. El joven se aproximó a mí nuevamente. Uno de los motoristas iba a impedírselo pero se detuvo cuando le hice un gesto con la mano para que lo dejase. El joven se acercó y recogió las bolsas que seguían en el suelo.
-Gracias –le dije cuando me las entrego.
-No hay de que, siento el follón –me dijo.
-No te disculpes, yo siento que te hayan tratado así –le dije mientras entregaba las bolsa al motorista– déjelas en el coche, gracias –le indique al policía. Este fue al vehículo con las bolsas acompañado de la dependienta que llevaba el resto de mis compras y ambos las depositaron en el maletero.
-Solo hacían su trabajo –me dijo él sonriendo– y si soy español.
-Estas muy lejos de casa –fue lo único que se me ocurrió decir. Acababa de fijarme en sus ojos verdes y me habían dejado hipnotizada. Vestía informal, una camiseta blanca de cuello uve, un vaquero gastado, unas botas tipo montaña y una mochila a la espalda.
-Yo podría decirte lo mismo. Por cierto me llamo Borja –se presentó.
-Ana –dije y nos dimos dos besos– ¿Te apetece tomar algo? Hay un local que está muy bien aquí cerca –continué.
-Gracias, de verdad, pero por lo que veo pareces una persona muy ocupada, no quiero molestarte más. Además no me siento cómodo con tus gorilas –fue su respuesta.
-No son mis gorilas. A mí no me gusta eso pero… si quería salir no tenía más remedio que dejar que me acompañasen. Cosas de mi anfitrión… -dije finalmente.
-Ya veo en que círculos te mueves, bueno, será mejor que siga mi camino. Adiós –se despidió de mí.
-Si necesitas algo, cualquier cosa, estoy en la residencia del Sultán pregunta por mí. Adiós –me despedí también.
-Lo recordare –me dijo cuando ya seguía su camino.
Fui hacia el coche donde uno de los motoristas ya me esperaba abriendo la puerta. Me acomode en el asiento de cuero y antes de poner el motor en marcha pensé. Ese chico no me era del todo desconocido. ¿Lo habría visto antes en algún lugar? Intente hacer memoria pero no lograba recordarlo. Finalmente pulse el botón de encendido y regrese a casa. Cuando pase a su altura con el coche giro la cabeza, le salude con la mano, el respondió con un gesto de su cabeza y yo pise a fondo el acelerador.
Una vez en casa me prepare para la cena que ofrecía el Sultán. Para la ocasión me puse un vestido de noche, en color hueso, con la espalda totalmente descubierta y una caída que hacía que se ajustase a mis curvas. Lo complemente con bolso y zapatos a juego. Me recogí en pelo en un elegante moño bajo. Como únicas joyas unos pendientes de hilo de oro blanco rematados por unos brillantes y el anillo de compromiso regalo de mi marido.
Cuando llegue a la residencia del Sultán ya habían llegado algunos de los invitados. Se formaron corros espontáneos donde se hablaba de temas variados dependiendo de los participantes, política, moda, economía, literatura… mientras bebíamos algunas copas de vino. Unos minutos antes del comienzo de la cena, sabiendo que todos sus invitados lo esperaban, el Sultán se unió a nosotros. Circulo por el amplio salón saludando con leves gestos de cabeza a sus invitados. Uno de sus asistentes se aproximó a él y le dijo algo al oído.
-Señores. La cena está servida –dijo el Sultán.
Todos lo seguimos. Él se detuvo en la puerta del enorme comedor. Ahí, empezó a saludar, uno por uno, a todos los invitados e intercambiaba unas breves palabras con algunos de ellos. Cuando llego mi turno.
-¡Ana! Estás bellísima –me dijo el Sultán, tras tomar mi mano y hacer ademan de besarla.
-Gracias excelencia. Por cierto, tenemos que hablar cuando tenga ocasión –le dije.
-Por favor, tú puedes tutearme –respondió– Si es por lo de esta tarde no hay nada de qué hablar, estoy en deuda contigo, es un gesto de agradecimiento. Me han dicho que has tenido un pequeño incidente esta tarde. ¿Estás bien? –continuo.
-No ha sido nada. Solo he tropezado con una persona. Estaba algo enfada por lo de las compras –dije- Bueno, hablaremos de eso –le insistí sonriendo. El me devolvió la sonrisa.
-Eres incorregible –concluyo. Luego nos dimos dos besos rozando apenas nuestras mejillas y entre al comedor.
Una mesa vestida espléndidamente para la ocasión ocupaba el centro del gran comedor. La cena transcurrió tranquila, con conversaciones intrascendentes, mientras degustábamos unos exquisitos manjares. Después de la cena había preparada una pequeña fiesta. Yo estaba cansada y no me apetecía. Después de tomar una copa me disculpe con el anfitrión y me retire a mi alojamiento.
La casa estaba en completo silencio. Los grandes ventanales que tenían durante el día unas espectaculares vistas al mar estaban abiertos. El suave rumor de las olas se escuchaba desde el dormitorio y un agradable aroma a salitre invadía el ambiente. Unas incontrolables ganas de bañarme en el mar surgieron en mi interior. Me quite el elegante vestido y busque uno de mis biquinis. Encontré uno negro, me lo puse y salí a la playa privada que se extendía frente a mi alojamiento. Camine por la playa con calma, sintiendo la suave y fina arena en mis pies, hasta que el agua empezó a romper en mis tobillos. Poco a poco fui entrando en el agua, sintiendo como el agradable frescor del mar acariciaba mis pantorrillas, luego mis muslos, después empapo mi sexo a través de la fina tela del biquini, siguió subiendo por mi abdomen, alcanzo mis pechos haciendo que estos reaccionasen inmediatamente con la fresca caria del mar en mis pezones. Comencé a nadar. Nadé durante unos minutos y regrese a la playa. Pasee a lo largo de esta para secar mi cuerpo con la suave y cálida brisa antes de volver a casa para irme a la cama.
Estaba a un centenar de metros de casa cuando una sombra apareció frente a mí. Pude adivinar el brillo de unos ojos de gato. Me quede quieta. No debía haber nadie. Y la sombra avanzaba muy despacio hacia mí. Conforme se acercaba pude los rasgos de la sombra se iban definiendo. Vestía una camiseta blanca y pantalón oscuro. Finalmente cuando estaba a una decena escasa de metros de mi vi quien era. Era, Borja, el joven con el que había tropezado esa misma tarde.
-¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado? Si te encuentran los guardias te meterás en un buen lio –le dije sorprendida de verlo.
-No importa como entrado. He venido a por ti –fue su respuesta.
-¿Cómo? –pregunte sin salir de mi sombro por sus palabras.
-¿Esa es tu casa? –me pregunto al tiempo que me hacía un gesto con la cabeza indicando el lugar.
-Sí –fue lo único que pude decir.
-Hace horas que te espero. Vamos –dicho esto me cogió de la mano y camine tras él hacia mi alojamiento.
-¿Qué quieres de mí? –le pregunte ya dentro de casa.
-Te quiero a ti. Quiero hacerle el amor. Quiero sentir tu cuerpo en mi cuerpo –fue su respuesta.
Puso sus manos en mi cintura, sentí el calor de sus manos en mi piel y me atrajo hacia él. Comenzó a besarme suavemente el cuello, la cara y las orejas. Luego su boca busco la mía, me beso, su lengua exploro cada rincón de mi boca. Su lengua buscaba la mía y ambas se enlazaron en una suave y cálida danza. Note un agradable sabor a menta y compartió su chicle conmigo.
Casando de mi boca y de mis labios bajo por mi cuello, por mis hombros, hasta encontrar mis pechos. Se deshizo hábilmente de la parte de arriba de mi bikini. Sus manos los masajeaban suavemente. Mientras, su lengua no dejaba de jugar con mis pezones ya duros como piedras. Yo estaba inmóvil, no me dejaba que mi moviese, dejándome hacer. Me llevo hasta la cama, me tumbo en ella y me quito la braguita del bikini. El tiro su camiseta y de libero de sus vaqueros. Volvió a mis pechos estimulándolos hábilmente. Luego bajo por mi vientre hasta mi sexo, no dudó un instante, lo devoro. No dejo un solo milímetro en el que no sintiese la suavidad de sus labios, la humedad de su lengua o el calor de su aliento. Lamió mi clítoris con maestría, volviéndome loca de placer haciendo que me aferrase con fuerza a las sabanas con mis manos, abrió mis labios con sus dedos y la punta de su lengua penetro mi intimidad. No dejo un solo segundo de estimular ese botón del placer que tanto me gusta.
Estaba totalmente empapada, por los fluidos que manaban de mi interior y por su saliva. Levanto mis piernas colocándolas sobre sus hombros situándose de rodillas frente a mí. Empezó a penetrarme despacito, haciendo que sintiese cada centímetro de su polla invadiendo mi interior. Cuando se supo completamente dentro el ritmo suave con el que comenzó a follarme fue incrementándolo progresivamente. Tus embestidas, pausadas y seguidas, se convirtieron en fuertes y enérgicos golpes de cadera conforme mi rostro y mis ojos te indicaban mi necesidad.
Cansado ya de hacérmelo en esa posición me ayudo a ponerme a cuatro patas. Haciendo que mi culo en pompa estuviese a su entera disposición. Comenzó a comer mi coño y mi culito desde atrás, su lengua recorría una y otra vez el camino que separaba mi clítoris de mi puerta trasera. Cuando supo que estaba nuevamente a punto empezó a follarme mi palpitante y caliente coño. Le encantaba poseerme así, viendo como sus embestidas me movía hacia adelante cada vez que me la clavaba hasta el fondo, y sintiendo como mis tetas bailaban al ritmo que el imponía.
Su mano alcanzo mi boca. Comí sus dedos mojándolos con mi saliva. Cuando considero que estaban suficientemente ensalivados empezó a perforar con ellos mi culito prieto, sin dejar en ningún momento de taladrar mi coño con su potente herramienta. Sus hábiles dedos prepararon concienzudamente mi ano para lo que a él más le gustaba. Cuando vio que mi culo quería algo más grande y contundente, saco su polla del túnel que la alojaba, entrando despacio pero con fuerza. Sentía dolor conforme me invadía ese gran trozo de carne dura y caliente, pero poco a poco, cuando estaba totalmente dentro de mí se movió muy lentamente con movimientos prácticamente imperceptibles haciendo que mi cuerpo aceptase al invasor transformando el dolor en placer. Comenzó a follarme más fuerte con calma incrementaba el ritmo con el que me partía el culo. Mis gritos y jadeos le indicaban que me fascinaba que me follase de esa manera. Sus jadeos y su respiración acelerada me decían que él también estaba disfrutando de mi precioso y sensual cuerpo. El placer que sentía, cuando comenzó a follarme ambos agujeros, hizo que me aferrase con fuerza a las sabanas y no dejase de arañar el colchón. Su polla cambiaba de orificio a tal velocidad que sentía como si dos hombres me follasen a un tiempo, sentía un placer inmenso que me hizo estallar en un orgasmo indescriptible entre gritos de placer.
No había conseguido recuperarme aún de ese placer cuando me hizo tumbarme boca arriba. Abrió mis piernas y se situó de rodillas entre ellas. Me tomo por la cintura, me aproximó a él, al tiempo que elevaba mis caderas empalándome de un solo golpe con su gran verga. Entraba y salía a una velocidad vertiginosa. La velocidad era tal que parecía que su polla no se movía de mi coño, pero la fricción y el calor que sentía en mi interior eran tremendamente placenteros. Era como si estuviera siendo follada por un rayo. Un nuevo orgasmo tomo mi cuerpo encadenándolo con el anterior haciendo que me corriese de gusto encima de su polla y empapando su vientre sin ningún control. Mis gritos seguro que se escucharon fuera de la casa.
Pero él no estaba dispuesto a dejarlo ahí. No me dejo recuperarme de ese placer y descansar. Se levantó de la cama, me tomo en brazos con las piernas abiertas, me empotro contra la pared y empezó a follarme nuevamente. Me follaba a pulso, en vertical, solo sujetándome por la cintura con sus manos, con su rabo dentro y mis piernas enlazadas entorno a su culo. Cuando vio que estaba a punto de desvanecerme por el placer que no dejaba de sentir en ningún momento me devolvió a la cama. Él se quedó de pie al borde de ella. Nuevamente me tomó de las piernas y elevándolas para acomodarme a él, su enorme asta volvió a empitonarme. Me embestía con fuerza, con furia, arrancándome con cada golpe de sus caderas un nuevo grito de placer, hasta que por enésima vez hizo que me corriese entre fuertes espasmos, como si hubiera estado poseída.
El ya no pudo aguantar, sacó ese enorme rabo de mi interior dejándome vacía, con unos movimientos de muñeca comenzó a correrse sobre mí. Potentes chorros de leche caliente bañaron mi cuerpo, cayeron en mi vientre, mis tetas y mi cara. Cuando esa fuente inagotable esperma dejo de fluir sus manos acariciaron mi cuerpo, haciendo que su todo mi cuerpo se impregnase con su esencia para que no pudiese olvidarlo nunca.
Se acercó a mí, me abrazó y recogió con su lengua su esencia que tenía en la mejilla. Me besó compartiendo conmigo esa semilla. Sus besos fueron tiernos pero apasionados. No dejo de besarme mientras me estrechaba contra su pecho hasta que me dejo descansar, por fin, en brazos de Morfeo. Dormí acunada por el acompasado ritmo de los latidos de su corazón.
Cuando desperté, con las primeras luces del día, estaba sola en la cama revuelta, solo cubierta por la fina la sábana blanca. Me levante de la cama envolviendo mi cuerpo con la tela. Recorrí la casa. No había ni rastro de él. Las únicas evidencias de lo sucedido la noche anterior eran mi cuerpo desnudo y dolorido, por la intensidad de los juegos realizados, una cama deshecha y las piezas de mi bikini en el suelo del dormitorio.
Salí de casa y fui hasta la playa vestida solo con la sabana. Me senté en la arena, frente al mar, solo en compañía del vaivén de las olas y pensé en lo sucedido la noche anterior. Había tenido una noche de sexo apasionado con un desconocido del que solo sabía su nombre, Borja. Entonces vino a mi mente mi marido, él estaba en casa, con nuestro hijo, mientras yo había estado disfrutando en los brazos de otro hombre. Un sentimiento de culpabilidad se apodero de mí, era la primera vez que le había sido infiel.
Ese sentimiento duro poco, lo justo, lo que tardo en sacarme de mis pensamientos un ruido a mi espalda. Gire mi cabeza. Era el mayordomo preparando la mesa en la terraza para el desayuno. Me levante y entre de nuevo en la casa, saludando al eficiente mayordomo e indicando que me apetecía tomar. Estaba muerta de hambre. Me metí en el baño y me prepare para un nuevo día de duro trabajo.
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