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Me sentí realmente dichosa cuando Nuria, mi querida hermana mayor, acepto al fin que la acompañara, junto con sus mejores amigas a participar en la desvergonzada fiesta con que celebraría su despedida de soltera. Yo había cumplido los dieciocho años hacia tan solo unas semanas y, a diferencia de mi hermana, que ya llevaba algunos años trabajando en la capital, apenas había salido del pueblo.
Lo cierto es que casi nunca salgo de copas sola, pues como soy guapita, sin falsa modestia, enseguida tengo que apartarme los habituales moscones de encima. No es que defienda mi virginidad a capa y espada es, simplemente, que no hay ningún chico en el pueblo que me atraiga lo suficiente como para permitir sus manoseos. Con los dos jóvenes con los que empecé a salir tuve que cortar por el mismo motivo, porque en cuanto me dejaba besar y acariciar con cierta facilidad ya querían llevarme a la cama; y yo, con ellos, la verdad es que no quería llegar tan lejos. Quizás sea por eso que tengo fama de chica estrecha y reprimida entre los muchachos de mi edad.
También por eso me hizo ilusión ir de fiesta solo con chicas, para variar, dispuestas a reírnos de los hombres todo lo que hiciera falta. Las amigas de mi hermana vivían todas en la capital, y eran la mar de divertidas, sobre todo una, delgadita y provocativa, que apenas se separaba de mí y que iba a conseguir que me doliera la barriga de tanto reír.
Durante la cena ya nos dejaron entrever que habían preparado meticulosamente toda la divertida velada, incluyendo la visita a un striptease de chicos. Yo, con una vaporosa minifalda y un reducido top estaba casi tan radiante como mi hermana, cuyo wonderbra se las veía y se las deseaba para contener toda la carne que amenazaba con escapar por el generoso escote de su ajustado vestido. Las demás vestían más o menos por el estilo, dejando bien a las claras que esa noche nos disponíamos a ser las reinas indiscutibles de la ciudad.
Durante la copiosa cena en el restaurante italiano bebimos mucho más alcohol del que estoy acostumbrada a tomar, y las numerosas copas que consumimos en los diversos locales que recorrimos durante aquella noche no contribuyeron a mejorarlo precisamente. Por eso cuando llegamos a la sala del striptease la que más y la que menos estábamos ya bastante borrachas. La gran sala estaba abarrotada, y he de reconocer que había motivos, pues los tres guapos y musculosos chicos que bailaban sobre el escenario eran de lo más impresionante; aunque a uno de ellos se le notara una cierta vena amanerada.
Todas nos arremolinábamos como gallinas en celo al pie de la pasarela cada vez que uno de ellos iniciaba algún sensual desnudo, peleándonos como fieras cuando se acercaban a nosotras para introducir algún que otro billete dentro de sus abultados slips. Sobre todo en el de un negro inmenso, cuyo monstruoso aparato casi le llegaba a la mitad del muslo.
Recuerdo que fue en mitad de una de estas actuaciones, siendo las únicas luces del local las de los focos que alumbraban a los chicos, cuando note que una mano se apoyaba en mi muslo, justo por debajo del vestido. Con la poca luz que había pude ver que era la mano de la amiga de mi hermana, esa tan simpática que ya les he nombrado antes. Ella estaba de espaldas a mí, y yo me apoyaba en sus hombros, en parte para ver mejor la actuación, y en parte porque las demás chicas que se apelotonaban a nuestro alrededor no me dejaba otra opción. El alcohol, y la confianza, hicieron que no le diera mayor importancia a esa osada mano; hasta que esta, hábilmente, se introdujo dentro de mis picaras braguitas.
Me quede quieta, ya que no solo la gente no me dejaba apartarme, sino que he de reconocer que la puñetera sabía manejar extraordinariamente sus largos dedos. Cada uno de ellos tocaba, o se introducía, en el lugar adecuado para volverme medio loca a base de placer. Termine por morder la mullida hombrera de su vestido para que mis gemidos de gozo, mientras alcanzaba el primer orgasmo de la noche, no se oyeran por toda la sala.
Ella, en vista de su inesperado éxito, acelero los movimientos de sus lujuriosos dedos; los cuales, aprovechando la humedad que ahora reinaba en mi gruta, profundizaban hasta rincones completamente desconocidos para mí. El segundo orgasmo fue tan violento que logro que se me doblaran las rodillas. Por suerte este coincidió con el final de una de las actuaciones, por lo que me pude marchar al fin, casi a la carrera, hacia el cuarto de baño; donde podía asear mi intimidad, y meditar acerca de locura que acababa de cometer.
Después de refrescar mi cara, mi cuerpo, y mi intimidad, y de tranquilizar mi conciencia echándole la culpa de todo al exceso de alcohol, decidí volver a la mesa. Pues allí estaban sentadas todas las amigas de mi hermana, tomando unas copas mientras aprovechaban el descanso de los atractivos actores para cotillear acerca de sus amistades masculinas, y bromear haciendo las consabidas comparaciones de tamaño y forma entre unos y otros.
La picarona que me había hecho gozar me recibió con los ojos brillantes, pero no hizo ningún comentario sobre lo que acababa de suceder entre ambas. Luego, al percatarme de la prolongada ausencia de mi hermana pregunte por su paradero y ellas, entre sonrisas cómplices, se negaron a revelarme su paradero.
Fue mi nueva amante la que se ofreció a llevarme donde estaba mi hermana, siempre que prometiese guardar silencio sobre lo que probablemente iba a contemplar. Yo, más curiosa que preocupada, acepte rápidamente el trato, y deje que me llevara de la mano, como si fuera una niña pequeña, por un largo pasillo que conducía a la zona de los vestuarios.
El forzudo vigilante que allí había hablo con ella como si fueran grandes amigos, y acepto que pasáramos en cuanto se enteró de que yo era la hermana de la chica que ya estaba dentro. Al final del pasaje solo había una vieja puerta, que la osada chica entreabrió con grandes precauciones, para dejar solo una rendija por la cual pudiéramos mirar las dos. Y vi lo que jamás pensé que verían mis ojos.
No podía creer que fuera mi hermana mayor, a la que siempre había tenido por tímida y apocada, la que estuviera lamiendo, golosa, el enorme miembro que uno de los artistas había desnudado para ella. El chico estaba sentado, muy cómodamente, sobre una mesa llena de útiles de maquillaje y vestuario, dejando que mi viciosa hermana saboreara su rígido y larguísimo instrumento a placer mientras terminaba de soltarle por fin los últimos botones del vestido, para dejar bien a la vista sus grandes y pletóricos globos desnudos.
En cuanto libero sus soberbios pechos de la odiosa esclavitud del wonderbra empezó a amasarlos sin contemplaciones, deleitándose sobre todo con la dureza de sus gruesos pezones. Nuria seguía devorando, entusiasmada, toda la carne que conseguía introducirse en su ansiosa boca, emitiendo pequeños jadeos y quejidos cuando las habilidosas manos de su galán estrujaban los puntos más sensibles de sus amplias colinas.
No supe por que los suspiros se transformaban poco a poco en gemidos de placer hasta que no me desplace un poco de mi posición, y vi lo que hacían el resto de los artistas dentro del camerino. Al fondo permanecía, algo indiferente, el que yo consideraba amanerado, presenciando, como nosotras, el espectáculo, mientras jugueteaba con las picaras braguitas de Nuria. Pero lo más curioso fue ver arrodillado detrás al negro colosal. Este, que mantenía las piernas de mi hermana bien separadas con sus musculosos brazos, le había subido el vestido hasta la cintura y le había incrustado toda la cabeza en su húmeda entrepierna.
Estaba tan encandilada con el increíble espectáculo que contemplaba hay dentro que no le di ninguna importancia a que la amiga de mi hermana presionara con sus pequeños y puntiagudos pechos contra mi espalda, mientras se pegaba aún más a mí. Pero si me importo que una de sus largas manos se introdujera debajo de mi alegre top, deslizándose hábilmente sobre mi sujetador para bucear entre mis acogedores colinas, a la búsqueda de mis tímidos pezones puntiagudos; aun así decidí que entregarme a sus turbios manejos era un precio asequible mientras pudiera seguir viendo lo que pasaba en el camerino.
La lujuriosa lesbiana, consciente de mi forzada pasividad, introdujo su otra mano en el interior de mis braguitas, volviendo a explorar, con una gran maestría, la virginal cueva que tan a fondo empezaba a conocer. Demostrándome de esta curiosa forma que apenas había empezado a juguetear con mi espeso bosquecillo privado, deslizando su mano amorosamente entre mis rizos cuando sus dedos se introdujeron bajo el sujetador, adueñándose de mis sensibles pezones, obligándome a morderme los labios para que no oyeran desde el interior mis primeros suspiros de gozo.
Pero era muy difícil que desde el interior del camerino prestaran algún interés a lo que pasaba fuera, dado que mi hermana absorbía toda su atención. Y no era para menos, pues su primer orgasmo fue tan intenso que casi se atraganta con el grueso aparato de su amante, que no quería dejar de saborear, ni siquiera mientras jadeaba, ebria de placer. El musculoso negro, considerando que mi ardiente hermana ya estaba lo suficientemente humedecida, libero su monstruoso aparato del interior del slip, pues este apenas podía contener la gigantesca barra de caoba ahora que ya se había endurecido. Luego se sitúo de pie detrás de mi hermana, acomodándose lo mejor posible para penetrarla de una vez.
Aunque después de lo que había visto ya me suponía que Nuria no era virgen no podía dejar de pensar que el negro la iba a destrozar si insistía en introducir el gigantesco falo que tenía al aire en su intimidad. Mi hermana mayor volvió a sorprenderme cuando, nada más notar la presencia del rígido aparato en la entrada de su gruta, se abrió aún más de piernas, agitando sensualmente las caderas, demostrando así lo dispuesta que estaba para la intromisión.
El afortunado negro, que parecía estar tan asombrado como lo estaba yo, fue metiendo su descomunal miembro poco a poco en su esponjosa oquedad, entrando y saliendo hasta que por fin sus pesados testículos golpearon los muslos de mi hermana. No podía creerme que a Nuria le cupiese una cosa tan enorme en su interior, pero las escasas quejas que ella profería ante sus envites, y la expresión de felicidad que tenía su rostro, no dejaban ningún lugar a dudas... haciéndome sospechar cosas terribles sobre su pasado.
El impresionante negro pronto empezó a menear la ágil cintura de una forma cada vez más fogosa, firmemente aferrado a sus generosas caderas, obligando a mi hermana a seguir su violento ritmo. Los empujones eran ya tan fuertes y frenéticos que los pesados cántaros desnudos de Nuria se bamboleaban de una forma descontrolada, escapándose una y otra vez de entre los dedos de su primer amante. Este, incapaz ya de pellizcarle los pezones, se tenía que conformar con estrujar sus globos, amasándolos y tirando de ellos como si la estuviera ordeñando. Debió ser por eso que prefirió dejarlo, y usar las manos para sujetar la cabeza de mi hermana, obligándola así a que absorbiese el largo miembro a su modo.
Yo, por mi parte, a esas alturas ya había obtenido un placentero orgasmo a manos de la ardiente lesbiana, que parecía haberse enamorado de mis sensibles pezones. Pues había estado jugando con ellos, muy entretenida, mientras me hacía llegar al clímax; y, cuando este al fin se produjo, aprovecho mi momentánea debilidad para despojarme tranquilamente de toda la ropa interior, que se quedó después como recuerdo de nuestro encuentro.
Las húmedas braguitas, que ya estaban enroscadas a la altura de mis tobillos a mitad del combate, desaparecieron en un instante, pero despojarme del aparatoso sujetador le costó un poco más de esfuerzo. Eso sí, mientras me lo quitaba descubrió las amplias aureolas rosadas que rodean mis pezones; pues prácticamente me despojo del top, dejándomelos al aire para maniobrar con mayor comodidad. No sé si fue su bello color, su suave tacto, o su agradable sabor, lo que más la entusiasmo, pero el caso es que estuvo un buen rato disfrutando de ellas.
Cuando por fin abandono mis senos desnudos fue para arrodillarse, ansiosa, a mis pies, a la búsqueda de mi cálida intimidad, y demostrarme así que sabía manejar la lengua y los labios aún mejor que las manos; llevándome, rápidamente, a las puertas de otro orgasmo. Pero, a pesar de mi indecente situación, yo seguía pendiente de lo que hacia mi hermana.
En el interior del camerino, y a juzgar por los fuertes jadeos de Nuria, supuse que esta ya había alcanzado tres o cuatro orgasmos a manos de sus fogosos amantes, que seguían penetrándola incansablemente, cuando el rubito del fondo se decidió por fin a intervenir. Este guapo jovencito estuvo unos instantes trajinando en los cajones mientras aseguraba a sus compañeros que el tenia lo que le hacía falta a la zorrita; refiriéndose, sin duda, a mi hermana.
Al final saco de uno de ellos un impresionante falo de goma, aparatoso y gigantesco, de color rosa oscuro, al que se le veían claramente, a pesar de la distancia, los curiosos rebordes y salientes que rodeaban toda la larga estructura. El mismo se ocupó de humedecer con su boca el curioso artilugio, antes de situarse al lado del negro. El cual, en cuanto había visto los preparativos de su compañero se había apresurado a introducir uno de sus gruesos dedos por su acogedora entrada posterior; que lo celebro, gozosa, agitando las caderas aún más rápido. Viendo la facilidad con que había aceptado la intromisión pronto logro que otro dedazo se cobijara junto al anterior, provocándole nuevos gemidos de placer a mi viciosa hermana, que seguía contoneándose gozosa.
Pero cuando el espectacular falo de goma ocupo por fin el lugar de esos osados dedos a la pobre Nuria se le descompuso la cara; gimió, y lloro, desesperadamente, sin que ninguno de sus amigos le prestara la menor atención. Yo, en mitad de un fuerte orgasmo, no sabía si intervenir o no, mientras veía como su tercer amante conseguía introducir casi todo el descomunal chisme en su orificio posterior. Estaba a punto de actuar cuando vi que mi viciosa hermana se orinaba, literalmente, en las piernas, mientras aullaba presa del más violento orgasmo que había tenido hasta el momento, gritando como una poseída.
A partir de ese mágico instante su cara volvió a reflejar el gozo que la embargaba al tiempo que los muchachos se esforzaban, cada uno a su manera, en hacerle alcanzar un nuevo clímax, meneándose todos al ritmo de los lujuriosos movimientos de mi hermana. Pero todo tiene un límite, y pronto su primer amante eyaculo, abundantemente, dentro de su acogedora boca, no permitiendo que Nuria levantara la cabeza de su entrepierna hasta que hubo succionado todo lo que manó de su enorme fuente.
Este chico, cuando por fin tuvo su largo aparato limpio y reluciente se bajó de la mesa donde ella apoyaba sus brazos, sentándose en el suelo para succionar y morder ansiosamente los aparatosos senos de mi hermana, que no cesaban de bambolear alocadamente en cada empujón. Mientras, sus otros dos acompañantes seguían penetrándola de una forma cada vez más violenta, seguros, gracias a sus roncos jadeos, de que Nuria disfrutaba tanto como ellos. Al cabo de un rato el negro también eyaculo en su acogedor interior, colmándola de tal forma que la viciosa rezumaba esperma hasta por la cara interna de los pálidos muslos. Al finalizar el rudo combate extrajeron el enorme consolador de su trasero, sujetándola entre los tres cuando vieron que ella, agotada y falta de apoyos, casi se cae al suelo.
Nosotras decidimos que este era el momento adecuado de emigrar, y nos marchamos, abrazadas como buenas amigas, a la mesa, donde nos esperaban, aburridas, y bastante borrachas, las demás chicas. Mi hermana regreso, bastante fatigada, al cabo de unos minutos, dispuesta a dar por finalizada la interesante y reveladora velada.
Yo, desde ese día, solo espero que llegue por fin el de su boda, y vuelva a ver a mi nueva amiga, y fogosa amante; para disfrutar, en su compañía, recordando la increíble actuación que mi lujuriosa hermana nos permitió presenciar en su despedida de soltera.
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