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Hacía tanto tiempo que no me comía una verga extramatrimonial que me puse en campaña a buscar algo. Varios lectores de mis relatos me escribieron, unos para decirme que se calentaron con ellos, muchos para ofrecerse como voluntarios para darme material para futuros relatos.
De todos estos últimos me llamó la atención un chico de 19 años llamado Chelo, al principio por lo subido de tono de sus mails, en los que me prometía, desde llenarme cada agujero disponible de mi cuerpo con su leche, hasta convertirme en su puta.
Mail va, mail viene, me contó que vive en Mataderos, en la llamada "Ciudad Oculta", barrio bravo de la ciudad de Buenos Aires, si los hay!. También me dijo que trabaja como despachante en una estación de servicio por la mañana, pero la principal fuente de ingresos de él, su hermano y sus amigotes, es el robo de autos por la noche. A medida que me iba contando todo esto, yo sospeché que me mentía, pero me lo callé.
La primera foto suya que me envió, Chelo estaba en un cuarto de una casa bastante humilde, él estaba semidesnudo, sólo tenía puesto un slip negro… se lo veía muy delgado, morocho, de negros, largos y lacios cabellos, que le caían hasta el pecho lampiño; sonreía con una boca a la que le faltaba un canino, un cigarrillo en un costado y una botella de cerveza en su mano: en fin, era todo lo que yo no desearía en un novio para mi hija!.
De todas maneras, seguí en contacto con él, pues éramos tan diferentes, que su personalidad me atraía y me daba curiosidad. Además me causaba un poco de gracia la manera hosca y soez con que, en cada mail lleno de faltas de ortografía, me quería seducir.
Me envió otras fotos, o bien mostrándome su verga o dejándola que se notara, dura, por debajo de su slip. Yo me preguntaba por qué le seguía dando bola a este pendejo que no tenía nada en común, no sólo conmigo, sino con el ambiente en que normalmente mi familia y yo nos movemos; lo que si notaba yo, era que me excitaban sus mails.
Creo que la foto que me convenció de aceptar una cita con Chelo, fue una que me movió: él estaba de espalda a la cámara, de pié, semidesnudo, cogiéndose a una chica, a la que tenía en cuatro patas delante de él; lo que llamó mi atención fueron sus perfectas y oscuras nalgas; dos globos achocolatados, con una raya casi negra en el medio, casi tan negra como mis pensamientos en esos momentos!!!… vino a mí el deseo de tocarlas, de sentirlas y apretarlas, palparlas para comprobar si eran, en realidad, tan duras como parecían.
Además me veía a mí misma como en la película Titanic: la niña bien seducida por el chico otro nivel social; pero eso era parte de la fantasía.
Acepté encontrarme con Chelo, pero sólo tenía libre un sábado por la tarde: mi marido se había ido a pescar y mi hija estaba en un cumpleaños. Arreglamos encontrarnos a la tardecita en un bar cerca de su barrio; lamentablemente, este primer encuentro sería corto, ya que disponía nada más de 3 horas antes de tener que ir a buscar a mi hija.
Como la zona de Ciudad Oculta no es de las más recomendadas para pasear muy bien vestida, me puse un jeans viejo, una remera azul de mi marido y zapatillas; el cabello me lo recogí en un rodete detrás de la nuca; dejé en casa mis anillos y pulseras y cambié mi reloj por uno barato.
Me tomé un taxi, y 45 minutos más tarde, me encontraba dando vueltas en las cercanías del club de fútbol Nueva Chicago, hasta que finalmente vi a Chelo, sentado en una esquina con algunos amigos y tomando cerveza.
El taxista me dejó allí, aunque seguramente pensando que estaba loca.
Chelo me vió, se separó de sus amigos y se acercó a mí; nos saludamos y cuando me dio un beso en la mejilla, sentí la punta de su húmeda lengua que me rozaba. Me presentó a sus tres amigos, cuyos sobrenombres parecían alias sacados de un prontuario policial; de mi se refirió como su nueva "minita", lo que causó algunas risitas entre los amigotes. Chelo le quitó la botella de cerveza de las manos de uno de los amigos y me convidó. Empiné el codo y bebí un trago de ese líquido ya tibio, un sorbo corto, como para cumplir.
Esa tarde paseamos por ese barrio, donde evidentemente Chelo es bien conocido porque cuando nos cruzabamos con alguien era saludado.
"Vamos a mi casa", me dijo al rato.
"No puedo ahora…no tengo tiempo..pero podemos arreglar para otro día…te parece?".
Chelo puso cara de enojo: "… si ya sé que me dijiste que no tenías mucho tiempo… ¿cuándo venís de nuevo?… me dejás caliente".
No pude evitar reirme ante sus dichos; le dije que podía ser el viernes por la tarde o el sábado, pues mi marido volvería a irse de pesca.
Quedamos en encontrarnos el viernes a la noche, iríamos, primero, al cumpleaños de uno de sus amigos y luego a su casa.
Estábamos en un zaguán sombreado de una vieja casa abandonada, Chelo me llevó dentro y me apretó contra la pared.
"No te vas a ir así nomás… y me vas a dejar con la calentura encima…", me susurró al oído, con aliento a cerveza barata, "…te dije que te voy a hacer puta…y si veniste es porque te gusta…".
Supongo que debería haberme asustado un poco, pero lo curioso es que recuerdo haber pensado que Chelo era tan bruto que hablaba hasta con falta de ortografía!… (un mal chiste de mi parte).
De todas maneras, no me sorprendía nada, ya antes de ir pensé que podía escapárseme la situación de las manos, aunque hasta ese momento nada raro había sucedido.
Al fondo del zaguán había una puerta de madera; Chelo me llevó hasta allá, le pegó una patada y la abrió.
"Dale….entrá, boluda, antes que nos vea alguien…". Me empujó a la oscuridad de un cuarto sucio y maloliente; me tropecé con algo que noté que era un cajón de manzanas vacío tirado al lado de un colchón. La oscuridad del lugar sólo era atenuada por débiles rayos de luz de la tarde que se filtraban por una ventana en mal estado.
"Acostate acá…dale… " me ordenó, señalando el colchón, "…no tengas asco… no sos la primera que se tira acá… ni la última…".
En vez de hacerle caso, me acerqué a él, le abrí el cinto del jeans, pasé mis manos por debajo de su remera y recorriendo sus costillas hacia arriba, se la quité.
Chelo hizo lo mismo conmigo; luego me bajó mis jeans quedé delante de él con mi ropa interior, con el jean en mis pies. Quiso desprender el gancho mi corpiño de encaje blanco, que lo cierra por la espalda, pero no pudo; yo quise ayudarlo, pero de una manera brusca me dijo que me quedara quieta.
Chelo buscó algo en el bolsillo trasero de su jeans, lo saca y pone algo oscuro delante de mi cara; aprieta un botón y con un chasquido aparece un hoja de un cuchillo, que me sobresaltó.
"¿Tenés miedo?… ¿que pensás… que no podés correr con los pantalones bajos?…".
Yo me asusté, le pedí que no me hiciera nada malo… que no me lastimara.
"No te voy a lastimar, perrita…".
Metió la hoja del cuchillo entre mis tetas, con el filo hacia él… con dos movimientos cortó el corpiño… luego puso la mano libre entre mis piernas, tocando mi vagina, empujó la tela hacia abajo y allí, entre la tela y los labios vaginales, puso la navaja y comenzó a cortar la bombacha, pero ahí no fue tan fácil porque está la toallita; de todas maneras, el frotamiento del lomo de la hoja y del cabo de la navaja contra mi vagina, hizo que me olvidara del miedo y me abandonara al placer que me venía.
"Bajate los pantalones…", le pedí ahora yo a Chelo, excitadísima me acosté en el colchón, "…apurate que no tengo mucho tiempo…".
Chelo se tiró encima de mí, y sin mucho preámbulos, me penetró de un golpe y sin preocuparse por mi placer, acabó en unas pocas bombeadas.
Yo me quedé caliente y con ganas de más…, pero tenía que volverme a mi casa, así que, luego de arreglar que nos volveríamos a encontrar, me volví a casa, más insatisfecha que nunca.
Después que conocí personalmente a Chelo y me cogió preocupándose mucho por su placer y nada por el mío, me pregunté varias veces si debía volver a verlo.
Por una lado quería encontrarme con él para tomarme revancha y tenerlo entre mis piernas hasta que me hiciera gozar; por otro lado, el ambiente donde él y su entorno se mueven es tan diferente del mío que me daba un poco de temor que la situación se me escape de las manos y deje tener el control de la misma.
Finalmente, la excitación venció a la cordura y me puse en campaña para arreglar un nuevo encuentro con Chelo. Mi intención era hacerlo un sábado que mi marido se fuera a pescar, pero el cornudo no lo hizo. A propósito, a mi marido le gusta que yo le diga que él es un toro en la cama, lo que no se imagina es que se lo digo por los cuernos!.
Al final, quedamos en encontrarnos un martes por la tarde, yo le dije a mi marido que me iba al gym… por las dudas, por si llamaba a mi celular, lo dejé en casa.
Por si volvía a mi casa después que llegara mi marido, me fui vestida con mi ropa deportiva: calzas negras con unas rayas azules, remera polo rosa y zapatillas… corpiño blanco y una tanga simil cuero de leopardo, que me imaginé que le encantaría al Chelo.
Yo quería encontrarme con Chelo en la puerta de algún hotel, pero él insistió que fuera hasta Ciudad Oculta, donde vive, para vernos en la misma casa donde me cogió antes. Dada la poca seguridad de la zona, dejé el auto en el estacionamiento de un supermercado y me tomé un taxi hasta allá. Chelo me estaba esperando, sentado en un banco de la plaza, fumando un cigarrillo. Vestía unos jeans gastados y deteriorados, una remera ( en no mejor estado ) con una inscripción del conjunto de rock "Los Redonditos de Ricota" y zapatillas deshilachadas.
Bajé del taxi y me senté junto a él. Me saludó con un "Hola perra!".
Yo había decidido no dejarme amedrentar por Chelo, así que le contesté el saludo con un "… más perra, tu madre…" y antes que reaccionara le di un beso de lengua que lo dejó sin aliento.
Hablamos un rato de cualquier cosa, en general, Chelo me decía lo mucho que le había gustado cogerme y que pensó que no me animaría a volver. Le contesté que pensé en no volver, pero lo hice porque no me había hecho terminar en esa ocasión; Chelo pareció sorprendido por eso, quizás se creía que era un buen amante.
"Bueno… vamos a hacer las cosas bien esta vez…" me dijo. Me llevó nuevamente a esa casa abandonada. Dentro, la misma atmósfera polvorienta y sucia, aunque ahora noté cierto olor a orina, pero más que humana, se me ocurrió que era de gato. La única diferencia: una sábana gastada sobre el colchón tirado en el suelo. Un perro, acostado en la penumbra de un rincón, tenía un hueso entre los dientes.
Quise darle otro beso; Chelo me rechazó bruscamente.
"Dejate de boludeces… sacate los pantalones de una vez…".
Se sentó en un cajón y se puso a mirar cómo me quitaba las calzas. Primero me deshice de las zapatillas, luego bajé las calzas, y las dejé a un lado con un golpe de mi pié. Lo mismo hice con la tanga ( que de paso, Chelo no me dijo nada por la trama color leopardo ). Quedé semidesnuda delante de él.
"Vení y chupame la pija…" me ordenó mientras se ponía de pié.
Le abrí el cierre del jean y lo bajé; me arrodillé frente a sus calzoncillos, blanco (aunque por falta de lavado adecuado, ya el color era gris), con el escudo del Boca Juniors a la altura del pubis; el pene erecto, hacía que se formara una carpa. Saqué su pene. Llevé mis manos a sus nalgas, redondas y duras, tal como me había imaginado.
Testículos pequeños, poco vello púbico, pero enrulado, pene de unos 15 cm de largo, medio torcido hacia la derecha, cabeza con forma triangular, casi toda cubierta por el prepucio, eso fue con lo que me encontré. Se sacó el jean y se acostó sobre el colchón.
"Dale…vení y chupá, puta…" me apuró. Me puse en cuatro entre sus piernas y le agarré el pene por la raíz, tiré del prepucio para atrás y me lo llevé a la boca; cerré mis labios sobre la cabeza… lo primero que sentí fue un sabor algo ácido, me imaginé que sería su pis; me pregunté si al mear no se la sacudía. Jugué con su cabeza en mi boca, saboreándola, lamiéndola y, por que no, limpiándola con mi lengua.
Chelo me agarró por la nuca y yo dejé de chupar, más bien, él comenzó a cogerme por la boca, cada vez más fuerte y más adentro… a veces me venían reflejos de nauseas, de tan profundamente me la metía; yo quise despegarme, pero Chelo me tomaba con más fuerza
Yo estaba allí, en cuatro patas, con el culo al aire, el pene que me llenaba la boca y empujaba contra mi paladar, gusto a presemen, de pronto una sensación rara, como una lengua en mi vagina, una lengua áspera; me doy cuenta que el perro me mete el hocico en mis partes íntimas!.
No!… eso no, acostarme con un pendejo si..pero nada de animales!..quiero resistirme y despegarme de Chelo, él empuja mi cabeza con más fuerza, le tiro una patada al perro, que se retira y vuelve con su hocico. Chelo me suelta, pero antes que pueda levantarme, descarga su semen en mis labios y mejillas, le tiro otra patada al perro y me doy vuelta, caigo de espaldas en el colchón, sigo tirándole patadas al perro, que se termina yendo al rincón.
"La puta madre que te parió!!!" le grito a Chelo, muy enojada; le tiro un cachetazo, que esquiva.
Chelo me da a mi un cachetazo que me dejó estupefacta.
"Puta!!!…. te cojo como yo quiero…puta!!!…"
Seguí tirándole patadas para defenderme. Finalmente, Chelo se levantó y me insultó de arriba abajo:
"La concha ´tu madre… puta de mierda!!!…¿no querés pija…?…¿qué carajo querés?!!!"
Estaba parado gritándome, desaforado, con la cara colorada y los ojos desencajados. Busqué mis calzas y traté de pararme.
"Todas son unas putas de mierda!… andate, mandate a mudar de acá… antes q´te rompa el culo a patadas… conchuda!…".
Yo tenía un susto terrible, quería irme y desaparecer de allí. Me puse las calzas, así nomás, a las apuradas y salí a la calle descalza; antes que cruzara la puerta, Chelo me tiró una patada que me dio en el medio de mi cola, trastabillo y casi caigo en la vereda. Salgo corriendo, con el calor de la vereda quemando mis pies. Por suerte, pasa un taxi que, si bien pasó de largo sin detenerse, se paró un par de metros más adelante.
El chofer quiso llevarme a la comisaría. Yo me negué; finalmente me dejó en el supermercado donde dejé el auto. Volví, toda nerviosa, a mi casa; llorando de rabia e indignación me fui a bañar, para sacarme de encima toda la mugre y la mierda que sentía que se me había pegado a la piel.
Bajo los chorros de agua caliente, lloré por la tontería que había hecho, por desoir lo que mi razón me aconsejaba. Me prometía mi misma no engañar más a mi marido.
Dos días más tarde, cuando ya estaba más tranquila, replanteé mi promesa, porque me di cuenta que todo fue ocasionado por prestarme a una especie de cita a ciegas. En el futuro, tendría más cuidado, pero por ahora me portaré bien.
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