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Era casi la una de la tarde cuando aparecieron por mi lado en la arena de la playa una mujer y una niña. Yo estaba sentado sobre mi toalla y ellas pasaron por delante de mí, recorrieron unos pasos más y la mujer le dijo a la niña que ahí estaría bien, que ese sería el sitio para ponerse. La playa estaba semivacía, tenían espacio más que suficiente, pero la señora optó por detenerse a escasos cinco metros delante de mí. La niña tendría unos nueve o diez años. Supuse que la mujer sería su madre, pero luego, cuando la chiquilla le dijo “abuela”, comprendí mi error de apreciación. Al verla llegar y mirarla de forma rápida le había calculado unos 40 años. Más tarde, después de oír a la niña, me fijé algo mejor y le eché unos 50 años, no más. La verdad es que la mujer estaba bastante bien conservada y eso fue lo que me indujo también al error de cálculo inicial. Además vestía de manera muy juvenil y coqueta: llevaba un blusón blanco semitransparente que dejaba ver debajo un bikini celeste. Lucía unas gafas de sol modernas, marrones y de cristales grandes cuadrados. Los labios los tenía pintados de un rojo carmín y el cabello rubio teñido lo llevaba sujeto por detrás en una especie de moño.
Seguí entonces a lo mío, a leer un libro en cuya lectura ando enfrascado estos días de relax. Cuando volví a alzar la mirada, la mujer ya se había despojado del blusón y se había quedado en bikini. Se veía que debía ser nuevo, pues el color celeste brillaba y tenía aún toda su fuerza. La parte de arriba llevaba como una especie de flecos en negro que caían ligeramente sobre los grandes y todavía firmes pechos de la mujer. Estaba muy bien dotada. La braguita del bikini llevaba unos lazos en la cintura que le daban un toque de sensualidad a la prenda.
La señora era alta, bastante agraciada de físico y con unos muslos macizos y de piel aún tersa. Su cuerpo mostraba además un perfecto bronceado uniforme y dorado. La mujer colocó la silla de playa que traía de espaldas al mar, mirando hacia mí, orientándola hacia donde estaba el sol. Puso a su lado una toalla infantil para su nieta y se dirigió junto a la niña hacia la orilla. Ambas se adentraron un poco en el agua y se dieron un baño.
Volví a meterme por unos minutos en la lectura de mi libro hasta que el calor me llevó a darme un chapuzón refrescante en el mar. Justo cuando yo iba a entrar en el agua, la mujer y su nieta comenzaron a salir y se encaminaron hacia donde habían situado sus pertenencias. Comprobé cómo se secaron un poco y cómo luego la abuela sacó de su bolso su móvil y se dirigió de nuevo hacia la orilla con la niña. Se detuvieron al entrar los pies en contacto con el mar y la mujer comenzó a hacerle fotos de recuerdo a su nieta. Después de tomarle varias imágenes, invirtieron los papeles y fue luego la niña quien le sacó varias fotos a su abuela. Todavía seguían en eso, cuando decidí salir del agua. Al llegar hasta mi toalla me quedé de pie un rato para dejar mi piel secarse al sol. La señora y su nieta no tardaron en regresar a su sitio, después de haber hecho todo tipo de posturas para salir bien en las fotos. Tras guardar el móvil en su bolso y sacar un bote de crema protectora, la abuela le dijo a la niña:
- Claudia, pon tu toalla un poco más hacia arriba, no vayas a mojar el bolso y las cosas. Colócala ahí y luego si quieres te timbas a tomar un poco el sol. Ahora me pongo junto a ti unos minutos.
La nieta la obedeció y situó la toalla todavía un poco más cerca de donde yo estaba, a escasos tres metros. La chiquilla se tumbó boca abajo y su abuela se aproximó en seguida después de secarse un poco con su propia toalla y de abrirla sobre el respaldo de la silla de playa.
Yo seguía de pie, mientras el agua aún chorreaba por mi cuerpo sobre la arena fina y seca. La mujer se situó también de pie junto a la niña, pero a su derecha, con lo cual estaba casi a mi lado. Escuché a ambas hablar sobre las buenas notas que había sacado la chiquilla en el colegio y sobre el magnífico verano que le esperaba. No pude evitar llevar mi mirada hacia el trasero de la señora y contemplar la empapada braguita del bikini enterrada parcialmente en la rajita del culo y dejando al aire parte de los redondos y rotundos glúteos. La mujer ni siquiera se había molestado en recolocarse la prenda después de salir del agua.
De repente oí cómo la abuela le comentó a su nieta:
- Claudia, ¿puedes desabrocharme el sujetador?
- Sí, abuela, ahora mismo.
Observé cómo la niña, tras varios intentos, logró soltarle el cierre trasero de la prenda. En un primer momento pensé que la mujer lo que pretendía era ajustárselo mejor, no creí que de verdad se lo fuese a quitar, pero erré: la niña se quedó con la prenda en la mano y se la entregó a su abuela. Inmediatamente la chiquilla volvió a tumbarse sobre su toalla. La mujer estaba a un metro de mí pero en posición de espaldas, por lo que aún no le podía ver sus pechos. Se giró ligeramente y logré observar de forma fugaz y desde un ángulo lateral la teta izquierda de la señora. No me dio tiempo a más, pues la mujer se encaminó hacia su silla para dejar allí el sujetador celeste. La seguí con la mirada y los segundos se me hacían eternos: deseaba que se volviese de una vez para poder admirar la desnudez de esos dos enormes senos. La espera mereció la pena, mucho más de lo que yo creía. La señora no se sentó en la silla, sino que se giró y volvió a dirigir sus pasos hacia donde estaba su nieta y donde me encontraba yo. En ese preciso instante le vi en todo su esplendor los pechos, perfectamente bronceados, señal de que siempre hacia topless y de que ya llevaba días tomando el sol en la playa. Lentamente se iba acercando hacia mi posición y era un auténtico espectáculo contemplar aquellas dos maravillas de tetas que permanecían firmes pesa al caminar de la mujer sobre la blanda arena. Intenté apartar la mirada por un instante para no ser muy descarado, pero me fue imposible. Estaba hipnotizado por lo que veía. Por un instante nuestras miradas se cruzaron y supe ya de sobra que la mujer se había dado cuenta de que me tenía embobado con sus encantos. Por fin llegó hasta donde estaba su nieta y se quedó de pie unos segundos junto a ella, aunque en esta ocasión frente a mí. Tenía un cierto temor a seguir mirando tan descarado a la mujer. Sentía miedo de que me hiciera cualquier comentario sobre que dejara de mirarla y me dejase en ridículo. Pero me dio la impresión de que ella continuaba como si nada, de forma natural, como si no le molestasen mis miradas. Además, al fin y al cabo había sido ella la que se había puesto cerca de mí y la que, incluso, había terminado por aproximarse aun más, se había quitado el sujetador justo a mi lado y permanecía con la braguita del bikini semienterrada en su culo y sin visos de estar por la labor de sacarla de dentro.´
Respiré hondo y me decidí a arriesgarme y a disfrutar todo lo que pudiese de la desnudez y sensualidad de esa madura. Clavé mi mirada en sus pezones. Jamás había visto unos así: no eran pequeñas bolitas redondas, no. Eran auténticos pedazos grandes de carne, de forma casi cuadrada, completamente tiesos y sobresaliendo con holgura de las marrones y oscuras aureolas. ¡Y los tenía casi delante de mí, apuntándome!
Mi polla ya llevaba unos instantes dura y creciendo cada vez más bajo mi bañador azul. Pero fue en ese momento cuando sentí que empezaba a palpitar, a empalmarse del todo. Para colmo hacía viento de cara, con lo que mi todavía mojado bañador se me ciñó entero al cuerpo, marcando a la perfección la silueta de mi pene erecto. Sinceramente no hice nada por separarlo y lo dejé estar. La mujer no tardó en lanzar una mirada hacia mi bulto, mientras reía y bromeaba en charla con su nieta.
Fue entonces cuando la madura abrió el bote de crema solar, se echó una generosa cantidad sobre la palma de su mano izquierda y empezó a aplicársela por sus hombros y brazos. Volvió a echarse más crema y bajó por el vientre y la cintura y llegó hasta sus muslos. Repitió una tercera vez la acción con la crema y se la aplicó en su rostro. Ese manoseo que se estaba dando por todo su cuerpo siguió incrementando mi excitación. Mi calor interno. Dejó para el final sus tetas. Me miró a la cara, dejó caer sobre su palma de la mano varios chorros de crema y comenzó a masajear sus tetas con ganas, apretando, como si en vez de estar poniéndose crema, estuviese intentando eliminar una mancha que hubiese sobre su piel, dándose una auténtica sobada. Observé cómo jugueteaba un poco con sus pezones entre los dedos, con disimulo, pero de forma evidente para mí, único testigo privilegiado.
Yo ya estaba totalmente ardiendo, fuera de mí, en ese punto en que necesito empezar a aliviar como sea la enorme dureza de mi miembro. La mujer le dijo a su nieta que se fuese a jugar un rato a la orilla, que ella la observaría desde su silla. La niña, obediente, cumplió la petición de su abuela, se levantó, y se dirigió a la orilla. Allí se sentó y empezó a jugar con el agua, con algunas conchas y con la arena.
En ese instante la madura se dirigió a su silla, la movió un poco y la colocó estratégicamente justo para que yo tuviera un ángulo recto de visión sobre su cuerpo. La mujer se puso sus gafas de sol y se sentó en la silla. Reclinó un poco la cabeza y aparentó tratar de descansar un rato. Me decidí a sentarme yo también sobre la toalla y en esta posición la perspectiva que tenía de la madura era inmejorable. Sus pechos brillantes por el efecto de la crema y de los rayos de sol quedaban justo a la altura de mis ojos. Mientras gozaba contemplando aquellas dos maravillas, la mujer movió sus brazos y colocó sus manos en la nuca. Sus pechos apuntaban ligeramente hacia el cielo y los oscuros pezones parecían querer ser los primeros en alcanzarlo.
Pese a los cristales de las gafas de sol, pude ver cómo la madura tenía los ojos abiertos y dirigía la mirada hacia mí. Ella sabía que la estaba observando, que era el centro de mi atención, que la estaba devorando con mi vista.
Se dispuso entonces a jugar conmigo, a provocarme: separó un poco las dos piernas y empezó a moverlas despacio, abriendo y cerrando alternativamente los muslos. Bajé la mirada y la orienté hacia la braguita de la madura, a su entrepierna. La cincuentona volvió a abrir algo más las piernas, sin dejar de moverlas ni un segundo. En ese momento aprecié que en esa postura se le marcaba con nitidez la rajita del coño sobre el fino tejido de la prenda. Con cada separación de muslos la raja parecía abrírsele más, marcando los labios vaginales que se intuían bastante gruesos.
La mujer llevó sus manos a los senos como si quisiera quitarse algunos restos de arena que hubiesen caído sobre ellos. Y lo hacía mientras me miraba. Comencé a sentir ese ardor en mis bolas y en mi polla típico de cuando estoy muy excitado, a la vez que no cesaban los movimientos de las extremidades inferiores de la mujer. Cada visión de esa rajita marcada sobre la braga celeste aumentaban mis ganas de tocarme.
La madura ya había dejado quieta sus manos y toqueteaba ahora la pantalla de su móvil. Entonces coloqué mi mano derecha en mi muslo del mismo lado y muy despacio empecé a acariciarme la piel desde la parte extrema hasta el interior de la pierna. Lentamente la fui subiendo, despertando de nuevo la atención de la mujer, que dejó el móvil y me observaba desde su posición. Disimuladamente coloqué la palma de la mano en mi entrepierna y la acaricié un par de veces con suavidad. La señora se incorporó sobre la silla y yo fui alternando mis miradas hacia sus tetas y hacia la braguita sin dejar de pasar mi mano sobre mi bulto.
Ya no aguanté más. Necesitaba liberar toda esa excitación acumulada, poder agitarme la polla a gusto hasta correrme. Detrás de mí, a unos cien metros, había una caseta de madera con aseos públicos. Allí podría dar rienda suelta a mis instintos sexuales. Miré una vez más a la mujer y me levanté. Comencé a encaminarme hacia los aseos y, después de dar unos pasos, giré la cabeza. La madura me estaba mirando fijamente, un tanto sorprendida tal vez por mi momentánea marcha del lugar. Continué caminando unos metros y, al volver de nuevo mi cabeza, vi cómo la señora se había acercado a una mujer mayor que estaba sentada cerca de la orilla y le estaba comentando algo mientras señalaba a su nieta. Por los gestos que hacía supuse que le estaba pidiendo que la vigilase mientras ella se ausentaba.
Proseguí mi marcha y llegué a las tablas de madera sobre la arena que conducen hasta los aseos. Justo antes de entrar en los de caballeros miré hacia atrás y me quedé sorprendido: la madura se encaminaba también hacia los servicios. El corazón se me aceleró al contemplar cómo nse aproximaba paso a paso. Sin pensarlo más accedí al aseo. En la playa había muy poca gente y en los alrededores de los servicios no había absolutamente nadie. No existía riesgo de ser sorprendido por lo que ni siquiera me metí en uno de los dos aseos provistos de puerta y retrete. Me quedé en la zona del lavabo y de los urinarios. Tenía ganas de orinar, así que antes de comenzar a masturbarme me coloqué ante uno de esos urinarios, el primero según se entraba, me bajó un poco el bañador, saqué mi miembro y empecé a orinar. En plena micción comencé a escuchar pasos sobre las tablas de madera exteriores. Tenía que ser la madura que me había seguido y que ya había alcanzado la caseta. ¿Vendría simplemente a los aseos de señora o buscaría algo más? Mi duda se despejó de inmediato, cuando la mujer apareció por la puerta de los servicios masculinos. De la impresión se me cortó de golpe hasta el chorro de orín y me subí el bañador de forma instintiva.
Durante unos segundos se hizo el silencio. Ella me miraba fijamente, sólo cubierta por la braga celeste, desnuda por arriba y descalza. Se me acercó y me dijo:
- Creo que los dos deseamos lo mismo.
Dio un último paso más y se pegó tanto a mí que los dedos de nuestros pies entraron en contacto. Los pezones saltones de la cincuentona casi rozaban mi pecho y lo siguiente que sentí fue la mano de la madura en mi paquete, sobre el bañador. Comenzó a masajearlo con lentitud y yo no opuse ninguna resistencia. Las grandes y orondas tetas de la madura tocaron por primera vez mi piel y me estremecí. Era una delicia recibir las caricias en mi entrepierna y la fricción de sus senos en mi torso. Cuando notó que mi polla estaba ya bastante dura, la madura se puso en cuclillas y comenzó a deslizarme la prenda de baño hacia abajo. Mi verga venosa salió como un resorte y quedó al descubierto, a la vista de la mujer y rozando su rostro. Terminó de sacarme el bañador por los pies hasta que quedó en el suelo y acto seguido le dio un beso a mi polla con sus labios rojos. Fue besándola desde la punta hasta la base, luego la sujetó con la mano pegándola a mi vientre y se puso a lamer con la lengua mis testículos afeitados. Los chupó sin cesar y comenzó a la vez a agitarme lentamente mi miembro venoso. Cuando ya quedó saciada de mis bolas, subió con la boca e inició una mamada a mi polla. Una y otra vez la engullía, la dejaba salir, volvía a metérsela hasta dentro, retiraba sus labios desde la base hasta el glande y, sin dejar que este asomara, volvía a deslizar los labios sobre toda la superficie de mi pene, apretando cada vez más y cubriéndomelo de saliva. Llevó sus manos hasta la parte baja de mi espalda y entró en contacto con mis nalgas. Cada apretón de la boca sobre mi polla venía acompañado de un pellizco en cada glúteo debido al afán con el que se estaba empleando la madura.
Detuvo la felación y con la lengua empezó a hacer círculos sobre mi glande rozando el agujerito central antes de succionarlo varias veces. Yo ardía de placer y sólo deseaba poder manosearle a gusto aquellos senos a la cincuentona, cuya postura en ese instante me lo ponía complicado. Sin embargo, pareció leerme el pensamiento y dejó salir mi gruesa polla de la boca antes de ponerse de pie. Al hacerlo, me percaté de que la braguita celeste la tenía manchada por la entrepierna.
- ¡Joder, qué bien mamas! Y a ti también te ha debido de gustar. ¡Fíjate, has mojado tus bragas!- exclamé, mientras que con mis manos iniciaba por fin el tan ansiado manosea de las irresistibles tetas.
- Ummm…Eso es. ¡Vamos, tócamelas! ¿Te gustan, vedad? No les quitabas ojo antes. ¿Sabes? Me gusta provocar así a tíos más jóvenes que yo. Disfruto viendo sus caras de sorpresa, su nerviosismo, su deseo hacia mi cuerpo. Me excita saberme aún anhelada por hombres jóvenes, pensar que sus miembros viriles se levantan y se ponen duros por mí, que se calientan conmigo…- confesó la mujer a la vez que comenzaba a morderse el labio inferior en señal de placer ante mi masaje a sus senos.
- ¡Ni te imaginas lo caliente que me tienes ni cómo me empalmé antes y lo he vuelto a hacer ahora. No sé quién puede haber tan imbécil como para no desearte- le señalé.
- ¡Ahhhh….Síííí…Sigue…Ummmmmm. Eso es, en los pezones! El necio de mi marido, por ejemplo. Ya casi ni me toca. Entre su horario laboral, sus reuniones de amigos y sus partidos de padel me tiene prácticamente olvidada. Y yo….Ummmmm…..Yo estoy muy necesitada de unas manos que me hagan vibrar, que jueguen con mi cuerpo, que lo acaricien, que me hagan sentir mujer. Estoy necesitada de una polla que me estremezca, que me penetre, que me folle duro y me sacie- me dijo.
Dejé de hablarle por unos instantes a la madura porque tenía mi boca ocupada chupándole loas pezones y mordisqueándoselos. La mujer había cerrado los ojos y respiraba agitadamente.
- ¡Ohhh…Síííííííííííí…Ahhhgggh..! ¡Espera, espera…! ¡Vamos ahí dentro! Estaremos más tranquilos y seguros por si viene algún invitado inesperado- me puntualizó señalando hacia uno de los habitáculos con retrete y puerta.
Cuando se giró, observé cómo tenía la braguita todavía más incrustada en el culo que antes, seguro que por la postura en cuclillas para la felación. Ahora el tejido de la prenda estaba mucho más enterrado en el trasero, de forma que parecía más un tanga que una braga. Recogí mi bañador del suelo y entré en el pequeño habitáculo con la mujer. Cerramos la puerta y, aunque el espacio era reducido, cabíamos bien los dos.
La madura había quedado de espaldas a mí, justo delante del retrete.
No aguanté más y le grité:
- ¡Quítate las bragas de una vez! ¡Deseo follarte entera!
- El honor de desnudarme por completo te lo cedo a ti. ¡Quítamelas tú!
En lugar de bajárselas de golpe, deshice primero el lazo derecho. La prenda quedó semiabierta. A continuación le desaté el izquierdo y fui tirando despacio del tejido que tenía metido en la raja del culo. Al fin la braguita cayó al suelo junto a mis pies y pude contemplar en su totalidad el sinuoso trasero desnudo de la madura. Coloqué mis dos manos sobre él y empecé a acariciarlo. Aquellos dos duros glúteos fueron objeto de un intenso masaje por mi parte durante unos instantes. Acerqué luego mi polla y comencé a restregarla por ambas nalgas. Era delicioso sentir en mi miembro empalmado el roce con los glúteos. El glande rojizo salió del prepucio y rodaba húmedo y pringoso por la piel de la mujer, dejando pequeños hilitos de humedad sobre el culo.
-¡Gírate, quiero verte el coño!- le pedí.
Ella se dio la vuelta y me ofreció su sexo totalmente depilado y brillante por el flujo. Se lo toqué con mi mano derecha., pasando sobre él repetidas veces la palma. La madura suspiró en cuanto notó el primer contacto y me dejó en la mano restos de su excitación. Seguí frotando aquellos gruesos labios , aquella rajita tan atrayente y goteante. Le introduje uno de mis dedos y la mujer gimió conforme se perdía en el interior de su vagina. Moví el dedo en repetidas ocasiones hacia dentro y hacia fuera antes de volverlo a sacar. Me lo llevé entonces a la boca para saborear todo lo que ese coño había dejado sobre él.
Repetí la acción de la penetración, pero en esta ocasión, cuando lo saqué, se lo di a probar a la señora. Me lo chupó con ganas y, al sacárselo de su boca, me ordenó:
- ¡Fóllame de una vez, lo necesito!
Hice que se volviese y que se colocara de espaldas a mí. Le pedí que se pusiera “a cuatro patas”, ella me obedeció sin rechistar, inclinó su cuerpo y me dejó a mi disposición todo su coño, visto desde atrás. Se lo rocé por fuera con la punta de mi miembro que hizo un par de círculos sobre aquel sexo. Coloqué mis manos en las nalgas de la mujer, impulsé con mi culo hacia delante y le metí mi polla poco a poco en medio de los suspiros de la mujer. Le clavé la polla hasta dentro y giré mis caderas sin sacar ni un centímetro mi pene. Empecé a bombear con un ritmo pausado. Notaba el sexo de la cincuentona húmedo y ardiendo a la vez.
- ¡Más; dame más, quiero más!- gritó ella.
Aceleré un poco la penetración dando mayor ritmo y fuerza a mis movimientos.
-¡Así, eso es, sigue!- exclamó
Mis bolas se bamboleaban al compás de mis impulsos y mi polla perforaba aquella raja sin miramiento alguno. Saqué de golpe el pene y, sin avisar, le separé los glúteos a la mujer para acto seguido introducirle mi verga en su ano.
-¡Ahhhh…No…Nooooo….!- gritó desesperada.
Pero yo no le hice caso y comencé a darle nalgadas con la palma de mis manos. Sin pausa golpeaba alternativamente cada glúteo haciendo cada vez más ruido, mientras que mi polla no cesaba en su continuo vaivén.
-¡Joderrrrr…..Para….Arrrggggghhhh!- pronunció la cincuentona casi suplicándome.
-¡Toma, tomaaaa, tomaaaaaaa! ¿No querías polla? ¿No estabas necesitada de una? Ahora no pienso parar, ¿me entiendes? Te voy a follar entera para que te quedes bien satisfecha- le repliqué, apretando todavía más en mis embestidas.
-¡ Cabrón…..! ¿Qué me estás haciendo?….¡Ahhhhhhh!
-¡Darte por el culo! ¿No te gusta? ¡Así….Fuerte, fuerteeeeeee!- le contesté sin dejar de golpear sus nalgas que se iban enrojeciendo.
-¡Ayyyy….Dios……Por favor!- exclamó la señora.
Pero no tuve piedad y continué taladrándole el ano hasta que empecé a notar que se acercaba el momento de mi eyaculación.
-¡Ufffff….Arrggggggg…Vas a hacer que….!- pronunció ella a duras penas.
- ¿Qué voy a hacer? ¡Dímelo! ¡Quiero oírlo de esa boca!
- Vas a hacer….Ummmm….Que……Ahhhhh……Que me corraaa!- respondió.
Ahí fue cuando opté por sacarle bruscamente mi hinchado miembro y se lo volví a clavar en el coño. Empecé de nuevo a penetrarlo, pero ya a un ritmo frenético. La cincuentona tenía el coño empapado, chorreante, sentía hasta sus propias palpitaciones. Embestí duro al menos una decena de veces más, agarrándole desde atrás las tetas y mientras le observaba las inmensas marcas rojas que mis manos habían dejado en los glúteos.
-¡Eleva un poco la pierna y pon un pie en la pared!- le pedí.
Ella así lo hizo y apoyó su pie izquierdo en la pared. Penetré su sexo totalmente abierto con vehemencia en varias ocasiones más hasta que gritó:
-Ahhhh…Yaaaaa….Yaaaaaaaa… Me corrooooo….., Me corrooooooo!
Todavía tuve fuerzas para seguir metiéndole la verga. Los flujos de la corrida de la mujer se deslizaban por mis bolas y muslos. Los goterones cayeron igualmente al suelo, manchando la braguita de la señora. Y yo ya no resistí más: tras dos secas embestidas, regué con varios chorrazos de esperma caliente el coño de la cincuentona, que volvió a gemir en cuanto notó cómo el líquido blancuzco inundaba el interior de su cuerpo.
Dejé mi verga dentro hasta que terminé de eyacular. Luego limpié los últimos restos de semen sobre las nalgas irritadas de la mujer que, como pudo, fue recuperando el aliento y su posición normal y natural.
Los dos estábamos bañados en sudor, pues el calor en ese pequeño habitáculo se había hecho insoportable. Tras reponerse un poco, la cincuentona me miró, levantó la taza del retrete y se sentó:
-¿Vas a venir por aquí mañana también?- quiso saber a la vez que su meada resonaba al chocar con el agua estancada del retrete.
- Sí, voy a estar por aquí. Me quedaré en el pueblo unos días, así que me verás por la playa- le respondí.
- Ponte en esta misma zona, que yo te buscaré. Ya sabes que preciso una buena polla todos los días- me comentó mientras pulsaba el botón de la cisterna, se levantaba y recogía del suelo su manchada y sucia braguita celeste.
Una vez que se la puso, se despidió de mí obsequiando a mi verga con una última caricia antes de salir por la puerta de los aseos.
Ahora, ya de noche, mientras termino de escribir lo que me sucedió durante el día, lo único que deseo es que el reloj vuele y que avancen las horas lo más rápido posible para regresar por la mañana a la playa a follarme a la madura.
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