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Categoría: Gays

Una vida normal

En ese tiempo vivía solo. Fue cuando salí de casa de mis padres un tiempo para poder hacer mi vida sin dar explicaciones y dedicarme de tiempo completo a ofrecer mis servicios de diseño para una agencia de publicidad, por lo que tenía cierta solvencia económica sin tener las comodidades a que estaba acostumbrado cuando era hijo de familia. Pero esas comodidades las sacrifiqué en nombre de mi libertad.

Recuerdo que esa mañana amanecí algo inquieto, dándome vueltas en la cama mientras la cabeza me daba vueltas por un pensamiento que muchas personas conservadoras, salvo mis lectores, creo, tacharían de inmoral, pecaminoso y bárbaro: anhelaba la compañía de un hombre que calentara mi cama.

A mis veinticinco años, con departamento recién estrenado y un par de meses sin tener sexo como debe ser, ya estaba al borde de los gritos de desesperación y auxilio. Masturbarme ya no era –ni es- suficiente, y ese día, en pleno sábado al mediodía, después de días de extrema carga laboral en la agencia y con un fin de semana largo y aburrido, debía desahogar la carga que me casi me jalaba hacia el suelo: con los testículos llenos de semen no podía estar tranquilo.

Durante esos días iba muy poco a casa de mi familia, y cuando me paraba por allí para comer o a la reunión dominical, era recibido espléndido por todos, sobre todo por mis hermanos más chicos.

Casi no he hablado de mi familia ni de mí. Lo siento, lectores, es que la premura por narrar mis peripecias sexuales me llevan por otros caminos. Soy el mediano de siete hermanos. Mis hermanos grandes, dos mujeres y un hombre, están casados y son muy felices con sus vidas llenas de planes en pareja y nada nuevo que pueda interesarles, porque bien sabemos, ustedes y yo, que si leen esta crónica leve de mi vida, es porque quieren saber cómo pasé esa noche del sábado, y sé también que quieren detalles. Y se los daré. Pero no coman ansias, que mientras más ansían más me tardo. Después nací yo y estoy, y estaré, soltero de acuerdo a las leyes del buen orden que rigen a una familia como en la que he nacido. Los más chicos son dos niños y una niña; ninguno de los tres ha llegado a los trece años, por lo que aun tienen ese aire de inocencia y una gran ingenuidad que me hace disfrutarlos tremendo. Ellos son quienes me reciben más gustosos, porque mis padres se enteraron de mi alegre vida una mañana que llegué de una fiesta algo pasado de copas, bueno, bastante ebrio y justo a tiempo de tomar el desayuno, cuando fui interrogado por centésima vez por esas salidas a deshoras y “¡¿...cómo te atreves a dar un ejemplo a los niños, tus hermanos...!?” y cosas así cada salida de noche, por lo que les dije qué pasaba en mi vida y que mejor estuvieran enterados para comenzar a entendernos. Esa situación duró un par de años, sin preguntas, con tolerancia, pero también con insatisfacción. Después de mi graduación universitaria entré a trabajar a la agencia de publicidad del papá de mi amigo Charly y decidí buscar un lugar para vivir lejos de mi casa durante un tiempo. Y digo lejos no porque viviera en algún país exótico y tropical o en algún otro cubierto por nieve, sino porque era rara la ocasión en que iba a casa. Distancia psicológica y emocional y a vivir tranquilo, que si no se hace ahora no se hace nunca y en diez, quince o veinte años no me daré de topes contra un muro por no haber hecho tantas cosas que se hacen a esta edad y a ninguna otra. Queridos lectores: mientras más lejos estén de casa, más rico van a vivir y que no les preocupes algunas estrecheces, que si tienen los pantalones para vivir, lo demás se resuelve sobre la marcha misma. Porque podrán, ustedes o la gente que me conoce personalmente, tacharme de marica o como más les plazca mencionar a la gente como uno, pero a la hora de mostrar la casta, me pinto solo y así lo he hecho hasta este día en que estoy de vacaciones en casa de mis papás porque en unos días regreso a mi nuevo hogar que es lejos, ahora sí que es muy lejos de este lugar y mejor esa historia la comparto otro día, porque hoy les estoy contando de cómo concluyó ese sábado; y miren que la vida es generosa, que me fue más que bien ese fin de semana. Pero nos adelantemos a los hechos que voy paso a paso.

Pues aquella mañana salí a correr una hora, para iniciar bien el día y regresé a mi departamento a tomar un desayuno ligero: era también día de desintoxicación y una dieta saludable es lo mejor. Después me metí a la ducha, y mientras me bañaba pensé que debía hacer algo para solucionar esa situación que, como todos sabemos, es de lo más incómodo caminar por las calles –y por la vida- con el paquete hecho un manojo de calenturas, así que pensando y pensando aquel asunto se me fue parando y me sentí contento de tener un pene agradable, cisruncidado y unos testículos al mismo nivel uno del otro, partes de las que nadie ha hecho desdén. Porque, y no me dejarán mentir, hay hombres que tienen los testículos desbalanceados, uno arriba y otro abajo, pero agradables; otros los tienen muy chiquitos aunque parejitos; y no hay como los que está parejos y, en lo personal, si están grandes, mejor.

Bien, salí de la ducha y me vestí. Pensé en salir por la noche a buscar alguien que llenara la otra parte de mi cama, pero a mi departamento no meto aventuras porque las ciudades son cada día más violentas y no quiero morir acuchillado por un tétrico asesino enmascarado con el cuerpo de un perfecto ligue de fin de semana. Y lo digo con conocimiento de causa y dejo aquí constancia que no miento: eso pasa todo el tiempo y conozco gente que ha pasado por situaciones similares que mejor aquí no describo, porque si estamos aquí, yo escribiendo y ustedes leyendo, es para pasarlo bien y no para entristecernos por cosas que pueden prevenirse con un poco de sentido común. Pues sí, decidí utilizar otra estrategia y antes de lanzarme a la búsqueda, decidí terminar unos diseños para mi trabajo y me llamó por teléfono mi buen amigo Charly, para cuyo papá trabajaba, y nos saludamos de lo más alegres, “¿cómo te va?, bien, bien, aquí de relax, y tú, también” y platicamos mil cosas. Colgamos y todo tranquilo. Después tuve la idea de llamar a Salvador, otro amigo pero no tan cercano, sino de una relación amistosa más ligera, además ni lo conocía bien, pero nos caíamos bien y yo sabía que también era de mi especie, y no finjan lectores de qué hablo, porque muy bien saben a qué me refiero. Bueno, le llamé y le dije que tenía ganas de hacer algo, de tener compañía y, dejémonos de medias palabras, lo invité a coger. Quedamos citados para la noche en mi departamento, lo tomó de lo más ligero y yo sabía que podía negarse, ya que no habíamos hablado de ese tema. Pero también sabía que entre los dos había mutua atracción. Y de eso me di cuenta en una ocasión en que habíamos ido los tres al club que Charly y su familia frecuentaban los fines de semana. Recuerdo que fuimos los tres, porque los papás de Charly andaban fuera de la ciudad, y nadamos un rato, nos reímos a carcajadas de mil banalidades. Y antes de tomar la ducha nos metimos al jacuzzi con agua termal, para relajarnos. Ya saben que en los baños de hombres todo mundo anda con las partes pudendas al aire, como ejecutivos de alto nivel, seguros de sí, pero sin ropa. Jóvenes y viejos lo pasamos de fábula en los baños, sin prisa y disfrutando de los favores que nos da el vapor, el sauna y la ducha refrescante, gozando de ese intermedio en el día antes de volver al mundo exterior y seguir la vida llena de dulzuras y asperezas. En esas estábamos, despojándonos de los trajes de baño y a punto de entrar a la tina, cuando Charly fue a hacer una llamada de trabajo o a sus papás, no recuerdo a qué; y voltee, muy discretamente, a ver a Salvador desnudo. Lo ví exprimiendo su traje de baño, y las descripciones son aburridas, pero es para lo que estamos aquí, así que empecemos: moreno, el muchacho, moreno y de una estatura de un metro setentaitantos, buen cuerpo, sus músculos bien definidos y nada que no puedan imaginarse ustedes. Lindo el buen Salvador. Y lo mejor lo tenía al aire, colgando sin pudor: un pene incircunciso de tamaño respetable, reposando sobre unos testículos de tamaño considerable; no, digamos las cosas como son, unos huevos deliciosos y grandes, como dos limas colgando junto un pene. Yo, fascinado, pero sin verme muy voraz de la mirada. Sin embargo, Salvador, que tampoco es un ingenuo, vi que miraba mis partes. Debo señalar que estábamos en el área de vestidores, así que nadie se acercaba pero sí cabía la posibilidad de que apareciera otra persona para vestirse o desvestirse o sólo ir por sus efectos deportivos. Con la mirada nos dijimos la admiración de uno por el otro y, con un rápido movimiento, me apreté los testículos con una mano y con la otra sacudí un par de veces mi pene, sólo para mostrarle que podía tener eso cualquier día que nos decidiéramos. Salvador, a su vez, blandió su pene con la mano y ambos nos reímos. Después nos preocupó la misma idea: los penes había crecido un poco, no mucho, pero sí lo suficiente como para que Charly se diera cuenta de la situación, y es que Charly es el hombre más macho del mundo, con su novia fiel y demás cuestiones que viven los chicos que adoran a las chicas. Respiramos hondo y mejor avanzamos, con las toallitas cubriendo nuestros miembros hacia el jacuzzi y nos metimos. Al par de minutos llegó Charly y también se metió con nosotros, después tomamos la ducha y a comer felices los tres amigos después de un día relajado y deportivo.

Pero eso fue aquel día en el club. Lo que nos ocupa es lo que pasó ese sábado: cómo empezó todo y cómo terminó. Sorpresas da la vida, sorpresas, a veces, divertidas. Pues ese sábado colgué con el buen Salvador y más de buenas que nunca organicé mi casa: lo que nunca haría en casa de mis padres, pero esto de vivir solo tiene sus contras no muy agradables; la señora del aseo sólo viene lunes, miércoles y viernes, y ese día debía tener mi casa super, para recibir a Salvador como se debe. Digo, uno es una persona decente, un hijo de cualquier gañán, con educación y buen gusto. No he dicho dónde vivo. Encontré en una parte muy céntrica de la ciudad un pequeño estudio en el sexto piso de un edificio, ideal para mis necesidades de vida. Tengo una gran habitación que hace las veces de sala, comedor y estudio, allí tengo un escritorio con mi computadora y mis diseños; también tengo un sillón color rojo –porque está forrado en piel y lo encontré muy barato- frente a una televisión y un estéreo; una mesa con cuatro sillas, para recibir a los amigos de vez en cuando y cuadros colgados en las paredes que compré en una subasta. Aparte está la cocina, con todos los servicios de lavadora y otras labores domésticas que tanto odio. Y mi habitación, donde sólo tengo mi cama y una línea telefónica. No entiendo a muchas personas que se empeñan en atiborrar sus espacios habitacionales de cosas, cuando vivir relajado y con los artículos vitales es lo mejor. Cada quien; respeto el coleccionismo absurdo y poco práctico. Entonces, ese departamento es mi adoración. Lo arreglé toda la mañana, compré flores frescas para la mesa del comedor, organicé el librero y los discos y salí a casa de mis padres para comer.

Lo pasé bien, pero en casa de mis padres es incómodo estar, salvo por mis hermanos pequeños. No hablaré de esa tarde, que me aburro y aquí estamos hoy para hablar de cosas más sabrosas, como el sexo y demás delicias del mundo.

Regresé a mi depa, pero antes de llegar, compré algunos ingredientes que me faltaban para la cena, el vino y condones. De regreso, preparé la cena, puse la mesa muy bien y me puse a ver una película. Después de eso me bañé y me enjuagué todos los rincones, me puse una loción deliciosa, discreta y muy rica, me vestí, me peiné y esperé la llegada de las ocho de la noche y, con ésta, la llegada también de Salvador.

Faltando cinco minutos para las ocho de la noche, con un disco de fondo tocando música ibicenca y mis lámparas de piso estratégicamente situadas, sonó el timbre. “¿Sí?”, contesté. “Soy yo, Salvador”, me dijo la voz seis pisos abajo. “Pasa, pasa, que te abro”, le dije y oprimí el botón que abre la puerta de la calle. Escuché el elevador abrirse y tocó mi puerta. Abrí. “Hola”, apareció el buen –buenísimo- Salvador.

Ya saben, estimados lectores: platicamos de nada importante, tomamos un par de tragos, vimos unos videos promocionales para la oficina del papá de Charly, me mostró unas fotos de su trabajo y pasamos a la mesa. Cenamos delicioso, y Salvador me felicitó por mis dotes culinarias, sin saber que la cena la compré en el restaurante de comida italiana que hay a dos calles de mi departamento. Tomamos dos botellas de vino tinto y –creo- que eso desató los nudos de la pasión. Después del postre, fui, con la copa en la mano, a sentarme en mi sillón rojo. Salvador me siguió y me hizo un comentario sobre cualquier cosa intrascendente y, sin ponerle atención, le dije: “Aquel día en el club me quedé con varias dudas”. Y él: “¿Sí?, ¿cómo cuáles?”. Y le respondí: “Como la de saber cómo besas”. ¡Zaz! Mal terminé de decir eso cuando ya estábamos trenzados en una batalla de lenguas, labios y brazos corriendo sobre la espalda uno del otro. ¡Qué bien besaba! Nos besamos el cuello, la nuca, las orejas. Le puse la mano sobre el pantalón y ya estaba a punto el muchacho. Claro, que yo estaba que iba a reventar los calzones y él, muy gentil, me hizo el favor de desabrochar el cinturón y los pantalones para sacarme el pene y acariciarlo rítmicamente. Yo, por mi parte, le quité la camisa y juntos nos ayudamos a desvestirnos mutuamente. Estábamos sobre la alfombra revolcándonos sin dejar de besarnos. ¡Qué rico es sentir la verga parada de un tipo junto a la verga de uno! Con la barrera del pudor, no rebasada, sino rota, me permití sin decoro sobarle los huevos a mis anchas. Él, ardiendo, me apretaba las nalgas. Le lamí los pezones, el abdomen y, cuando no aguanté las ganas, paseé la punta de mi lengua sobre la punta de su verga. Salvador emitió un gemido de placer y yo seguí paseando mi lengua por todo su pene. Fui mas abajo y me metí un testículo en la boca, lo disfruté, como una ciruela caliente. Salvador sólo se dejaba querer respondiendo con gemidos frecuentes y sus manos sobre mi cabeza. Saqué el testículo de mi boca, y volvió a su lugar, pero tomé el otro con los labios y también lo gocé tremendo. De pronto, me metí los dos a la boca y Salvador no dejaba de retorcerse de placer. Y, cuando él menos lo esperaba, dejé los huevos en paz y me metí de un golpe la verga hasta la garganta. Allí trabajé en el sube y baja que todos conocen muy bien, ¿verdad, señores lectores? Claro, que yo estaba con mi verga a reventar y después de succionar un rato me recosté sobre el sillón, mostrando descaradamente mi verga en su máximo punto de erección. Salvador supo muy bien qué hacer. La tomó con una mano y sólo se metió la punta a la boca, mientras con la otra acariciaba mis testículos. Poco a poco, entrando y saliendo, se llevaba la verga a la boca, más adentro cada lamida hasta que sólo sentía sus labios rozando mi vello púbico. ¡Vaya que sabía mamar el muchacho! Allí estuvimos un rato, sin saber a dónde llegar, pero tampoco con prisa por llegar, entregados a un placer fabuloso. Salvador me tomó por la cintura y me tumbó a su lado sobre la alfombra, dándose la vuelta y quedando sobre mi, pero con su cabeza a la altura de mi pene y yo con sus partes sobre mi cara. De inmediato nos pegamos uno a la verga del otro chupando con ardor. Sobre mi cara veía subir y bajar sus deliciosos huevos y me los metí nuevamente a la boca. Él, lamía con ardor metiéndose mi pene hasta donde le cabía: apenas si podía respirar el pobre; porque, además de usar esos labios, la lengua hacía maravillas dentro de la boca. ¡No sabía se venirme o gritar, o hacer que el se viniera o qué carajo! Mientras le chupaba los testículos, acariciaba sus nalgas y, sin previó aviso, le clavé la lengua en el culo. Salvador gritó y vi cómo arqueó su espalda, dejándose lamer, sometido al placer de mi lengua. Un buen rato sólo lo sentí gozar, estimulándome con la mano, pero prácticamente sentado en mi cara. Yo, feliz, metiéndole la lengua lo más profundo que pudiera, disfrutando su sabor ácido. Salvador regresó a su trabajo en mi pene y, con un movimiento de mis manos, lo quité para levantarme. Decidí ir por los condones, que lubricante ni falta hacía a esas alturas. Cuando me senté, él no me dejaba ir: me lamía los pezones con avidez fuera de lo común y me besaba con un ardor que me hacía perder la noción de las cosas. Finalmente fui corriendo a mi cuarto, agarré los condones y regresé a la sala. Salvador estaba ansioso, esperando y lo coloqué a cuatro patas. Destapé el condón y me lo puse. Lo penetré sin dificultad, pero, ante su súplica, esperé un poco antes de embestir. Cuando Salvador estuvo acostumbrado a la nueva situación, lo agarré de los hombros y comencé a mover la pelvis con un rigor qué le hacía volver la cabeza hacia arriba, gritando de placer. Una, otra, otra más, mil arremetidas le di, mientras él gritaba: “Así, dame, dame, dámela...!” Y yo: “Sí, ¿te gusta?” y él: “Sí, toda, cógeme”. Y yo sujetando sus hombros para atraerlo hacia mi cuando se la metía. Nos acoplamos de maravilla, y al meterla en cada embestida, sentía sus huevos chocar con los míos. Y yo, diciéndole” “!Qué bien te entra, puto! ¿Te gusta?”. Y Salvador: “Sí, cógeme, me encanta, cabrón, métemela”. Y los dos jadeando, ya saben, a buen ritmo. De golpe se la saqué y lo coloqué sobre el sillón, de frente, con las piernas abiertas. Le metí la verga de un movimiento y Salvador comenzó a masturbarse. Yo de rodillas, sosteniendo sus piernas; él sometido, atravesado y los dos gozando. Comencé a mover mi cadera en círculos y Salvador gritaba con los ojos cerrados. Después de unos momentos de seguir con ese ritmo, sentí que se acercaba el momento cúspide de la acción. Quería venirme junto con él. Salvador comenzó a mover su mano más rápido y sólo dejaba ver sus huevos moviéndose al ritmo de sus manos, porque su pene estaba agitadísismo bajo el movimiento. Mi verga, castigándolo con placer y mi ritmo respiratorio comenzó a aumentar hasta que dije: “Aquí, va todo, cabrón”. Sus gritos se mezclaron con los míos, le brotó un chorro que bañó su abdomen, su mano moviéndose más rápido, mis huevos a punto de vaciarse y vi otro chorro que le brotó con fuerza sobre el pecho y yo uno, dos... ahhhh tres chorros, mis ojos cerrados, moviendo la cadera, metiéndome más, cuatro chorros, ahhhhhhh... me vine, grité, sudando, abrí los ojos en medio del éxtasis y Salvador seguía aventando leche. Cuando me hube vaciado y Salvador estaba casi a punto de desmayarse, me salí. Casi arranqué el condón lleno de semen y me acosté sobre el cuerpo sudado y satisfecho de Salvador.
Desde luego, allí pasó la noche, y lo que sucedió al amanecer en otra ocasión se los cuento.
Datos del Relato
  • Categoría: Gays
  • Media: 6.02
  • Votos: 59
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Comentarios


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4 comentarios. Página 1 de 1
pepe
pepe 24-03-2014 09:54:16

uno de los peores relatos que he podido leer. no se como puedes haber publicado este relato, contando cosas de tu familia que a nadie le interesa, la decoracion de tu departamento, lo que piensas de la decoracion y como cortas el relato. el peor

Erick
invitado-Erick 15-10-2005 00:00:00

Quiza la historia esta bien pero solo alfinal, lo demas es un bodrio que tedio leerlo en serio, aparte ni hablemos de los errores de sintaxis, creo que............ Seria mejor si te limitaras a contar solo los acontecimientos mas trascendentes, suerte para la proxima

no puedo
invitado-no puedo 22-11-2004 00:00:00

...que he leido ultimamente,que merece la pena por denso, por largo. ¡Que pena leerlo con estos años y a escondidas!

jorge d
invitado-jorge d 18-11-2004 00:00:00

que rico, alcance una rica ereccion, ojala hubiera estado en tu lugar

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