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Pensé mucho antes de decidirme a contar la experiencia que sigue a continuación. Necesité meditar al respecto porque no me gustaría que me vean como a un loco, pero también porque ni yo mismo, en cierta forma, puedo aún creerlo.
Esta historia tiene dos partes separadas por casi 25 años de distancia. Hasta ahí nada es raro. Lo dificultoso es tratar de explicar cómo un evento tan lejano en el tiempo pudo resolverse "in situ" 25 años después.
Todo empezó cuando yo tenía 20 años. En aquella época aún era estudiante de matemáticas en Buenos Aires. Era, según decían, un muchacho apuesto de 1,90 m de estatura, cuerpo bien armado por la práctica de deportes, cabello castaño, ojos verdes y un bronceado permanente. En el momento en que sucedieron estos acontecimientos estaba sin novia alguna, no porque me faltaran mujeres, sino porque mi tiempo estaba plenamente dedicado a la Universidad y al equipo de rugby.
Mi familia era acomodada. Mi padre un empresario metalúrgico bastante poderoso, había amasado una cuantiosa fortuna. Vivíamos en una hermosa casa en Vicente López y teníamos una agitada vida social.
Mi padre tenía un socio, que además era su mejor amigo desde la infancia. Y ese socio tenía una espectacular esposa a la cuál yo siempre había querido cómo a una tía. Sin embargo, no podía dejar de admirar su belleza. Lo que intento decir es que si bien me era imposible no pensarla como hembra, jamás hubiera intentado nada con ella por la cercanía familiar. Es algo contradictorio. Digamos que la familiaridad aplacaba mis instintos reduciéndolos a su casi inexistencia. Y repito: casi. Porque en ocasiones, cuando nadie podía notarlo, no podía dejar de admirar a esa mujer esbelta, rubia de largas piernas y rostro angelical. Sandra –así se llamaba- solía usar faldas casi hasta las rodillas y zapatos o sandalias de tacón fino que resaltaban sus piernas y que a mí me volvían loco cuando otras mujeres las usaban. Cómo buena mujer acomodada de clase alta, no trabajaba y disponía de mucho tiempo para dedicarse al gimnasio y a la moda. Era, en suma, un monumento de mujer de casi 47 años casada con un señor que rondaría, al igual que mi padre, los 55.
Sandra y su marido compartían la actividad social de los fines de semana con mis padres, y cada vez que su mansión o la nuestra eran la sede de alguna fiesta, yo estaba invitado.
Recuerdo que esas fiestas eran fastuosas. Nada se ahorraba en ellas. Abundante champagne y buena música contribuían a generar ambientes muy agradables que se prolongaban hasta la salida del sol.
En una ocasión, Marcos, el esposo de Sandra, debía viajar a Alemania para negociar la compra de maquinaria industrial. Su avión salía un domingo por la mañana y mi padre organizó una fiesta de despedida para su socio y amigo. El plan era que Marcos partiría
directamente desde la fiesta y mi padre, madre y Sandra lo llevarían al aeropuerto.
Esa fiesta fue maravillosa. Hacía calor y el amplio parque de nuestra casa estaba poblado de acaudalados empresarios y de sus bellísimas esposas. Sin embargo, Sandra era esa noche la más bella. Su pelo lacio y rubio estaba peinado hacia atrás con una coleta. Lucía grandes argollas de oro como pendientes. Vestía un ajustado vestido azul hasta las rodillas y sandalias doradas de finísimo tacón que dejaban expuestos sus hermosos pies.
Durante muchos años recordé esa fiesta y lo bella que estaba Sandra. La recuerdo muy bien porque me dediqué a vigilarla manteniendo la distancia y con muchísimo disimulo. Esa noche estaba para violarla, y mientras la observaba imaginaba la forma en que podía sorprenderla en algún descuido y en algún lugar solitario de la gigantesca casa. Recuerdo que pensé en esperar que fuese al baño – ellos por confianza utilizaban uno más apartado y vedado a los demás- y encararla por la fuerza si fuese necesario. No creía que Sandra se atreviese a hacer algún escándalo, pero por supuesto, el temor a estar equivocado y mi formación educativa servían de freno a cualquier locura.
Supongo que el calor de la noche y la alegría reinante por la buena marcha de los negocios hicieron que el alcohol circulara con más asiduidad de la acostumbrada. Así fue que a medida que la fiesta avanzaba, los invitados – y los anfitriones- empezaron a dar señales de una creciente borrachera. Marcos se mantenía mejor que el resto, dado que debía estar lúcido para tomar el avión, pero mis padres y Sandra caminaban con paso vacilante y se reían de cualquier tontera.
Así fue que cuando llegó la hora de ir al aeropuerto el único que estaba en condiciones de llevar a Marcos al aeropuerto era yo. Sandra se despidió de su marido y cuando partimos en el auto con Marcos ella se instaló en el dormitorio de huéspedes de mi casa visiblemente ebria a pesar de sus intentos por disimularlo.
Tres horas después regresé a casa y el silencio era total. Era evidente que mis padres y Sandra estarían durmiendo la mona. Yo no tenía sueño así que decidí ir a mi habitación a colocarme unos shorts de baño y recostarme junto a la pileta de la casa.
Mi cuarto se encuentra apartado del de mis padres, en un pasillo donde estaba la habitación de mi hermano –para ese entonces ya casado y con hogar propio- un baño y la habitación de huéspedes – con la puerta cerrada- donde descansaba Sandra.
Estaba poniéndome los shorts y me disponía a ir a la pileta cuando siento que la puerta de la pieza de huéspedes se abre suavemente. No pude resistir la tentación de espiar –sabía que era Sandra- y entonces lo que vi superó todas mis fantasías previas. Sandra salía de la habitación completamente desnuda excepto por un tanga blanco "tres hilos" (uno le rodeaba la cintura y otro que cruzaba su depilada raja y se le metía profundamente en el culo). Aún llevaba la coleta, las argollas y sus sandalias doradas.
Se detuvo en la puerta abierta y se apoyó contra el marco para no perder el equilibrio. Era obvio que aún estaba muy borracha. Al ver ese cuadro sentí que mi polla dio un respingo, un shock eléctrico recorrió mi glande con tal fuerza que tuve que hacer un esfuerzo para contenerme. Ella caminó vacilante hacia el cuarto de baño e ingresó en el cerrando la puerta. La visión de su perfecto culito, redondo y respingón y el recuerdo de sus pechos duros y erguidos me obligaron a abandonar mi plan inicial de ir a la pileta y pasé el resto de la mañana pajeándome en su honor. De hecho, desde ese día y durante muchos años después esa mujer y ese momento acapararon mis momentos de soledad.
Pero no hice más que eso. No podía. Marcos, mis padres, la situación no daba. Y nunca había mediado entre Sandra y yo más relación que la familiar. Tal vez, de haber existido un mínimo guiño…pero eso no había sucedido nunca.
Durante años mi imaginación volvió a ese día. Soñaba que la esperaba en la puerta del baño y que la acompañaba a su cuarto y que ahí me aprovechaba de su débil resistencia para poseerla a placer. Que la cogía en cuatro patas penetrándole su culito respingón con toda mi pija. Que la hacía mi amante. Que de ahí en más mentía para encamarse conmigo.
Pero nada de eso pasó.
Y yo me hice cuarentón. Sin embargo, muchas cosas pasaron en el medio. Mi familia conservó su fortuna, pero las crisis destruyeron las empresas de mi padre y la sociedad (también la amistad) con Marcos sufrió un golpe mortal cuando Marcos estafó a mi padre para quedarse con unos dineros que debían haberse repartido. Eso sucedió unos diez años después de aquella fiesta, cuatro años después de que Sandra muriera en un accidente de autos en Punta del Este y motivó que nunca más volviéramos a tener tratos con el ex socio de papá.
Yo me casé, encontré un excelente empleo y formé un hogar. Mi trabajo me obligaba a viajar mucho al extranjero. Y el recuerdo de lo vivido aquella mañana en mi casa, la visión de Sandra, me perseguía sin piedad. Es que con el paso de los años la experiencia me hizo pensar que fue un error no haber intentado nada. Y me sentía un cobarde y un verdadero pelotudo por no haberlo hecho.
Hasta que sucedió algo literalmente fantástico.
Por razones laborales debía viajar a la India y para eso abordé el vuelo 1145 de AA que me llevaría a Bombay vía Londres. Bueno, ahorraré detalles. El vuelo estalló en medio del Océano Atlántico. Sentí que mi cuerpo caía al vacío y que la falta de oxígeno me impedía gritar. Increíblemente estaba entero, vivo, pero no sería por mucho tiempo. Cerré mis ojos y estaba encomendándome a los dioses, cuándo todo cesó de golpe.
Con miedo, abrí mis ojos y lo que vi me dejó mudo. Estaba en mi cuarto de la casa de mis padres. Precisamente estaba acostado sobre mi cama, con un short de baño puesto.
Tardé en reaccionar. No podía creerlo. Me levanté y me miré al espejo. Era mi cara, tal como la recordaba que era a los 20 años. La froté con mis manos. ¡Era real!.
De pronto sentí que una puerta se abría en el pasillo. Sigilosamente me acerqué a espiar.
Sandra salía de la habitación de huéspedes, increíblemente hermosa en su desnudez y caminaba tambaleante hacia el baño.
Me di cuenta de que todo era igual, pero que a la vez, todo había cambiado. Sandra ya no era la esposa de un entrañable amigo de mi padre. Sandra era una hembra descomunal casada con un tipo que a la larga mostraría sus uñas y que había perdido -¿o debo decir perdería?- mi respeto en pocos años más.
Toda mi experiencia estaba intacta. Recuerdos de cosas que aún no sucedían. Podría parecer un veinteañero, pero era un hombre hecho con la posibilidad de enmendar una cuenta pendiente que me había atormentado por años.
Esperé a que Sandra saliera del baño y cuando pisó el pasillo me acerqué a ella silenciosamente y la tomé por la cintura para ayudarla a caminar. Estaba muy ebria. Me miró y me sonrió sin darse cuenta de su desnudez. A cada paso yo palpaba su cintura y su piel y sentía sus vibraciones y su perfume de hembra. Llegamos al pie de su cama y yo impedí que se dejara caer en ella sosteniéndola con ambas manos. Ella me miró confusa y yo le hice la señal de guardar silencio apoyando el dedo índice en sus labios. Sandra abrió sus ojos muy grandes y yo la besé.
Al principio intentó resistir, pero rápidamente dejó entrar mi lengua en su boca. Ahora sí, la deposité en la cama suavemente, sin dejar de besarla y mis manos buscaron su rajita. El jugueteo de mis dedos forzó a sus fluídos lubricantes. Estaba caliente.
-Voy a darte caña, le dije suavemente al oído.
Ella contestó con un suspiro. Estaba de acuerdo.
Mi pija estaba dura cómo una estaca y la penetró con fuerza. Ella arqueó su cuerpo al sentirme y de inmediato su respiración se agitó. Sus manos se posaron en mi culo y empezó a forzar las duras bombeadas que le estaba propinando. No podía aguantar tanto placer. Era obvio que se vendría o que se estaba conteniendo, así que de nuevo le dije al oído.
-Sueltala, acabate en mi oreja, perra.
Sandra acercó su boca a mi oído y largo en él un ahogado grito de placer.
Yo me contenía. Mi pija estaba muy dura y mi ímpetu de bombeo no cesaba. La putita de Sandra no paraba de acabar en mi oído.
-Me estás matando hijo de puta, me dijo.
Pero yo quería más.
-¿Vas a ser mi hembrita?
Ella negaba con la cabeza, con los labios apretados.
El morbo me hacía bombear más fuerte.
-¡Vas a ser mi hembrita?, repetí en su oído.
-No puedo, me decía. Mi marido, tu padre…Ahghhh
¡La muy puta recordaba al cabrón de su esposo pero follaba conmigo!
Saqué mi pija con violencia. Me dolía la glande y me dolían los huevos. Pero aguanté para poner a Sandra en cuatro patas. Y ahora sí. Tenía su culito en pompa para mí.
Sus flujos me ayudaron a dilatarle el ano y de a poco enterré mi polla en su recto. Ella aulló de dolor.
¿Vas a ser mi hembrita?
Ella a penas aguantaba el dolor en su ano desgarrado y empezaba a sentir placer. Gemía como una yegua.
Aghhhh sí, voy a ser tu putita, pero sigue cogiéndome ahora.
No aguanté más. Dos bombeadas y llené su recto con mi lefa.
Ella se derrumbó en la cama. Yo extraje mi polla y empecé a besar su espalda hasta que mi lengua llegó a su ano y empecé a lamerlo. Sabía a mi propia leche, pero no me calentaba. Mi lengua penetraba su agujero y mi verga empezaba a crecer otra vez.
La giré porque era el turno de comer sus pechitos. Sobaba sus pezones que a pesar de su semiinconsciencia estaban durísimos.
Mi polla entró nuevamente a su coño. Y de nuevo comencé a bombearla. Sandra era una puta experta. Gemía y movía su cintura para acrecentar el placer. Debo haber bombeado unos 10 minutos y luego la llené con una acabada feroz que grité en su oído.
Cojimos toda la mañana y yo me retiré prudentemente a mi cuarto cuando calculé que mi madre podría llegar a aparecerse. Pero antes de eso, Sandra se comportó como una verdadera esclava. Me la chupo, me entregó su culo, dejó que lamiera sus pies. Y tuve que convencerla de que era peligroso seguir allí. Pero antes de que saliera de su cuarto, ella ya se había dormido rendida por el cansancio.
Continuará.
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