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Me quedé trabajando solo hasta tarde en la oficina. Eran las nueve y media de la noche. Mi jefa se había ido hacía una hora y la última persona de limpieza que quedaba había dejado el piso hacía unos minutos. Tenía la empresa prácticamente para mí solo, con excepción del guardia de seguridad que estaba en la planta baja. Me cercioré de que ninguna cámara de seguridad me estuviese apuntado y entré a Xxx.com: estaba muy estresado, con la cabeza a punto de estallarme, necesitaba un momento de relax para mí.
Ni bien ingresé a la página porno en cuestión busqué “Private Society”. Son videos donde se trata de gente real e imperfecta teniendo sexo. Nada más cercano a mi situación. Elegí uno en donde una mujer voyerista de unos 45 años se sienta frente a una pareja teniendo sexo y empieza a masturbarse. La situación empieza a desmadrarse cuando la mujer siente que no le alcanza con masturbarse y se une a la pareja, bastante más jóvenes que ella, por lo que termina siendo un menage a trois que incluye a dos mujeres de distintas generaciones: 20 y 45 años respectivamente.
En ese momento yo no sabía el devenir del video, lo cual obviamente sumó a mi intriga sexual. A medida que se iba desarrollando el arco narrativo, también se iba desarrollando una buena carpa en mi pantalón. Decidí bajármelo junto al bóxer. La imagen era patética: un tipo de camisa y corbata, con los pantalones bajos en su oficina frente a una notebook. Fue más humillante cuando decidí empuñar mi miembro y empezar a masturbarme. La palabra soledad me quedaba chica. Poco a poco las meditaciones depresivas fueron escapando de mi mente y mi concentración estaba plena en el video: la mujer de 45 años en la pantalla lamía el tronco del hombre que penetraba a la joven de 20 años, también aprovechaba para chupar sus huevos y en el ir y venir del bombeo, le lamía el agujero del culo a la chica, que derramaba fluido espeso sobre la verga del penetrador. Lo lindo de la perspectiva del porno machista es que a las mujeres se las ve completas pero en general nunca se muestra la cara del hombre, con lo cual, uno puede proyectar su presencia allí.
Se acercaba el clímax del video y yo seguía a pura puñeta. Sentía la tensión en todo mi cuerpo, sobre todo en mi columna vertebral. Me mantenía rígido para estirar el momento lo más posible. Lo que veía me daba ganas de expulsar el lechazo de manera inminente. Cerré los ojos y traté de pensar en otra cosa pero los parlantes de mi notebook me hacían oir los gemidos de esa mujer de 45 años volviéndose loca por experimentar sensaciones en su cuerpo como cuando era joven. Deseé penetrarla yo también a esa mujer madura. Fantasee con que se trataba de una mujer muy maltratada por su marido, humillada verbalmente y poco cogida. Muy poco cogida con amor. En todo eso estaba pensando cuando escuché la voz de mi jefa:
–Galindez ¿Qué hacés acá todavía?
El tiempo se volvió elástico. Cada segundo pasó a durar un minuto. Atiné a girar la cabeza hacia la puerta y la ví a mi jefa parada, con los ojos abiertos de par en par, observándome meneando mi verga como si no hubiese un mañana. Yo estaba en el momento cúlmine del ordeñe: el punto de no retorno. Le dí un par de jaladas más a mi pene mientras ella contemplaba atónita el inevitable desenlace. Le estaba ofreciendo mi mejor verga: bien parada y rosada, con la cabeza roja a punto caramelo de irrigación sanguínea, los huevos bien inflados por debajo y una reciente depilación. Y la cereza del postre estaba en camino. Los torrentes de leche estaban a punto de ser lanzados al espacio exterior. Unos microsegundos los separaban del impacto final. El primer goterón saltó incluso antes de que me lo vea venir: fue directo al teclado de la notebook. La mano se me movía sola, por instinto supongo, no hay nada peor que una eyaculación a medio hacer. El segundo goterón fue grueso y caótico. No tuve chance de apuntarlo a ningún lado, de modo que fue a colorear de blanco la alfombra marrón. Mi jefa estaba pasmada en el marco de la puerta de mi oficina con una mano a mitad de camino de taparse la boca, observándolo todo. Como bonus, cuando yo pensaba que todo había terminado, saltó una tercera gotita traviesa más, que se perdió entre mis piernas pero no por eso dejó de ser llamativa. Varios restos de semen quedaron sobre el pulgar y el índice de mi mano derecha. De los parlantes seguían brotando los gemidos del video. Me quedé congelado empuñando mi verga. Sólo atiné a mirar a mi jefa esperando que de su boca brotaran frases como:
–Estás despedido, Galindez.
–De esto se va a enterar toda la empresa.
–Voy a llamar a la policía, degenerado.
–Esto es lo más asqueroso que ví en mi vida.
–A partir de mañana volvés a trabajar a finanzas, conmigo no más.
Hubo un silencio largo y hondo. Mi jefa se pasó la mano por el pelo. Estaba un tanto inquieta. Parecía que quería decirme algo pero no se animaba. Hasta que por fín, las palabras salieron de su boca:
–Cuánta leche, Galindez. Increíble… Nunca había visto salir tanta leche de una pija en vivo y en directo.
Con los testículos recién vaciados, lamentablemente en ese momento sus palabras no hicieron ningún efecto en mí. Cualquiera pensaría que ella querría coger conmigo. Yo en ese momento en lo único que pensaba era en que me tragara la tierra.
–No tengo palabras para disculparme –fue lo primero que me salió decir.
–Tranquilo, Galindez –dijo ella con tono cómplice–. Todos nos hacemos la paja de vez en cuando.
–No sé cómo mirarla a la cara de nuevo –insistí con mis disculpas–. Es todo tan bochornoso esto…
–Despreocupate, Galindez. No es la primera vez que veo una pija largando leche. De hecho te entiendo. Te tuviste que clavar acá solo laburando, cansado y estresado. Yo en tu lugar también me hubiese hecho una pajita para relajar. ¿O te pensás que las mujeres no nos pajeamos?
Me quedé pasmado frente a tal confesión. Sólo acaté con la cabeza y me subí el bóxer y los pantalones.
–Yo misma me he pajeado acá en el trabajo. No en la oficina, en el baño. Es humano… El que niega que se masturba es un extraterrestre –dijo mi jefa y se sonrió.
–Se me cae la cara de verguenza –insistí otra vez con las disculpas.
–Me voy, Galindez. Hace de cuenta que jamás vine. La que estuvo de más soy yo, que pasé de vuelta a buscar unos papeles. Mientras que el informe que te pedí esté para mañana, yo no soy quien para meterme en tu vida sexual.
No podía creer que mi jefa me estaba perdonando la vida. Una mujer tan recta, exigente y moralista de repente me estaba dando vía libre para hacerme la paja en la oficina. Para compensar el mal momento, agarré una servilleta que tenía sobre el escritorio y me puse a limpiar la mancha de lefa que había derramado en la alfombra marrón.
–Chau, Galindez. Nos vemos mañana –dijo y se fue caminando hacia el pasillo.
Me quedé cavilando acerca de lo que me confesó. Me costó un poco imaginarla de piernas abiertas sobre el inodoro, con ese pantalón de vestir tan formal arremangado por debajo de las rodillas, con la bombacha apenas por debajo de los muslos y con ese dedo índice que tantas veces me señaló un error, friccionar su clítoris, conteniendo los gemidos para que nadie escuche. Para que nadie se entere de esa masturbación tan solitaria como la mía, una buena paja de oficina. De sólo imaginar a mi jefa ajusticiándose en un triste cubículo de baño empresarial, la verga se me puso gomosa y finalmente enhiesta otra vez, dispuesta a ser vigorosamente masturbada, sin lugar a culpas. Después del momento tenso, necesitaba relajarme de nuevo. Sólo con la mente despejada se puede trabajar bien.
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