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Resultaba extraño vivir y saber que cosas iban a suceder. Pero a la vez era estimulante hacerlo con Sandra como hembra.
Unas horas más tarde, Sandra reapareció en el living de la casa de mis padres vestida exactamente como la noche de la fiesta y con señales de haber descansado tanto de la borrachera como del sexo. Estaba radiante.
Por supuesto, no hubo ninguna alusión a los episodios de la mañana durante la cena y casi pensé que había decidido ignorarlos hasta que, delante de mis padres, me pidió que la llevara de regreso a su hogar.
Yo acepté sin problemas, aprovechando para argumentar que tal vez no regresaría a dormir por tener que estudiar en casa de un amigo.
El viaje, de pocas cuadras fue silencioso. Sandra abrió la entrada de su casa e ingresé en ella con mi auto dejándolo estacionado entre los árboles del parque para que no fuera percibido desde el exterior.
Casi no habíamos cambiado palabras. Al entrar, la tomé de la cintura y la besé buscando la profundidad de su boca. Aún sabía a hembra en celo.
Mientras ella se ponía algo más cómodo me serví un whisky y la esperé. Ella regresó hecha una diosa, totalmente desnuda y montada sobre unas sandalias doradas de tacón aguja. En su tobillo derecho llevaba una cadena de oro, al igual que en su cintura. Sus pechos de bisturí lucían perfectos. Nuevamente nos besamos y palpé su raja. Estaba empapada de jugos. Ella liberó mi pantalón y en pocos segundos me había desnudado por completo.
Hicimos el amor sobre la alfombra del living. La culié, en cuatro patas, gozando cada una de las suaves embestidas que le propinaba. Sandra era una espléndida folladora. Gemía como puta sin detenerse casi a respirar. Sus orgasmos eran continuos.
Yo no quería que el momento se detuviera. Entre polvo y polvo descansaba chupando con cuidado los dedos de sus pies –finamente pintados de rojo-, o lamiendo su espléndido ojete, o gozando con sus espléndidas mamadas.
Solo fuimos interrumpidos por el teléfono que sonaba y que ella se empeño en contestar. La vi bambolearse como un felino hasta el aparato y contestar a su esposo que llamaba desde Frankfurt. No pude resistirlo. Mi polla alucinaba a cien con el morbo de la situación. Me coloqué detrás de ella y logré ensartarla por su conchita muy despacio. Ella apenas podía controlar el timbre de su voz y simultáneamente atender el placer que mi polla le propinaba. Era la amiga de mis padres, casada con el amigo de mi padre y yo me la estaba follando como a una putita adolescente. Cuando al fin colgó, sus alaridos de placer me hicieron llenarle la chucha de lefa. Estábamos exhaustos. Ella se apoyó de espaldas sobre una pequeña mesa y abrió las piernas para que yo pudiera limpiarle la argolla con mi lengua. Luego se incorporó y juntos caminamos hasta el bar para que ella sirviera un par de tragos. Ese pequeño trayecto lo recorrimos abrazados, con mi mano guiándola por el culo.
Cuando desperté en su cama, Sandra, acostada a mi lado estaba mirándome.
La besé y ella respondió mi beso.
-¿Qué vamos a hacer?, me preguntó, y sus ojos denotaban preocupación.
He sabido de amigas mías que tienen amantes, pero ningún caso es cómo este. Ellas sólo tienen sexo, y con amantes más maduros…
Yo no podía explicarle que ahora éramos de la misma edad y que aún así mi conocimiento sobre el porvenir me daba una ventaja inigualable. Sin embargo, antes de hablar, decidí seguir escuchándola mientras mis dedos, debajo de las sábanas, jugaban con su húmeda raja.
Además –continuó- si esto llegara a saberse sería un desastre. Marcos es capaz de matarme.
Sandra apoyó su cabeza en mi pecho. El aroma de su pelo me volvía loco.
-Te diré lo que vamos a hacer, putita. Tú vas a ser mi amante, le guste a Marcos o no. (Yo tenía unas cuantas cositas para agarrarlo de las pelotas llegado el caso). No lo haremos formalmente público, pero ni pienso ocultar nuestro acercamiento.
Me excita que me llames "putita".
¿Te excita?, le dije mientras ella se montaba por enésima vez sobre mi rabo y comenzaba su lenta cabalgata. Pues eso es lo que serás para mí de ahora en más: "mi putita".
Ella ya no me escuchaba. Era una máquina de tener orgasmos.
Las siguientes dos semanas las alterné entre el sexo con Sandra y algunos negocios particulares. Sabía, por ejemplo, los resultados de casi todos los eventos deportivos que estaban sujetos a apuesta. También sabía que debía invertir mis ahorros en dólares porque esta moneda sufriría una explosión al ser revaluada y también sabía que hasta que eso sucediese, debía invertir el producido de mis apuestas en plazos fijos cortos, porque sería un momento que en la historia quedaría bautizado como "plata dulce".
También realicé algunas investigaciones. Ellas sirvieron para determinar con precisión cuál de todas las secretarias de la empresa era la que follaba con Marcos. Era un secreto que mi padre me revelaría en el futuro, pero que ahora estaba sucediendo. También que la chica quedaría embarazada y que el escándalo de la paternidad saldría a la luz unos meses después de la muerte de Sandra. Descubrí que la chica había viajado a Alemania dos días después que Marcos, así que contraté a un detective para que fotografiara a los "tórtolos in fraganti". Me costó una pequeña fortuna, pero bien gastada estaba.
Por las noches salía con Sandra. Íbamos a cenar y a bailar. A mí me excitaba regresar en la madrugada con Sandra "adobadita" con alcohol para gozar de ella en forma salvaje hasta altas horas de la mañana. Sandra estaba embobada por el sexo. Obedecía como buena hembra. Cumplía todas mis fantasías. Tal es el poder de una buena picha en la chucha correcta. Era una putita adicta.
En el ambiente de la noche la desproporción de edades no pasaba desapercibida, pero caía simpática. Y entre las amistades de Sandra y de mis padres, el rumor de que algo sucedía se estaba esparciendo y tarde o temprano alguien lo soltaría.
A mí no me importaba. Mis padres tendrían que aceptarlo y a Marcos lo controlaría. No era tan hombre cómo para enfrentarme.
Y un día, a las tres semanas de haber partido, Marcos regresó a casa.
Continuará.
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