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UNA FABULA IRLANDESA
Al señor Lupe de joven le interesó todo lo relacionado a la mitología Irlandesa. Por eso cuando pudo hacia allá emprendió un viaje de aventura.
Ya hoy el señor Lupe es un hombre maduro extasiado recorrió las calles de Dublín, metiéndose en cada rincón que había, con temas que hablaban de fábulas y leyendas de aquel pueblo milenario, descendientes de Celtas.
Cansado por la noche se bebió unas cuantas cervezas en un bar llamado el templo o algo así y luego, cerca de las dos de la madrugada, se fue a su hostal a descansar del largo día.
No supo nunca a que hora sintió que algo andaba por su calzoncillo. Como unas caricias, como unas manos que acariciaban su largo bastón, ya despierto y poniéndose muy duro al roce. Estaba sin pijama. Siempre dormía así.
Sentía risitas y susurros, gemidos, el mismo iba calentándose un poco más. Como pudo alcanzó la llave de la luz y la encendió. Allí parados en sus pies casi, dos gnomos desnudos y culones lo observaban y jugaban con su garrote duro y granítico. Chorreando baba y saliva, reían y quitando de un tirón el calzoncillo empezaron a besar y lamer el bocado de carne nada despreciable. El señor Lupe no daba crédito a su imaginación. Mientras era deglutido por aquellos personajes de ciencia ficción. Uno de ellos se prendió a sus gordos huevos. Los gemidos del señor Lupe iban en aumento. Los gnomos culones le sacudían la vara en forma rápida. De pronto de l costado aparecieron otros enanitos culones, con lenguas sabrosas que empezaron a besar y chupar los pectorales erguidos del hombre, la espada del hombre se levantó un poco más. Muy dura, tal es así que los gnomos culones de a uno fueron hundiéndolo en sus ojetes fogosos.
El señor Lupe los cogía, en realidad ellos hacían todo el trabajo. Mientras uno se enterraba el sable en su culito, el otro seguía besando las bolas gordas. Jadeaban y sonreían, sus ojos brillaban en la habitación.
El señor Lupe gozaba teniendo aquellos seres en su gorda poronga. Los que succionaban sus pechos, ofrecieron sus pernos largos y potentes, la boca del gentil hombre se abrió y las cabezas de aquellas herramientas fueron tragadas por el.
Los gnomos de a uno a la vez, fueron regando el pecho y la panza del señor Lupe con sus jugos. Eran chorros interminables. Espesos. Gomosos. Así fue que aparecieron dos elfos rozagantes y orejudos, con sus tripas en las manos, sonrientes y prestos. Levantaron las piernas del señor Lupe que de la calentura dejaba hacer. Metieron allí sus lenguas, largas, húmedas, el ojete del señor Lupe se abrió como una rosa en flor. Los gemidos del hombre se hacían cada vez mas audibles. Los gnomos, enanos y elfos, lo chupaban y besaban. Cuando el anillo estuvo listo uno de los elfos le enterró su daga. El señor se quejó, ahogo un sollozo y gozo. Entraba y salía la verga dura de aquel elfo. Los enanos le llenaban la boca de su néctar. El los limpio dejando sus largas vergas muy limpitas.
Los elfos atravesaron gozando del anillo dilatado del hombre que no podía creer lo bien que la estaba pasando. Cuando le llenaron el culo de jugos, quedó chorreando por todas partes, su cuerpo estaba caliente, enardecido. Gozoso, feliz. Entrecerró los ojos un momento. Sintió que se dormitaba y escuchó como que los pequeños visitantes se marchaban entre susurros y sonrisas.
Cuando abrió los ojos, el señor Lupe lo vio sentado en la alfombra al gran dios. Cernunnos, con su cornamenta enorme, sus pectorales fuertes al aire y su pelaje hermoso, la serpiente cornuda rodeándolo y su potente manija erecta apuntando al techo. Sus ojos babeaban y largaban fuego de calentura.
Con la mirada lo llamo para que se acercara, así lo hizo el hombre bañado en líquidos, aún chorreando de su abierto ojete.
El gran dios del bosque sacó una lengua larga y paso de lejos por los pechos del señor Lupe que cerró los ojos porque el placer era tremendo. La propia lanza del hombre se encabritó nuevamente. Igualmente el dios paso su lengua incansablemente por la panza y el ombligo del señor Lupe que temblaba de calentura y sentía la rigidez de su perno que erguido se sacudía de un lado a otro.
La lengua del dios se movió hasta el pedazo de carne, lo rozó, y luego lo envolvió en su cada vez mas larga lengua. Lo lleno de saliva o lo que fuera que tuviera el dios. Era mas pesado y pegajoso que la saliva, al menos eso es lo que notó en medio de su calentura, el señor Lupe. En toda esa vuelta de musculo bucal, el dios rozaba las bolas gordas del señor Lupe, que gozaba como nunca antes del sexo.
El dios del bosque, el gran padre, lo hizo girar y arremetió con su instrumento, la lengua, y escarbó el ojete lujurioso del señor, que gritaba casi de placer, entregado por completo a aquellas caricias que lo enloquecían. El culo del señor chorreaba grandes cantidades de humedad. Sacaba el culo para atrás para agilizar y hacer mas apetecible aquellas caricias que eran prodigadas por tal tamaño de macho.
En un momento la lengua agarró de una de las muñecas al señor Lupe y lo atrajo hacia el dios. Lo fue llevando. Le mostró el pedazo descomunal y erecto entre las piernas de aquel macho dios del bosque. De frente a el, Lupe, se fue sentando en aquel garrote divino. Lo fue tragando, agarrándose de los hombros, enterrándose la poronga de a poco. Hasta el tronco. Bufaba el señor Lupe que subía y bajaba del tronco, el dios lo iba llenando de jugos lo dejaba descansar unos momentos y lo volvía a encular y a llenar, era inagotable, el a su vez, también largaba leche de forma descomunal. Como nunca antes le había sucedido.
Así fue que el señor Lupe jamás volvió de Irlanda, se quedó allí, recorriendo el país incansablemente y cada noche era visitado por innumerables duendes, gnomos, elfos y el gran dios del bosque, el gran padre, que lo había elegido para su enorme harén de amantes.-
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