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Sonia era pelirroja, el pelo un poco más largo del cuello, no muy alta, en su peso, con unos ojos expresivos, almendrados y sobre todo una sonrisa irresistible.
Estaba en aquel autobús porque se dirigía hacia una encuesta de trabajo como ayudante de ejecutiva en una empresa bastante conocida. Se había esmerado en vestirse lo más correctamente posible, con un traje de chaqueta y falda que le modelaba el cuerpo perfectamente, tacones a juego, medias caras, y blusa blanca a medio abrochar, dejando imaginar pero no ver, para causar buena impresión a su entrevistador.
Se sentía segura de sí misma, de poder lograr aquel puesto de trabajo, se sentía hermosa, y lo era.
Helena era rubia, un pelo sedoso, melena que le cubría dulcemente la espalda y que ella mimaba con esmero cada día, como un ritual. Era alta, esbelta, delicada, de gesto amable, una mirada intensa de color azul parecía invadirte cuando la mirabas.
Cada vez que subía al autobús se preguntaba porque nunca utilizaba el coche, y al instante recordaba la dificultad del aparcamiento, los atascos, y se alegraba de estar donde estaba, además, así podía aprovechar y leer la prensa en el trayecto. Le esperaba una mañana muy dura entrevistando para encontrar su próxima ayudanta.
Se bajaba en la próxima parada.
Tenia que caminar un par de calles hasta llegar a la dirección del lugar donde la entrevistarían.
No sabía muy bien llegar al lugar así que preguntó a la primera persona que pasó por su lado.
―Oiga, disculpe, sabe donde queda la calle Rainbow nº 69 ?
―Por supuesto, trabajo allí ―afirmó con una leve sonrisa.
―Entonces, creo que mejor la seguiré a usted, si no le importa, estoy un poco nerviosa, vengo a una entrevista, sabe. Perdone si hablo demasiado, debo relajarme uffffffff
Helena, comenzaba a tomarle más interés a la conversación con aquella chica.
―No importa; dime, cómo se llama la sección para la que vienes a entrevistarte?
―Pues, la sección de gestión de publicidad. – Contestó Sonia con naturalidad.
―Oh bien, entonces no te preocupes, creo que le vas a gustar a Sonia, dicen que es bastante amable, ella te entrevistará. Bueno este es el edificio. En recepción te indicaran el sitio del despacho, de acuerdo?
―Sí, muchas gracias, es usted muy amable.
―No hay de qué, suerte.
Aquella mujer desapareció por uno de los ascensores, dejándole a Sonia una extraña sensación sobre lo que acababa de ocurrirle. Qué chica más simpática, y ni siquiera sabía su nombre, pero le consoló la idea de que con suerte podría ser compañera suya.
Preguntó por el despacho de la Srta. Helena, en gestión de publicidad, y tras la espera del ascensor, anduvo un par de pasillos, y encontró varias chicas más esperando en los asientos.
Se sentó y esperó su turno.
Salió una chica del despacho, muy hermosa, y algo triste; por lo visto no le había ido demasiado bien, se alejó por el pasillo mientras Sonia intentaba estar lo más relajada posible.
Las chicas no tardaban más de cinco minutos, entraban y salían bastante rápido según opinaba ella, no estaba acostumbrada a ver tanta rapidez. Ya le llegaba su turno, en cuanto saliera la próxima entraría ella.
Se abrió la puerta, la chica salió y Sonia entró en el despacho, cerró la puerta, se giró y se sorprendió al ver que la chica de antes era la misma que iba a entrevistarla, en un segundo reaccionó, se presentó y tomó asiento como le ofreció Helena.
―¿Sorprendida? Supongo que si, pero bueno, esto es el trabajo, empecemos.
―De acuerdo.
La entrevista fue intensa, Sonia notaba que ya llevaba más de cinco minutos siendo bombardeada con cuestiones, se esmeraba en sus respuestas y cuidaba su lenguaje, quería hacerlo lo mejor posible, y porqué no decirlo, le agradaba tanto la idea de trabajar con ella que ansiaba aquel puesto de trabajo.
Cuando la entrevista se dio por finalizada, se despidieron correctamente, y Sonia se disponía a tomar el pomo de la puerta cuando Helena le dijo:
―Cuando me dijiste que venías a una entrevista para trabajar conmigo, sin saber que yo era quien te iba a entrevistar, supe que eras la adecuada para el puesto, no sé, me diste buena impresión.
―Gracias – respondió Sonia, algo sonrojada―entonces entiendo que el puesto es mío?
―Así es, eres la más cualificada de todas las que han venido.
―Qué alegría, muchas gracias.
―Pásate mañana por la mañana, firmamos el contrato y empezamos, de acuerdo? Dijo Helena.
―Por supuesto y gracias de nuevo.
―Por cierto, me ha gustado mucho esa blusa blanca.
―Oh, en serio? Me la regaló mi hermana, le tengo mucho aprecio.
―Y además te queda genial. Bueno hasta mañana, a las 8, sé puntual.
―Hasta mañana. Y Sonia se marchó del edificio pensando en las últimas palabras de Helena, su nueva Jefa...
El primer día.
Sonia llegó a casa, preparó la comida y comió.
Se puso cómoda en el sofá mientras veía la televisión, le daba vueltas y más vueltas a como sería ese nuevo trabajo, esperaba que le agradase tanto como su superiora.
Estaba cansada, se acostó. No lograba conciliar el sueño, estaba muy nerviosa.
Cuando sonó el despertador, se salió de la cama con dificultad, se dio una ducha, desayunó brevemente y se marchó al trabajo.
Al llegar Helena ya estaba sentada en su despacho.
―Hola, Buenos días.―dijo Sonia.
―Hola, igualmente.Aquí están tus papeles del contrato, léelo y firma abajo.
Así lo hizo. A continuación le ordenó sus tareas a realizar a lo largo de la jornada.
Pasó la mañana entre archivadores y carpetas, parecía muy concentrada y dedicada a su labor, tanto que no se percató de la hora que era, fin de la jornada.
Se despidieron y cada una tomó rumbo a su casa.
Al llegar, Sonia se preparó algo rápido y se tumbó en el sofá. Recordó lo duro que había sido el día, sobre todo porque sentía como desde que entró al despacho, los ojos de Helena se le clavaban en su piel y la desnudaban poco a poco, pero trataba de fingir que no se daba cuenta porque no creía real la posibilidad de que aquello fuese cierto, quizá no la miraba tanto como pensaba...
Se quedó dormida durante un buen rato.
Helena había dormido plácidamente aquella noche; cuando se despertó recordó lo que había soñado y una sonrisa se dibujó en sus labios.
Había tenido un sueño con Sonia, y no le disgustaba nada.
Apareció pronto por la oficina y se colocó en su mesa.
Cuando Sonia entró en el despacho, un perfume embriagador invadió la habitación, se saludaron, firmaron el contrato y comenzaron a trabajar.
Helena no podía dejar de mirar a la chica, la veía tan concentrada que estaba segura de que no notaba que la observaba, cada gesto, cada movimiento.
Fue un día agotador en el trabajo, no lograba concentrarse lo suficiente y a veces debía repasar los informes dos veces.
Cuando por fin llegó a casa, se tomó un vaso de zumo y se echó sobre la cama. Cerraba los ojos y sólo la veía a ella. Me estoy volviendo loca, pensó.
Las semanas pasaban, el trabajo juntas era muy cómodo, se organizaban muy bien. A veces charlaban, pero se conocían poco. Ninguna de las dos quería sobrepasar más allá de la línea de trabajo, aunque ambas lo deseaban.
Comenzaron a tomarse mayor confianza y la mayoría de los días bajaban a media mañana a tomar el café juntas.
La primavera.
El sol entraba por la ventana tamizado por la cortina y se posaba sobre la suave piel de Sonia.
Fuera apuntaba un día espléndido, soleado, amable. Se levantó y se duchó. Desayunó con calma mientras pensaba qué ropa ponerse, hacía un día muy bonito y sentía que debía acompañarle.
Escogió una falda negra algo corta, pero muy elegante, una camisa de líneas finas luciendo un bello escote, y unos tacones como de costumbre.
Cepilló su pelo rojizo, color fuego, con mesura para que brillara como nunca y se marchó a la oficina.
Helena estaba sentada en su mesa cuando apareció Sonia.
―Buenos Días Helena.
Fue toda una sorpresa para Helena verla venir diferente, con un toque especial.
Se levantó de su silla y se dirigió hasta Sonia y le dijo:
―Esto sí que son buenos días... que guapa estás hoy, no? Dame dos besos anda que nunca nos saludamos en condiciones.
Y plantó dos sonoros besos en las mejillas sonrojadas de Sonia.
―Gracias... Vi el sol por la ventana, un día tan bonito merecía algo diferente.
―Tienes razón Sonia. – y esbozó una sonrisa―
―Por donde empezamos hoy jefa?
―No me llames jefa, sabes que no me gusta.(...) Hay que llamar a todos estos clientes, te encargas tú y les vas tomando los datos, de acuerdo?
Comenzaron trabajar con normalidad. Sonia se entregaba en su trabajo pero no dejaba de darle vueltas, parecía que su plan había funcionado, al menos había logrado que se levantara y la saludase con dos besos, ya era algo, pero después de tantos meses, necesitaba más de aquella mujer, necesitaba quedar fuera del trabajo y conocerla, pero no tenía valor.
Helena por su parte, se moría por conocer un poco más a aquella chica, no dejaba de soñar con ella, esperaba tener valor para lo que pensaba decirle.
Se acercaba la hora de marcharse. Sonia ya recogía su maletín cuando Helena le preguntó:
―Sabes que día es hoy?
Sonia se quedo parada sin contestar esperando una respuesta.
―Hoy es mi cumpleaños y bueno... había pensado que a lo mejor te apetecería salir a comer conmigo... si no tienes nada mejor que hacer, claro – le sudaban las manos, estaba muy nerviosa al decir todo esto. –
―Me dejas sin palabras Helena, Felicidades! Por supuesto que iré contigo, a donde me vas a llevar?
―Si me dejas la decisión a mí, no tengo más remedio que elegir mi casa, te parece bien?
―Venga...
Fueron hasta la casa de Helena y por el camino llamaron por teléfono para que les llevasen comida preparada a domicilio. Al poco de llegar, sonó el timbre, repartieron la comida y mientras degustaban los alimentos conversaron:
―Y cuántos años cumples?
―29, pero me suelen decir que no aparento mi edad – sonriendo por el comentario―
―Es cierto. Mira yo tengo 24 y el día que te vi pensé que no podrías ser mucho mayor que yo.
Terminaron de comer y recogieron la mesa.
―Quieres algo de postre Sonia?
―No gracias, estoy llena, a lo mejor más tarde.
Sonia estaba muy satisfecha, había logrado estar con Helena fuera del horario de trabajo y el estar a su lado y conversar con ella cada vez le gustaba más.
Helena tramaba la manera de alcanzar aquellos labios.
Puso un poco de música de fondo y se sentó junto a Sonia.
―Te gusta mi casa? La he decorado yo sola.
―Si, la verdad es que está muy personalizada, me gusta, es acogedora y espaciosa.
―A mi se me hace muy grande, no me acostumbraré nunca vivir sola, pero qué remedio...
―No te preocupes Helena, además si vives sola es porque quieres, seguro que hay muchas personas que les encantaría compartir piso contigo.
―No se trata de compartir piso, me refiero a vivir con tu pareja, por eso se me hace tan grande la casa, a veces se necesita una persona que sepas que estará en casa cuando llegues de las reuniones para decirte buenas noches y abrazarte.
―Te estás poniendo muy melancólica mujer, arriba ese ánimo venga vamos a tomar una copa por ahí.
―Si quieres una copa tengo de todo en la estantería de allí.
―De acuerdo, entonces te prepararé un combinado de los míos – dijo Sonia.
―Miedo me das!
Sonia regresó con dos copas, siguieron charlando mientras las tomaban.
Helena no podía dejar de mirar aquellos ojos que la tenían sometida, con una especie de fuego que ardía en su interior y la abrasaba.
Sonia sentía que estaba en casa de la mujer más bella del mundo, con aquella melena que se imaginaba tan suave al tacto, porque ella nunca le había tocado el pelo a Helena pero debía ser muy suave, como su piel.
Por unos instantes sus miradas se cruzaron y las sostuvieron, esperando quien apartaría la cara antes, hasta que Sonia se rindió, y como interrumpiendo aquel momento dijo:
―Será mejor que me vaya, ya es tarde.
―Está bien... te acompañaré a la puerta.
Ya en la puerta, Sonia no sabía si quería irse o prefería quedarse, por un lado sentía una atracción por aquella mujer que no era de este mundo y por otro lado era su jefa en el trabajo, ni si quiera sabía si ella le gustaba.
―Bueno entonces nos vemos mañana Sonia.
―Claro, como siempre.
En el instante en el que fueron a despedirse con dos besos, una de las dos giró la cara inconscientemente y se besaron en los labios sin darse cuenta.
Ambas quedaron perplejas y en aquel momento, Helena cerró la puerta y agarró a Sonia por la cintura, acercándola contra su cuerpo y le preguntó:
―Repetimos el beso?
Sonia asintió acercando sus labios lentamente, sintiendo como palpitaban sus corazones, se besaron dulcemente.
―He soñado con este momento desde que me preguntaste por la calle aquel día.
―Pensé que nunca te atreverías o que yo no te gustaba, pero veo que me equivocaba, Helena, eres hermosa, nunca vi unos ojos tan azules, tan limpios ni tan seductores como los tuyos.
Se abrazaron durante unos segundos, sintiéndose unidas, estrechándose.
Volvieron a besarse.
―Quieres quedarte esta noche?
―Helena, no es por ti, pero creo que lo mejor sería que regresara a mi casa, no forcemos la situación dejemos que cada momento llegue por su propio pie. Ha sido increíble. Nos vemos mañana.
―De acuerdo Sonia, hasta mañana.
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