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Una pareja se desata lejos de todo el tedio de lo cotidiano

Y ahí estaban, en el concilio de la soledad. Ocultos del resto del mundo en una callada y fina habitación de espejos en cada ángulo. Oscuro mármol detallando los fríos bordes que se remontaban desde el suelo de madera hasta el techo de piedra. Todo tan elegante y tan sugestivo.



Todo hacía oda a la céntrica cama de gran tamaño y suave almohadaje. Ciertamente era hora de soñar, pero no con los ojos cerrados. ¿Qué ojos se atreverían a cerrar ante tal imagen que él disfrutaba? La tensionada pieza de cuero de color negro; en los brazos, las piernas y la cintura. Dibujando tan exactamente la figura de ella, sin perderle fidelidad a sus afirmados muslos, tostados brazos y curvada cintura. Dotas de una mujer verdadera, no de aquella imposible mujer que la falta de corazón creo para negarnos a todos el sueño de la verdadera belleza, esa que sale a través de nuestros ojos.



El corsé de cuero se contorneaba con un sostén con encaje carmesí que cubría sin tirantes aquel par de atributos que escondidas llamaban tanto la atención. Él sabía que escondía ella ahí pero el misterio lo hacía temblar sin tener frio.



Debajo de este escondite de la cintura estaba una falda corta y abierta que no pretendía de ninguna forma ocultar el hilo dental rojo que tampoco proporcionaba cobertura a los redondos glúteos que él había tocado y acariciado tantas veces por encima de un blue-jean o cualquier pantalón que en su incapacidad de ocultar la belleza corpórea de ella; le llenaban de deseo.



Por la falda se escurrían dos cintas por cada pierna que unían aquellas tentadoras redes que bordeaban sus piernas hasta entonarse con un par de botas del mismo material apretado. Conjunto que jugaba en perfecta coreografía con los guantes que ella se había puesto.



Él estaba en la cama, apreciando esa figura, la mirada. Que entre una sonría podía leerse claramente. “¿Ves lo que se escondía en mí?” ¿Quién podría imaginárselo? ¿Quién podía pensarlo? Pero esto no era asunto de nadie más, solo de ellos dos.



La chica posó ambas piernas al lado de las caderas del joven, inclinándose al frente para que sus rodillas tocasen la tela de su cama. Los cuerpos se encontraron, el pecho descubierto de él, los ocultos senos de ella, los calientes y humedecidos labios, las lentas y tentadoras lenguas, que comenzaron a danzar sin importarles tiempo ni fecha porque los ojos se habían cerrado, solo daban espacio a aquellos suspiros y gemidos que el momento no podía contener.



Este trató de destapar su sostén, ella aprisionó sus manos con las de él y siguió sus besos, el reto no sería tan fácil, nada tan delicioso podía serlo. Acercó su pecho al rostro de él, quién con los dientes destapó aquél confinamiento y las vio.



Tensas, brillantes y tibias, de un color cobrizo que lo observaban, tanto como ella. Quién esperaba que él hiciera lo que la dama tanto disfrutaba. Acercó su boca este caballero a la punta de uno de sus senos y comenzó a besarla, lamerla; con delicadeza y respeto como si se tratase de un tesoro que él quería demostrar comprendía y disfrutaba como ningún otro podría. Las pequeñas lamidas a la punta y leves mordisquillos llevaron al joven a intentar abarcar cuanto pudo con la boca, ella se aferró del cabello de él gimiendo moderadamente mientras lo halaba.



Él con sus manos escaneaba partes más bajas, igual de firmes pero más grandes. Glúteos que lo llenaban de deseo, lo excitaban. Lo hacían suspirar y le hacían hundir los dedos en esos sensuales músculos, como si pretendiera robárselos, comérselos.



La chica se levantó, le dio la espalda y comenzó a bailar sobre su hombre, movimientos lentos y circulares llenaban aquél regalo. Regalo que incontables desearían pero solo uno tendría. Inclinó las piernas para poder bajar y subir suavemente, sugiriendo lo inconfundible, sus manos danzaban desde las rodillas del afortunado hasta su entrepierna. Ahí ella encontró los resultados de su erótico baile. Ese objeto oculto en una tanga azul marino que ella siempre le pidió usar. Ahora le estorbaba el camino por lo que la bajó hasta donde ella había comenzado.



Tomó profundo aire al ver el objeto de su deseo en total funcionalidad, con la piel apretada como su cuero, caliente como su entrepierna, de un rojo color como si estuviera sonrojado por sí solo. Ella podía sentir como palpitaba como si se tratase de un corazón cuando una de sus manos lo cubrió y comenzó a frotar sin dejar de bailar. Con la otra mano la posó tras de ella haciendo el hilo dental a un lado. Dejándole ver lo excitada que ella estaba también. Invitándole a tocarla. Ante tal honor, el hombre accedió. Colocando una de sus manos en los glúteos para no perder el ritmo de aquel deleitable baile, luego seleccionando el dedo índice y anular, se hizo paso por la entrada de ella como si abriera un libro y pasara las páginas, sintiendo finalmente aquella líquida y caliente sensación que él había provocado.



Los movimientos nos perdieron sutileza pero adquirían pasión a medida que el silencio se despedía ante la llegada de gemidos y palabras de placer del uno y la otra. Los movimientos siguieron porque ella, dueña y señora del momento lo ordenó con una voz entre demandante y rogante. Ella también aumentó el movimiento de su mano sobre aquél miembro lubricado por la boca de ella, que sentía tanto poder y control al introducirse aquél pedazo de carne entre los labios e impresión cuando alcanzaba la entrada de su garganta, no podía esperarse más que pasar al siguiente nivel.



Le tocaba a ella estar en la cama, observaba los tensos músculos de su hombre mientras despejaba su entrepierna de la ropa interior, ella abrió las piernas y lo observó llamándolo con una mano. Él aceptó el regalo y levantó suavemente aquéllas extremidades alzándolas más. La tensión que ambos sintieron cuando estaban a punto de conectarse, la ansiedad. El sentimiento de la punta del miembro de él haciéndose paso por la abertura humedecida y lubricada en excitación.



Cada vena, cada grumo y figura en aquel trozo se podían sentir en el interior de ella, lentamente iban descubriéndose y tocándose en sitios que nadie más podía imaginar. Era el uno para él otro incluso en carne. Ella podía sentirse tan extasiada que su cuerpo apretaba el miembro de él como antes no había hecho su boca. No se podía contener el placer y lo que ella deseaba ocurrió, aquél ser salvaje que nadie más conocía abrió las puertas, entraba y salía repetidamente mientras su ágil pero calculadora boca sorteaban el objetivo entre su boca y sus senos.



Entre movimientos giraron, ella ahora estaba sobré él, utilizando sus piernas para rebotar sin perder la conexión con ese hombre que la había hecho mujer. Orgasmo tras orgasmo ella perdía la cuenta mientras el aferraba ese cuerpo lleno de vida a seguir dándole todo lo que ella pidiera, darle la libertad de llamarle como ella quisiera, como ella deseara, hacer lo que ella comandara porque él era suya.



El grito de amor y pasión fue largo y a dos voces cuando ambos compartieron aquél estallido final que los dejó exhaustos, llenándose de besos y dormidos en la cama.


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