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Categoría: Orgías

Una pareja aprovechada que termina en una orgía descontrolada

Esta historia que os voy a contar nos sucedió hace unos meses a mi pareja, Carlos, y a mí Antonia. Me imagino que ya nos conocéis de otros relatos, pero para los que seáis nuevos en leernos, os describo un poco como somos. Yo tengo ahora cincuenta y un años, morena, uno setenta de altura y un cuerpo bastante bien conservado, aun cuando con los signos normales de mi edad, las tetas de buen tamaño un poco caídas y una barriguita que es mi lucha constante. Carlos tiene ocho años más que yo, es decir, sesenta, más o menos de mi misma altura, canoso desde hace tiempo y un cuerpo escombro de no haber hecho nunca deporte. Sin embargo, podría calificarse de maduro interesante, no sin cierto éxito entre jóvenes y mayores.

Bueno, la cuestión es que me llamó por teléfono Ana, una amiga mía a la que hacía tiempo que no veía ya que había estado viviendo fuera, proponiéndome tomar un té y charlar un rato. Quedamos en una cafetería y a los pocos días nos vimos.

Llegamos las dos a la misma vez. Ana se mantenía muy guapa, siempre había sido una mujer atractiva. La edad le había dado una belleza serena y el gimnasio le había mantenido un cuerpo envidiable. De mi misma altura más o menos, tetas grandes muy bien puestas, una ligerísima barriga y un culo más grande que pequeño, aparentemente muy duro.

Nos sentamos en una mesa con dos sillones. Empezamos por decirnos lo guapas que estábamos y continuamos contándonos que había sido de nuestras vidas desde que dejamos de vernos. Las dos seguíamos casadas con los mismos hombres y trabajando en lo mismo, así que pocas variaciones. Según me contó la empresa de su pareja, Juan, le había vuelto a trasladar a Sevilla después de varios años en Córdoba. Ella había pedido también el traslado y hacía pocos días se lo habían concedido.

Puestas al día en lo básico la verdad es que teníamos pocas cosas más que contarnos, nunca habíamos tenido una gran amistad. Por eso me extrañó que de pronto la conversación derivara en temas muy personales.

– ¿Y cómo te va con Carlos?

– Bien, en general, como sabes llevamos ya muchos años juntos y al final te acostumbras al carácter del otro.

– ¿Y en la cama que tal? –Me pareció muy rara una pregunta tan personal y directa sobre nuestra vida sexual, pero decidí contestársela-.

– Muy bien. Con menos actividad que antes, pero procuramos divertirnos cuando podemos. –Intencionadamente no le devolví la pregunta, me traía sin cuidado como le fuera a ellos, pero ella decidió hablar sobre el tema-.

– Qué suerte chica, a mi Juan ya ni me toca, parece que haya perdido el apetito totalmente.

Me sentí un poco incómoda, no tenía tanta confianza con ella como para que me hiciera ese tipo de confesiones.

– Hace más de seis meses que no hacemos nada. He probado de todo, ir desnuda por casa, ponerme ropa interior muy provocativa, incluso dejar a la vista un consolador, por ver si se animaba. Todo sin ningún resultado. -¿Por qué me contaba esas cosas tan íntimas si no teníamos demasiada amistad? Continuó:- Yo soy una mujer ardiente y más desde que empecé con la menopausia, así que estoy desquiciada.

– Bueno mujer son rachas en las parejas, igual él tiene mucho estrés con el trabajo y le repercute en todo lo demás. –Le dije quitándole importancia al tema y pretendiendo darlo por cerrado, pero Ana no estaba por cerrarlo-.

– No creo que sea el estrés, si ahora está mucho más tranquilo que antes. Me temo que tenga una amante más joven que lo deja seco y no le queda nada para esta menopáusica. Pero yo, Antonia, me estoy matando a pajas y no logro bajar la calentura que siento.

Aquello ya era demasiado. ¡Qué coño me importaba a mí que se matara a pajas! Decidí parar el asunto.

– Ana, no creo que tengamos tanta amistad como para que me cuentes esas cosas tan íntimas.

– Perdona si te he molestado Antonia, pero ya te he dicho que estoy desquiciada y no puedo pensar en otra cosa.

– No te preocupes, no me has molestado, es simplemente que cuando lo pienses fríamente te vas a arrepentir de haberme hecho esas confesiones.

– Es posible que tengas razón. ¿Y a Carlos cómo le va? Recordarás que me caía muy bien y he pensado algunas veces en él.

– Trabajando mucho, como siempre, pero bien. Sigue con su alergia a cualquier tipo de ejercicio físico.

– ¿Y se empalma bien? –Me quedé helada con la pregunta-.

– Ana no creo que deba compartir contigo si Carlos se empalma bien o mal.

– Tienes razón, sólo quiero saber qué hacéis para mantener viva vuestra vida de pareja, para ver si puedo reflotar la mía.

Pese a la impertinencia de Ana, no dejaba de darme cierta pena que estuviese pasando por un momento tan malo, así que decidí destensar un poco la actitud.

– Un poco de todo. Los dos somos muy juguetones y eso nos mantiene unidos y con ganas de divertirnos en la cama.

– ¿Qué quieres decir con que los dos sois muy juguetones?

– Que nos gusta jugar entre nosotros y no nos importa jugar con otros. –Nada más decirlo, supe que no debería haberlo dicho-.

– ¿Ah, que sois liberales?

– Muy raramente, pero algunas veces sí. –Dije quitándole hierro al asunto-.

– ¿Hacéis tríos e intercambios y esas cosas?

– Vamos a dejarlo ya Ana, no creo que debamos seguir por ahí. –Traté de zanjar la conversación-.

– Antonia yo estoy abierta a cualquier tipo de experiencia, así que si algún día os apetece no tenéis más que llamarme.

¡Lo que me faltaba, que se ofreciera para un trío! Aquella mujer estaba desquiciada efectivamente. Le dije que tenía que irme y la deje en la cafetería.

Volviendo para casa pensé que había sido muy indiscreta, al contarle una cuestión tan íntima de cómo nos lo montábamos Carlos y yo. Cuando llegué a casa Carlos estaba en la cocina.

– Hola guapo –le dije-.

– Hola preciosa.

– ¿Te acuerdas de Ana, la mujer de Juan?

– Si, ella era muy simpática y él un tontainas con ventanas a la calle.

– Me llamó y he estado tomando un té con ella.

– ¿Qué tal está?

– Pues los han vuelto a trasladar a Sevilla y la verdad es que ella está bastante desquiciada.

– ¿Por qué?

– Me ha estado contando una serie de intimidades, no sé bien a cuento de qué. Que si Juan no la toca desde hace más de seis meses, que si ella está salida perdida, que si se mata a pajas.

– ¡Joder qué entretenido! Desde luego Juan es más capullo de lo que creía, porque Ana estaba un rato buena, mejorando lo presente. –Dijo Carlos dándome un beso-.

– Y lo sigue estando. Fíjate como estará, que se me ha ofrecido para que hagamos un trío.

– Pero hija mía, ¿qué habéis tomado para qué diga eso?

– Yo que sé Carlos, ha sido una conversación de lo más extraña. Al fin y al cabo no tenemos amistad para que me contara sus intimidades y encima ofrecerse para un trío. ¿A ti te gustaría?

– Verás, a mí Ana me gustaba de carácter y físicamente, así que no te voy a decir que me desagradara, pero no quiero líos de cuernos con un marido inapetente y tontainas. –A mí Juan no me caía tan mal como parecía caerle a Carlos. Juan era guapetón y simpático, aunque si un poco raro-.

Ahí quedó la conversación con Carlos sobre Ana y sus cuitas. Al cabo de unos días me volvió a llamar Ana. Después de los saludos de rigor me soltó lo siguiente:

– Antonia, ¿te has pensado lo hacer un trío?

– Ana yo no quedé en pensarme nada, pero se lo comenté a Carlos y, además de decirme que tu le gustabas, me dijo que no quería líos de cuernos con tu marido.

– Juan se merece los cuernos por no hacerme ni caso y porque casi seguro que él me los está poniendo a mí con cualquier zorra.

– Lo que tú digas Ana, pero eso es lo que hay.

– ¿Y a ti no te apetecería?

– No te voy a decir que no, pero estas son cuestiones de pareja y si uno no quiere hay que respetar su voluntad.

Terminamos la conversación y yo di el tema por concluido. Ningún hombre se me había puesto nunca tan pesado con el tema de hacer un trío, como se había puesto Ana.

No le conté nada a Carlos de la conversación con Ana, pero a los pocos días me dijo:

– Me ha llamado Ana y me ha contado que tú le habías dicho que yo no quería hacer un trío con ella, si Juan no consentía en el asunto.

– ¡Qué mujer más pesada! ¿Y qué más te ha dicho?

– Me ha puesto a Juan a caer de un guindo y que se merece unos cuernos como los de un ciervo. Que ya somos mayorcitos para actuar cada uno libremente y que si ella me gusta, que había de malo en divertirnos los tres.

– ¿Y tú que le has dicho?

– Que mientras estuviera casada con Juan, no iba a haber nada de nada sin que él lo supiera. Ha terminado algo molesta conmigo, pero que le vamos a hacer.

De nuevo a los pocos días volvió a llamarme Ana, esta vez para invitarnos a cenar al chalet donde vivían. Quedé en comentárselo a Carlos y que la llamaría.

Cuando se lo dije a Carlos no puso muy buena cara, pero ambos pensamos que más valía ir a cenar, si no íbamos a quedar como unos maleducados rechazando la invitación. La llamé y quedamos para el viernes siguiente por la noche.

Vivían en un chalet independiente en una buena zona de las afueras. Nos costó un poco encontrarlo, hacía unos meses se nos había estropeado el navegador y todavía no lo habíamos repuesto, pero a las nueve en punto estábamos llamando a la puerta de la verja. Nos recibió Ana. Iba muy guapa con un vestido rojo bastante entallado por encima de la rodilla que le hacía un tipo estupendo, marcando sus tetas y su culo.

– ¡Qué alegría verte Carlos! A Antonia ya la vi el otro día. –Dijo dándole un abrazo más apretado de la cuenta y dos besos muy cerca de las comisuras de los labios-. Estáis los dos estupendos, como si no hubieran pasado los años por vosotros.

– Tú también estás estupenda, casi mejor que antes. –Le contestó Carlos y ella para agradecer el cumplido se dio una vuelta sobre sí misma, luciendo el palmito, que desde luego tenía.

– Pasad Juan está en el jardín terminando de poner la mesa. –Dijo Ana-.

La casa estaba decorada muy clásica, pero parecía agradable para vivir. Salimos al jardín y, en efecto, allí estaba Juan vestido con pantalón corto y niqui. Había engordado desde que no nos veíamos, debía de ser por no follar. A mí me saludó con dos besos y a Carlos con un apretón de manos. Nos ofreció algo de beber y los dos optamos por Martinis.

Habían puesto la mesa en una zona pavimentada al lado de la piscina, que estaba iluminada. Nos sentamos conforme al protocolo, por lo que yo tenía a Carlos a la izquierda, a Juan a la derecha y a Ana enfrente.

La cena fue agradable y bien regada con vino. Charlamos recordando anécdotas de hacía años, cuando solíamos salir varias parejas a comer o cenar, incluso algunas veces nos habíamos ido de fin de semana a alguna casa rural o a la playa. Terminada la cena quitamos los platos y Ana al volver de la cocina trajo una botella de champán, sirvió y brindamos por el reencuentro. Carlos había estado toda la cena bastante callado, aunque siguiendo la conversación y bromeando de vez en cuando.

Tras bebernos una primera copa de champán, Ana se levantó y dijo que tenía mucho calor, debía ser la menopausia, porque la temperatura era de lo más agradable.

– No sé vosotros, pero yo me voy a dar un baño en la piscina. –Dijo Ana-.

Yo pensé que iría a cambiarse de ropa, pero no, simplemente le dio la espalda a Carlos y le pidió que le bajara la cremallera del vestido. Allí se iba a liar de un momento a otro y yo no sabía cómo íbamos a reaccionar cada uno. Cuando Carlos terminó de bajarle la cremallera, Ana dejó caer el vestido al suelo quedándose completamente desnuda, no llevaba ropa interior. Estaba buena la jodía. Unas tetas grandes y en su sitio, con unas areolas de buen tamaño y unos pezones grandes y duros, el chocho lo llevaba completamente depilado y le sobresalían los labios menores, pero el culo era lo mejor de todo, respingón y en forma de pera.

Nos quedamos todos a la expectativa de lo que podía pasar. Carlos no le quitaba ojo de encima. Miré a Juan que tampoco le quitaba ojo de encima, pero parecía tranquilo. Ana se fue hacia la piscina, bajó por la escalerilla y se metió en el agua hasta la cintura. Al poco tiempo se acercó a donde estaba Carlos sentado y le dijo:

– El agua está buenísima. ¿Carlos no te apetece darte un baño?

La tía le estaba zorreando a Carlos de mala manera y Carlos, que es tonto, se dejó hacer. Miró a Juan y me miró a mí, ambos le hicimos un gesto como de que nos daba igual, que ya era mayorcito para pedir permiso. Se levantó, se desnudó y se fue hacia la piscina ya con la polla morcillona. Se metió en el agua y se pegó a la espalda de Ana, que suspiró al sentir su nabo entre los cachetes del culo.

Miré a Juan que se estaba tocando el paquete por encima del pantalón. Yo no sabía qué hacer, si desnudarme y meterme en la piscina o seguir sentada y vestida mirando cómo Carlos se daba el lote con Ana. Juan pareció leerme la mente y me dijo:

– Si te apetece báñate, yo por ahora me voy a quedar aquí sentado. –Más o menos quiso decirme que no estaba por la tarea de tener nada conmigo. Desde luego el tío era un tontaina o un picha floja y no sabía lo que se perdía-.

Me levanté y lentamente me desnudé sin que Ana y Juan me quitaran ojo de encima. Me metí en la piscina y me puse delante de Ana, besándola en la boca. A mí esa tía no me dejaba corta. Ana suspiraba con mis besos y me sobaba las tetas y el culo. Al cabo del rato de morreo mío con Ana, Carlos se sentó en el borde de la piscina, estaba completamente empalmado. Ana se dirigió hacia él le cogió el nabo y se lo metió en la boca con ansia, empezando una mamada excesivamente acelerada para mi gusto. Me puse detrás de Ana sobándole las tetas y bajando las manos hasta su coño, que estaba mojado por fuera y por dentro. Gemía cada vez más rápido y más fuerte, así que decidí dejarla tranquila para que no se corriera tan rápido. Salí de la piscina, me puse detrás de Carlos y lo empujé para que se tumbara de espaldas. Una vez tumbado, me senté sobre su cara para que me comiera el coño.

Yo estaba a lo mío, pero de vez en cuando miraba a Juan, que seguía tocándose el paquete por encima del pantalón. O al tío no se levantaba o el tío era un mirón.

– Voy a salirme de la piscina que me voy a quedar arrugada como un garbanzo. –Dijo Ana. Yo seguí sentada sobre la cara de Carlos y me agaché para hacer un 69 con él-.

Ana se sentó en una tumbona próxima y sin parar de mirarnos, empezó a hacerse un dedo. Después de unos minutos me moví y poniendo la boca al lado de la oreja de Carlos, le dije:

– Cómele el coño y fóllatela a base de bien.

Carlos se levantó y tumbó a Ana boca arriba, metiéndole la cabeza y las manos en la entrepierna. Me puse detrás de Carlos haciéndole una buena paja para que no se le bajara. Ana gritó y se corrió en la boca de Carlos. Ahora veríamos si era capaz de seguir después de un primer orgasmo. ¡Y vaya si era capaz! Tras unos segundos Carlos se incorporó, se puso las piernas de Ana sobre los hombros y se la metió sin miramientos. Con la corrida que había tenido debía tener el coño encharcado. Me senté sobre la cara de Ana, que empezó a lamerme mientras yo le pellizcaba las tetas.

Volví a mirar a Juan con cara viciosa mordiéndome los labios. Por fin se había sacado la polla de los pantalones, no la tenía más que morcillona y se estaba haciendo una paja mirando como Carlos se follaba a su mujer, que jadeaba más que sonoramente. Ana no tardó en volver a correrse, pero Carlos no se la sacó, sino que siguió bombeando con fuerza, hasta que Ana enlazó un orgasmo con otro y se quedó más muerta que viva. Yo aproveché para ponerme boca abajo sobre Ana, ofreciéndole el coño a Carlos para que me la metiera por detrás, tenía un calentón de mil demonios. Carlos no me defraudó y me envistió por detrás. Ana se recuperó y empezó a apretarme las tetas y a chuparme los pezones. Me corrí y me eché a un lado. Carlos le dio la vuelta a Ana y se la metió haciendo el perrito. Al rato escuché que Juan gritaba “sí, sí, sí…”, miré hacia él y se estaba corriendo sin que se le hubiera empalmado todavía. Ana gritó que se corría de nuevo, desde luego o tenía una capacidad envidiable o arrastraba un calentón reprimido de mucho cuidado o ambas cosas. Carlos le sacó la polla, se puso a la altura de la cara de Ana y se corrió a lo bestia sobre su cara y sus tetas.

Tomamos otra copa de champán y nos vestimos para irnos. Ana nos acompañó a la puerta desnuda y todavía con la corrida de Carlos en las tetas.

– Me lo he pasado estupendamente con vosotros. Tenemos que repetir. –Dijo Ana mientras nos besaba en la boca despidiéndonos-.

En el coche de vuelta Carlos comentó que Ana había estado casi toda la cena tocándole el paquete y yo le comenté que vaya espectáculo que le habíamos dado a Juan y terminé diciendo:

– Bueno, a ver si ha servido para que se les despierte de nuevo la pasión, porque yo desde luego no repito con el picha floja de Juan, por muy buena que esté Ana.

A las tres o cuatro semanas de la cena en casa de Ana y Juan quedé para comer con mis más íntimas amigas: Luisa y Carmen. Las tres éramos amigas desde la universidad. Luisa fue quien hace años nos presentó a Ana al resto.

Luisa era la más lanzada de las tres. Rubia, guapa y con un cuerpo espectacular. Metro setenta y cinco, talla noventa y cinco de pecho, con una figura envidiable y un hermoso culo que le había regalado la naturaleza, pues no hacía nada de ejercicio.

Carmen por el contrario era la más tímida, se podría decir que la prudencia personificada. Muy morena de tomar el sol, pelo negro, ojos negros, bajita, sobre el metro sesenta, con unas tetas voluminosas que siempre llevaba cubiertas con vestidos de escote muy alto, con un poco de barriga y un culo muy bien puesto, gracias a las horas de gimnasio que se metía a la semana.

Normalmente quedábamos a comer una vez al mes para charlar y no perder el contacto entre nosotras. La comida discurrió como siempre, Luisa y yo hablando por los codos y Carmen escuchando y riéndose de vez en cuando de las burradas que decía Luisa en cuanto tenía oportunidad. Tras dos botellas de albariño y medio gin tonic cada una, Luisa nos preguntó:

– ¿Habéis visto últimamente alguna a Ana?

– Hace como un mes me llamó por teléfono para tomar un té y unos días después nos invito a cenar en su casa. –Contesté-.

– ¿Y tú? –Le preguntó Luisa a Carmen-.

– Pues más o menos lo mismo que Antonia. Me llamó, tomamos un café y después cenamos una noche en su casa. ¿Y tú que eras más amiga de ella? –Le preguntó Carmen a Luisa-.

– Igual que vosotras. ¿Os contó que le iba regular con Juan?

– Sí –contestamos Luisa y yo a dúo-.

– ¿Y se ofreció para hacer un trío porque Juan no la tocaba?

– ¿Cómo lo sabes? –Le contesté a Luisa, dando por hecho que sí me lo había propuesto-.

Luisa no me contestó directamente, sino que primero volvió a preguntarle a Carmen si le había propuesto un trío. Carmen se puso colorada, pese a la tez tan morena que tenía y, finalmente, mirando hacia abajo contestó:

– Sí.

– ¿Pero cómo lo sabes? –Le insistí a Luisa-. ¿Te ha contado ella algo?

Estaba empezando a temer que Ana se hubiera ido de la lengua con Luisa y le hubiera contado lo sucedido después de la cena.

– No, no me ha contado nada sobre que os hubiera visto. –Me tranquilicé de mi temor de que se hubiera ido de la lengua-. Veréis, voy a seros completamente franca porque me temo que nos ha utilizado. Me llamó, tomamos un café, me contó la apatía de Juan y lo salida que estaba ella, me propuso hacer un trío con Pedro y conmigo, le dije que no, pero ella siguió insistiendo los siguientes días, hasta que al final nos invitó a cenar a su casa y ya me pareció grosero rechazar la invitación.

Lo que Luisa estaba contando era un calco de lo que había sucedido con Carlos y conmigo. Continuó:

– SI con vosotras fue distinto de lo que voy a contar, os ruego una discreción total. –Yo ya veía venir lo que Luisa iba a contar-. Después de la cena con la excusa de que tenía calor se desnudó y se metió en la piscina, luego se cameló a Pedro, que tampoco necesita que le toquen mucho las palmas, y delante de mí y de Juan se empezaron a dar el lote. La verdad es que yo me calenté más de la cuenta y me sumé a ellos, mientras Juan se tocaba por encima de los pantalones, cuando Pedro se folló a Ana por todos los agujeros, Juan medio empalmado se corrió, luego recogimos nuestras cosas y nos fuimos para casa.

Tras la narración de Luisa se hizo un silencio total de las tres, cosa que os puedo jurar que es rarísimo. Pensé que Luisa había sido muy franca al contar lo sucedido y también pensé que Pedro y ella debían tener costumbres liberales, sino, por mucho que Ana zorrease, y era posible, no te metes en un lío como ese. La cosa se ponía muy interesante para el futuro, porque yo le tenía ganas a Pedro desde que lo conocí hacía ya muchos años. La sinceridad de Luisa me abrió el corazón.

– Luisa, lo que has contado es exactamente igual que lo que nos sucedió a Carlos y a mí, incluyendo el baño en la piscina y la paja del picha floja de Juan.

Carmen seguía mirando hacia abajo y cada vez más colorada y más nerviosa. Por fin levantó la cara, nos miró a las dos y muy bajito dijo:

– A Ignacio y a mí nos ocurrió también exactamente lo mismo, incluidos piscina y paja.

¡Joder, así que las tres parejas éramos liberales! Me quedé de piedra con lo de Carmen, si era una mosquita muerta que no decía ni palabrotas.

– ¿Pero cómo has llegado a la conclusión de que había hecho lo mismo con nosotras? –Le pregunté a Luisa-.

– Dándole vueltas a lo ocurrido en la cena, me pareció que aquello estaba demasiado preparado, así que empecé a bichear por páginas liberales y ahí estaban. Seguí buscando y di con un blog que tiene Ana, donde cuenta con pelos y señales, excepto nombres, sus aventuras. Allí vi que había tenido en un mes tres líos con antiguas amigas y por las descripciones deduje que éramos vosotras y yo.

– ¡Qué hija de puta! –Exclamé muy cabreada-.

– Efectivamente, la parejita se ha inventado un rollo para dar pena. Luego Ana se harta de follar, porque su pareja ni la toca, y el vicioso de Juan se pajea viendo como se la follan, sino no se le levanta. –Contestó Luisa-. Pero no hay mal que por bien no venga, ahora, después de tanto años de conocernos, sabemos que las tres parejas somos liberales y eso abre grandes posibilidades de divertirnos y de satisfacer las ganas que nos tenemos mutuamente.

– ¡Luisa, por Dios! –Dijo Carmen escandalizada-.

– Carmen no te hagas la estrecha ahora, que bien que follarías con Ana e Ignacio y además, que se que le tienes unas ganas de cojones a Carlos, que se te notan a legua. – ¡Vaya con Carmen! Pensé. Ella no contestó.-.

Al poco rato dimos por concluida la comida, pero antes de despedirnos nos prometimos no decirles ni una palabra del descubrimiento a nuestras parejas.

Durante los días siguientes pensé varias veces en que, a veces conocemos sólo algunas facetas de las personas, por muy amigas que sean, y desconocemos totalmente las facetas más íntimas, que realmente completan el conocimiento de su personalidad. También pensé en Ana y Juan, ¿cómo habían podido urdir una trama tan engañosa para aprovecharse de antiguos amigos, en vez de ir de frente?

A las dos semanas de la comida con Luisa y Carmen me llamó Luisa.

– Hola guapa, ¿cómo estás?

– Muy bien, reponiéndome de la sorpresa del otro día. De ti me lo podía esperar, pero de Carmen en la vida.

– Ya ves, “sorpresas que da la vida, la vida que da sorpresas”. Pero bueno, te llamaba para invitaros a comer el sábado en casa, vienen también Carmen e Ignacio.

– Sin problemas, ¿pero tú tramas algo, verdad?

– Es posible, por si acaso poneros guapos por dentro y por fuera.

Mi cabeza se convirtió en un hervidero. ¿Sería capaz Luisa de liarla y descubrir las aficiones folladoras de las tres parejas? Podía ser curioso y muy interesante que así fuera y lo mejor de todo era que sólo las mujeres teníamos esa información, con lo cual podríamos divertirnos de lo lindo a costa de los hombres.

La relación entre las tres parejas había sido siempre de una buena amistad, nos veíamos frecuentemente a comer o cenar o ir a algún evento. Claro está que entre unos y otros había tensión sexual, pero nunca había pasado nada ni se había producido ninguna situación, que hubiera dado pié a pensar que nos podría apetecer un lío entre nosotros.

Como soy bastante bisexual, también empecé a elucubrar en qué podría pasar entre nosotras, ya que si tanto Luisa como Carmen habían estado de líos con Ana, era porque la relación con una mujer no las echaba para atrás.

El sábado me desperté temprano, estaba nerviosa y caliente. Carlos pretendió que folláramos, pero me excusé diciéndole que me tenía que bajar la regla. No podía permitir que, si al final había lío, no diera la talla por haber desfogado por la mañana, pues ya tenía sesenta tacos. Con la excusa de poner una lavadora le quité a Carlos toda la ropa que tenía al uso y le dejé fuera la ropa que yo quería que llevara. Protestó un poco, pero pasé de él.

Cuando llegamos a casa de Luisa y Pedro, ya habían llegado Carmen e Ignacio. La casa era grande, sobre todo tenía un salón muy grande en el que había tres sofás en torno a una chimenea.

Después de los aperitivos nos sentamos a comer. La comida discurrió animada como siempre, hablando de las cuestiones sucedidas recientemente o de temas que siempre suscitaban discusión y sobre los que nunca se llegaba a un acuerdo.

Yo seguía nerviosa y caliente, sin saber si al final sucedería algo o no. Me estuve fijando. Carlos, cuando creía que nadie se daba cuenta, le miraba las tetas a Carmen, Luisa miraba a Ignacio como si se lo quisiera comer y yo no le quitaba ojo a Pedro.

Cuando terminamos de comer quitamos la mesa entre todos y Luisa propuso que tomáramos el café y las copas en el salón. Yo me estaba temiendo ya que allí no iba a pasar nada interesante, hasta que Luisa nos hizo señas a Carmen y a mí de que la siguiéramos a los dormitorios.

– Bueno amigas ha llegado el momento de divertirse. –Dijo Luisa sacando de un cajón tres antifaces y unas cuantas esposas de velcro-. Propongo que les tapemos los ojos y les trabemos las manos y después que cada una haga lo que le parezca.

– Suena excitante, me parece bien. –Dije yo, notando como me estaba mojando-.

– ¿Pero a qué te refieres con que cada una haga lo que quiera? –Preguntó Carmen-.

– A qué me voy a referir Carmen, que parece que te has caído de un guindo. –Le contestó Luisa.- ¡Coño, a follar, a chupar, a trincar, a lo que se te ocurra! Por cierto, yo me pido a Ignacio.

– No sé Luisa, yo no veo claro que nos liemos –contestó Carmen-.

– Mira Carmen, yo a estas alturas no te voy a convencer de nada, pero si no quieres participar, coges a Ignacio, os vais y nos dejas a los demás hacer lo que queramos. –Luisa, desde luego, quería guerra como fuera y con quien fuera-.

– No hace falta que te pongas así –le respondió Carmen a Luisa-. ¿Te crees que a mí no me apetece un meneo? Lo que pasa es que no se cómo van a responder ellos ni cómo puede afectar a nuestra amistad.

– Por lo que respecta a Carlos, va a responder encantado y sin problemas posteriores. -Dije yo-.

– Lo mismo digo de Pedro. –Dijo Luisa-.

– De Ignacio sé que no va a tener problemas, sino todo lo contrario. –Dijo Carmen cerrando la ronda-.

– ¿Entonces qué problema hay? –Le preguntó Luisa a Carmen-.

– Pues ninguno.

– Vamos a ir al salón, cada una le pone el antifaz al suyo y yo propongo también trabarles las manos. Hoy somos nosotras las que mandamos. –Concluyó Luisa-.

Dicho y hecho. Nos dio a cada una un antifaz y dos trabas y salimos hacia el salón. Estaba deseando meterle mano a Pedro.

Ya en el salón, nos pusimos cada una detrás del suyo y Luisa dijo:

– Hoy vamos a jugar un poquito, que si no os ponéis a beber y nosotras nos aburrimos toda la tarde. – Dijo Luisa-.

A la misma vez, le puso el antifaz a Ignacio, yo la seguí poniéndoselo a Pedro y Carmen a Carlos. Los sofás tenían una barra cromada detrás que era perfecta para inmovilizar a los hombres. Les extendimos los brazos hacia atrás y le colocamos las trabas, parecía que estaban crucificados.

– Pero bueno, ¿a qué queréis jugar? –Preguntó Pedro-.

– A los médicos o mejor dicho a las médicas. –Le contesté mientras me agachaba desde detrás y le besaba en la boca-.

– ¡Pero esto qué es! –Exclamó Carlos cuando notó las manos de Carmen su pecho-.

– No te lo han dicho ya, que nosotras vamos a jugar a las médicas y os vamos a hacer un reconocimiento a fondo. –Le contestó Luisa-.

Nos miramos entre nosotras de forma cómplice. Luisa se vino hacia mí y me besó en la boca mientras me bajaba la cremallera del vestido. Yo hice lo mismo con ella y nos quedamos las dos en sujetador y tanga. Ninguna teníamos marcas de tomar el sol, al parecer Luisa era nudista como yo. Cuando dejamos de besarnos Carmen se había desnudado completamente. La verdad es que tenía un cuerpo lleno de morbo, lástima que Carlos no pudiera verla en todo su esplendor. Tenía las tetas más grandes de lo que parecían vestida, y ya parecían grandes, al menos una ciento cinco, con unas areolas enormes y unos pezones erectos con el tamaño de la falange del dedo chico, un poco de barriguita que la hacía todavía más atractiva, el chocho totalmente depilado y un culo que daban ganas de amasarlo. Evidentemente no era nudista, porque llevaba unas marcas del biquini bien contrastadas.

El cuerpo de Luisa era más previsible, posiblemente porque llevaba siempre ropa entallada y escotes bastante generosos, pero desnuda ganaba todavía más. La naturaleza había sido muy generosa con ella y le había dado un cuerpo de modelo nórdica.

Me apetecía besar a Luisa, pero me apetecía mucho más besar a su pareja. Así que la deje detrás de Ignacio y me fui a colocar delante de Pedro. El pobre tenía cara de no saber nada de lo que estaba pasando ni siquiera de intuirlo. Me senté a horcajadas sobre sus piernas y lo besé en la boca, mientras le sobaba el pecho por encima de la camisa. Me devolvió el beso y después dijo:

– ¿Antonia?

Por supuesto no le contesté, sólo lo seguí besando y sobando el pecho. Había sido una idea estupenda la de Luisa de cegarlos y trabarlos, estaban completamente desorientados y a merced de la quisiéramos hacerles.

Luego le desabotoné la camisa, se la saqué de los pantalones y le chupé y mordí los pezones, bajando las manos hacia su entrepierna. Estaba empalmado por completo. Le abrí el cinturón, solté los botones del pantalón, le bajé la cremallera y tiré de ellos hacia abajo. Le salía la punta de la polla por la cintura de los boxes que llevaba. Tenía un paquete de cuidado, que comencé a manosear por encima de la tela. Quería darme mi tiempo antes de descubrir cómo sería su polla, después de tantos años como un ser asexuado para mí.

Levanté la cabeza para ver cómo iba la cosa con Luisa y Carmen. Luisa estaba más o menos en mi misma posición y situación, Carmen, sin parar de moverse sobre el paquete de Carlos, le estaba dando a chupar las tetas, que Carlos se comía con ansia.

Volví a lo mío y decidí no esperar más para descubrir lo que tenía Pedro entre las piernas. Cuando le bajé los boxes me quedé boquiabierta. A mi edad y con mis costumbres liberales llevo vistas muchas pollas, más grandes, menos grandes, más cabezonas, menos cabezonas, pero aquello era otra cosa. La tenía larga, aunque no demasiado, pero sobre todo era gorda en la base como la muñeca de un hombre grande, tanto que no podía cerrar la mano sobre ella, y una cabeza también gorda en forma de campana. ¡Joder con lo que tenía Luisa en casa, qué barbaridad! Me iba a poner como el quico.

Seguí besándolo y empecé a sobarle el nabo, debía estar muy caliente porque era una fuente de líquido preseminal. Cada vez sacaba más la lengua para introducirla en mi boca y luego trataba de coger la mía con sus dientes. ¡Qué gusto estar por fin así las tres parejas!

Me apetecía comerle la polla a Pedro, pero no sabía si me cabría en la boca. Me puse de rodillas entre sus piernas. Primero estuve disfrutando de la visión de aquella polla, luego la cogí entre mis manos y empecé a pasar la lengua por el prepucio y el frenillo. Él gemía del placer que recibía y yo estaba mojando las bragas tanto, que decidí quitármelas al igual que el sujetador. Abrí la boca todo lo que pude y conseguí meterme el capullo, no pude pasar de ahí, lo que no fue poco dado su grosor.

Volví a mirar a Luisa y a Carmen. Luisa, ya desnuda, estaba de rodillas también comiéndole la polla a Ignacio, que gritaba “¡Qué bueno, qué bueno, seas quién seas qué bien lo haces! Pero el espectáculo era Carmen, estaba boca abajo sobre Carlos con el coño a la altura de su boca para que se lo chupara, mientras ella le comía la polla. Yo hubiera sido incapaz de ponerse en esa posición, pero ella lo hacía como si nada. La gimnasia la mantenía ágil para todas las cosas.

Pedro estaba tan empalmado que notaban los latidos en su polla cuando la tenía dentro de la boca y eso que sólo me cabía el capullo y poco más. Hubiera seguido comiéndomelo durante horas, pero había empezado a dolerme la mandíbula del esfuerzo. Me incorporé y me puse de rodillas sobre el sofá para meterle el coño en la boca y que me lo chupara. Debió olerlo antes de tener ningún contacto, porque adelantó la cabeza y sacó la lengua esperando a que me colocase. Chupaba de maravilla, tal vez un poco brusco, pero yo tampoco estaba para finuras.

Vi que Carmen se dejaba caer hacia el suelo y luego se levantaba y corriendo iba hacía su bolso, del que sacó un plug anal y un vibrador cromado de buen tamaño. ¡La hija de puta había venido bien preparada y eso que siempre parecía tan modosita! Al pasar a mi lado volviendo, me dijo al oído:

– ¡Vaya pollón que se gasta Pedro, pero yo prefiero la de Carlos que es más juguetona!

– Pues no te cortes y juega todo lo que quieras. –Le respondí-.

Seguí dejando que Pedro me chupase el chocho un buen rato, mientras yo le pajeaba lentamente para mantenerle la excitación. Miré hacia Carmen para ver que hacía con los juguetes que había traído. Primero se metió el plug en el chocho, me imagino que para lubricarlo, y luego, casi sin esfuerzo, se lo metió por el culo. De cara a Carlos, le cogió la polla y se sentó metiéndosela entera, luego encendió el vibrador y se lo puso sobre el clítoris. ¡Vaya con Carmen y parecía una mosquita muerta! Desde luego algunas personas son muy distintas cuando están excitadas y practican sexo, que durante el resto de sus vidas.

Había llegado el momento de follarme aquella polla. Tenía el chocho empapado y me resbalaban mis flujos y la saliva de Pedro por los muslos, pero no estaba convencida de que aquello me cupiese hasta el final. Me puse de pié con Pedro entre las piernas, le cogí el nabo y fui dejándome caer lentamente. Me costó que la cabeza entrara, pero al final lo conseguí y seguí dejándome caer. Nunca me había sentido tan llena, aquel pollón me iba dilatando conforme entraba. Le cogí la base del nabo con la mano, para evitar que en un momento de calentura me reventase. Cuando ya me la había metido hasta la mano, fui retirándola poco a poco hasta que me entró por completo, ¡qué barbaridad, ahora lo difícil sería moverme! Pedro no paraba de gemir, al notar que la tenía entera dentro de mí. Yo gemía también en su oído, los sonidos de placer de las mujeres calientan todavía más a los hombres que una buena follada.

La primera en gritar que se corría fue Carmen, como no, con la estimulación que se estaba dando. Miré y entre gritos se sacó la polla de Carlos y empezó a lanzar chorros por el coño como una fuente. Cuando volviéramos a casa tendría que tirar la camisa, porque iba a ser imposible quitarle el olor a sexo. Cuando se repuso un poco se puso de rodillas entre las piernas de Carlos y sin dejar de usar el vibrador empezó a comerle la polla hasta los huevos, que sacando la lengua se los chupaba a la misma vez, ¡qué barbaridad! Realmente Carmen me tenía sorprendida, nunca hubiera pensado que era una auténtica leona follando.

Fui incrementando el sube y baja sobre la polla de Pedro, estaba demasiado caliente para correrme, hasta que noté que aun se hinchaba más su pollón y empezaba a correrse dentro de mí, soltando unos chorros de leche que me estimularon todavía más y me corrí durante casi medio minuto dando alaridos. Me deje caer sobre el pecho de Pedro sin sacármela y sin que a él se le bajase durante un buen rato.

Carlos empezó a gritar que se corría y Carmen se sacó su polla de la boca, pero sin dejar de pajearlo y dirigiéndola hacía su boca y sus tetas recibiendo tal cantidad de leche que quedó cubierta desde la boca hasta los pezones, volviendo a correrse otra vez a chorros.

Los últimos en correrse fueron Luisa e Ignacio. No me extraña con el pollón que tenía Luisa en su casa y con las cosas que debía hacerle Carmen a Ignacio cuando follaran, tenían que esforzarse más que el resto.

La cuestión que se planteaba ahora era como deshacer aquel lío. Yo decidí cortar por lo sano y quitarle el antifaz a Pedro, sin haberme sacado todavía su polla, que había empezado a bajar poco a poco. Después de acostumbrarse a la luz me miró durante un buen rato y se adelantó para besarme.

– Lo he pasado como hace tiempo que no lo pasaba. Sabía que eras tú y te tenía ganas desde que te conocí. –Me dijo al oído-.

Luisa y Carmen también les quitaron el antifaz a Ignacio y a Carlos y se besaron con ellos.

– ¿Pero bueno, que ha pasado aquí para este cambio? –Preguntó Carlos sin quitarle ojo a las tetas de Carmen-.

– Resulta que, casi por casualidad, nos hemos enterado de que las tres parejas somos liberales y eso merecía una buena celebración, ¿o no? –Le respondí a Carlos-.

– Claro que sí –respondieron todos a la misma vez-.

Luisa propuso que nos ducháramos y siguiéramos la tarde desnudos. Me fui a la ducha con Carlos y empezamos a tontear, hasta que entraron en el baño Carmen e Ignacio y nos pusimos un poco más formalitos.

Ya tomando los seis desnudos una copa en el salón, Pedro preguntó cómo nos habíamos enterado de las costumbres liberales de todos. Le contestó Luisa contándole lo que había averiguado tras la cena con Ana y Juan.

– ¡O sea, que todos los que estamos aquí nos hemos follado a Ana! –Exclamó Pedro-.

– Te equivocas cariño, Ana nos ha follado a todos los que estamos aquí, que es parecido, pero no es lo mismo. –Le contestó Luisa-.

– Y eso que decía que no follaba. –Dijo Carlos-.

– Lo que más me molesta es que además nos han debido tomar por tontos. –Dijo Carmen, la leona-.

– Pues esto no puede quedar así, por mucho que gracias a ellos hayamos descubierto nuevas formas de diversión entre nosotros. –Dijo Luisa-.

– Dejadlo de mi cuenta. –Concluí yo-

Al rato nos vestimos y nos fuimos. Los que se pregunten por qué no follamos otra vez, deben tener en cuenta que la media de edad que tenemos está más cerca de los sesenta que de los cincuenta y los cuerpos ya no son los que eran.

A las dos semanas ya tenía elaborado el plan para tomar cumplida venganza de los “aprovechategui”. Quedé a comer con Luisa y Carmen, ahora apodada “la leona”, para contarles mi plan y prepararlo todo. Estuvieron de acuerdo y delante de ellas llamé a Ana para invitarlos a cenar en casa.

– Hola Ana, soy Antonia.

– ¡Ah, hola Antonia, que sorpresa!

– Te llamo porque Carlos y yo queríamos invitaros a cenar para corresponder con el buen rato que echamos el otro día.

– No tenéis que corresponder con nada, pero si es para echar un buen rato yo encantada, que ya sabes que estoy muy abandonada. –Sería carota la tía-.

– Por eso no te preocupes, que ya lo sabemos. Pues si os viene bien, veniros a cenar el sábado que viene.

– Por supuesto que nos viene bien. Nos vemos el sábado.

Una vez concertada la cena con Ana y Juan, nosotras cerramos el plan y seguimos charlando sobre lo bien que nos lo habíamos pasado en casa de Luisa.

– Por cierto Carmen, me sorprendiste con lo desinhibida que eres y las ganas que le pones a follar, con lo modosita que pareces. –Le dije a Carmen que se puso como un tomate-.

– La verdad es que soy muy caliente y muy pasional, aunque normalmente parezca de otra manera. Caliente lo soy desde siempre, antes era más cortada, pero me solté con Ignacio. Él es muy guarro en la cama, le gusta hacerme de todo y que yo se lo haga a él. Así que nos hemos acostumbrado a hacerlo con plug anales, vibradores, strapon y lo que tengamos a mano.

– Lo guarro que es Ignacio te lo puedo asegurar yo por lo del otro día. –Terció Luisa-. Me estuvo metiendo los dedos y lo que no son los dedos por el ojete a base de bien y me hizo el mejor beso negro que me han hecho nunca. Tengo que confesar que yo también me solté bastante. Alguien tan guarro me pone muy caliente y pierdo el norte.

La conversación me estaba poniendo cachonda perdida. Luisa continuó:

– Ya que estamos de confesiones íntimas os quería hacer una pregunta, ¿a vosotras os gusta montároslo con otras mujeres?

– A mí sí –contesté-. Prefiero que sea en trío, pero tampoco le hago ascos con una mujer sola que me guste.

– ¿Y a ti Carmen? –Le preguntó Luisa-.

– Pues más o menos como Antonia. Me gustan algunas mujeres, pero sobre todo me gusta montármelo con ellas delante de Ignacio, que se pone todavía más burro. ¿Y a ti Luisa?

– Por supuesto que me gusta –contestó Luisa-. Casi ningún hombre sabe hacerlo tan bien como una mujer a otra.

– Me estáis poniendo muy caliente con la conversación y empiezo a no responder de mí. –Dijo Carmen-. Además Ignacio está de viaje y me voy a tener que aliviar sola.

– Ya que estás sola, ¿por qué no nos invitas a tomar la penúltima en tu casa? –Propuso Luisa a Carmen, dejando bien claro lo que quería-.

– ¿Tú puedes Antonia? –Me preguntó Carmen-.

– Tenía una reunión de la AMPA del instituto, pero puedo faltar sin problemas.

– Vamos entonces, así os enseño el jacuzzi que hemos puesto en nuestra habitación.

La tarde había cambiado de rumbo totalmente. La jodía de Luisa se las había arreglado para liarnos, aunque Carmen y yo nos habíamos puesto problemas a dejarnos liar, sino todo lo contrario.

Como solíamos ir sin coche a nuestras comidas, ya que siempre bebíamos un poco más de lo conveniente, cogimos un taxi las tres hasta casa de Carmen. Yo iba mojada perdida pensando en la que íbamos a liar las tres, después de tantos años de conocernos. No puedo negar que en algunas ocasiones había tenido fantasías de montármelo con alguna de ellas, pero que nos lo montásemos entre las tres, superaba con mucho mis más calientes expectativas. La mosquita muerta de Carmen aprovechó el trayecto para sobarme el interior de los muslos, lo que no debió pasarle desapercibido a la conductora del taxi, una chica como de veinte y pocos años muy guapa de cara, ya que no quitaba la vista del espejo retrovisor. Cuando llegamos, la taxista con mucha guasa nos dijo:

– Que os lo paséis muy bien lo que queda de tarde.

– La próxima vez te cogemos como artista invitada, pero hoy se trata de recuperar muchos años de pánfilas. –Le contestó Luisa-.

Conforme Carmen cerró la puerta de su casa se me abalanzó dejándome pegada a la pared y metiendo su lengua en mi boca.

– Te tengo ganas desde hace casi treinta años y hoy me las voy a quitar. ¿Sabes que una de las fantasías más recurrente de Ignacio y mía es follarte entre los dos?

– No lo sabía, pero me siento muy halagada. –Le contesté cogiéndole el culo que, en efecto, lo tenía como una piedra-.

– Chicas un momento de tranquilidad que la tarde es todavía muy larga. –Dijo Luisa y mirando a Carmen continuó-. ¿Por qué no sacas una botella de champán para llevárnosla al jacuzzi?

– Me parece perfecto, sacad las copas –contestó Carmen dirigiéndose a la cocina, no sin antes sobarme las tetas sobre el vestido-.

Cuando estaba sacando las copas Luisa se me pegó por detrás y mordiéndome la oreja me dijo:

– A Pedro y a mí nos sucede igual que a ellos. Hemos follado contigo docenas de veces.

– ¡Vaya y yo perdiéndome todas esas folladas! –Por Dios, que éxito tenía entre mis amigas y yo sin saberlo-.

Al momento volvió Carmen desnuda, con la botella de champán.

– ¿A qué estáis esperando para irnos al jacuzzi? –Dijo abriendo la botella-.

– A nada –contestó Luisa quitándose el vestido y quedándose completamente desnuda, la muy guarra iba sin ropa interior-.

– ¿Así vas tú normalmente? –Le preguntó Carmen a Luisa-.

– Normalmente no, pero hoy estaba tan caliente pensando en vosotras, que todo me daba calor.

Al final era yo la que se sentía extraña por estar todavía vestida. Luisa, sin que yo se lo pidiera, me bajó la cremallera del vestido y tiró de él hacia abajo, quedándome con el sujetador y el tanguita mínimo que llevaba. Después me soltó el sujetador y finalmente me bajó el tanga, pegándose luego a mi espalda y cogiéndome las tetas desde atrás. Carmen cogió la botella y las copas y nos empujó hacia su dormitorio. Yo creía que habrían puesto el jacuzzi en el baño de su dormitorio, pero no, lo habían puesto en medio del dormitorio a los pies de la cama.

– ¿Es aquí dónde me habéis follado últimamente? –Le pregunté a Carmen cogiendo una de las copas-.

– Aquí, en la cama, en el salón, en la ducha, en la cocina,…

– Bueno, pues hoy quiero que sea en el jacuzzi. –Le dije a Carmen besándola en la boca-.

Luisa abrió el agua para llenar el jacuzzi y luego se vino a abrazarnos a las dos, diciendo con guasa:

– Carmen, ¿dónde guardas esas tetas cuando te vistes, porque son el doble de grandes de lo que parecen?

– Me da mucha vergüenza que me las miren y utilizo sujetadores que me las aprietan. Pero hoy me apetece que me las veáis y que me las comáis. –Le contestó Carmen cogiéndose las tetas con las manos y sobándoselas-.

– Sabéis que estoy feliz estando así con vosotras. –Dije abrazando a las dos-.

– ¿Por qué no nos hacemos un selfie y se lo mandamos a nuestros maridos? –Propuso Luisa-. Van a coger un calentón, que nos van a estar esperando en casa con la polla fuera e Ignacio se va a hacer una paja esta noche como las que se haría con diez y ocho años.

Luisa fue a por los móviles, colocó el suyo sobre un mueble y le puso el temporizador para que saliéramos las tres abrazadas de cuerpo entero. Nos mandó la foto por whatsapp y cada una de nosotras se la reenvío a su marido.

Cuando el jacuzzi estuvo lo bastante lleno nos metimos las tres. Carmen se sentó en el borde y nosotras de rodillas cada una a un lado empezamos a comerle las tetas tan ricas y generosas que tenía y a sobarle el chocho. Los móviles empezaron a echar humo, pero nosotras estábamos muy ocupadas como para contestar.

Luisa me dijo que me sentara junto a Carmen, ella se puso en medio de las dos y fue comiéndonos el chocho y metiéndonos los dedos, mientras que Carmen y yo nos besábamos y nos sobábamos las tetas.

– Tú has comido muchos chochos, lo haces de maravilla. –Le dijo Carmen a Luisa-.

– Unos cuantos bastantes en mi vida, el último el de Ana.

Al rato Carmen se puso tensa, le entró un temblor en las piernas que producía más burbujas que el hidromasaje y empezó a soltar chorros por el coño, mientras gritaba que se corría y se apretaba las tetas con saña. ¡Qué barbaridad, lo que le pasó con Carlos en casa de Luisa no debía ser una excepción, sino que se corría normalmente a chorros! Después del espectáculo se dejó caer de espaldas en el suelo.

– Es una pena qué te hayas corrido tan pronto. –Le dije-.

– No te preocupes, yo me corro varias veces sin problemas.

– Qué suerte hija, ¿y lo de los chorros?

– Con tiempo te enseñaré a correrte las veces que quieras y a lanzar los chorros, a los hombres los pone como motos. -¡Vaya con la modosita Carmen!-

Luisa no perdía el tiempo y seguía comiéndome y metiendo y sacando los dedos de mí chocho. Noté que iba a correrme y le apreté la cabeza contra mí, para que chupara más fuerte.

– ¡Me corro, me corro, no pares! -Le grité. Carmen se incorporó y se puso a chuparme las tetas y a besarme. Tuve un orgasmo largo e intenso que me dejó extenuada-.

– Ahora te toca a ti. –Le dijo Carmen a Luisa-.

– Yo no puedo correrme si no tengo algo grande dentro del coño.

– Por eso no te preocupes –le contestó Carmen saliendo del jacuzzi y yendo hacia un armario del que sacó dos strapons descomunales-.

– Toma Antonia, póntelo. –Me dijo poniéndose ella el otro, que tenía una polla vibradora más pequeña para introducírsela en el chocho-.

La verdad es que aquellos aparatos me encantaban. La sensación de tener una polla colgando me producía un calentón inmediato. Cuando Carlos y yo jugábamos con los que teníamos en casa, no podía evitar tocarlo y sobarlo como si fuera mío e incluso llegaba a sentir a través de él.

Luisa no perdía de vista aquellos dos pollones, pero no creo que fuera por miedo, sabiendo lo que Pedro tenía entre las piernas. Cuando las dos nos los habíamos colocado, Carmen le dijo a Luisa:

– Ven a chuparnos las pollas.

Luisa no tardó ni dos segundos en ponerse en cuclillas entre las dos y comenzar a chuparlas y comérselas. Empecé a calentarme otra vez con la visión de Luisa engolosinada como si fueran de verdad.

– Ensalívalas bien, que te va a hacer falta. –Le dijo Carmen y al rato me dijo a mí-. Antonia túmbate boca arriba. -Me tumbé como me había dicho Carmen-. Luisa métetelo en el coño.

A Luisa, lógicamente no le costó ningún trabajo clavárselo entero y empezó a moverse arriba y abajo.

– Espera, que no hemos terminado. –Diciendo esto se puso detrás de Luisa y le enfiló el ojete hasta que se la metió hasta el fondo, empezando un sube y baja endemoniado. El vibrador debía estar al máximo porque incluso yo lo notaba-. ¿Quieres algo más dentro?

– No, no, no. ¡Ahhh no paréis que me corro! –Gritó Luisa-.

– ¡Yo también me corro! –Gritó Carmen a la misma vez y otra vez empezó a echar chorros-.

Nos metimos de nuevo en el jacuzzi para reponernos y tranquilizarnos. Al rato Luisa se levantó por los móviles, que no habían parado de sonar. El mío estaba lleno de selfies de Carlos empalmado y con la polla en la mano en nuestra cama. Luisa nos enseñó un video de Pedro haciéndose un pajote de cuidado y Carmen una foto de Ignacio en el hotel, también empalmado y con la polla en la mano. Nos partimos de la risa y nos intercambiamos las fotos de nuestras parejas.

Cuando volví a casa Carlos seguía en la cama empalmado como un chaval. Como tenía el chocho dolorido de los dedos de Luisa, le hice una buena mamada, pero estaba tan caliente que no tardó ni un minuto en correrse en mi cara.

– ¡Qué bien os lo pasáis! –Me dijo Carlos-.

– No te lo puedo negar, ha sido una tarde deliciosa.

El sábado estuve muy nerviosa todo el día. Carlos me preguntó cuál era el plan, pero me negué a contárselo, disfrutaría más si no sabía nada.

A las ocho de la tarde llegaron Ana y Juan. Ana traía un vestido blanco muy entallado, tanto que se notaba perfectamente que no llevaba sujetador y muy posiblemente tampoco bragas. Ana nos besó en la boca, yo preferí besar a Juan en las mejillas. Carlos nos preguntó que queríamos beber y luego se fue a la cocina a buscarlo, Ana se fue con él con la excusa de ayudarlo. Luego me contó Carlos la conversación que tuvieron:

– Esta noche te voy a dejar seco. –Le dijo Ana cogiéndole el paquete-. Te voy a follar como no te han follado nunca.

– Sí y no. No dudo que me vayas a dejar seco, pero dudo mucho que me folles como no lo han hecho nunca.

– Prepárate, porque vengo muy caliente. –Le dijo Ana sin soltarle el paquete en ningún momento-.

– Oye Ana una curiosidad, ¿qué papel juega Juan en todo esto?

– Juan es un mirón picha floja. Él me metió en esto de follar delante suya mientras él se toca para intentar correrse.

– ¿No pensabas que tenía una amante y por eso no te follaba?

– Una amante ese ficha floja, qué risa. Se lo dije a Antonia para darle pena, pero no es verdad. Vamos para el salón que Antonia se va a mosquear.

– Vamos, pero no creo que se mosquee. Sabe muy bien a lo que estamos.

La cena discurrió acelerada, Ana quería llegar a los postres lo antes posible. Cuando recogimos la mesa y volvimos al salón, Ana empezó con el cuento del calor y le pidió a Carlos que le bajara la cremallera del vestido, esta mujer no renovaba sus trucos, pero antes de que Carlos le bajara la cremallera, intervine yo:

– Un momento Ana, hoy vamos a hacerlo a nuestra manera.

– ¿Y cuál es vuestra manera?

– Con un poquito de bondage y algo de sado-maso.

Carlos me miró con cara extrañada, pero me dejó hacer.

– ¡Qué bien, que pervertidos! Tú mandas. –Dijo Ana-.

Cogí unas bridas que había dejado guardadas en un cajón y les dije a Ana y a Juan:

– Desnudaros que os voy a inmovilizar.

Ana volvió a darle la espalda a Carlos para que le bajara la cremallera. Como imaginaba no llevaba nada debajo del vestido. Desde que habíamos estado en su casa se había dejado una delgada línea de pelo en el monte de Venus, mientras mantenía depilados los labios del coño.

Juan seguía sentado sin hacer gestos de desnudarse.

– ¿A qué esperas Juan para desnudarte? –Le pregunté-.

– Prefiero seguir vestido –me contestó-.

– No Juan, o jugamos todos o rompemos la pelota –le dije-.

– Y tú, ¿por qué no te desnudas primero? –Me preguntó-.

– Porque hoy mando yo y las cosas se hacen como yo diga.

Ana miraba a Juan con cara de pocos amigos, se acercó a él y cerrando la mano con fuerza sobre su paquete, le gritó:

– ¡Desnúdate imbécil, que me vas a joder la noche!

Me sorprendió la reacción de Ana. Hasta ese momento creía que era Juan el que mandaba en la pareja y que era Ana la que se plegaba al vicio de Juan de verla follar con otros. Pero no, ahora veía claro que era al revés, era a Ana a quien le gustaba montárselo con otros y que Juan no interviniera, que sólo mirara y se tocara.

– Pero si no te gusta que me desnude, siempre me dices que te da asco verme, que tengo la polla demasiado pequeña, que te avergüenzas de mí.

Valiente bicho debía ser Ana, tenía a Juan acomplejado y hacía con él lo que le daba la gana.

– ¡No me contestes y desnúdate ya! –Le gritó Ana apretándole todavía más el paquete-.

Juan no lo dudó más y comenzó a desnudarse lentamente.

– Un momento –intervino Carlos-, si no estamos todos de acuerdo paramos aquí y tan amigos. -A que Carlos me iba a joder el plan con su buenismo-.

– No, no te preocupes por Juan. Él está de acuerdo, ¿verdad imbécil? –Dijo Ana, que no estaba dispuesta a quedarse sin follar-.

– Si, si, sin problemas. –Contestó Juan, demostrando que Ana lo tenía completamente dominado-.

Juan siguió desnudándose hasta quitarse toda la ropa. Desde el otro día se había depilado por completo y aun así, a lo que tenía en ese momento no se le podía llamar polla, sino pichita todo lo más. Pobre hombre, con el bicho de mujer que tenía, debía estar pasando un mal rato viéndose en ese estado.

– Siéntate aquí Juan –le ordené indicándole una silla con brazos-.

Una vez se hubo sentado, le trabé las muñecas a los brazos de la silla y las piernas a las patas. Luego le dije a Ana:

– Y tú ponte de rodillas en esta silla.

Lo hizo y también le trabé los pies a las patas de la silla y las muñecas al respaldo. Estaban cara a cara a unos dos metros de distancia. Ana estaba impresionante con el culo en pompa y las tetas por encima del respaldo de la silla. Le brillaba el chocho y la cara interior de los muslos, debía tener un calentón de cuidado, bueno como yo o como Carlos, que no hacía más que tocarse la polla que se notaba empalmada debajo del pantalón.

– ¿No os quedaréis vestidos? –Preguntó Ana-.

– No te preocupes que hoy te vas a hartar. –Le contesté. Luego le dije a Carlos:- Ve a abrir la puerta que tenemos visita.

Carlos me miró extrañado, pero fue a abrir la puerta mientras Ana y Juan se miraban con cara de no entender nada.

– ¿Cómo visita? –Pregunto Ana-.

– La visita de unos buenos amigos que quieren saludaros de nuevo.

En ese momento entraron en el salón Luisa, Carmen, Pedro e Ignacio.

– ¡Qué bonito espectáculo! –Dijo Luisa-. Qué culo tan gustoso para ser follado.

– ¿Pero qué coño está pasando aquí? –Gritó Ana-.

– Que no nos gustan los amigos aprovechados ni mentirosos. –Contestó Carmen, que ya tenía una cara de vicio de mucho cuidado-.

– Ana, nos has follado a todos con mentiras y cuentos, ahora te vamos a follar todos y tú Juan no pierdas detalle de lo que le va a ocurrir a Ana. –Les dije-. Carlos tráenos algo de beber, por favor, que tenemos mucha noche por delante.

Mientras Carlos volvía con las bebidas fui besando en la boca a todos los recién llegados.

– Que mala eres Antonia, te las has arreglado para que nos esperen así, desnuditos y atados. ¡Que lastima de amigos aprovechados! –Dijo Carmen-.

Como Pedro e Ignacio no sabían nada de lo que iba a pasar, sino que creían que venían a tomar una copa a casa y después lo que surgiera, no eran todavía capaces de articular palabra al encontrarse con aquella escena.

Volvió Carlos con las copas, y tras dejarlas en la mesa, se fue directamente a besar a Carmen en la boca, que le devolvió el beso con suaves gemidos.

– Pero bueno, ¿aquí folláis todos con todos? –Preguntó Ana-.

– Sí. Gracias a ti nos hemos enterado que todos somos liberales, pero que no lo sabíamos. –Le contesté-.

– Eso se merecerá un premio –dijo Ana-.

– ¿Por qué no nos enseñáis un poquito de lo que hicisteis el otro día? –Nos propuso Ignacio-.

Nos miramos las mujeres y todas hicimos un gesto afirmativo. Me apetecía mucho volver a besar y a sobar a Luisa y a Carmen. Carmen bajo la cremallera del vestido de Luisa, que de nuevo iba sin ropa interior, luego se volvió hacia mí e hizo lo mismo. Yo, naturalmente, tampoco llevaba ropa interior, por lo que ambas quedamos como Dios nos trajo al mundo. Por último entre Luisa y yo desnudamos a Carmen, volviendo a sorprendernos con el tamaño de sus tetas cuando le quitamos el sujetador.

Ana, Juan y el resto de los hombres no perdían detalle de lo que hacíamos. Nos dimos un abrazo y un beso entre las tres. Notaba las tetas de Carmen apretándome las mías y las manos de ambas sobre mi culo. A esas alturas estaba ya muy caliente, tanto que me resbalaba el flujo por los muslos. Carlos apoyó el culo en la mesa y se bajó los pantalones y los boxes para poder masturbarse a gusto mientras nos miraba. Nosotras seguimos a lo nuestro, pasando Luisa y yo a comerle las tetas a Carmen, mientras ella nos sobaba el culo.

– ¡Soltadme guarras y dejad que participe! –Gritó Ana, pero no le hicimos el menor caso-.

Pedro se había sentado en el respaldo del sofá y desnudo de cintura para abajo se sobaba su pollón que ya estaba completamente empalmado. Ignacio se había colocado detrás de Ana y le sobaba el ojete con los dedos llenos de saliva. De pronto Luisa dijo:

– Mirad, el picha floja se ha empalmado y bien empalmado.

– ¡Coño es verdad! –Dije yo-.

– Oye pues así tiene una polla la mar de apetecible. –Dijo Carmen acercándose a él y cogiéndosela-. ¿Qué te ha pasado hoy, te gusta lo que hacemos mis amigas y yo?

– Me gusta mucho, pero sobre todo me gusta ver a Ana ahí atada, dominada y sin poder moverse. –Contestó Juan-.

– ¿Pero vosotros que rollo raro os traéis? –Volvió a preguntarle Carmen-.

– Ahí dónde la veis, con ese cuerpo tan apetecible, tiene la mente podrida. Hace años empezó a querer dominarme, tonto de mí yo me dejé por no negarle nada. Ahora ha hecho de mí un esclavo. No me deja que me empalme, me obliga a llevar permanentemente un cinturón de castidad, que es mi mayor castigo. Cuando me acerco a ella para intentar hacer algo, me insulta y me pega y sólo me deja que me corra cuando ella está follando con otros, pero sin acercarme, ni siquiera me deja empalmarme del todo. Con el uso del cinturón de castidad, que es una especie de jaula que me aprieta los huevos y la polla, ha hecho como los japoneses con los pies de las niñas y ahora lo que tengo es un micropene, salvo que logre empalmarme del todo.

Ana había tratado de interrumpir a Juan varias veces, pero cada vez que lo intentaba, Ignacio, además de darle un sonoro cachete en el culo, le metía los dedos por el ojete, hasta que se callaba. La versión de Juan casaba bastante mejor con lo que todos habíamos visto, que las mentiras que nos había estado contando Ana.

– ¿Te apetece follártela así atada? –Le preguntó Carmen-.

– Es lo que más me apetece en el mundo. Sigo queriéndola y deseándola, pese a que sé que es un mal bicho.

Carmen nos miró al resto, que contestamos afirmativamente con la cabeza y le quitó las bridas a Juan. Se levantó como un resorte y fue a meterle la polla en la boca a Ana hasta el fondo sin miramientos. Le folló la boca hasta que se hartó y después se puso detrás de ella con el nabo como un palo y se la metió por el chocho bombeando como una fiera. Pedro ocupó el lugar de Juan en la boca de Ana, pero con la diferencia del tamaño de la polla entre ambos, a Ana le costaba respirar. Carmen e Ignacio me abrazaron e Ignacio me dijo al oído:

– Hoy vamos a cumplir una de las fantasías que más nos ponen a Carmen y a mí, follar contigo.

– Pues yo también voy cumplir uno de mis sueños húmedos más recurrentes: hacer un trío con vosotros.

Luisa y Carlos, que a esas alturas ya estaba desnudo y empalmado, se estaban morreando de lo lindo, observando por el rabillo del ojo la follada que Juan y Pedro le estaban dando a Ana. Al rato de bombeo de Juan dentro de Ana, esta sufrió una especie de espasmo por todo el cuerpo y se corrió a voces diciéndole a Juan que no parara, cosa que estaba claro que no iba a suceder.

Carmen y yo nos pusimos en cuclillas y comenzamos a darle una buena mamada a dúo a Ignacio que no paró ni un minuto de sobarnos y pellizcarnos las tetas. Ignacio tenía una polla más o menos como la de Carlos, pero tenía unos huevos como de gallina tamaño XL. Los llevaba depilados y le colgaban casi hasta medio muslo. Le dejé la polla a Carmen y me dediqué a comerle los huevos a Ignacio, que me lo agradecía gimiendo y pellizcándome los pezones.

Cuando pareció que Ana se había repuesto un poco del orgasmo que había tenido, Juan se la sacó del chocho y se la metió por el culo, que debía estar como un bebedero de patos, después del trabajo que antes le había estado haciendo Pedro. En los momentos que Pedro le sacaba la polla de la boca a Ana, esta le gritaba a Juan:

– ¡Fóllame más fuerte! ¡Azótame el culo, he sido muy mala contigo y merezco un buen castigo!

Ni así como estaba dejaba de dar instrucciones la jodida. Yo me levanté y me tumbe boca arriba en la mesa para que Ignacio, con mis piernas sobre sus hombros, me follara. Carmen, después de dirigir la polla de Ignacio hacía mi choc

Datos del Relato
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