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Todo comenzó cuando tenía 19 años. Mi novio acababa de dejarme por otra. Mis dos mejores amigas me consolaron y para animarme me propusieron salir de fiesta, a emborracharnos y a zorrear. Yo, despechada, acepté sin pensarlo mucho. Me puse el vestidito con la minifalda más corta y el escote más amplio que encontré en mi armario, un tanguita negro muy sexy, unos zapatos de tacón y me maquillé y peiné lo mejor que pude.
No fuimos a la discoteca a la que solíamos ir, sino a otra más grande, con fama de haber siempre gente buscando tema. Bebimos unas copas y cuando empecé a sentirme borracha me arranqué a bailar. Un chico alto, musculoso y bastante atractivo se puso a bailar a mi alrededor, mirándome. Yo le guiñé un ojo y sonreí, como dándole permiso para acercarse más. Se puso detrás de mí, colocó sus manos en mis caderas y empezamos a movernos juntos. Estaba claro que, más que bailar, se estaba restregando contra mi culo. No tardé en notar su erección entre mis nalgas, y eso me puso caliente. Me di la vuelta para besarle y tocarle el culo. Él metió sus manos bajo mi falda, y mientras con una estrujaba una de mis nalgas, con la otra enredaba el hilo del tanga alrededor de su dedo.
Esto hacía que mi tanguita se moviera, y el roce de la tela con mi clítoris hizo que me mojara. Después yo me puse a acariciar y apretar su duro bulto, y él me metió un dedo en el chochete. Le dije que quería follar, así que me cogió de la mano y me llevó al baño de hombres. Yo quería entrar en uno de los retretes para tener intimidad, pero estaban todos ocupados.
Él me agarró del culo, me levantó, me sentó en el lavabo y se sacó su enorme polla. “Aquí no” le dije, pero él contestó que no había otro sitio. Los otros tíos que estaban meando en los urinarios no nos quitaban ojo y nos animaban para seguir adelante. Yo estaba bastante borracha, así que no pude resistir cuando él abrió mis piernas, apartó a un lado mi tanga y me la clavó. De pronto la vergüenza desapareció. Su polla era enorme y fantástica, pero no pasaron ni dos minutos antes de que se corriera en mi interior. “¿Ya?” le dije. Él simplemente se guardó el rabo, me dio las gracias y se fue corriendo, dejándome allí abierta de piernas y cachonda perdida. “¡Será cabrón!” exclamé. Uno de los meones que lo había visto todo se reía. Dijo que seguramente salió corriendo por la vergüenza de ser tan precoz y que yo necesitaba un hombre de verdad que supiera satisfacer a una mujer. Se acercó a mí y con solo masajearse un poco el pene se le puso duro. Yo aún no había cerrado las piernas, estaba cachonda e insatisfecha, así que dejé que este otro chico me la metiera.
Su polla no era tan grande, pero la movía mucho mejor, deprisa y despacio, a un lado y al otro. Me dio un orgasmo espectacular y aún duró un rato más. Mientras me follaba, oí a los otros chicos comentar lo que veían: “Que guarra” “Se acaba de follar a uno y ya está con otro” “Seguro que se folla a otro más después” “¡Me pido siguiente!”. De repente, sus embestidas se volvieron más rápidas y violentas, y mientras me mi vagina se estremecía otra vez pude sentir el chorrazo de semen golpeando las paredes de mi vagina. No salió de mí rápidamente, sino que siguió embistiendo cada vez más flojo hasta que su pene se arrugó. Yo estaba extasiada, completamente relajada y feliz, pero entonces todos los mirones aplaudieron y yo me quise morir de la vergüenza. En el momento en que me sacaba la polla de dentro, y antes de que pudiera levantarme e irme, otro tío vino y me la clavó. Intenté resistirme, ya estaba satisfecha y no quería follar más, pero estaba borracha y era débil, así que no le costó trabajo inmovilizarme y follarme. Tenía el coño sensible y no tardé en dejar de luchar. Estaba disfrutando a pesar de que este tercero no era tan bueno como el anterior. Mientras me follaba, sentía el semen de los dos anteriores salirse de mi chocho y recorrer muy despacio mis nalgas.
Eso me encendió más todavía, y más aún me encendí cuando me fijé en que los demás tíos se estaban masturbando mientras hacían cola. Cuando llegaba un nuevo chico a mear y preguntaba qué estaba pasando, los demás contestaban “Puta gratis, haz cola”. No recuerdo cuantas horas pasé allí, en el baño de hombres, ni sé cuántas veces me corrí ni cuántas veces se corrieron en mí ni cuántos hombres me follaron esa noche. Sólo sé que perdí el tanga, echaron a perder mi vestido a base de corridas, y volví a casa con un hilo de semen constantemente recorriéndome el muslo.
“Y por eso, hija mía, por eso no sé quién es tu padre”.
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