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Categoría: Incestos

Una noche secreta con mi sobrina

Hay casualidades que alegran la vida. La mía ocurrió cuando tenía 26 años. Estaba en la universidad y vivía en casa de mis padres. Mi hermano mayor llamó para decir que el vuelo de mi sobrina Julia de 18 años a otra ciudad lo habían cancelado, que la buscáramos al aeropuerto para que pasara la noche en nuestra casa. Minutos después de colgar el teléfono llegó otra noticia: un querido amigo de mis padres había fallecido y el velorio sería en un lugar relativamente distante. La idea de que mi primera noche a solas con una mujer sería con mi sobrina adolescente, no me pareció emocionante en ese momento.

Mi papá la trajo del aeropuerto y con la misma salió con mi madre al velorio. No lo había notado pero ella seguía pareciendo una chiquilla. Su cuerpo no mostraba totalmente su edad. Baja estatura, senos pequeños, un poco más delgada de lo que mostraban sus fotos en Instagram. Cosas de familia, yo tampoco aparentaba mis años y solo era un poco más alto que ella.

Tomé su equipaje y lo llevé a la habitación donde dormiría. La formación religiosa de mi familia me hacía un tanto retraído y tímido con las chicas, de hecho nunca había tenido novia. Al poner el equipaje en la cama un pensamiento saltó a mi mente: ¿qué olor tendrán sus panties? Ella estaba entretenida en la sala viendo tele, así que abrí discretamente el bolso y no me costó mucho encontrar varias de sus pantaletas. Las observé y olí. Tenía un poco de su perfume y por primera vez me acerqué al olor de una vagina. Me temblaban un poco las manos y no dejaba de voltear hacia la puerta. Las puse de nuevo en su sitio y salí a la sala a conversar.

Cuando llegué estaba dormida en el sofá. Su presencia estaba desatando de su prisión a los años de deseos reprimidos y ganas de experimentar. Recorrí con mis ojos su busto pequeño (la blusa dejaba ver el comienzo de un seno), seguí y me detuve a contemplar su ombligo y me embobé con el sube y baja de su respiración. Mi mirada pasó rápidamente por sus piernas que estaban cubiertas con un jean holgado y culminé mi inspección en sus pies. Dos piezas pequeñas de pan más o menos pálidos de dos corticos y delgados. Pensé que eso era lo más inofensivo que podía tocarle y tan profundo vi su sueño que me lancé a la aventura.

Acaricié lentamente su empeine y noté una suavidad que me excitó más. Olían a talco y no resistí pasar mi lengua por el dedo gordo. Ella dio un salto repentino. Asustada me preguntó que hacía y yo me paralicé. Tartamudeé un par de monosílabos y después le dije que nada que por favor me disculpara y que era una tontería.

Se sentó y me dijo ¿me estabas besando los pies? Volvía tartamudear y opté por la verdad.

—Sí, soy un loco, siento. Por favor no pienses mal de mí – dije pálido como la luna.

—Pues sí pareces un loco. Me asustaste – dijo sin exaltarse.

—Perdón

—Estás perdonado, pero la próxima vez que me quieras tocar, que sea cuando yo esté despierta.

Su respuesta me dejó un poco confundido. Pero no quise empeorar mi situación y le dije que si quería comer. Calenté la comida y cenamos. Conversamos sobre su colegio, mi universidad. Fluyó mejor de lo que yo esperaba.

Al terminar se levantó y se fue a dar un baño. El susto me había borrado temporalmente la calentura y los pensamientos de mi cabeza trataban de ordenar lo que había pasado. Me sentía culpable y un poco asqueado, pero de inmediato vino a mi recuerdo el sabor de su dedo y el olor de su panty y mi pene se paró como nunca. Ninguna chica que hubiera visto en internet me había provocado una erección así. Yo opté por ponerme mi ropa de casa: una franelilla y shorts.

Salió del baño directo a su cuarto y salió para comer luego de un largo rato. Esta vez tenía puesta su piyama. Se sentó a mi lado y recostó su cabeza en mis piernas.

—¿Estás bien? – me dijo

—Sí, ¿por qué?

—Estás temblando. Tranquilo, no pasa nada. Mi novio también me chupa los pies.

Imaginar la escena de otro adolescente chupando sus dedos me excitó más todavía. Así que me arriesgué y la arrimé un poco para que sintiera mi erección. Se quedó quieta mientras apoyaba mi miembro contra la parte baja de su cuello. Acaricié su cabello. Ella se durmió y mi erección había cedido un poco. Me dije: “es una locura lo que estás pensando”.

La desperté suavemente y le recomendé que se fuera al cuarto. Las luces de la casa estaban apagadas y me pidió que la acompañara. Ella caminó adelante y una vez en el cuarto, cuando quise prender el bombillo me abrazó. Puse mis brazos alrededor de aquella cintura delgada y sentí su piel. Levantó la cabeza y me miró a los ojos: “Olvídate por un momento que soy tu sobrina”. Escuché esas palabras con el pene. La abracé más fuerte y pude rozar su vulva. Oí su corazón latir fuerte cuando la llevé a la cama. La verdad no sabía qué hacer. En serio, miles de videos porno no me habían preparado para este momento.

Estaba temblando cuando le quité la blusa. No supe quitarle el sostén. Y ella lo apartó de su cuerpo mientras me sonreía y me pidió que se los besara. Se los besé tímidamente. Le pregunté si así lo hacía su novio y me dijo que él le ponía más pasión. Acepté la corrección y ya no pensaba. Le bajé el short y la pantaleta. Allí estaba frente a mí la primera vulva que veía en persona. Pensé en quitarme el short, pero no quería más comparaciones con el noviecito. Estaba perfectamente afeitada, sus labios carnosos, pequeña y con los primeros rastros de su excitación asomando su vagina. Pasé mi lengua por allí para recoger sus líquidos. Su pequeño gemido me excitó más y la siguiente pasada fue más intensa. Sus fluidos me estaban esperando y salieron a mi encuentro. Su respiración se aceleró más (pensé: noviecito 2, tío 1, voy por la remontada).

Me desvestí y miró mi pene como se mira uno más. Me lo agarró justo cuando buscaba penetrarla. Me preguntó si tenía condón. Era el fin de la fiesta. ¿Para qué tiene condones un chico sin novia, que no bebe ni sale de noche? Ella me besó y mi pene comenzó a rozarla. No intenté penetrarla. Había entendido el mensaje, así que cambié los labios de su boca por los de la vulva. Abrió más sus piernas y yo extendí mis lamidas hasta su culo. Le di vueltas a ese hoyito arrugado con mi lengua y ella gemía fuerte (se empató el partido, me dije).

Me pidió que me levantara. Cerró las piernas y mi erección seguía intacta. No quise abusar pidiendo una mamada y pensé que en un rato tendría una cita con mi mano en el baño. Mientras esos pensamientos pasaban por mi mente ella se puso de espaldas y abrió las piernas y me dijo: “por detrás”. Todo mi cuerpo escuchó y volví a temblar. ¿Estás segura le pregunté? ¿Así lo haces con tu novio? Se quedó callada un instante y me dijo que no: “él siempre tiene condones” (remontada histórica en este juego, fue la frase que vino a mí).

Le lamí el culo varias veces. Mezclé mi saliva con sus líquidos vaginales que no paraban de brotar y puse la cabeza de mi pene en el centro de aquel círculo virgen que esperaba mi entrada. “Poco a poco”, me dirigió Julia. Lo hice con sumo cuidado tratando de no correrme. Así está bien, dijo cuando entró algo más que la cabeza. Empecé a moverme. Sentía que iba a reventar en cualquier momento. Le apreté los senitos y empujé más fuerte. Ya no pensaba, toda mi concentración estaba en los centímetros de mi pene dentro de su culo. Ella jadeaba fuerte y se movía poco, yo comencé a moverme más y rápido y de pronto, escuché el sonido más dulce que había llegado a mis oídos en toda mi vida. Su cuerpo se sacudió al ritmo de aquellos gemidos orgásmicos y yo creí perder el sentido mientras me vaciaba adentro de ella. Saqué mi pene y me acosté a su lado. Me abrazó y nos quedamos dormidos.

Me desperté primero que ella en la mañana. Me masturbé con los recuerdos de la noche mientras me bañaba. Fui a despertarla y ya estaba lista. No me miró a la cara cuando dijo buenos días. El camino al aeropuerto fue un recital de monosílabos de parte y parte. Nos despedimos con un abrazo.

Cuando regresé a mi casa no podía con la culpa. Mi mente maquinó los peores escenarios. Le contará a mi hermano. Dirá que la violé. Esto es un pecado imperdonable. Todo eso pasaba por mi pensamiento amalgamado con los recuerdos de esa noche. Me acosté en mi cama y sentí algo en la almohada. Era una carta.

Querido tío

Lo de anoche fue un error. Lo sabemos los dos. Que se quede así, un error del que nadie sepa nunca. Cuentas con mi silencio para siempre. No estoy enamorada de ti. Pero tu cuerpo me gritaba anoche que todo era nuevo para ti y eso me excitó mucho. No soy una p…, pero tampoco la niña de papá que tu hermano piensa.

Chao.

Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 4
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