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UNA POTESTAD PRODIGIOSA -II-

CAPÍTULO SEGUNDO.

Si es cierto que la función hace al músculo no es menos cierto que también el cerebro es un músculo que puede ejercitarse y mejorar su funcionamiento haciéndolo trabajar. De la excelente forma en que Yago perfeccionó el suyo da cuenta el siguiente suceso que ocurrió años más tarde, cuando ya los dos amigos estaban en primer curso de Facultad.

En casa de Félix entró a servir una muchacha que se llamaba Aurelia. Aunque era campesina no se le notaba en absoluto que hubiera trabajado en el campo. Era blanca y rubia como la cerveza, por decirlo con las palabras de la canción del marinero. Además de guapa estaba tan cachonda que al cabo de un mes Félix estaba loco por follársela pero ella era una roca, y no admitía el mínimo roce.

Por lo visto tenía novio en el pueblo y reservaba sus favores para su futuro marido según pensaba Félix, y éste, por culpa de la Aurelia, traía a Yago a mal traer con su constante cantinela de lo buena que estaba la Aurelia. Por la calle de la amargura lo hacia pasar con tanto hablar de la muchacha de servicio, explicándole todos los días lo cachonda que estaba y lo guapa que era, hasta que un día, seguramente cansado de oírlo, Yago le comentó:

-- Bueno, y por qué no te la tiras de una vez y terminas con ese problema.
-- Ya lo he intentado de todas las maneras y no hay forma. Es dura como un adoquín.
-- Vamos no será para tanto, Félix.
-- ¡Como se ve que no la conoces! – exclamó consternado Félix.
-- Bueno, pues preséntamela, si está tan buena me gustará conocerla
-- ¿Si está buena? ¡Madre mía! Le comería el coño media hora antes de metérsela hasta los huevos.
-- Joder, tiene que estar muy buena – comentó Yago
-- Buenísima, te lo digo yo.
-- En ese caso también a mi me gustaría catarla.

Se quedó mirándolo extrañado sin acordarse de la profesora Andrade de la que hacía años se había olvidado. Pero de la forma en que lo miró vino en recordar de repente aquel suceso que los tuvo tantos días de mal humor cuando la señora Andrade no apareció más por el Instituto. Se pusieron de acuerdo para que Yago hablara con ella cuando la chacha estuviera sola en casa. Eso para Félix no representaba ningún problema porque sus padres trabajaban los dos y por las tardes no regresan hasta casi el anochecer, lo que se compaginaba muy bien con sus horarios de la Facultad donde sólo tenían clases por las mañanas desde las nueve hasta la una y media.

Una de aquellas tardes los dos decidieron estudiar en casa de Félix. Por lo menos esa era la disculpa que pensaban indicar a los padres por si alguno de ellos regresaba de improviso. Los muchachos cubrían todos los frentes porque imaginaban el follón que se podría armar si los cogían con las manos en la masa y para acabar de cubrir esa remota posibilidad pasaron la cadena de seguridad de la puerta. Esto fue un consejo de Yago que no se le escapaba detalle. Vestirse siempre lleva su tiempo, según le dijo a Félix.

Y la tarde de un martes, cuando ya los padres marcharon al trabajo, Félix llamó por teléfono a Yago que a los diez minutos entraba en el piso mientras Aurelia estaba en la cocina atareada con el fregoteo de los platos de la comida. Cuando Yago llamó a la puerta salió Aurelia secándose las manos para abrir y Félix caminó deprisa por el pasillo para hacer las presentaciones que no fueron necesarias porque Aurelia parecía conocer a Yago de toda la vida.

Al entrar Aurelia en la cocina acompañada de los muchachos, Félix se quedó asombrado al verla sentarse en el mármol del mueble del fregadero, sacarse las bragas mirándolos muy sonriente al apoyar la espalda contra las blancas baldosas al tiempo que encogía las piernas hasta que los talones le tocaron las nalgas y separaba las rodillas ofreciéndoles la visión de un coñito muy apetecible rodeado de rizos morenos no muy abundantes. Con los ojos desorbitados Félix le miraba el coño sin parpadear. No podía creerse lo que estaba viendo. Yago lo sacó de su ensimismamiento comentándole en voz baja:

-- Ya le puedes comer el coño. Esa posición te permite incluso sentarte en una silla para no tener que encogerte.
Félix, más que asombrado, atónito, le preguntó:
-- ¿Y si me suelta una patada en los morros?
-- No hará nada de eso, al contrario, disfrutará como una loca, ya lo verás. Te pondrá los morros llenos de su zumo.
-- ¿Seguro? – volvió a preguntar el incrédulo Félix.
-- Seguro, joder, y si no lo haces tú lo hago yo porque es verdad que la tía está cojonuda.

Félix no esperó más. Cogió una silla, se sentó frente al coño de Aurelia se lo abrió con dos dedos y comenzó a lamerlo de arriba abajo. La muchacha se estremeció como si le hubieran aplicado corriente eléctrica y se agarró a la cabeza del muchacho oprimiéndola contra su sexo con fuerza con los ojos cerrados y mordiéndose suavemente el labio inferior. Era la imagen de una mujer que disfrutaba de un goce extraordinario. Después de tragarse dos o tres orgasmos, Félix ya no pudo aguantar más. Se levantó de la silla echándola hacia atrás, se bajó los pantalones y el slip y guiando la verga erecta hacia el pantanoso coño fue hundiéndose hasta las bolas, mientras babeaba de gusto.

Se corrió de forma impresionante a las tres o cuatro embestidas con la polla clavada en el coño de Aurelia hasta la cepa y también ella gemía de gozo a su compás agarrada a su cuerpo como un náufrago a una tabla. Se besaron con la boca abierta en los estertores del orgasmo hasta que él, satisfecho, se la sacó del coño que chorreaba de miel femenina y de blanca leche del abundante orgasmo de Félix.

Para su asombro, ella se bajó del mármol saliendo de la cocina. Miró a Yago con mirada interrogativa y este le comentó:
-- Va al baño a lavarse el coño ¿No querrás dejarla preñada?
-- ¡Ah, claro! – exclamó, preguntando luego -- ¿Y tú como lo sabes?
-- Porque yo se le he ordenado.
-- ¡Joder, pues tendré que andar con mucho cuidado contigo! – exclamó Félix –
-- No hay modo – respondió Yago
-- ¿Por qué no?
-- Porque tú eres de los que no se deja influenciar. Yo esto no lo puedo hacer con todo el mundo ¿Comprendes?
-- Si tú lo dices – respondió no muy convencido Félix – Pero luego corremos el peligro de que recuerde todo lo que ha pasado ¿O no?
-- No, no recordará nada.
-- ¿Estás seguro?
-- Segurísimo. Ahora regresará desnuda completamente, así que vamos a tu habitación porque quiero follármela a gusto.
-- A mi también me gustaría follármela desnuda.
-- Ahora me toca a mí, luego repites si quieres.
-- Pero, por lo menos, podré miraros, ¿O no?
-- Por mi puedes mirar lo que quieras. Cuando nos cansemos de follarla la despertaré.
-- ¿Pero es que está dormida?
-- Su consciente si, pero su subconsciente funciona de maravilla y además es muy impresionable.

En ese momento entró Aurelia completamente desnuda. Yago la tomó de la mano indicándole a Félix:

-- Vámonos a tu habitación.
-- ¿Puedo preguntarle algo?
-- Claro y además te dirá la verdad.
-- ¿Te gusta follar, Aurelia?
Ella lo miró risueña antes de responder:
-- Más de lo que te gusta a ti, pero ahora quiero follar con Yago.
-- Si, si, mujer, pero luego tienes que volver a follar conmigo.
Ella miró a Yago antes de preguntarle:
-- ¿A ti no te importa?
-- No, en absoluto, pero vámonos a la cama.

Y los tres se encaminaron por el pasillo hacia la habitación del Félix que ya iba desnudándose por el pasillo mirando las fabulosas cachas y muslos de Aurelia.
La vio subirse en la cama poniéndose de espaldas con los muslos separados y las piernas encogidas esperando que Yago la montara mirando como se desnudaba el muchacho. Cuando estuvo desnudo la oyó exclamar:

-- ¡Madre mía, la tiene de caballo!

Félix sabía, por habérsela visto cuando se bañaban desnudos, que Yago tenia un cipote más grande que el suyo, pero nunca se la había visto en erección y cuando le echó una mirada se quedó pasmado, porque era más del doble de cuando la tenía flácida. No comprendía aquella capacidad de tumescencia y calculó que bien mediría por lo menos treinta centímetros. Desde luego era un cipote descomunal y se quedó mirando como se la metía a Aurelia que bramaba de placer desde el mismo momento que el rojo y grueso capullo le penetró la vagina.

-- ¡Uff – le oyó exclamar – nunca me habían medito nada tan grande!
-- ¿Te duele? – le preguntó Yago .
-- No, pero aunque me doliera igual querría tenerla toda dentro. Métela toda, Yago.
-- Eso hago, Aurelia. Hasta los huevos te la voy a meter.

Desde el otro extremo de la cama Félix veía como la enorme polla entraba hasta la cepa y salía desde la cepa hasta el rojo capullo mientras ella suspiraba de placer con los cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados y mordiéndose el labio inferior con cara de estar disfrutando al máximo de la gran polla que la dilataba como quizá nunca la había dilatado nadie. Mirando aquella salvaje follada y el placer que la cara de Aurelia demostraba Félix tenía una erección descomunal, tan dura y rígida como si no se hubiera corrido hacía menos de quince minutos.

Cuando el orgasmo los inundó a los dos Yago tenía la verga completamente enterrada en el coño de Aurelia y ella pareció volverse loca moviendo la cabeza a un lado y otro bramando de placer. Poco a poco fueron calmándose y de pronto, cuando ya parecían calmados del todo Aurelia, con muy buena voz y muy afinada comenzó a cantar:

-- Mi carro, me lo robaron anoche mientras dormía, dónde estará mi carro, dónde estará mi carro…

Félix, con los ojos como platos, no podía creérselo, pero al mirar la espalda de Yago vio que le temblaban los hombros con la risa que no podía contener y Félix al darse cuenta de por qué cantaba Aurelia estalló en carcajadas. Yago ya no pudo aguantar más, salió de Aurelia riendo a carcajada limpia mientras la chica seguía cantando sin parar pero mirándolos muy sonriente.

Lloraban de risa mirándose de uno al otro y tanto rieron que, al final se les aflojaron las erecciones, pero no por mucho tiempo porque de pronto la chica dejó de cantar para meterse en la boca la verga de Félix chupándosela con un ansia que en menos de un minuto se la puso más rígida que antes, momento en que lo dejó para casi atragantase con la verga de Yago.

Félix trajo del baño un tarro de crema y Yago comprendió al instante para que deseaba la crema. Hizo poner a Aurelia de lado levantándole un muslo mientras Félix untaba el culo de la chica y su polla sin que ella protestara. Solo dijo:

-- Vete con cuidado que por ahí aún soy virgen.
-- No te preocupes, seré cuidadoso – respondió Félix empujando su capullo dentro del apretado agujero de la chica que boqueó molesta durante un momento hasta que, con toda la verga dentro, se relajó por completo.

Fue entonces cuando el gran cipote de Yago la penetró de nuevo y quedó empalada y muy gustosa a juzgar por sus exclamaciones de gozo y sus besos apasionados a Yago. Con las dos vergas dentro de su cuerpo se mantuvieron inmóviles durante unos minutos.

La mano de Félix se metió entre los vientres para acariciar el clítoris de la chica hinchado y duro como un garbanzo sin cocer.

Comenzó a gemir de inmediato y a moverse entre los dos adelante y atrás con un deseo incontenible de ser penetrada hasta lo más profundo.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16788
  • Fecha: 08-06-2006
  • Categoría: Hetero
  • Media: 5.6
  • Votos: 58
  • Envios: 3
  • Lecturas: 3300
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