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En la empresa se requería de una persona para cubrir una vacante temporal, así que un buen día la gerente de recursos humanos llegó a mi oficina a presentarme a Diana, una chica joven con muy poca experiencia ya que apenas llevaba un año trabajando y éste era apenas su segundo empleo. La presentación ocurrió de lo más normal, sinceramente no le presté mucha atención a Diana ya que era solo estaría con nosotros de manera temporal.
Diana era una chica muy alegre, demasiado para mi gusto, no me extrañaba ya que a sus 22 años era normal que quisiera hacer amigos y llevarse bien. Con el pasar de los días me di cuenta que además de alegre era una chica inteligente, las pocas veces que tuve que explicarle alguna cosa era bastante receptiva y entendía a la primera.
Físicamente no llamaba mucho mi atención, era de mediana estatura, por su ropa holgada me parecía bastante delgada, era guapa pero sin llegar a ser un rostro bello, sus anteojos no le favorecían mucho. Pasados un par de meses, su puesto dejó de ser algo temporal y se convirtió en algo fijo, lo cual le dio cierta estabilidad y comenzó a adoptar actitudes de más confianza ya que ahora era formalmente parte del equipo.
Fue un día viernes, cuando la vestimenta de la oficina se relaja, que Diana fue vestida de forma diferente, su ropa casual de ese día le daba un toque sensual pero elegante, nada vulgar como suelen usar otras chicas de la oficina que suelen vestir casi como rameras.
Diana vestía con una playera polo de color rojo, unos jeans ajustados color azul claro que dejaban ver sus delicadas y elegantes formas, por primera vez pude apreciar que tenía un trasero bien formado, además calzaba unas zapatillas de plataforma rojas de 11 cm., que la hacían verse más alta, sus piernas lucían largas y exquisitas. Simplemente no podía sacarle los ojos de encima, los anteojos que antes me parecía le restaban belleza, ahora le daban un toque bastante coqueto, como de colegiala.
Pasaron los días y aunque Diana vestía alternadamente con ropa casual y ropa holgada, ya no podía verla como antes, esa joven realmente me encantaba. Nunca busqué la forma de acosarla o forzar estar con ella, siempre respeté su espacio y su trabajo, pero cuando por cuestiones naturales de nuestras obligaciones teníamos que estar juntos disfrutaba de su compañía.
No fue sino hasta un fin de mes, que tuvimos que ir a trabajar en sábado por que el trabajo se había acumulado, que todo dio un giro inesperado. Llegamos a trabajar en horario normal todos los del departamento y ya por la tarde uno a uno comenzaron a irse a su casa en cuanto habían concluido con sus pendientes. A eso de las 6:00 de la tarde solo quedábamos tres personas, el tesorero, Diana y yo. A las 7:00 de la noche que ya empezaba a oscurecer el tesorero me avisó que se iba y me preguntó si aún nos quedaríamos mucho tiempo, yo le respondí que dependía de Diana, en cuanto ella terminara nos iríamos a casa. Dicho esto me dejó un poco de dinero para comprar algo de cenar y para los taxis de regreso a casa.
Nos dieron las 8:00 de la noche y Diana nada que acababa, se sentía frustrada y apenada porque ya era tarde. Yo traté de animarla y le dije que era normal, que poco a poco iría mejorando, que era parte del proceso de adquirir experiencia. Para terminar de reconfortarla comenzamos a conversar, así que le dije:
—Descansa un poco, vamos a pedir la cena. ¿Qué se te antoja?
—Pizza, tengo antojos de pizza, aunque mejor no… voy a engordar.
—Que vanidosa eres niña, por un pedazo de pizza no vas a dejar de verte atractiva.
Entre apenada y coqueta Diana me contestó:
—¿Le parezco atractiva Licenciado?
—Tú sabes que lo eres, no te hagas. Pero no me digas licenciado, me siento viejo, somos compañeros, puedes tutearme.
—Ok. Alberto.
La pizza llegó y cenamos en mi oficina ya que la de ella estaba llena de papeles de trabajo, hablamos un poco de todo, de su familia y de la mía, de música, hasta que sonó su teléfono y se apartó un poco para contestar. Yo traté de no incomodarla en su charla, pero alcancé a escuchar que decía que llegaría tarde, que aún le faltaba mucho por hacer. Cuando colgó solo atiné en decir:
—Tu novio ya ha de estar preocupado.
—No tengo novio Licen… Alberto, era mi madre que preguntó cómo iba con el trabajo.
—No te creo que no tengas novio, insisto en que eres muy atractiva.
—Pues no, nadie se fija en mí.
—No te creo, quién podría verte y no querer algo contigo. Eres hermosa, divertida, inteligente… ¿que más se puede pedir?
—Ya Alberto, me pones nerviosa.
—Disculpa no era mi intención.
—No lo digo en mal plan, me gusta lo que me dices, y eso me pone nerviosa.
Tomé el cabello de Diana, lo hice a un lado y besé su mejilla, me acerqué a su oreja y pronuncié su nombre “Diana”. Eso le provocó un leve escalofrío, supe que ella se sentía igual que yo, así que besé sus labios.
Diana contestó tímidamente al beso, pero no hizo ningún intento por irse o impedirlo, así que le di otro, y otro más. La tomé de la mano y le dije “ven, vamos al sillón”. Nos sentamos y comenzamos a besarnos como un par de novios, poco a poco los besos subían de tono, sentía las manos de Diana acariciando mi pecho y mi espalda, yo la tenía de la cintura y acariciaba su costado evitando tocar sus pequeñas tetas y evitar que se apenara, quería estar completamente seguro de avanzar en el momento adecuado.
Me recosté un poco sobre el descansa brazo del sillón y Diana se acomodó un poco sobre de mí, fue entonces que decidí avanzar en mis caricias, de su cintura pasé a sus nalgas, las acariciaba, las apretaba un poco por encima de sus jeans. Tomé una mano de Diana, y la llevé poco a poco de mi pierna hasta mi verga, para que me sintiera aún por sobre el pantalón.
—Qué rica la tienes… (Balbuceó Diana).
—Así me la pones amor, ¿ahora me crees que estás muy rica? Me encantas niña.
—Y tú a mí, desde que vine a mi primer entrevista te vi y pensé, “ojala me den el empleo”.
Tomé a Diana por la cintura y la senté arriba de mí, y desabotoné su blusa, ella completó el trabajo y se la quitó arrojándola al piso, le quité su pequeño brasier y se liberaron su hermoso par de tetas, aún las recuerdo… sus pezones rosaditos, bien parados, pequeños pero bien formados y tibios. Comencé a chuparlos, a lamerlos, a frotarlos. Cuando chupaba ese hermoso par de tetas aprovechaba en acariciar su espalda para empujarla hacia mí y lamerla con pasión. Solo me detuve para decirle “ahora ven”, y ayudándole a incorporarse la invité a desabrochar mi pantalón, cosa que ella hizo gustosa.
Me desabrochó el cinturón y me desabrochó el pantalón, hizo mi bóxer a un lado y libero mi verga que estaba a reventar, la tomó con una mano después de dos jaloncitos se la metió en la boca. Diana no parecía ser muy experta mamando, lo cual en cierta forma me dio gusto porque sabía que no era una golfa que quién sabe cuántas veces se la hubieran cogido. El simple hecho de sentir su boca tibia, su lengua y su saliva eran suficientes para provocarme total placer, eso sin mencionar lo caliente que me ponía ver la carita de Diana entre mis piernas mamándomela.
Después de un rato sentía la necesidad de comerme esa concha, que sin duda estaría exquisita, así que interrumpí a Diana de su afanosa tarea y le dije, “ahora déjame darte placer mi vida”. Me saqué la ropa y ayudé a Diana a quitarle los jeans, ahí estaba yo, solo con los calcetines puestos, diana estaba en calcetas y con un cachetero.
Recordé que estábamos en el trabajo, así que fui a la puerta de mi oficina para cerrar con llave, aunque solo quedábamos nosotros dos, no podía arriesgarme a que alguno de los vigilantes diera su rondín nocturno y nos sorprendiera.
Regresé al sillón y Diana ya no traía el cachetero, solo sus calcetas azul pastel, la recosté en el sillón y me fui directo a comerme esa concha, estaba muy húmeda, no tenía mucho vello, cosa que me agradó bastante, y su sabor… un poco saladita, rosada, al apartar sus labios vaginales pude ver en plenitud una abertura pequeña y un clítoris esperando a ser acariciado. Al primer contacto con mi lengua Diana casi da un salto, y soltando una carcajada involuntaria dijo:
—jaja estoy muy sensible, estoy sintiendo mucho.
—apenas vamos a comenzar, relájate, confía en mí, no me voy a quitar hasta que tengas un orgasmo.
—Si si, eso quiero.
Volví a lengüetear, desde abajo de su rajita hasta arriba, besé la parte interna de sus muslos y me fui directo al clítoris, lo lamía de arriba a abajo, de izquierda a derecha, con movimientos circulares, empecé a dibujar el abecedario con mi lengua sobre su clitoris… A, B, C, D… cada pasada con la lengua era un jalón de cabellos de parte de Diana, era evidente que lo estaba disfrutando… E, F, G, H… “sí papi, si papi, que rico lo haces...” I,J,K,L,M… “ya ya ya, no aguanto ahh ahh ahh”... escuchar su vocecita jadeante me ponía más caliente… N, O, P, Q, R… y fue que sentí un leve calorcito y humedad en mi barbilla.
—Qué rico lo haces!… —comentó Diana.
—Es la idea amor, que lo disfrutes.
—¿Dónde aprendiste a hacer eso?
—Eso no se pregunta niña.
—Perdón.
—je je je, no te preocupes, pues soy mayor que tú, algo debo de saber hacer bien ¿no crees?
—Bastante bien diría yo.
—Ven, bésame, siente el sabor de tu vagina en mi boca.
Yo seguía con la erección casi intacta, ver disfrutar a Diana me había puesto muy caliente, así que la recosté completamente sobre el sillón, una de sus piernas quedó casi sobre el respaldo y la otra bajo el sillón, así que me puse de rodillas en el sillón, tomé la pierna que había quedado en el respaldo y la llevé a mi hombro derecho, su vagina quedó totalmente a mi disposición, así que lentamente se la fui metiendo.
El panorama no podía ser mejor, mientras bombeaba a Dianita en un rítmico mete y saca, podía ver su cara de placer, sus mejillas enrojecidas, y sus pequeñas tetas agitándose al ritmo de la penetración.
—¿Te gusta Diana?
—Si Alberto, mucho. Me estás cogiendo bien rico.
—Pues tú también lo haces muy bien, aprietas muy rico.
—Que vergota estoy sintiendo, me siento muy abierta.
Al oír esa última frase me puse aún más caliente, tomé la otra pierna colgante de Diana y la puse en mi hombro izquierdo, me dejé ir un poco más al frente y con ello su cadera se levantó dándome libertad de movimiento, así que empecé a penetrarla con todas mis fuerzas, el sonido del choque de las pieles era muy sensual, los gemidos de Diana se volvieron gritos de placer, yo quería taladrarla, metérsela hasta los huevos. Con dificultad Diana podía decir “Así, así, así”, no pude más, me salí de ella y me vine en el piso. Pocas veces había yo expulsado tal cantidad de leche.
Diana y yo quedamos ahí en el sillón, rendidos por la batalla. Un par de minutos después comenzamos a besarnos tiernamente acariciando nuestros cuerpos sudorosos. Diana estaba contenta, se le miraba en los ojos, y la verdad es que yo estaba igual, feliz de estar con esa hermosa chica. Diana sonriendo me dijo:
—Tan seriecito que se ve usted licenciado.
—Con una mujer como tu nadie puede contenerse. A pesar de que eres muy joven, eres muy mujer. Me encantas.
—¿Qué hora es?
—11:30, ¿ya te quieres ir?
—pero… ¿y el trabajo?
—El trabajo que se espere, ese nunca se acaba.
—Tienes razón, pero que bueno que se juntó el trabajo, así pudimos estar juntos.
—No quiero que tengas problemas en casa.
—¿Tú ya te tienes que ir?
—Lo que quiero es cogerte de nuevo, eso es lo que quiero.
—Me gusta cómo me lo haces.
—Ahora cógeme tú. Súbete en mí.
—¿Te la puedo volver a besar primero? La tienes muy rica.
—Haz lo que quieras, ahora tú mandas.
Dicho esto, Diana se colocó de rodillas en el piso, yo abrí mis piernas y le di total acceso a mis partes, ahora no solo podía darme una buena mamada, sino que podía acariciarme y lamer mis testículos. De nuevo se afanó en su tarea, yo la guiaba un poco tomándola de la cabeza y así indicaba que alternara entre mi verga y los huevos.
Diana se detuvo del oral y se puso de pie, yo aproveché y pase mi mano por su vagina y estaba muy húmeda, sin duda estaba lista para cabalgar. Se subió en mí y quiso ensartarse sola pero no pudo, su inexperiencia me encantaba, pasé la punta de mi verga recorriendo su entrepierna y cuando sentí su abertura me detuve y ella comenzó a sentarse. Sus movimientos eran suaves, quería sentirme y disfrutarme adentro, yo aprovechaba el poco movimiento para acariciar y lamer sus pechos, poco a poco el ritmo se incrementó y comenzó a rebotar en mis piernas, yo la tomé por su cadera y bajé un poco la intensidad, ella aceptó el ritmo y comenzó a sentir más, nos acompasamos de tal manera que ambos nos sentíamos desfallecer, entre lo apretado y el calor de su vagina, sus gemidos, su sudor, mis manos en su cadera y en sus nalgas, mi cara en sus pechos... no quería que eso terminara. Repentinamente, cuando sentía que Diana estaba disfrutando plenamente al igual que yo, se detuvo y mirándome a los ojos me dijo con dulzura:
—¿Me das por el culo?... por favor.
—¿Estás segura?
—Sí
—¿Ya lo has hecho por ahí?
—No, pero he visto pelis, es como mi fantasía.
—Ok. Vamos poco a poco para que no te duela.
Nos pusimos de pie y la llevé al escritorio…
—Voltéate y agáchate, apóyate en el escritorio con los antebrazos.
—¿Así, licenciado?
—Sí, ahora abre tus piernas.
Me agaché atrás de ella, abrí sus nalguitas y pasé mi lengua por toda su raya, en una segunda lamida me detuve en su ano, que también era rosadito, comencé a lengüetearlo, contrario a su concha, el sabor de su colita era dulce, sencillamente me encantaba su sabor, así que lo degusté lentamente, trataba de meterle mi lengua por el ano pero lo tenía muy apretadito, así que pasé mis dedos por su conchita húmeda y me lubriqué con sus propios jugos, acaricié lentamente y en círculos su ano con la punta de mi dedo pulgar, después lo metí un poco pero Diana apretó, a lo que solo pude decirle, “no aprietes, relájate”... me puse de pie y me deleité viendo a Diana empinadita con los antebrazos en el escritorio, se podía apreciar su espalda y su culito levantado. Escupí en su ano y metí el pulgar, lo moví en círculos por unos momentos, después lo cambié por el dedo índice, el cual entró con facilidad pero más profundo, de igual forma hice movimientos circulares dentro de ella, repetí la operación con el dedo medio y por último con el medio y el índice juntos.
—Ya estás lista amor! Te la voy a meter, no aprietes, deja que entre.
—Sí, Licenciado.
A estas alturas ya no me molestaba que me dijera licenciado, por el contrario, le imprimía un toque de morbosidad a la situación.
Pasé mi pene como si fuera a penetrarla por la vagina para empapar mi verga y me fui directamente a su ano, apunté a la entrada y empujé. Diana se resistió por instinto, pero se relajó y entró la cabeza, después poco a poco le metí el resto. Nos quedamos en esa posición unos instantes, poco a poco comencé a moverme, Diana comenzó a emitir un sonido entre gemido, gruñido y quejido, le pregunté si quería que me detuviera y me contestó que no. Proseguí con el lento mete y saca, poco a poco embestí con mayor velocidad, solo se escuchaban los gruñidos de Diana y el choque de mi pelvis en sus nalgas.
Después de un rato los gruñidos se volvieron gemidos y aunque el culito de Diana me estaba apretando riquísimo ya no había obstáculo para un movimiento fluido, así que levanté una pierna de Diana y prácticamente ella quedó recostada boca abajo en el escritorio, había papeles en el piso, todo era un desorden, pero no importaba, solo importaba cogerme rico a Dianita, dueña de mis masturbaciones en la regadera después que la ví vestida con jeans y tacones por primera vez.
Salí de Diana y me vine en su espalda, la dejé toda llena de leche, acaricié su espalda y el semen se perdió en su piel como si fuese una crema humectante.
—Qué rico coge Licenciado.
—Y tú que rica estás mamacita. Estas para cogerte todos los días, todo el día.
—Ya quiero que sea otra vez fin de mes.
—Recuerda que no hemos acabado, quizá el lunes tengamos que trabajar hasta tarde.
No podíamos dar crédito, ya casi iban a ser la 01:00 de la mañana, y nosotros ahí, desnudos, sudorosos, con ganas de seguir cogiendo.
Nos vestimos, pedimos dos taxis, el de Diana se fue primero, cuando yo salí en el mío, se acercó el vigilante en turno y sonriendo me comentó:
¿El trabajo estuvo duro no? Ahora sí tuvo que sudar la gota gorda.
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